Libro de Roberto Arizmendi

Navegante de sueños y utopías. Roberto Arizmendi, Ediciones UAT, Colección Presencia y Testimonios Tamaulipas, México, 2006

1 agosto, 2008

Si, como dice el poeta mexicano Roberto Arizmendi, “la poesía aminora la adversidad cotidiana”, la poesía amorosa, además, enaltece nuestro espíritu al establecer como lectores una intensa complicidad con el autor que nos permite penetrar y compartir desde diversos ángulos el mundo que lo habita, en el que se refleja como en un espejo iluminado.

Navegante de sueños y utopías es una cuidadosa selección de algunos de los mejores poemas de amor que integran la vasta obra de un poeta en plena madurez creativa como lo es Roberto Arizmendi, quien a lo largo de treinta y siete años de quehacer literario ha sabido conquistar el oficio de la palabra.

“En la poesía se expresa la euforia y la plenitud del amor o sus tropiezos y desencantos”-nos dice-, y afirma también que se da santo y seña de las estaciones o de lo que acontece en los cuatro puntos cardinales. Todo es materia prima para el poeta, porque todo lo que existe puede ser modelado y transformado, creado y recreado infinitas veces sin perder su esencia.

Arizmendi, viajero incansable, extiende ante nuestra mirada los mapas de sus recorridos internos y externos a través de las diversas geografías y paisajes del mundo en los que ha ido inventado, el amor, descubriéndolo y navegando en él.

Así, como un amoroso herido de vida, al estilo de Jaime Sabines, gozosa y luminosamente establece sus coordenadas para esa búsqueda incesante del amor que no sólo es su alimento terrestre, sino su razón de vida, el principio rector de un camino que busca una utopía permanente: la perfección.

Alí Chumacero nos dice: “el poeta unifica con sus propios materiales un universo privado y en ese ámbito procede a bautizar con un sentido nuevo las palabras”. Esa es la esencia de la poesía amorosa de Roberto Arizmendi, quien le confiere al objeto de su pasión una permanente presencia.

Roberto Arizmendi es uno de los poetas más luminosos que he conocido; su poesía es directa, sin artificio alguno y establece el dominio de la naturaleza. Habla de búsqueda, dicha y añoranza como una lenta nostalgia o saudade, en esa multiplicación de los días del amor, dentro de una costumbre en donde el paisaje, la vida y el asombro transcurren a cada instante. Es válida y certera la afirmación de Lawrence Durrel: “una ciudad es un mundo cuando se ama a uno de sus habitantes”.

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