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Noventa en los noventa de Ernesto Cardenal

18 enero, 2015

Sergio Ramírez

– Ernesto Cardenal (1925) cumple noventa años, y la mejor manera de celebrarlo es poner en manos del lector esta antología cabalística de noventa de sus poemas, como la muestra de su largo recorrido a través de la literatura, siempre novedoso y transformador; una poesía que se ha ido completando a sí misma al armarse con distintas piezas, hasta consumarse como una obra maestra.


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Desde sus inicios, cuando en la temprana juventud ensayaba los registros de su propia voz, una de las más singulares de nuestra lengua, ya podemos advertir ese poder descriptivo que la ha caracterizado, el registro de hechos, a veces a manera de inventario, que vuelve un asunto de la poesía la exaltación de lo cotidiano, y convierte los estériles hechos de los libros de historia en materia lírica.

La naturaleza narrativa de esta poesía, que la acerca a las fronteras de la prosa y no pocas veces traspasa esas fronteras, es lo que se ha dado en llamar exteriorismo, un término que puede prestarse a confusiones pues parecería negar la dimensión íntima que esta poesía tiene, y que alcanza a plenitud cuando entra en el territorio místico, que es el de la confesión.

Lo que Ernesto hace es utilizar los elementos del mundo exterior, ese que creemos visible y palpable, para trasegarlos hacia la intimidad, o hacer que esos elementos parezcan íntimos, y que reconozcamos en ellos sus voces, la voces que nos hablan al oído y nos enseñan que aún lo más prosaico tiene un misterio, y que es el poeta quien nos sirve de intermediario a través de las palabras para acercarnos a esa dimensión desconocida.

Esta poesía, que se aleja de la abstracción para acercarnos a las emociones, poesía que tiene una memoria visual, viene a ser el fruto de la intensa lectura que Ernesto hizo de los poetas modernos de Estados Unidos, con quienes los poetas nicaragüenses posteriores a Rubén Darío (1867-1916) entraron en una temprana familiaridad. El primero de ellos es Salomón de la Selva (1893-1959), compañero en Nueva York de Stephen Vincent Benét y Edna St. Vincent Millay, y colaborador de la revista Poetry; su primer libro Tropical town and other poems, aparecido en 1918, fue escrito en inglés.

Así se abrió un camino que alejó a la poesía nicaragüense de la parafernalia modernista, siguiendo por el rumbo que el propio Darío, en su modernidad más original había enseñado, el de una poesía que admitía las formas de la prosa y aún las del periodismo, de lo que es ejemplo su larga crónica en verso de 1906, la Epístola dirigida a Juana Lugones.

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Llevado de la mano por el fundador del grupo de Vanguardia, José Coronel Urtecho (1906-1994), Ernesto conoció de primera mano a los poetas norteamericanos, de Walt Whitman y Carl Sandburg a Emily Dickinson, William Carlos Williams,  T.S. Elliot y Ezra Pound,  leyéndolos en su lengua original, poetas que ambos traducirían para Panorama y antología de la poesía norteamericana, publicado en Madrid en 1948.

Tan temprano como en 1927 esa influencia decisiva marcaría ya tanto a los poetas de la Vanguardia, surgidos en la ciudad de Granada, entre ellos Pablo Antonio Cuadra (1912-2002) y Joaquín Pasos  (1914-1947), como a los de la siguiente generación, la de post vanguardia, que junto a Ernesto componen Carlos Ernesto Martínez Rivas (1924-1998) y Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985), “los tres Ernestos”.

Pero todos ellos estarían marcados también por su formación con los padres Jesuitas, que regentaban en la ciudad de Granada el colegio Centroamérica, dedicado a formar a las élites del país y al cual acudían estudiantes que provenían de familias tradicionales, o acaudaladas. Ernesto mismo era parte de una de las familias más renombradas del país; los Cardenal se dedicaban  sobre todo al comercio, con establecimientos en la propia Granada, en Managua y en León, donde Ernesto vivió algunos años de niño debido a que su padre se ocupaba de la tienda de la familia abierta en esa ciudad.

El colegio Centroamérica impartía una educación de excelencia, excepcional en Nicaragua, que tomaba muy en cuenta la literatura, tanto clásica como moderna. Maestro de los tres Ernestos fue el padre Angel Martínez Baigorri SJ, nacido en Navarra y poeta él mismo, quien llegó a Nicaragua en 1936.

Esta antología se abre con los poemas de Ernesto emprendidos en sus tempranos veinte años, que se refieren a acontecimientos del pasado de Nicaragua traspuestos desde los textos escolares y los libros adocenados de los historiadores, pero iluminados por el sentimiento de extrañeza ante lo singular que yace bajo el polvo; una historia patria poblada por personajes que entraron en el territorio del heroísmo y fueron luego olvidados, como el campisto Aparicio Artola que tuvo un papel inesperado y fortuito en la lucha contra los filibusteros que habían invadido Nicaragua a mitad del siglo diecinueve; y, por otro lado, el mismo jefe de los filibusteros, William Walker, cuyas oscuras hazañas Ernesto rescata de las memorias del soldado de fortuna Clinton Rollins, publicadas por entregas en el periódico Chronicle de San Francisco entre 1909 y 1910. Estas memorias, escritas supuestamente en la ancianidad del soldado, resultaron ser apócrifas, y fueron compuestas por una mano anónima con datos entresacados del libro del propio Walker, The war in Nicaragua; pero Ernesto consiguió lo que se proponía, extraer de ellas toda la carga de evocación que tienen, en los albores de lo que sería su célebre estilo documental.

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Desde entonces se encamina ya hacia la poesía narrativa, y así llegará a Hora 0, un poema en distintas estancias publicado originalmente en la ciudad de México en 1957; allí recoge la herencia de la Epístola de Darío, escrita aquella en alejandrinos pareados, y ésta en verso libre que  no deja nunca su cadencia. Hora 0 es el relato de las dictaduras tropicales de Centroamérica bajo Jorge Ubico en Guatemala, Anastasio Somoza en Nicaragua, y Tiburcio Carías en Honduras, tiempos de las repúblicas bananeras cuando Estados Unidos, para garantizar los intereses de la United Fruit Company, dominaba su traspatio por medio de estos acólitos siniestros, y cuando, para los ojos del ilustre pionero de los enclaves bananeros, Sam Zemurray, los diputados eran más baratos que las mulas.

Pero también es el relato de la rebelión del 4 de abril de 1954 encabezada por civiles y antiguos oficiales de la Guardia Nacional de Somoza, en la que el propio Ernesto participó, y cuando los cabecillas fueron fusilados sumariamente unos, y asesinados otros tras largas sesiones de tortura en las mazmorras del palacio de Tiscapa, donde residía el dictador, entre ellos el héroe Adolfo Baez Bone, a quien Ernesto dedicará un epitafio en sus Epigramas.

Es aquí donde la historia presente comenzará a entrar en la poesía de Ernesto, y a tener esa calidad testimonial de muchos de sus poemas por venir; y desde ese registro de la historia que se puede ver y tocar de Hora 0, pasará en el siguiente de sus libros, Gethsemani Ky, publicado en 1960, a darnos el relato en contrapunto de su vida de novicio en un monasterio trapense de Kentucky.

Al dejar las aulas del colegio Centroamérica empezó sus estudios en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México en 1942, y luego los continuó en 1947 en la Universidad de Columbia en Nueva York, para terminar esta experiencia de formación en el extranjero con una estancia en España y otros países de Europa.

De regreso en Managua en 1950 abrió la librería El Hilo Azul, donde una de sus clientas era Hope de Somoza, a quien había conocido de soltera en Columbia y ahora era la esposa de Anastasio Somoza Debayle, hijo del dictador; y mientras tanto hacía vida de sociedad y se entregaba a las disipaciones que podía ofrecer una ciudad provinciana, clubes sociales, night-clubs, cantinas y burdeles.

Es cuando, de pronto, anuncia a sus amigos la decisión que ha madurado, de renunciar a  la vida mundana y entrar en la Trapa, adonde llega en 1957. Se trata de un cambio radical que ya no tendrá vuelta atrás, y a partir de entonces empezará a vivir una religiosidad a fondo que con el tiempo lo llevará al terreno del misticismo liberador y al compromiso político desde la fe. En el monasterio su maestro de novicios será Thomas Merton (1915-1968), quien ejercerá sobre él una influencia decisiva como guía espiritual, y con el que en los años siguientes sostuvo una intensa correspondencia. Merton murió accidentalmente en Bangkok, y en 1972 Ernesto escribiría las Coplas a la muerte de Thomas Merton.

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Thomas Merton

Bajo voto de silencio, y sometido a los rigores de la vida monástica, dedicado a la meditación y los trabajos manuales, agricultura, panadería, artesanías, en los poemas de Gethsemani Ky recuerda su vida pasada de soltero libertino. Cuando la iglesia en penumbra parece que está llena de demonios a la hora del oficio nocturno, su pasado, al que renunció al descubrir su vocación tardía, regresa a él para atormentarlo con sus viejas imágenes, y es aquí donde esos poemas inolvidables se abren hacia dos vertientes, el pasado del pecador y el presente del converso.

Su formación en el colegio Centroamérica bajo la tutela del padre Angel Martínez, así como sus estudios académicos en México y Nueva York, le abren las puertas de los clásicos griegos y latinos, y es así que traduce, como traducirá a los poetas norteamericanos, a los epigramistas latinos Catulo y Marcial, que fijarán luego la pauta de sus Epigramas, publicados en 1961 pero escritos en los años anteriores a su entrada a la trapa. Entre ellos figuran algunos de sus poemas más populares, sobre todos los de tema amoroso, como el que empieza con el verso al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido…, de ingeniosa precisión.

En ninguno de estos libros posteriores a Hora 0 dejará de evocar la opresión del poder arbitrario, que será ya en adelante una constante en su poesía, junto con la denuncia del capitalismo. En Gethsemaní Ky, a la hora del oficio nocturno no sólo regresan los pecados en bandada a su mente; también es la hora en que las luces del palacio de Somoza están prendidas, y los prisioneros políticos son torturados. Y en los Epigramas, además del ya citado que dedica a su amigo el héroe Báez Bone, el título de otro de ellos ya lo dice todo: Somoza desveliza la estatua de Somoza frente al estadio Somoza…

Por mala salud no pudo seguir en el monasterio trapense, pero no por eso renunció a la vida religiosa; siguió sus estudios de teología primero en Cuernavaca, y luego los completó en el seminario Cristo Sacerdote de la Ceja, en Antioquia, Colombia. Fue ordenado sacerdote en 1965, y siempre en comunicación con Merton, y constante en su idea de fundar una comunidad contemplativa en Nicaragua, eligió para ese fin una de las islas del archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua.

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De este tiempo de consolidación de su vocación sacerdotal son los Salmos, que se publican en 1964, escritos en el tono admonitorio de los Salmos del Antiguo Testamento pero llevando los suyos a los temas de los asuntos más trascendentales de la vida moderna; siempre la opresión, los sistemas totalitarios, el genocidio, los campos de concentración, las amenazas del cataclismo nuclear, la inmoralidad del poder económico,  la soledad del hombre moderno.

El don profético de este libro le hizo ganar miles de lectores al ser traducido al alemán y a los idiomas nórdicos, sobre todo entre los jóvenes, que debajo de la prosperidad material de la Europa de la postguerra no encontraban un sentido ético a sus vidas, y contribuyó a asentar la fama internacional de Ernesto que crecería con Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, aparecido en 1965.

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La muerte en 1962 de Marilyn Monroe, uno de los íconos del siglo veinte, cuyo cadáver fue encontrado en la cama con la mano extendida hacia el teléfono, inspiró el poema que da título al libro. Esta elegía cuenta la vida de la muchacha que como toda empleadita de tienda soñó ser estrella de cine, y abre una profunda reflexión sobre la fabricación de ídolos en el mundo del espectáculo moderno, a costa de los propios seres humanos elevados a los altares de la fama.

Luego vendrían en 1966 El estrecho dudoso. Apegándose a la letra de las crónicas de Indias y los documentos administrativos de la corona, y a la vez iluminándolos, revive episodios de la conquista y de los primeros tiempos de la colonia española, fijados alrededor de la obsesión por el estrecho dudoso, el paso hacia la mar del Sur buscado afanosamente por conquistadores y exploradores, una búsqueda que inició el propio Colón, obsedido por alcanzar la ruta hacia los territorios de Catay y Cipango en el lejano oriente; asunto pernicioso que desde entonces ha tenido  mucho que ver con la historia de Nicaragua, donde la ambición por el canal interoceánico sigue causando estragos.

Enseguida está el Canto nacional, de 1972, un largo poema que representa un homenaje a Nicaragua, en el que hay una emotiva descripción del país, de su flora, de su fauna, de su historia y de su gente; y al estar dedicado al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), anuncia la transformación del compromiso político de Ernesto, que ha avanzado ahora hacia su respaldo a la lucha armada para derrocar a la dictadura de la familia Somoza.

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De ese mismo año son las Coplas a la muerte de Thomas Merton, ya mencionadas, y en el siguiente de 1973 vendría Oráculo sobre Managua, una meditación elegíaca sobre la destrucción de la capital de Nicaragua a consecuencia del terremoto ocurrido a la medianoche del 22 de diciembre de 1972; pero también evoca el heroísmo de los guerrilleros que en diferentes ocasiones, en los refugios clandestinos de la vieja ciudad, murieron combatiendo de manera desigual frente a las tropas del ejército somocista, especialmente el joven poeta Leonel Rugama (1949-1970), quien, cuando le exigían que se rindiera respondió con el grito ¡que se rinda tu madre!

Las experiencias de su primer viaje a Cuba fueron recogidas en su libro En Cuba, aparecido en 1972, y ya su adhesión al modelo político de la revolución cubana queda expuesto en esas páginas. Luego, en su Epístola a José Coronel Urtecho de 1976, su convicción de que el camino a seguir es el del socialismo, se hace aún más evidente. Coronel Urtecho, su viejo maestro, había dictado una serie de conferencias ante representantes de la iniciativa privada en el Teatro Nacional “Rubén Darío” de Managua, y en esa epístola, entre reflexiones irónicas, Ernesto anuncia el fin de la empresa privada que impide la comuniónLos bancos impiden la comunión.

La idea inicial de organizar una comunidad contemplativa en Solentiname no había prosperado, y lo que cuajó más bien fue una comunidad campesina, cimentada en el compromiso con un evangelio liberador, que no se alejaba del marxismo. Después del Congreso Eucarístico de Medellín celebrado en 1968, tras la brecha abierta por el Concilio Vaticano Segundo, en América Latina prendió entre sacerdotes y laicos la idea de una iglesia comprometida con los pobres, que llevó al surgimiento de la teología de la liberación.

Este compromiso con los pobres, y por la liberación, iba en Solentiname más allá de las palabras. Cuando en octubre de 1977 el Frente Sandinista detonó su primera ofensiva insurreccional y los guerrilleros atacaron varios cuarteles militares, entre los que participaron en el asalto a la guarnición de San Carlos, un puerto ubicado en la confluencia del Gran Lago con el río San Juan, se hallaban los muchachos de la comunidad campesina de Ernesto, y varios de ellos resultaron muertos o capturados. Él ya se encontraba en Costa Rica, integrado al FSLN, y las tropas de Somoza incendiaron las instalaciones.

Al sobrevenir el triunfo de la revolución en 1979 fue nombrado Ministro de Cultura, y entró en conflicto con el Vaticano que exigía su renuncia, igual que la renuncia de los demás sacerdotes que ocupaban cargos en el gobierno revolucionario, entre ellos su hermano Fernando, de la Compañía de Jesús. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Nicaragua en 1983, se hizo célebre la fotografía del momento en que, con el dedo alzado en señal de admonición, el pontífice reprende a Ernesto por su desobediencia.

Permaneció en ese cargo hasta 1987, en medio de crecientes conflictos con el comandante Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. En La revolución perdida, el tercer tomo de sus memorias, que apareció en 2004, puede leerse su juicio, que es también profético por implacable, sobre quienes malversaron aquel proceso en el que se comprometió a fondo, desde su fe y desde sus convicciones espirituales, y por el que murieron esos muchachos  de su comunidad a quienes llegó a tener como sus propios hijos.

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En Los ovnis de oro, publicado en 1988, retoma algunos de los temas relacionados con las civilizaciones indígenas que se hallan en Homenaje a los indios americanos de 1969. Y de aquí en adelante su poesía comenzará a dar ese vuelco trascendental que lo lleva hasta su monumental Cántico Cósmico, de 1989, y los otros libros afines que vendrán después, El telescopio en la noche oscura, de 1993, los Versos del pluriverso, de 2005, El origen de la especies y otros poemas, de 2012, hasta Somos polvo de estrellas del mismo año, y la Saga del chimpancé, de 2013.

Es cuando alcanza las alturas de la poesía mística, esa comunicación solitaria con la divinidad que se convierte en una relación de pleno erotismo, el alma que se acopla con su creador en el más exaltado de los gozos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Pero al mismo tiempo, en su ascensión mística hay una ambiciosa exploración del origen del universo, ese cataclismo continuado que Ernesto convierte en cántico cósmico; y así como antes ha aprovechado los documentos de la historia para componer sus poemas narrativos, ahora lo que utiliza son los textos científicos, de la física cuántica a la astronomía, la geología, la biología, la antropología, para componer su crónica del universo, la tierra y sus criaturas.

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Ernesto Cardenal

En esta visión monumental, donde todo se funde y se condensa, no sólo entra la mística como íntima vivencia personal del poeta,  y entra la exploración científica de los cielos; entran también los recuerdos de su propio pasado, una revisión que vuelve a ponernos delante de muchos de los temas de sus poemas de otras etapas, la vieja Granada de su infancia, las muchachas que amó en la adolescencia, los episodios de su juventud, toda una visión cinética de ese pasado que viene a ser como un gran final de fiesta y que se funde en los misterios de la creación y en los de la existencia, del cosmos al microcosmos, de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y se funde en la misma mirada mística que busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas todas de la eternidad.

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Escritor nicaragüense. Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Fundó la revista Ventana en 1960, y encabezó el movimiento literario del mismo nombre. En 1968 fundó la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y en 1981 la Editorial Nueva Nicaragua. Su bibliografía abarca más de cincuenta títulos. Con Margarita, está linda la mar (1998) ganó el Premio Internacional de Novela Alfaguara, otorgado por un jurado presidido por Carlos Fuentes y el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas 2000, otorgado por Casa de las Américas. Por su trayectoria literaria ha merecido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014. Su novela más reciente es Ya nadie llora por mí, publicada por Alfaguara en 2017. Ha recibido la Beca Guggenheim, la Orden de Comendador de las Letras de Francia, la Orden al Mérito de Alemania, y la Orden Isabel la Católica de España.