Nuevos poetas españoles: Santiago Montobbio

1 agosto, 2008

Carátula inicia una serie de acercamientos a la nueva poesía española dando voz a sus autores y mostrando un breve ejemplo de su obra. En este caso, nos acercamos a la casa barcelonesa de Santiago Montobbio, un poeta catalán que escribe en castellano. Nacido en Barcelona, en 1966, es profesor de Teoría de la Literatura de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Publicó por primera vez su obra en la REVISTA DE OCCIDENTE en 1988. Su primer libro, Hospital de Inocentes tuvo una fabulosa acogida en el mundo editorial y en la crítica, además de los elogios que le llovieron provenientes de grandes autores como Onetti o Sábato. Otras obras son «Ética confirmada (Madrid, 1990) y «Tierras» (Éditions AIOU, Francia, 1996). Tras su segundo libro, ha tenido un largo silencio editorial hasta ahora, que vuelve a surgir con varias obras.


“La derrota es una ética que la vida considera moral el imponerla”

P: Empezaste muy joven a escribir, y lo más “peligroso”, es que desde muy joven empezaste a recibir elogios. Si uno echa un vistazo a lo que dijeron de ti gente como Onetti e incluso Cela. ¿Qué te pareció esta recepción, sobre todo tras la publicación de Hospital de Inocentes? ¿Influyó algo en tu obra posterior? Por otra parte, estos elogios no son habituales y quizá pudieron producir reacciones que no fueron positivas. ¿Cómo lo viviste?R: (Santiago conserva en la mirada el susto y el asombro de un niño, pero también la seguridad de lo que está sintiendo y de lo que va a expresar):  Esas respuestas tan positivas te alegran en su momento y también te sorprenden (porque fueron espontáneas), pero lo cierto es que no tuvieron una traducción a nivel práctico y editorial. No me permitieron seguir dando a conocer mi obra. Desde luego, no influyeron para nada en ella, porque ésta ya estaba escrita. Supongo que debió haber quien pensara lo que asegura esa frase de Schopenhauer que Albert Camus cita en sus Carnets, y según la cual “tener gloria y juventud a la vez es demasiado para un mortal”. Ante la imposibilidad de edición en España, me dirigí a esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero, como diría Sabato, y en efecto allí mi obra tuvo enseguida una buena acogida, en diversos países de Europa a través de múltiples traducciones –sobre todo en Italia y Francia- y luego también en América. Este espontáneo aprecio con que se recibió mi obra permitió también la edición exenta de dos títulos, uno en Francia y otro en México. Pero, tras mis dos primeros libros, en España tuve un largo silencio editorial, y ha habido que esperar casi 20 años –desde que fueron escritos aquellos de Hospital de Inocentes y Tierras- para publicar en mejores condiciones el reciente El anarquista de las bengalas. La edición de mi poesía se acrecentará próximamente con la aparición en la misma colección Biblioteca Íntima de March Editor de Absurdos principios verdaderos, libro completamente inédito y conformado por poemas contemporáneos de los de los otros títulos que he citado.

P: ¿Echas en falta en la poesía la figura de un agente literario con el mismo ímpetu que en la narrativa?

R: No sabría qué contestarte. De adolescente me fijé en una greguería de Ramón Gómez de la Serna: “En la Guía de teléfonos está el nombre del Mecenas posible. ¡Pero cualquiera lo encuentra!”. Vicente Aleixandre decía que la poesía no sólo no da para vivir sino que no da ni para merendar. En estas circunstancias indigentes, no creo que los agentes estén interesados en algo cuyo margen comercial es tan mínimo. En cualquier caso, y aun teniendo un agente literario, pienso que hay cosas que un escritor debe hacer él mismo, responsabilidades que no puede delegar.

P: En tu currículo uno lee que eres filólogo. Se podría esperar que esto corrompiese la poesía y la volviese un tanto erudita. La sorpresa es que no es así.

R: En efecto. No es para nada erudita ni metaliteraria. Es más, yo diría que está escrita lejos de la Literatura. Está escrita desde la vida, desde el fondo de uno mismo, en períodos en que me era difícil leer. Es completamente así: mi poesía hunde sus raíces en las más profundas pulsiones de la vida, y constituye o debería constituir su cifra y su medida, y ello la caracteriza de manera esencial. Hace muchos años, señalé que esperaba que nadie calificara a mi poesía como poesía de cultura, algo que no sabía qué era pero me parecía francamente horroroso, y lo diría de nuevo. “Es sólo la vida quien nos trae las palabras, sólo ella también/ quien nos las quita”. Antonio Gamoneda sostiene que la poesía no es literatura. También yo así lo creo, en tanto que la poesía –podríamos decir sencillamente- es la verdad. Mis poemas responden a una necesidad íntima, a una experiencia profunda y de carácter interior, y, más que cualquier filiación literaria que quiera buscárseles, ésta es de la que nacen y los conforma.

P: ¿Puedes explicar eso de cuando te era difícil leer?

R: Pues que la escribía en mi tiempo de estudiante de dos carreras (Filología y Derecho). Apartaba los libros y apuntes de Derecho y escribía varios poemas seguidos, de corrido, con profunda intensidad. En aquel entonces mis lecturas eran los libros y apuntes de clase, y la Literatura se relegaba al verano, prácticamente. Y, en tanto que fue la vida y no la literatura quien lo trajo, la modulación de su lenguaje es moral.

P: Pero eso no quiere decir que no haya referencias literarias, y concretamente a algunos autores, más o menos explícitas. Por otro lado, en tu poesía se denotan lecturas de narrativa. ¿Añoraste en algún momento ser narrador más que poeta?

R: En uno de mis poemas aparecen las novelas que escribía en verano y que al llegar octubre dejaba abandonadas sobre el radiador, y esto es completamente cierto. Las circunstancias de la vida, como, por ejemplo, carecer del horizonte de un tiempo prolongado para dedicarse a escribir –Espriu aseguraba que su trabajo le impedía consagrarse a la narrativa larga-, pueden incidir en que cambiemos de género, y a que la necesidad de expresión busque y encuentre un cauce con el que pueda ser cumplida, y que éste lo constituyan los poemas. Entiendo que el impulso narrativo de aquellas novelas pervive de algún modo en cierto tipo de mis poemas, y que la materia de algunos de ellos podría haberse encarnado también en cuentos. Así que, lejos ya las intenciones juveniles o adolescentes de la novela, creo que las posibilidades narrativas que buscaba mi manera de hacer arte se realizaron en esos poemas, y que las he cumplido y consumado a través de ellos. No tengo así nostalgia de la novela de un modo concreto. En todo caso, pienso que lo que tenía que decir lo he dicho en mis poemas, que en la poesía se ha cumplido y realizado de manera plena, y de momento, mi destino artístico.“yo no estaría vivo sino hubiera escrito los poemas que he escrito. Es sencillamente así: la poesía nos salva, y sería de esperar que salvara no sólo a quien la escribe sino también a quien la lee”

P: ¿No envidias el éxito de los novelistas?

R: Al contrario. Detestaría tener éxito con la poesía.

P: ¿Me lo dices en serio?

R: Completamente. Un poema de Ética confirmada empieza así: “Como he tenido éxito, estoy completamente abatido”Es un sentimiento profundamente verdadero. El éxito, aparte de ser una vulgaridad, me parece espantoso. Considero una fortuna que no pueda tener este peligro con la poesía, como te decía, y me está bien vivir en su condición marginal, porque me horrorizaría padecerlo. Como persona que detesta las invasiones, me parece que el éxito es una agresión, y que quizá produzca la sensación de estar basado en un malentendido. En cierto modo, a uno le sorprende que su arte agrade. Aunque supongo que está bien que así sea, no lo he escrito para esto. Ni siquiera para que me agrade a mí. Y, de hecho, mis poemas pueden no gustarme, o inquietarme: basta con que respondan fiel y profundamente a lo que siento que debía expresar. Quizá pueda resultar significativo a este respecto recordar un breve poema de mis veinte años. Se titula “Único motivo (y verdadero) de mi silenciosa, continua retirada”, y dice así: “Me aplaudían, y nada hay más molesto”.

P: Tú dices en uno de tus versos que “La derrota es una ética”, que la vida la impone como moral. El poeta, por tanto, debe ser un derrotado.

R: No sé si tiene que serlo obligatoriamente, pero sí que lo es de algún modo, quizá irremediable y profundo. Creo que el fin del arte es el fracaso. Se consuma en él. El destino y aspiración más verdaderos del artista se consuman en el fracaso, o así me parece que es de alguna manera. Por otra parte, el arte es obviamente un logro. Y una victoria. Pero lo es por algo más hondo que por el logro o perfección de su realización, y es porque el arte nos salva. La poesía y el arte nos salvan. Así quiero transcribir el breve poema “Fragmento”, porque es radicalmente verdadero: “Bien está que la poesía no interese a nadie./ Que me interesara/ yo jamás pedí a la mía./ Bastante hizo/ salvándome la vida”. Y en verdad yo no estaría vivo sino hubiera escrito los poemas que he escrito. Es sencillamente así: la poesía nos salva, y sería de esperar que salvara no sólo a quien la escribe sino también a quien la lee.

Los versos a los que te referías hablan de “qué curioso sentido puede ocultar el trayecto/ que hace que antes de impuesta/ la derrota sea una ética –y que tal vez por ello/ la vida considera al fin moral el imponerla”. Todo es o acaba en derrota, pero previa e independientemente puedo afirmar que siento auténtica repugnancia por el deseo de éxito o poder en todos los aspectos de la vida. Nada más ajeno y alejado de mis deseos e intenciones, y esta posición moral está presente, claro, y como no podía ser de otra manera, en mi poesía –y así empieza el libro Ética confirmada: “Desde siempre nací contra el poder, y más aún/ contra el poder de mí mismo”. Más que tener éxito, quisiera filtrarme por las rendijas de una sombra, y quizá una de las maneras de hacerlo sea la de escribir silenciosa e intensamente poesía, desde una profunda soledad, de un modo casi clandestino.

Recuerdo la maravillosa máxima de Paul Léautaud : “El amor siempre proporciona talento”.

P: En “Dramatis Personae”, tienes un verso que dice: “que daría la vida por aquella antigua semana de verano en que viví contigo”. El amor, que tanto aparece en tu obra, lo hace siempre por momentos. En tu poesía son presencias, recuerdos, evocaciones.

El amor es uno de los ejes temáticos de mi obra, aunque también lo es la soledad. Aparece desde diversas perspectivas. Me parece acertada esa observación sobre el amor que está presente en mis poemas como momentos de amor, y en el pasado, el recuerdo o la nostalgia de ellos (como el verso que señalas), y también acaso el deseo de próximos momentos, como presencia o elemento que salva e ilumina la vida, y la hace más respirable y libre, reducto de realización plena de la persona. Pero, a la vez, el amor es fundamento de la vida y también de la creación y las palabras, extremos que están ensamblados. En unas viejas declaraciones, Juan Carlos Onetti decía que hay un tipo de escritor que ya perdió el amor a la vida. No creo que sea un reproche que pueda hacérseme a mí. Porque el amor –el amor a la vida y también a las palabras- está en mí, y vertebra mi quehacer artístico. Yo escribo desde un profundo amor. Recuerdo la maravillosa máxima de Paul Léautaud : “El amor siempre proporciona talento”. Me gustaría pensarla verdadera en relación al arte y también adoptarla como lema general para la vida.

“Amor, soledad o miedo” son las tres palabras con que empieza un poema de este nuevo libro de próxima aparición: además de estas tres fuerzas o ejes, podríamos señalar también la conciencia de la poesía, el sentimiento del tiempo, del dolor –creador-, de la pérdida o erosión, del fracaso por el que me has preguntado, el sentir con profunda intensidad las pulsiones que la vida suscita y convoca en nosotros, la vida sentida en toda su hondura y extensión desde una particular sensibilidad y percepción, y escrita, también, desde la urgencia y la necesidad. Porque mis poemas, en la exploración que llevan a cabo de los recovecos de la existencia y las honduras del espíritu, están escritos desde una necesidad urgente, y ello puede explicar su cariz. Entiendo como una gran verdad la sentencia de Gómez de la Serna: “para ser escritor hay que saber escribir y, además, estar un poco moribundo”.

P: Tu poesía parece haberse vuelto más simbólica, más breve, pero, en realidad, siempre te das latigazos, te quejas de ti mismo. Un poco lo de todos. ¿Es posible una poesía que no sea la búsqueda del pasado, una poesía del presente?

R: (Santiago guarda silencio. Uno pensaría que no va a decir nada pero venía comenzando la respuesta en el silencio). La poesía es para siempre. No es para ahora ni para un tiempo, si logra su fruto verdadero. En mi caso, lo que caracteriza a mi poesía es la intensidad con que estos poemas fueron escritos. Son sinceros. Gusten o no –a los demás o a mí-, guardan  una estricta, profunda coherencia.  Además de sinceros, mis poemas contienen los pocos temas posibles, que diría Borges, en el sentido de que responden a unos cuantos y muy sentidos motivos, que se entrelazan y extienden a través de múltiples variaciones. Como te decía, la urgencia y necesidad con que están escritos mis poemas puede explicar el carácter sombrío de los mismos, la negrura que los vertebra en buena parte, y así podría predicarse de ellos, supongo, un pesimismo universal, una tristeza esencial, nostalgia y angustia, en un tupido entramado de sentires. Pero en ellos no sólo se encuentran estos aspectos, ya que mi poesía se distingue y conforma por muchos más elementos  y características, y principalmente entre ellos la luz que arrojan las palabras, la luz que tiene y da el arte en el delicado empleo de ellas y que es la que las hace soportables y también la que nos salva. María Zambrano acaba así su libro Claros del bosque: “Quedaba la belleza mediadora”. Y la belleza, en efecto, media hacia nosotros y hacia nuestra salvación. La belleza que hay en los poemas nos salva y nos restituye. Así quiero pensarlo.

P: Has mencionado a Borges. Antes te decía que en tu obra pueden rastrearse algunas, pocas influencias, y creo que una de ellas es la de Borges. Es muy lindo en ese poema, uno de los que más me gustaron: “Quizá en esta tierra el hombre sólo puede amarse y detestarse,/ amarse y detestarse, sucesivamente, en el orden que prefiera./ Pero esta materia da apenas para un cuento,/ y además creo que ya Borges -un fastidio-/ escribió mejor de todo esto.”

R: Mi poesía es ajena a influencias, pero entiendo tu apreciación acerca de la presencia de Borges. En ese poema que citas percibo que lo que cuento o canto recuerda o guarda semejanza con un texto de El hacedor, ese libro precioso, y por eso tiene ese final, en que se dice que Borges escribió mejor de todo esto y a la vez lo califica de fastidio. Es ambiguo, y quizá responde un poco a lo que representa Borges en la creación en nuestro idioma: una cima indiscutible, que, a la vez y como tal, además de acompañarnos y estimularnos, de algún modo también nos recorta y frena; una sombra que nos cobija pero que también sufrimos, un hito, en cierto modo un tope, que está indiscutiblemente ahí como tal y con el que tenemos que pechar, en tanto que resulta una referencia inevitable, y una presencia que no podemos eludir, aunque haya cosas de él y de su obra con las que no coincidamos o que no nos gusten. Así es en mi caso. Podemos contrastar el primer verso de mi primer libro (“No es bueno apretar el alma, por ver si sale tinta”), que implica una apuesta por la naturalidad por y en el escribir, con el título de uno de sus libros, Artificios, e inferir de ello que estamos ante dos concepciones y actitudes distintas  ante la literatura. Creo que en la mía hay un mayor enraizamiento con la vida, y quedan muy lejos de mi sensibilidad los juegos y retruécanos intelectuales de cierto Borges. Claro que él se consideraba ante todo poeta, y lamentaba que los demás no compartieran ese juicio. Yo sí lo comparto, y plenamente. De hecho, ya anunció en su día Ernesto Sábato, en una opinión que entonces pareció original, que el Borges que perduraría no sería el de las paradojas y juegos intelectuales sino el de la voz íntima, personal, que aparece en sus poemas (una voz, añadiré, que también está presente en algunos de sus ensayos o conferencias).

P: Más que el contenido, lo que llama la atención en tu poesía es el ritmo. Denota una gran formación en la literatura clásica, grandes lecturas y conocimientos, porque haces versos con una cadencia, ritmos y acentos difíciles de lograr, con gran pericia técnica.

R: Yo escribo de manera intuitiva. Si comparas mis originales con los que se publican finalmente, verás que hay muy pocas diferencias, o más propiamente ninguna. Escribo con  y en poco tiempo, y los poemas surgen como ya definitivos. 

P: Eso no te da pudor decirlo.

R: No. ¿Por qué tendría que dármelo, si es así? De hecho, el tiempo que tengo para escribir lo uso con total intensidad. En cuanto al ritmo, creo que es un elemento esencial y definitorio en la poesía, cuya génesis y raíz son musicales. Quiero decir que la poesía nace, se distingue y se conforma a través de la modulación de la voz, modulación, ésta, la de su lenguaje, que es moral y a la vez musical. Pero, como te he dicho, escribo de un modo por completo intuitivo. Carezco de la formación que me atribuyes, y no tengo ninguna en los aspectos técnicos que dices: no me he ejercitado, fijado ni practicado nunca en estas cuestiones. Los poemas me salen así de manera natural, y al escribirlos no tengo una especial conciencia de estos extremos. A la vez, creo que, en efecto, en mi poesía el ritmo es fundamental, que se conforma a través de la cadencia y de la música. De la consabida y antigua unión entre poesía y música, quiero recordar la afirmación de María Victoria Atencia, quien ha practicado ambas artes y asegura que muchas veces poesía y música son dos formas distintas de una misma intención.

P: Tus poemas a veces huelen a Barcelona, por la mañana y temprano, a alcohol. De hecho mencionas que te hubiera gustado vivir más la Barcelona de los 50. Huele a Jaime Gil de Biedma. Espero que no te moleste.

R: Para nada. Hay una coincidencia obvia y que se da: Gil de Biedma es un poeta de Barcelona que escribe en castellano, y yo también lo soy, por lo que en principio resulta fácil establecer ya de entrada alguna relación. En él está presente la Barcelona de los 50, y en un poema mío la voz que en él habla dice, en efecto, que “quizá/ porque a veces pienso que es probable/ que yo hubiera sido más leve o más feliz/ en la polvorienta Barcelona de los años cincuenta”. Tal vez esa referencia, más que literaria, podría ser social, o, mejor, de ambiente, humana, en cuanto a la Barcelona recogida e íntima que había entonces, de relaciones muy estrechas, y tal vez no es impensable que en esta afirmación (que se hace entre paréntesis, con un a veces y un quizás) haya cierta ironía, o que no me la crea del todo, aunque, en todo caso, ahí está, y acaso sí sea del todo sentida y verdadera.

“La literatura se debe estudiar según la lengua en que se escribe.”

P: “Para una teología del insomnio”, un poema incluido en Hospital de Inocentes y otro libro posterior, contiene el tema de Dios, una preocupación constante en la poesía. ¿Tú sientes ausencia de la presencia de Dios?

R: La inclusión de ese poema en dos libros, Hospital de Inocentes y El anarquista de las bengalas, es un guiño al lector, una pista que quiere indicarle que pese a los años que median entre la publicación de estos dos títulos hay una continuidad y una coherencia íntima entre sus poemas, ya que están escritos a la vez, el mismo año. En cuanto a Dios, no sabría explicarte exactamente el sentido de su presencia en mi poesía, porque resulta misteriosa para mí, lo cual, por otra parte, no es extraño, ya que el arte, como decía Luis Buñuel, vive en el misterio, y quizá Dios está presente en el mío como tal. En cualquier caso, y como sabemos desde Platón, la palabra es sagrada, y es natural que en ella Dios aparezca convocado. No he reflexionado particularmente sobre su presencia en mi poesía, aunque creo que está presente como imagen, como personaje (o quizá como naturaleza), más que en un sentido estrictamente religioso, ni siquiera –digamos- ideológico, y para encontrar más razones tendría que preguntármelas, aunque siento que es mejor que no lo haga. Así que me parece que podría responderte con la verdad y belleza que encierra una de las preciosas voces de Antonio Porchia: “Algunas cosas mías, cuando me las explico, pierden su significación”:

P: Pero no quiero que esta entrevista parezca un psiconalásis.

R: No te preocupes. Se ve que está ahí en los poemas.

P: En las tendencias de la poesía española actual, afecta, de algún modo, el tema de las nacionalidades. Tú, sin embargo, eres un catalán que escribe en español. ¿Sientes algún conflicto? A la vez, en Hispanoamérica pensamos que quizá se acentúa la condición de la nacionalidad para alejarse de la de español, porque se siente vergüenza de ser español.R: Al revés, creo que es un privilegio: una tierra con dos lenguas y dos literaturas es, sí, una tierra privilegiada, como con un doble horizonte; vivir en ella significa un enriquecimiento, y la posible desubicación o incomodidad para la clasificación que represente (ser un poeta con apellido italiano que escribe en castellano en un país en que se habla –también- en catalán) me resulta más grata que molesta. Soy barcelonés, mediterráneo, un europeo del sur, y puedo decir que pertenezco a cierta comunidad de cultura, ya que en Italia o Francia me siento en mi casa, de un modo por completo natural. De mis lecturas formativas forman parte tanto los poetas del 27 como algunos grandes poetas catalanes, e igualmente los hispanoamericanos, y señalaré que a todos los he sentido siempre como propios. No tengo ni he tenido nunca ningún sentimiento nacionalista, pero es obvio que la lengua me une de un modo tan natural como inevitable a la comunidad en que se habla, un poco del modo que en su “Díptico español” cantó el exiliado Luis Cernuda (“No he cambiado de tierra,/ Porque no es posible a quien su lengua une/ Hasta la muerte, al menester de poesía”). La lengua, que, en tanto que escritor, es mi pan, y por la que siento una especial sensibilidad, es una, igual que su literatura, ya que la literatura española no es sino la escrita en español, y todos los escritores que en él se expresan conforman una comunidad natural, que constituye una de las aportaciones más altas a la literatura universal. Porque la cuestión de la lengua resulta definitoria y capital. De hecho, Jean Cocteau afirmaba que un escritor debería tener sus lectores sólo entre las personas que hablaban su lengua, y quiero recordarlo porque me parece que es fundamentalmente cierto. Y ésta es una, y así he afirmado que he sentido siempre tan míos a los escritores españoles como a los hispanoamericanos, como es natural y sabio que así sea. No obstante, con frecuencia padecemos desviaciones y actitudes equivocadas que provienen de la política cultural, y que agreden, dificultan y complican que esta realidad (que es sencillamente así) tenga un pleno cumplimiento y desarrollo. Así, mencionaré que cuando estudiaba Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, en toda la carrera sólo había una asignatura –y optativa- de Literatura Hispanoamericana, que englobaba a toda ésta. Era completamente absurdo, ya que la literatura no debe estudiarse siguiendo un criterio geográfico, sino según la lengua en que se escribe. Tenemos, igualmente, otros absurdos desde un punto de vista de cultura, como es el que haya dificultades para que se editen en España a autores hispanoamericanos, o para disponer de las ediciones realizadas en sus países. Yo debería poder comprar en una librería tanto la poesía completa de Juarroz o Girondo como de la Machado o Alberti, pero no es así. Son, como digo, imposiciones y absurdos de la industria editorial o de la política cultural.

P: Gracias Santiago. Espero que tu poesía te lleve a una exitosa derrota, según tus principios.


POEMAS DE SANTIAGO MONTOBBIO

Estos poemas inéditos forman parte del libro Absurdos principios verdaderos, de próxima aparición en la colección Biblioteca Íntima de March Editor.

A ESPALDAS DE LA LUZ

A espaldas de la luz te lo diré de nuevo.
A espaldas de la luz y hasta el cansancio.
Inútil rostro ciego o de la noche,
la lluvia ya no recuerda memorias de niño,
ojales pequeños para tibias carnes de risa,
yedras con luna, cielos sin muros.
Rostro de la noche y ciego.
Espaldas, arañas, infinitos miedos.
A espaldas de la luz cavo agujeros.

RECUERDO

Luna adentro del pozo, soledad poblada,
piel, hielo, alba y laboriosa araña.
Pues recuerdo que fijé adioses,
que pasajero fui de besos y amenazas
mucho antes que el balcón
a todas las puertas anulara.
Luna, estanque, amor, soledad poblada.
Pues recuerdo. Pues te amé.
Llama, daga. (Y soledad poblada).

EN LOS MÁRGENES DEL PAPEL

Papel que la noche arroja,
papel con la luz a veces,
papel o fuego o más bien
la salvación triste
que a los huérfanos les queda:
hospital del pájaro al que el silencio acecha
y donde las infancias como todo cuelgan,
hospital inocente, rostros que fuiste,
abandonos de nombre –amores, historias, murallas,
lunas de ventanas muertas-, locuras
pequeñas, último hospital, papel y fuego,
hospital sin fin, caridad perdida. O refugio triste,
papel o nadie, afonía seca, antiguos locos
que perdió tu historia, aquello que eres y el tiempo
te prohibió que fueras, poeta y martirio, hospital,
papel, hospital antiguo, hospital de sombras,
hospital de inocentes.

LAS LARGUÍSIMAS UÑAS DEL QUE ES SOLO
(y ningún sueño ya las muerde)
en la pizarra del corazón chirrían.
Pero nadie tiembla. Ningún niño
hay ya que llore. (Los adentros hace
demasiado tiempo que están muertos).
En mi noche no cabe ya más noche
y en este abandono de compases
la vida es un papel que ni los ciegos
del revés leen. El sexo del agua
es excesivamente estrecho
y es, también, de un incoloro obsceno.
Un día quizá sí tuvo nombres, ciudades,
también rostros. Quizá un día
sí tuvo todo eso. Pero yo
no lo recuerdo. En mi noche
no cabe ya más noche, nada me queda
tras el último fuego; y sé que aún
desaparecerán calles en mi rostro.

NO QUEDA YA JUSTICIA. PERO EL POETA LO SABE,
lo sabe sabe, igual que la vida se pierde así,
tras juegos olvidados, en cualquier parte,
o puede ser que acaso no recuerdes los pájaros
y huidas que abrían mundos
para que generosos sueños
de miradas los poblaran. Sí: no queda
ya justicia, pero al menos porque lo fingen
cuentos ha de haber aún planetas
en que las cenizas estén
en nunca o lejos. Pero sí. Pero no.
Pero a través de las caducas películas
con que nos escuece el rostro el tiempo
el poeta sólo sabe
que en el destierro es, o que no es nadie.

DE LA VIDA SÓLO SÉ QUE ESTÁ MUY LEJOS

Los mismos balcones siempre por mucho que digas
Los mismos balcones los continuados suicidios
Aquel amor que no supe corresponder
Aquel amor que no supe dejar que no se fuera
Aquella muerte aquel amor aquel amor
La noche se persigue sin remedio a sí misma
Sobre la lluvia la soledad se ensaña
Las cabinas de teléfonos hacen ver que comprenden
En olvidados ojales suspira la muerte y sus nenúfares
Todo anillo tiene forma de sangre
De la vida sólo sé que está muy lejos

EL ÚLTIMO POEMA

Testimonio único de lo que se obstina en negar
la vida, caído adiós, enferma naranja,
roída sombra, poeta o suicida
desde bien adentro sabes
que para escapar a tu locura
tendrás que hacer de trenes ciegos
un invisible pliego
donde el cuerpo escriba
sus últimos versos.

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.