franklin caldera

La Espuela: un lugar en el sol

28 noviembre, 2018

Este mes de diciembre se cumplen 46 años del terremoto que destruyó nuestra ciudad capital en la madrugada del 23 de diciembre de 1972. Como un pequeño homenaje a la ciudad donde nací, crecí y viví hasta los 35 años, ofrezco esta breve reseña sobre La Espuela, un salón cervecero en el centro de Managua que sirvió de punto de reunión a los capitalinos con tendencia a la bohemia conversadora, especialmente publicistas, arquitectos, abogados, periodistas y algunos poetas que ocasionalmente necesitaban un punto de reunión diurno alternativo a la mítica Cafetería La India. Imposible recordar la Espuela sin pensar en nuestro amigo Sam Barreto, personaje multifacético de una capital sobre la cual pendía una espada de Damocles.


 

Si bien la Cafetería La India fue guarida definitiva de poetas y pintores; entre los refugios alternativos destacaba La Espuela, que abrió sus puertas a finales de la década de 1960. Situada en el costado norte de la primera calle Noroeste, entre la Avenida Bolívar y la Roosevelt, era un salón cervecero de ambiente muy personal (puertas basculantes, como en las cantinas del viejo oeste norteamericano), donde, desde el mediodía hasta entrada la tarde, se podía disfrutar de bocas típicas nicaragüenses entre jarras de cerveza bien fría. La barra quedaba a mano derecha. En el extremo derecho de la barra había una tarima. Allí cantaba ocasionalmente Marina Cárdenas, «la gordita de oro».

El concepto fue idea del arquitecto y publicista Sam Barreto. La propietaria, a nivel de acciones, era la Cervecería Victoria. Técnicamente, Sam se encargaba del marketing, pero el mayor recurso promocional del local era su propia presencia. Además de ser sumamente culto, tenía una cualidad muy rara entre sus compatriotas: Sabía escuchar. Por la forma en que actuaba, ―una especie de gestor y administrador― para muchos, Sam era el propietario, aunque él nunca dijo que lo fuera.

Entre los ejecutivos y profesionales de diferentes generaciones que visitaban La Espuela, pasan por la memoria Charles Pierson Cuadra, diplomático y director de la Alianza Francesa (padre del cineasta Pierre Françoise Pierson Vílchez), Enrique Vanegas Guevara, gerente comercial de SOVIPE; el Ing. Bayardo Cuadra, el nicaragüense que más sabe de cine, música, deportes y muchas cosas más; el destacado zoólogo (naturalista) Jaime Villa Rivas; Raúl Arana Selva; el (voluminoso) radioperiodista de origen húngaro, Laszlo Pataky, mezcla de Hemingway y Orson Welles (en 1951 Laszlo publicó Los duros, sobre sus experiencias en la Legión Extranjera), Tulio Solórzano Santos (Director de Estudios Económicos del Infonac), los abogados Gonzalo Solórzano Belli, Donaldo Guerrero García, Edgard Sotomayor Valdivia (llamado cariñosamente Penalón por sus alumnos de Derecho Penal en la UCA), Domingo Jarquín (el Sunday, para los amigos) y Gustavo Adolfo Vargas Escobar (hijo del Dr. Gustavo Adolfo Vargas López, fallecido en el terremoto del 72. Esa misma mañana el Dr. Vargas López había hecho el examen de Derecho Notarial a los alumnos del último año de la Facultad de Derecho de la UCA, entre los que me encontraba yo).

Muchos de los poetas asiduos a La India se resbalaban por La Espuela; pero algunos preferían este local: Mario Cajina Vega, Octavio Robleto, Carlos Perezalonso, Francisco de Asís (Chichí) Fernández Arellano, el cinéfilo (siquiatra) y «poeta mudo», Ramiro Argüello Hurtado, y Ana Ilce Gómez.

Pero, como recuerda Edwin Yllescas Salinas, los publicitas eran los amos y señores: Róger Fischer, María del Pilar (Pilú) Ocampo (directora de la revista NOVA), Salvador Montenegro, Bosco Parrales, Reynaldo Morales Bermúdez, Jacinto «el sapo» Ríos y Abel Gutiérrez (ambos actualmente consuegros), entre otros. Comentó Edwin: «Si alguien quería ver a un poeta, lo buscaba en La India. Si quería ver a un publicista, lo buscaba en La Espuela».

En la acera frente a La Espuela, es decir, en el costado sur de la primera calle Noroeste, Sam tenía las oficinas de su agencia de publicidad Art-Técnica, en el 4to. piso del Edificio Mil, contiguo al almacén Carlos Cardenal (con la única escalera automática que había en la Vieja Managua). En esa misma acera se encontraban, en dirección oeste, el 113 (único club de llave de la Vieja Managua), El Colonial y la cafetería Evertsz.

En la misma acera de La Espuela se encontraban, entre otros negocios, Sovipe Comercial, en la intersección con la Avenida Roosevelt (cruzando la cual estaba el Banco de América, en la famosa esquina de «los coyotes», como se conocía a los compradores/vendedores de dólares), el Almacén Dreyfus, la Repostería Alemana y el Edificio Guerrero Montalbán.

Sam Barreto nació en Matagalpa (la Perla del Septentrión) el 14 de noviembre de 1927, hijo de Julieta Argüello Peñalba y Samuel Barreto Portcocarrero. La familia era dueña de una mueblería llamada La Oportunidad, ubicada del Almacén Deportivo, 75 varas abajo. Hizo su secundaria en el Instituto Pedagógico de Diriamba (de los Hermanos Cristianos de La Salle).

Hombre de gran sensibilidad, Sam representa el caso típico del joven de vocación artística, perteneciente a una familia acomodada, que, por presiones familiares y circunstancias de la vida, se ve obligado a estudiar una carrera productiva en lugar de dedicarse por entero a su vocación. El resultado de esto es, con frecuencia, que la persona no logra desarrollarse plenamente como artista y, en muchos casos, tampoco como profesional. Los muchachos con facilidad para el dibujo eran enviados al exterior a estudiar arquitectura; los inclinados hacia las letras, se quedaban en Nicaragua estudiando derecho (por eso abundan en nuestro medio los poetas-abogados).

Su primer maestro de pintura fue su tío Pastor Peñalba, optometrista, padre de Rodrigo. Genaro Amador Lira le enseñó algunos principios básicos de escultura. Siguiendo recomendaciones de su padre, abandonó sus estudios de pintura en Nueva York para estudiar arquitectura en la Universidad de Illinois, donde se graduó. En los años 80, diseñó planes estratégicos para Managua; como publicista utilizó novedosas prácticas de mercadeo, hoy generalizadas.

Nos dijo su hija Ximena (la madre era Ligia Chamorro Cardenal, hermana de Pedro Joaquín, con la que Sam estuvo casado de 1953 a 1979): «La pintura y la fotografía fueron para él, más que hobbies, parte esencial de su vida, de su naturaleza creativa». A finales de los 60, en Cádiz, participó en la exposición denominada «Los Grandes del Dibujo», en la que también se expusieron obras de Joan Miró y Picasso. A los años 80 pertenece su colección de litografías inspiradas en Miró, así como la serie de fotografías en blanco y negro de personalidades de la cultura nicaragüense (Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtecho, Ana Ilce, Alejandro Aróstegui, Dino Aranda, Leoncio Sáenz…). Dos de sus hijos son fotógrafos profesionales. (El 4 de noviembre de 1969, Ximena viajaba en el avión secuestrado por los sandinistas Carlos Guadamuz y Pedro Aráuz, y llevado a Gran Caimán).

Bien podría decirse que Sam fue uno de los nicaragüenses que mejor supieron aprovechar la atmósfera de liberalidad y experimentación ideológica de los años 60, manteniendo siempre ese distanciamiento que fue parte de su personalidad.

También se distinguía por su elegancia. Era frecuente verlo con cazadora kaki tipo “safari”, botines de los Beatles, gafas italianas y pañuelo al cuello. Por su aspecto de galán maduro, su aire nonchalant y el estar ligado a una boîte, fue lo más cercano que tuvimos al Rick Blaine (Humphrey Bogart) de Casablanca, película que en los años 60 logró despertar entre la juventud de América y Europa un fervor que no generó en la época de su estreno (a pesar del Oscar como mejor película de 1943).

No es casual pues que, en 1976, Sam abriera, con otros socios, una discoteca en el Camino de Oriente denominada Casablanca. Allí funcionaba los martes el Cineclub Experimental que el autor de esta nota fundó con varios jóvenes aficionados al cine: Carlos Ulvert Sánchez, Eduardo Montiel Morales, Enrique Vanegas Goussen, Lorenzo Guerrero hijo, ya fallecido, Pedro Belli Alfaro (tío de Gioconda Belli), Arturo Portocarrero Barreto, Clarisa Álvarez Sacasa, hermana de la cineasta María José Álvarez, Rafi Montealegre Bernabé, Lucienne Saballos y Teresa de Jesús Torres Mayorga.

Después de su divorcio, Sam fijó su residencia en una casa cercana al restaurante Los Ranchos, donde estaban los talleres de Art-Técnica. La casa estaba decorada con un estilo ecléctico. Allí residió en compañía de una joven egipcia de nombre Mirrt, madre de su hija Mariana, llamada así en honor al bisabuelo de ésta, el destacado intelectual y filólogo leonés, Mariano Barreto.

Cuenta su prima hermana, Dolores Argüello, que la casa tenía una pared repellada pero sin acabado fino y sin pintar, que le servía a Sam para catar el refinamiento de las personas que lo visitaban, según la reacción ante la pared. Las que reconocían su valor como parte integral del decorado, eran personas con sensibilidad artística. Los visitantes que preguntaban cuándo la iba a pintar, eran filisteos.

Recuerdo una tarde en la Espuela, bebiendo con un grupo de amigos, entre los que se encontraba Ramiro Argüello. Sam nos contó que había regalado dos cuadros pintados por él a un matrimonio amigo. Un día se metieron los ladrones en la casa y se llevaron todo, excepto los dos cuadros. Ramiro comentó: «Los ladrones: o tenían buen gusto o tenían mal gusto».

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Poeta, ensayista, traductor y crítico de cine. Es abogado. Desde 1968 publica en La Prensa Literaria poemas, críticas literarias y de cine y traducciones de poesía en lengua inglesa. Fue uno de los asiduos de la cafetería La India, el emblemático sitio de reunión de los poetas y pintores de la Generación del 60 y leyó sus poemas en La tortuga morada, la primera discoteca de la Managua de antes del terremoto.
Desde temprana edad tuvo gran afición por el cine y junto con Ramiro Arguello es uno de los auténticos y últimos cinéfilos y contadores de películas de nuestro tiempo. Ha escrito numerosas críticas y crónicas en revistas nicaragüenses e internacionales y ha participado en seminarios junto a cinéfilos de la talla de Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig.
En 1983 escribió con a Ramiro Arguello, Datos útiles e inútiles sobre cine; en 1996, Luces cámara acción: cien años de historia del cine. Guarda un libro de poesía a la espera de publicación. Es co-editor, con Ligia Guillén, de la revista “Poesía Peregrina”. Reside en la Florida desde 1985, donde goza de los constantes reestrenos de películas noir. Es miembro del equipo de Carátula y colaborador permanente de su sección de \”Cine\”.