Novela: Manantial

1 junio, 2014

«Toda una emocionante biografía novelada —la del filántropo por antomomasia de Nicaragua— se plasma aquí con soltura y dominio», señaló de Manantial el crítico nicaragüense Jorge Eduardo Arellano. Por su parte, el escritor Anastasio Lovo observa que, «con una prosa efectiva, Francisco Javier Bautista Lara hace fluir desde su novela Manantial, la biografía posible de un hombre asaz huraño y misterioso —José Zacarías Guerra— quien al final de sus días se revelará magnánimo con los huérfanos de Nicaragua.» Compartimos aquí un fragmento, el capítulo primero de esta novela publicada recientemente a finales de 2013.


I

Desde varias semanas antes, entre los círculos políticos, sociales e intelectuales, a través de los panfletos y los periódicos que circulaban, incluso entre la gente común, se hablaba de su regreso a la patria. La visita a la capital estaba confirmada después de casi quince años de ausencia. El Comercio y La Tarde comentaban su itinerario, el programa de actividades y los homenajes que recibiría; elogiaban sus éxitos y publicaban sus poemas en medio de la creciente expectativa popular por el próximo acontecimiento.

José, muy temprano, antes de la salida del sol, como era su costumbre, meciéndose en la silla preferida de balancín y junco, en el patiecito del corredor interno de su casa sobre la 6.a calle N.O., mejor conocida como calle del Triunfo, revisaba los periódicos de varios días anteriores mientras tomaba, en un pocillo metálico, el aromático café caliente con rosquillas. Disfrutaba las tostadas remojadas en el café negro que personalmente hervía, cuando, en ocasiones como esta, la sirvienta no atendía los quehaceres de la casa porque se ausentaba durante cuatro días al mes, para visitar a su familia en las Sierras, de donde era originaria. Esa mañana se enteró de quiénes integraban el comité para los festejos y el recibimiento del ilustre visitante, algunos conocidos, entre ellos don Manuel Maldonado, el diputado por Managua, don Hildebrando Castellón, y don Francisco Huezo. Según el periódico, un tren expreso irá con la comitiva hasta Corinto para recibirlo y conducirlo a la capital. Se dice que el propio presidente de la República se mantiene al tanto de los detalles del pomposo recibimiento.

Comenzaba la temporada del año cuando los días son más cortos y las noches largas. La gente prolongaba sus tertulias nocturnas durante el verano, principalmente ahora que, desde hacía cinco años, tenían en Managua luz eléctrica y alumbrado público. Eran, según decían desde la información oficial, parte de las obras de progreso promovidas por el gobierno liberal. ¡Puros cuentos! —exclamó para sus adentros—. Leyendo el periódico La Tarde se enteró sobre la posible quiebra de la Nicaragua Electric Company y de la amenaza de suspender la energía eléctrica en la capital; afirman que han invertido plata sin beneficio, que necesitan un arreglo con la municipalidad y el vecindario sobre las tarifas; en caso contrario, se verán forzados a suspender el servicio… ¡Subirán los precios! ¡A ese paso trabajaremos para pagar la factura eléctrica! Unos cuantos se aprovechan de la nueva necesidad colectiva, se echan los reales a la bolsa con sus lucrativos negocios… Pasaron tres décadas desde cuando se estableció, por el gobierno conservador de don Vicente Cuadra, el alumbrado con faroles de gas en las calles de la capital que sustituyó al que los vecinos colgaban de un clavo en las puertas de sus casas, ¿volveremos a esos tiempos?

…No está mal la iniciativa del señor ministro de Instrucción Pública, don José Dolores Gámez, cuando decidió celebrar en toda Nicaragua, con la mayor pompa y solemnidad, el 12 de octubre. —¡Mis respetos para el erudito tocayo! —Pregunta para sus adentros: —“¿Tendrá interés en llegar a la Presidencia el historiador y académico?; —no creo que Zelaya permita que le hagan sombra. Ojalá no se enrede en esas aspiraciones, mejor está en lo que hace…”.

Continúa leyendo noticias: “…Hubo durante el mes pasado actividades en los institutos de enseñanza del país. ‘Lo han felicitado por iniciar en Nicaragua estas fiestas…’ No faltan los inconformes… Critican la nueva celebración como sumisa y colonial promovida por los fieles herederos del extinto imperio conquistador…”.

…Ah… “estuvo el domingo el obispo Simeón Pereira y Castellón oficiando confirmaciones en la Iglesia Parroquial Santiago Apóstol…”… No se traga a Zelaya, tiene algo de razón, dos veces fue expulsado junto con varios curas, pero se la regresó con ganas, con la excomunión… eso le dolió. ¡El presidente, tan devoto de Santiago, expulsado de la Iglesia! Tan devoto es que entró triunfante con la revolución que lideró por la calle del Triunfo el 25 de julio, justo el día que se celebra al patrón de Managua, fue como pagar una promesa al mejor estilo conservador y clerical. Allí venía con los revolucionarios mi medio hermano Mariano, ¡muchacho loco! Se metió a la guerra al lado de los liberales, ¿qué habrá dicho su padre? ¿Lo habrá afectado ya viejo y enfermo! ¡Fue conservador a toda prueba! Aunque pensándola bien, su renuncia al gobierno conservador, significó guardar distancia y pronosticar el fin irremediable de ese período ante la obsesiva e ilegal continuidad del último gobernante verde…

…Me hubiera gustado escuchar la homilía del prelado… La semana pasada permanecí en la finca, alejado del bullicio urbano y de los acontecimientos citadinos… Está por comenzar el corte del café, el graniteo de los meses previos fue escaso, la maduración va a ser pareja. Es bueno y malo… Uno tiene que estar pendiente de un montón de detalles… Es verídico lo que dice el refrán: “El ojo del amo engorda al ganado”…

¡Cómo pasa el tiempo! Se cumplieron tres décadas desde el inicio del Hospital de Managua en 1877. Un año antes —dice el diario— el 2 de mayo de 1876, el filántropo don José Ángel Robleto, quien llegó a ser regidor y alcalde, puso la primera piedra del edificio y la suma de cien pesos… ¡antes sí que valían los reales! Tenía yo en aquel entonces, dieciocho años… Se necesitan más personas que imiten estos gestos emprendedores y benefactores…

Me entero hasta ahora de las viejas noticias… ¿Y qué es esta ridícula formalidad del gobernante?: “El secretario privado, Abaunza, advierte a los interesados que el señor presidente no tomará en cuenta las solicitudes particulares que le dirijan si no vienen en el papel sellado correspondiente”. ¡Absurdo!, ¡ganas de joder y hacerle el camino largo y costoso a la gente! Así son las cosas ahora, antes cagadas verdes, ahora cagadas rojas

Después de recorrer las diversas páginas impresas acumuladas durante varios días, permaneció pensativo, como diría, haraganeando; cosa inusual, últimamente sentía pesadez o cansancio. ¿Será por el peso de los años, cuando uno se acerca a los cincuenta? Esos no perdonan. Con desgano terminó el último sorbo del cigarro de tabaco oscuro que solía inhalar y saborear con lenta parsimonia, lo acababa de desatar del manojo de doce comprados ayer por la tarde donde las Reñazquitos, la surtida pulpería de doña Eliza Reñazco, frente a donde Chico Cayuco. Solía fumar dos al día, uno en la mañana, después del desayuno y el otro antes de acostarse. Quedó consumiendo los cigarrillos acostumbrados, a pesar de probar unos cuantos de la fábrica de puros y cigarros La Nacional que, desde hace dos años, entró al mercado con nuevos productos. No sintió en ellos la fuerza relajante ni la intensidad placentera que le despertaban los viejos artesanales. Lo cierto es que le agradaba ver a la mujer que atendía el negocio, la conoció en sus primeros años de escuela, a pesar que nunca intentó declararle su simpatía, —aunque ella lo sabe— y con quien decidió limitarse a comprarle lo que vendía. Fumar, más que un moderado y privado vicio, más que una distracción, era una ceremonia por la imperiosa necesidad de buscar en la intimidad del silencio, su propia compañía, para que, mientras estaba solo al comenzar y terminar el día, conversar, sin distracciones ajenas, consigo mismo.

Encontró en un escondido espacio del diario una nota titulada: “Llegaron nuevos surtidos a la librería del Mercado Central”. ¡Qué bien! Un día de estos tengo que darme una vuelta por donde don Melvin, para ver qué novedades trajo. Al pensar en libros, volvió instintivamente la vista al lado, por el estante donde los guardaba, el primero que estaba de frente era Azul… Lo jaló, leyó la página que abrió, era “Pensamiento de otoño”, comenzó leyendo en voz alta: Huye el año a su término / como arroyo que pasa, /….  …Pasa de prisa el tiempo, todos los años pasan, el actual está por terminar, en cada uno nos consumimos como el agua del arroyo que fluye incesante y de prisa, la vida es un arroyo que corre, los años son la fuerza que mueven el agua que se arrastra. ¡Qué bella y precisa figura construyó el poeta!… Más adelante encontró: Nada más triste que un titán que llora…. Y siguió así, saltando de página en página, de verso en verso, a veces en voz alta, a veces con la vista, interiorizando,… hasta que, concluida la rutina a la que sumó inusuales divagaciones, decidió, sobre lo que en un principio dudaba, que asistiría al gran recibimiento; aunque no le llegase invitación especial, se sumaría a los numerosos capitalinos que por todos lados dicen que van a asistir, según el llamado público que el Comité y la Municipalidad han hecho. Dudó porque nunca fue amigo del bullicio ni las aglomeraciones, pero creyó que el próximo acontecimiento valía la pena, más que para ver el espectáculo, para contagiarse del orgullo que el egregio visitante exhalaba. Sin tratarlo personalmente, le guardaba, al igual que la gran mayoría de compatriotas, una especial consideración y aprecio. La última vez que llegó ya la fama lo había atrapado desde la niñez y lo encumbraba más allá de las fronteras nacionales. El poeta, de veintiséis años y él de treinta y cuatro, tuvo la oportunidad de encontrarlo en la recepción a la que asistió en esa única ocasión con su padre, don Benjamín Guerra, junto a numerosos invitados, eran los últimos meses de los gobiernos conservadores, antes de la revolución liberal que cambió el rumbo de la historia.

* * *

Leyó sobre los preparativos de la visita, planificó sus obligaciones, adelantó en lo que pudo las instrucciones sobre las labores agrícolas de la finca, para permanecer en Managua desde el viernes y regresar el martes 26, “suficiente para atender las urgencias de los negocios aquí y participar en los eventos en homenaje al visitante”. Los periódicos confirmaron la fecha de arribo para el sábado 23 de noviembre en Corinto, en el vapor norteamericano San José, pasaría por León y finalmente a Managua. Las noticias capitalinas informaron que por iniciativa del síndico liberal Benjamín Francisco Zeledón, “el ayuntamiento aprobó 1500 pesos para los gastos de la recepción”. ¡Habrá suficiente dinero para un gran festejo!, —si no se lo roban—. El parque, la estación y las calles aledañas serán especialmente limpiados y decorados.

La mañana del esperado día amaneció de buen ánimo, era colorida y soleada, el cielo limpio y azul, el aire soplaba agradable, corría placentera la brisa del Xolo­tlán colándose entre las calles de la expectante ciudad. La claridad permitía ver la verde península de Chiltepe. En el horizonte el cono perfecto del Momotombo; al otro lado de la costa, la hilera montañosa de Occidente.

Después de almorzar, hizo su siesta cotidiana y pasadas las tres de la tarde salió de casa, acarició la cabeza de su perro que agitó la cola, “vendré noche” —le dijo—; aseguró la aldaba de la puerta con candado y cruzó caminando despacio las siete cuadras que lo separaban de la Estación Central del Ferrocarril.

Al lado, sobre la orilla del lago, como a cien metros al este de la Estación, fue habilitado un predio en donde fueron ubicados decenas de caballos, yeguas y mulas, en los que bajaron de las Sierras y de los caseríos aledaños numerosos campesinos con sus sombreros de palma y sus cotonas blancas, engalanados para la ocasión, silbaban, cantaban, tocaban guitarra, fumaban y se empinaban las botellas de cususa que, a escondidas de las autoridades, llevaban en sus alforjas. Podía escucharse el relincho ocasional de las bestias y los gritos de los campistas que ataban los animales en los troncos y ramas de los árboles y en los horcones habilitados para tal fin por el Ayuntamiento. A pesar de que la gran mayoría no sabía leer ni escribir, la llegada del ilustre visitante despertó el entusiasmo patriótico y cultural postergando las diferencias. Era aquello, sin duda, una gran fiesta.

Sobre las calles principales fueron colocados rótulos e inscripciones referidas al recibimiento que los negocios, los pobladores de la ciudad y las autoridades brindaban al esperado visitante. Uno pintado en letras azules, sobre un fondo blanco, colgaba una cuadra al sur del Gran Hotel de Lupone, sobre la avenida Central, decía: “La compañía de la luz eléctrica saluda al eximio poeta”. Otros escribían versos, expresaban vivas y bienvenidas al poeta en su retorno a la patria.

Al llegar, el edificio estaba abarrotado por dentro y por fuera. En los alrededores las vendedoras se instalaron para ofrecer frutas, cosas de horno, tortillas con queso, güirilas, lecheburras, cajetas de leche, chicha, pinolillo, golosinas, bebidas y comidas diversas. Permaneció de pie durante el largo rato de la espera. Mientras, saludaba con cortesía a los conocidos entre el molote, les decía “es difícil conversar por el ruido”; era su manera de justificarse para evadir las conversaciones en las que no andaba animado. Algunos permanecían en lugares más privilegiados, las sillas se acomodaban cerca del estacionamiento del tren y en el salón de la terminal, hay muchos distinguidos ciudadanos, conoce el nombre y el rostro de varios que quieren figurar, como suele suceder en los recibimientos y homenajes.

Numerosas personas reconocidas deambulan por el lugar. A algunos, obligado por la cortesía, les da la mano, a otros los saluda de lejos. El doctor Rubín, reconocido facultativo que ofrece consultas en la farmacia La Estrella Roja, en donde compra sus medicamentos, al costado este del Mercado Central; don Francisco Payán, del taller de hormadería, donde encarga sus sombreros; los hermanos doctores Paniagua Prado, del Ateneo Nicaragüense, publicación literaria que afortunadamente volvió a circular; el profesor León Aragón, quien escribe en La Tarde y el propio director, redactor y propietario del diario, el doctor Felipe Avilés; mi medio hermano menor, siempre ocupado en los asuntos del partido y del ayuntamiento como alcalde suplente, Mariano Guerra; el secretario de la municipalidad, José Luis Zelaya; el síndico municipal, coronel don Félix Pedro Zelaya; el doctor Modesto Barrios, respetable intelectual, quien ha estado publicando el interesante proyecto de Código de Comercio en el diario El Comercio; y don José María Castrillo, fundador y director de esediario, uno de los más importante del país… Comerciantes y cafetaleros de la ciudad y las Sierras, como Carlos Brockmann, mi apreciado amigo Rafael Cabrera, Daniel Frixione, Arturo Solórzano, Agustín Cerna, Vicente Zamora y Fidel Sandoval… Observa rostros conocidos. Separándose del diálogo intermitente que sostenían entre el bullicio, se percató de que el lugar se había convertido en una amena tertulia capitalina, en la que se abordaban diversos asuntos: políticos, sociales, económicos y cotidianos de la ciudad y del país…

Se entretuvo en las instalaciones físicas, en el techo, los bordes de madera, las puertas y ventanales, los acabados de la reconstruida Estación del Ferrocarril; el piso era parcialmente el mismo, algunas partes dañadas fueron sustituidas, era notoria la diferencia entre los ladrillos viejos, oscuro-quemados y los nuevos. Cintas azul, blanco y rojo cruzaban de un extremo al otro del edificio; de los bordes de las ventanas, colgaban cintillos de vistosos colores, sobre las esquinas ramos de flores amarradas con lazos que colgaban…

Recordó la tragedia de hacía cinco años. La espantosa detonación, el estruendo lo despertó y dejó aturdido durante varios minutos; le parece que fue ayer, el resplandor y el humo enrojecieron el cielo, supo después que era en el cuartel de Artillería e Infantería que estaba en un bonito edificio de dos pisos frente a la Estación Central. No quedó nada, la pólvora y la dinamita que almacenaban provocó la explosión y el incendio que destruyó el cuartel y la Estación, afectó ocho cuadras alrededor del siniestro, dicen que de los ciento sesenta soldados que estaban acantonados, solo se salvaron doce que se encontraban en la calle. Muchos vecinos se mudaron por un tiempo a las Sierras.

Al día siguiente —ante la desolación por la tragedia, el mal olor por el humo, los cuerpos calcinados y las cosas quemadas— reunió lo necesario y lo de valor y se refugió en la hacienda en donde vivió durante más de dos meses. Al regresar, encontró su casa parcialmente saqueada, los rateros asolaron los alrededores, aprovechándose de lo ajeno; afortunadamente, poco a poco la ciudad recobró la normalidad y los estragos de la tragedia, con la complicidad del tiempo, fueron disimulados, como podía verse en la reconstruida Estación…

En medio del bullicio, estuvo absorto en esos recuerdos, sin ser perturbado divagaba en el pasado, los daños en el edificio se ocultaron, es evidente la amenaza de tirar al olvido el pasado. Vuelven las viejas imágenes a partir de las tenues huellas dejadas de las que solo el agudo observador se percata. Repentinamente, volvió a donde estaba…

La gente gritó ante el rugido y el pitazo del tren que a lo lejos se aproximaba. La sirena de la terminal, en respuesta, sonaba alto e intermitente. Avanza el ferrocarril sobre los rieles desde Occidente, va disminuyendo la velocidad hasta quedar quieto con el bramido de sus máquinas que se apagan, dejan retumbar el eco y el humo que se lleva el viento. Brota vapor caliente de la parte frontal de la locomotora que jaló el elegante vagón presidencial, se diluye en la brisa fresca del lago que empuja el viento hacia el sur. Permanece estacionado bajo el amplio alero de la terminal. Las luces interiores encendidas, los pasajeros se mueven dentro, pero nadie baja aún. Sobre la escalinata esperan los anfitriones que no fueron a traerlo hasta el vapor…Saca del bolsillo del traje la leontina plateada que lleva consigo, confirma la hora, faltan cinco minutos para las siete de la noche, el tren llegó hace diez minutos, parece que el visitante será el primero en descender. Las campanas de la parroquia, tal y como estaba previsto, comienzan a repicar sumándose a la fiesta citadina por el esperado arribo del importante huésped.

Afuera, la multitud se aglomera, los policías abren con dificultad un pasadizo entre la marea humana que va desde el área de desembarco en la escalinata del tren, hasta la puerta de salida de la Estación a la calle. Se aparta a un lado, se acomoda al borde del dintel de la entrada principal, las atenciones y las miradas están para el visitante; permanece allí, observa, ve al poeta bajar, le gritan vivas y le lanzan flores, suenan incesantes los aplausos, alzan las manos con pañuelos blancos agitándose… Un grupo de bellas señoritas, escogidas de las familias influyentes de la ciudad, han sido vestidas de clásicos trajes blancos con laureles dorados en la frente, simulan a las musas de la mitología. Les sonríe a todas y pasa sobre sus cabelleras decoradas su mano… Muchos quieren acercársele, le impiden caminar, avanza despacio, continúa saludando, le siguen detrás sus acompañantes, lleva un pintoresco sombrero de palma, un traje oscuro, una bufanda gris cruza sobre el hombro, su aspecto es elegante, lo envuelven aires de prestigio y orgullo por el reconocimiento público. Vienen a su lado, entre otros, los doctores Castellón y Santiago Argüello.

Le impide caminar el montón de gente que se aglomera y empuja para acercársele y tocarlo; los uniformados, dirigidos por el comandante de la Policía de Managua, don José María Vega, tratan de poner orden, le abren paso forzando a un lado a los asistentes. Desde su posición de espectador, lo embarga el gozo común por el nicaragüense que ha llegado tan lejos y alto, siente emoción en su corazón, a pesar de la angustia por el vacío interior que no logra descifrar. Aplaude al igual que todos y hasta grita al impulso de la multitud; el poeta se mezcla temporalmente entre el gentío, no hay prisa, se toma el tiempo que quiere, se restablece el espacio para cederle paso, casi está por salir, próximo a la puerta; el espectador permanece a un lado, desde el borde de la hilera de policías y voluntarios, tiene una vista cómoda; el poeta va sonriente, lleva en la mano izquierda el sombrero cuya copa envuelve un cintillo azul y blanco, saluda con reverencia, algunos le quieren estrechar la mano y él amablemente les responde, agitándola y a veces rosando la del otro con brevedad. Se aproxima en su dirección, le emociona la circunstancia inesperada de tenerlo cerca, se quita la boina gris que usa con poca frecuencia pero ahora quiso llevar, sonríe nervioso, lo toma por sorpresa la proximidad, siente satisfacción. Darío lo ve a los ojos, entre tantos allí, lo observa; en unos instantes insignificantes las miradas de ambos se cruzan, establecen una comunicación personal que lo marcará por el resto de su vida; están a tres pasos, se acerca más. Darío saluda, por su iniciativa le extiende la mano anticipadamente, sin esperarlo están frente a frente, sin conocerse, se han identificado, no entiende por qué ha tenido esa especial deferencia, piensa que el poeta se ha equivocado, vuelve a ver al lado, pero no, es a él a quien saluda, talvez lo encuentra parecido a alguien que conoció, ¿será por mi padre? Le parece escucharlo decir: ¡Salud y paz, amigo!, ¿Cómo?, —se pregunta—, ¿Soy su amigo? ¡No lo sabía!

Este breve acontecimiento, que quizás vivieron muchos de los presentes en la Estación, ¿a cuántos habrá saludado el poeta, incluso con expresiones de afecto más prolongadas?, junto a otro suceso por venir en donde ambos encajan y se complementan, definieron para siempre el rumbo de su vida e incluso el futuro después de su muerte. Parece mentira cómo asuntos cotidianos van armando el porvenir con la complicidad del azar de las circunstancias —que se complementan y juntan como en un rompecabezas— pueden transformar a las personas o plantear respuestas a cuestiones que se cargan durante largo tiempo hasta cuando en un instante se descifran…

Comunicándose a través de la mirada, siente que lo comprende, sin saber por qué; le parece descubrir, en la confusión, claridad. Ve a un hombre encumbrado en la fama, saturado de homenajes y elogios, reconocido y, en su lúcido orgullo, solitario y triste. Entre la multitud, está solo, a pesar de la emoción que le causan los recibimientos, de la sonrisa y las manos que agita al público, que lo aplaude y lo admira; sus ojos revelan el interior que busca con desesperación para fugarse y encontrar sentido a su existencia. Parpadea a menudo, encima de las ojeras bien delineadas por sus ojos cansados, por las largas noches y las intensas tristezas. Me pregunto por la soledad de él en la multitud y la mía donde no hay nadie. ¿Cuál es la diferencia? Mientras él cuenta con el reconocimiento de aquí y de allá, de muchos lados, yo, en mi mundo pequeño, reducido y desgastante, víctima de la incomprensión y el olvido, a veces del desprecio y la ofensa, de mis prejuicios y herencias, igual que él. ¿Soy yo o son los otros? Estamos aquí, nos saludamos; iguales en nuestros padecimientos, desde distintas posiciones; en lo esencial de seres humanos: ¿llevamos cargas similares, despojados de los trajes y las pomposidades, cuando nos encontramos con nosotros sin la pluralidad? Te comprendo, amigo, ya no son tus poemas ni los escritos leídos, sos vos, porque en nuestra lejanía, tenemos una gran proximidad, llevamos los mismos dilemas que nos angustian.

¿Me hablaste al saludarme? ¿Cómo pude escucharte en medio de los gritos entusiastas de la gente y la música? Pero vi tus labios moviéndose y percibí tus palabras: ¡Salud y paz, amigo! Talvez no dijiste nada, pero lo pensaste, viendo tus ojos, sintiendo tu mano y observando el movimiento de tus labios, nos comunicamos intensamente en la brevedad de tu paso. Necesito salud y necesito paz, ambas cosas, más salud del alma que del cuerpo, una salud que no descifro, ¿Qué es la paz? Ese estado interior que se confunde y ahoga en la multitud, en la agitación y la complejidad, ambos necesitamos lo mismo, en la simplicidad y el silencio, un motivo para hacer o dejar de hacer. Eso que has dicho para mí, ¿era también porque lo pensabas y deseabas para vos? Talvez no dijiste nada de lo que pienso que sucedió, todo podría ser producto de mi imaginación de hombre viejo, solitario y cansado, no importa… ¿Qué es lo verídico?

…Al sentir su mano derecha robusta y cálida con la que escribe y saluda, en el contacto físico confirmo la fama que lo inunda. Se aleja, ve la espalda, el hombro ancho, cubierto con un traje elegante a pesar de lo apretujado del recibimiento; al salir, el gentío grita, aplaude, la banda musical continúa entonando las marchas, la gente se aglutina a su lado e inesperadamente lo alzan en hombros. Se deja llevar por la multitud ante el desconcierto de las autoridades y los organizadores. Resignados, dejan que continúe alzado en la ola humana espontánea que se vuelca con regocijo ante el ilustre compatriota. A unos veinte metros, sobre la calle, un coche queda esperándolo, lo ha enviado el señor presidente, la distancia es corta, pero el mandatario ha tenido esta especial deferencia para el poeta.

La multitud no lo deja salir del círculo que lo aglomera, lo levantan en hombros, y el poeta, complaciente ante la calurosa recepción, deja que el entusiasmo de quienes lo adulan, lo arrastre, no quiere sujetarse a la formalidad ni al protocolo, nada vale ante la improvisación popular; recorre las calles que separan la Estación del Ferrocarril y el Gran Hotel, lugar en donde los anfitriones y las autoridades le ofrecen la recepción oficial. Aplauden, agitan las palmas, le lanzan las últimas canastas de flores que niñas y jovencitas cargaban.

Frente a la puerta del Hotel Lupone, lo bajan, camina, sube las escalinatas y se ubica en el balcón, lo acompañan sus anfitriones, se notan agitados e inconformes por las improvisaciones que rompieron el programa. Hacen señas pidiendo silencio, cesan de ejecutar las melodías los instrumentos musicales, se escucha el rumor de la gente que paulatinamente se apaga y queda disperso, el viento de fines de noviembre mantiene agitadas las aguas del lago que golpean la costa y secundan el murmullo humano. El poeta hablará, un farol de luz blanca alumbra suficiente. Uno de sus acompañantes le toma con cortesía el sombrero que llevaba en la mano; ante la aclamación popular que lo recibe con inusitado y contagioso entusiasmo, se ve obligado a pronunciar unas breves palabras: “…Pueblo de Managua, la espléndida recepción que acabáis de hacerme la aprecio como un premio a mi vida errante, en persecución del arte supremo y para gloria de Nicaragua; os lo agradezco desde lo más profundo de mi alma…”. Los aplausos sonaron atronadores ante las emotivas y precisas palabras del orador… Unas banderas, llevadas por los organizadores, ondean a su lado. Hay muchos en la calle y la acera, debajo y sobre el balcón, apretujados, en la recepción y en las escalinatas.

Desde el otro lado de la calle, casi enfrente al balcón, arrinconado en una pared frontal, José observa la escena y escucha los discursos. Suma a la mirada que percibió a su manera, el eco de las palabras iniciales pronunciadas… “Un premio a mi vida errante”… “Vida errante”… “errante”… Él, errante, viajero incansable e insaciable, sin casa fija, sin hogar, sin familia, casado, viudo y vuelto a casar, yo aquí, sedentario, amarrado a la rutina, pero igual, con casa pero sin familia, conmigo y a veces incluso, sin mí… ¿Quién vos, quién yo?

Otros continúan hablando, ahora es don Manuel, el presidente del comité del recibimiento,… “Vuestra patria es sagrada para vos porque ella guarda las cenizas de vuestros antepasados…”, es un reconocido orador, su discurso florido es opacado por el griterío de la gente que comenta y aplaude antes de tiempo, aturden, no es posible escuchar nada. Darío quiere decir algo más… “solo tengo una palabra: ¡Gracias, gracias, gracias!…”.

Recuerda la frase del poeta, le resuena en la cabeza… Reconoce para sí mismo lo que interpreta: “Somos igualmente errantes desde distintas dimensiones”… Va con ella, a manera de síntesis, mientras se retira. Pasa frente a la casa que fue de su padre, donde todavía viven algunos de sus hermanos, contiguo al hotel, en donde habitó durante corto tiempo cuando terminaba su niñez y de donde salió desesperado, sofocado por las relaciones con la familia paterna, no soportó las privaciones y los desaires por ser hijo ajeno, no pudo asumir las restricciones de los espacios compartidos, y un día, decidió, en un acto de rebeldía, después de un pleito con Mariano, el menor, como la gota que rebalsó el vaso, salir para siempre. Desde la acera, a grito partido, ante la sorpresa de todos dijo: ¡Viva la Libertad! ¡Viva el príncipe Contreras! Fueron gritos de desahogo que escandalizaron al vecindario y dejaron entre los parientes incomodidad por el significado especulativo atribuido a las palabras y las circunstancias… lo rondan las incomprensiones… pensaba: “me marcharé, viviré en el anonimato y solo, ¿Qué me importa el resto si tengo libertad?”. Tiempo después reflexionaba: “¿Qué es la libertad? ¿Hacer lo que me plazca?… mis prejuicios a lo sumo permiten mi encierro particular…”.

Fue suficiente. Abandona el lugar en donde parece quedarán muchos esperando largo rato. ¿Fue coincidencia? ¡Lo saludó directamente! Siente satisfacción, orgullo, pero también una pizca de envidia, aquel hombre reconocido, tan importante, tan querido y ovacionado y él, aquí, ignorado, reducido y objeto de burlas…, con su soledad inútil y sin propósitos en su trabajo ni en su vida.

Estuvo entre el montón con lo más popular de la ciudad y lo más representativo de la intelectualidad, de la vida política y social. Se evidenció el afecto común que le muestran. Muchos asistieron por curiosidad, no faltan quienes despiadadamente lo critican y descalifican. Pesaba sobre el hombre alzado sobre los hombros la carga terrible de la fama y del prestigio, la agonía de la gloria, el placer y la incomodidad de ser reconocido y de quien todos esperan lo supremo y lo distinto; este hombre tiene dificultad para refugiarse en la privacidad, en donde, despojado de adornos y fantasías, necesita encontrarse.

Camina hacia su casa, en las calles principales hay personas dispersas, evade el gentío, hay montados que descansan junto a sus animales, otros trotan o galopan bajo la luz de la noche a sus distantes destinos, se va perdiendo a lo lejos. Grupos pernoctan en las esquinas desgranados de la multitud, comentan lo acontecido. La decoración urbana y la iluminación mejorada para la ocasión proporcionan sensación de amplitud y fiesta que provoca agrado en la ciudad engalanada que trasnochará durante largas horas, se suman al eco de la música que, desde el hotel y sus alrededores, todavía permanece y quedará hasta la medianoche.

Va despacio, se percata del cansancio en los pies; las piernas le pesan y molestan, siente hormigueo y ardor en la planta del pie, el zapato le aprieta y chima, siente calor a pesar del fresco que todavía corre, tiene sed, se le dificulta cruzar las cuatro cuadras que faltan para llegar. Han pasado casi cinco horas desde que salió de casa, esperó el arribo del tren, acompañó la multitudinaria marcha de la Estación al hotel, escuchó los discursos de recibimiento, permaneció sin sentarse largo rato, casi inmovilizado en un rincón; esa es la causa del cansancio, concluyó.

Tiene hambre, pero más sed que hambre, se le antoja un cigarrillo antes alterando la costumbre de fumarlo después de beber agua y antes de comer. Lobo, su perro, despertó al escucharlo acercarse a la puerta, el hombre agotado se va directamente a la cama, mientras camina le dice a su acompañante: “amigo, tenemos cosas importantes que conversar, hablaremos mañana, es tarde, buenas noches…”.

Tuvo dificultad para conciliar el sueño. ¿Qué ocurrió? En su cabeza dan vueltas las ideas y las sensaciones de la tarde, principalmente, el instante cuando fue saludado, la mirada coincidente que se anticipó y acompañó al saludo, y el sentido del discurso que entendió a su manera, muchos se habrán quedado con lo poético y universal de las palabras mediante las cuales disfrazó la profundidad humana e íntima que revela y comparte.

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Managua, 1960.
Obtuvo la licenciatura en Economía en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua graduándose con honores. Recibió en 1987 la Distinción Casimiro Sotelo-UNEN como mejor alumno de la Educación Superior. También realizó Especialidad en Políticas Macroeconómicas, postgrado y maestría en Administración y Dirección de Empresas en la Universidad Centroamericana, así como el Programa de Alta Gerencia en INCAE, Alajuela, Costa Rica.

Fundador de la Policía Nacional de Nicaragua en septiembre de 1979, después de participar en la lucha contra la dictadura somocista. Desempeñó diferentes cargos hasta llegar a ser Subdirector General y Comisionado General entre 2001 y 2005.

Ha escrito diversos artículos y ensayos para diarios y revistas nacionales y centroamericanas sobre temas literarios, históricos, sociales y de seguridad pública, publicando a la fecha siete libros: Policía, seguridad ciudadana y violencia en Nicaragua (ensayos y un testimonio, agosto 2004), Entre autores y personajes (ensayos literarios, mayo 2005), Rostros ocultos (novela, noviembre 2005), A 150 años de la Batalla de San Jacinto (13 ensayos y 1 ficción desde la historia y actualidad de Nicaragua, mayo 2006), Entre autores y personajes (edición ampliada noviembre 2007), Inconclusos (20 narraciones de ficción, mayo 2008), Huellas del otoño (poemario, agosto 2011).

Miembro del Centro Nicaragüense de Escritores (CNE) y del Foro Nicaragüense de Cultura y del Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica (INCH).