Panorama de la narrativa de mujeres centroamericanas
14 septiembre, 2021
En México se da un vacío acerca de la producción literaria de las escritoras centroamericanas. Se conoce la producción de autoras sudamericanas, se ha realizado abundante crítica sobre ellas, pero se da un gran desconocimiento acerca de las aportaciones de las centroamericanas a pesar de la cercanía y posibles afinidades. En los estudios pioneros acerca de la producción literaria de escritoras latinoamericanas, realizados por Aralia López y Sara Sefchovich, son incorporadas, aunque en su mayoría tratan de autoras sudamericanas y mexicanas.
Sara Sefchovich publica una antología de cuentos en dos tomos de narradoras latinoamericanas denominada Mujeres en espejo. En el primer tomo (1983) de 27 escritoras seleccionadas se encuentran tres centroamericanas: las costarricenses Julieta Pinto y Carmen Lyra, y la panameña Moravia Ochoa. En el segundo tomo (1985) de 32 escritoras son cuatro las centroamericanas: la hondureña Argentina Díaz Lozano, Yolanda Oreamuno de Costa Rica, Teresa López de Vallarino de Panamá y la guatemalteca Leonor Paz y Paz.
Aralia López escribe uno de los primeros textos que tratan del desarrollo de la escritura de mujeres latinoamericanas, si bien el texto es escrito en 1976, se publica en 1985. De la intimidad a la acción. La narrativa de escritoras latinoamericanas y su desarrollo analiza la producción novelística de trece escritoras, entre las cuales se encuentra la costarricense Yolanda Oreamuno.
Sin embargo, la crítica contemporánea las ha olvidado. Son dos las instituciones mexicanas que han generado las revistas y textos de crítica literaria sobre escritoras latinoamericanas: la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y El Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México.
La primera institución publica en la Revista Iztapalapa un número monográfico denominado Escritoras Latinoamericanas (1995). La publicación reúne ensayos sobre la obra de dieciséis escritoras de México, Perú, Brasil, Puerto Rico, Cuba y el Cono Sur. Las centroamericanas se encuentran ausentes.
Mujeres latinoamericanas del siglo XX. Historia y Cultura (1998) es una obra en dos tomos que surge de la misma institución en coedición con La Casa de las Américas de La Habana, Cuba. La obra reúne más de ochenta trabajos que en su mayoría abordan la literatura de mujeres en el continente. Respecto a las centroamericanas, solo aparece un ensayo sobre los cuentos de la costarricense Emilia Macaya que escribe Catharina Vallejo, investigadora de Concordia University de Canadá.
En 1999, El Colegio de México publica una compilación de ensayos denominada De pesares y alegrías. Escritoras latinoamericanas y caribeñas contemporáneas que analiza la obra de dieciséis escritoras, catorce narradoras y dos poetas. Se incluyen ensayos sobre la poeta panameña Diana Morán y sobre la narradora costarricense Rima de Vallbona.
Un panorama más amplio lo ofrece la antología 17 narradoras latinoamericanas (1996) que surge de una Coedición Latinoamericana asesorada por Ramón Acevedo y auspiciada por CERLALC/UNESCO, que se reimprime en México en 1998. Se encuentra producción cuentística de la salvadoreña Claribel Alegría, de la guatemalteca Isabel Garma y de la costarricense Carmen Naranjo.
Pareciera que sólo existen unos cuantos nombres: Las costarricenses Carmen Lyra (1888-1949), Julieta Pinto (1922), Yolanda Oreamuno (1916-1956), Carmen Naranjo (1931-2012), Rima de Vallbona (1931) y Emilia Macaya (1950); las panameñas Teresa López de Vallarino (¿?), Moravia Ochoa (1939) y Diana Morán (1932-1987); la hondureña Argentina Díaz Lozano (1912-1999); las guatemaltecas Leonor Paz y Paz (1932-) e Isabel Garma (1940-1998); y la salvadoreña Claribel Alegría (1924-2018).
Sin embargo, cuando se inicia la búsqueda, surgen numerosas autoras con una producción de gran calidad e incluso que han innovado en cánones de escritura no sólo en relación con la escritura de mujeres sino en la literatura de su país. Un primer acercamiento al estado de la cuestión de la narrativa de mujeres centroamericanas permite conocer la producción de 116 autoras que se ubican como sigue: diecinueve narradoras hondureñas, veintiún guatemaltecas, treinta y dos costarricenses, doce salvadoreñas, once panameñas y veintiún nicaragüenses. No es el objetivo de este ensayo el rescatar las aportaciones de estas autoras, pero sí mostrar algunas de las contribuciones más significativas de las narradoras centroamericanas en la historia literaria de la región.
Se iniciará el recorrido con las observaciones que Nydia Palacios y Barbara Dröscher realizan acerca de la producción literaria de las narradoras centroamericanas. Ambas investigadoras, desde diferente perspectiva, ofrecen un panorama actual de la literatura de mujeres de la región, señalando cuales son las obras y autoras más importantes. Posteriormente se procederá a rescatar, en lo posible, la figura de la primera narradora de cada país para finalmente proceder a presentar un panorama sintético de la narrativa de mujeres de cada uno, aclarando que en esta apretada síntesis no se pretende agotar el universo de escritoras antes mencionado, sino apenas señalar las más importantes y los posibles ejes temáticos en los que se ubican.
LA CRITICA LITERARIA CENTROAMERICANA Y LA NARRATIVA DE MUJERES
La crítica literaria nicaragüense Nydia Palacios Vivas analiza la producción femenina en Centroamérica en el género de la novela, seleccionando a las que considera las autoras y obras más representativas de cada país, aquellas que constituyen un legado de la historia de la literatura centroamericana y en particular de la literatura de mujeres.
La hondureña Lucila Gamero de Medina (1873-1964) es la primera mujer centroamericana que escribe cuento (1894) y novela (1897). Además, es una autora que, ya en 1903 con Blanca Olmedo, elige a la mujer como sujeto de su narrativa, concediéndole un espacio para expresar su desacuerdo con la ideología patriarcal. En Costa Rica, la narrativa femenina se inicia con Carmen Lyra (1888-1949), sin embargo, es Yolanda Oreamuno (1916-1956) la que transgrede las normas estéticas tradicionales. Es la primera en este país, entre el conjunto de escritores de ambos sexos, que rompe con la temática regionalista, sustituye los personajes masculinos por femeninos y les ofrece un espacio para expresar sus dilemas existenciales, penetrando en la psique de sus protagonistas. Oreamuno es la primera escritora vanguardista de Costa Rica y representa uno de los principales antecedentes de la vanguardia centroamericana. La novela La ruta de su evasión (1949) realiza una crítica de la dominación patriarcal y se rebela ante la condición de la mujer como posesión del hombre: cosificada, silenciada e invisibilizada. Oreamuno no encuentra una salida a esta situación, solo la autodestrucción o la muerte.
Carmen Naranjo (1931-2012), considera la investigadora, es la escritora costarricense más representativa de ese país. Su novela Los perros no ladraron (1966) relata la vida de un empleado atrapado y aplastado por la maquinaria burocrática. Naranjo escribe toda su obra asumiendo el punto de vista masculino. Entre sus aportes se encuentra su interés en mostrar, a través de la vida de sus personajes, el funcionamiento de un sistema desprovisto de valores.
Julieta Pinto (1922) es otra de las autoras costarricenses que en la narrativa ha realizado grandes contribuciones a la historia de la literatura de su país. Pinto empieza a publicar a finales de la década de 1960 y su producción es constante hasta el presente.
En Guatemala destaca la presencia de las escritoras Argentina Díaz Lozano (1912-1999), Elisa Hall de Arévalo y Malín D’Echevers (seudónimo de Amalia Cheves) cuya aportación principal radica en el hecho de haberse incorporado al panorama de la novela guatemalteca de predominio masculino.
Rosario Aguilar (1938), de origen nicaragüense, es la primera escritora centroamericana que aborda la temática de la guerrilla en la novela El guerrillero (1976). Al igual que antes lo hiciera Oreamuno, Aguilar penetra en las mentes de sus protagonistas que son todas mujeres. A lo largo de su obra se puede observar un proceso de concientización de las mismas que culmina con Siete relatos sobre el amor y la guerra (1986) en los que se encuentran heroínas combatientes que han madurado política e ideológicamente. Este rasgo de Aguilar lo compartirán, posteriormente, las heroínas de Gioconda Belli y de Claribel Alegría.
En La mujer habitada (1988) de Gioconda Belli (1948), las mujeres participan en la revolución asumiendo el liderazgo político y formando parte de comandos militares, al igual que los hombres.
Entre los aportes de Claribel Alegría a la narrativa femenina de El Salvador Palacios señala, se encuentra la problemática planteada acerca de la condición de la mujer anulada por el marido y los prejuicios sexistas y de clase. Esta situación no se resuelve en la primera novela Cenizas de Izalco (publicada en 1966 en España y en 1976 en El Salvador) sino hasta No me agarran viva (1983). La escritora iguala la condición de la mujer y el campesino. Los considera como seres marginados sufriendo, las primeras, el rigor del poder patriarcal; y, el último, el poder de las fuerzas políticas represivas.
La escritora panameña Gloria Guardia (1940-2019) al igual que antes lo hicieran Rosario Aguilar, Gioconda Belli y Claribel Alegría, desarrolla la novela de tema guerrillero en su obra El último juego (1977). El protagonista es el encargado del régimen militar cuya residencia es tomada por asalto por un comando guerrillero. A través de la mirada de éste, el lector palpa las crisis políticas e ideológicas de la sociedad panameña. La riqueza de la novela radica en la experimentación con el lenguaje y la forma, que la autora realiza: multiplicidad de planos narrativos, intercalación de un relato dentro de otro y la técnica de collage.
Finalmente, señala Palacios, todas estas escritoras, en mayor o menor grado, rompieron las barreras que imposibilitaban la libre expresión de la escritura femenina con plena conciencia del oficio narrativo, contribuyendo de esta manera al desarrollo de la literatura de los seis países centroamericanos (Palacios, 1998: 91).
Barbara Dröscher de la Universidad Libre (Freie Universität) de Berlín estudia el cambio de la literatura escrita por mujeres en América Central, a partir de la década de 1970 hasta el presente. Encuentra que una figura literaria femenina frecuente y central en la literatura centroamericana es una protagonista huérfana.
Las más conocidas de estas figuras son Mariana en El último juego (1977) de Gloria Guardia; Olga en Sobrepunto (escrita en 1976 y publicada en 1986) de Carmen Naranjo; y Sofía y Melissandra en Sofía de los Presagios (1990) y Waslala (1996) de Gioconda Belli.
La investigadora señala que al principio de los setenta todavía se sentían los efectos de los proyectos democráticos de los cincuenta que fueron interrumpidos ya sea por gobiernos autoritarios u obstruidos por la burocracia. Estas aspiraciones democráticas quedaron grabadas en una generación de intelectuales, que los unió a los impulsos del movimiento de 1968 de los Estados Unidos y Europa. Lo anterior hizo posible, entre otras cosas, una revaloración de la posición de la mujer en la sociedad. El cambio de roles de la mujer llevó a una ruptura con el concepto tradicional de la mujer en ciertos círculos de las clases alta y media. Los textos de estos años dejan ver que este proceso se mostró especialmente en el rehusamiento a aceptar la alternativa, o virgen o madre, como única opción (Dröscher, 1999: 183).
El comportamiento sexual de esas figuras literarias huérfanas es de mujeres que insisten en el derecho a expresar su propio deseo sexual y que no respetan las normas morales impuestas a las mujeres en la sociedad centroamericana. Ellas contradicen las normas sexuales de continencia y de castidad antes del matrimonio, de fidelidad conyugal y de pasividad sexual.
La capacidad para transgredir los límites parece resultado de la pérdida de los padres, y especialmente la de la madre. De esta manera la ruptura en la relación tradicional entre madre e hija se muestra como una condición previa para el desarrollo de una erótica femenina y un anhelo sexual activo y agresivo de estas mujeres(Dröscher, 1999: 187).
Otras características de estas figuras que se encuentran marcadas por el afán de autodeterminación son: Las mujeres son de la clase alta; se encuentran de cierta manera extrañas en su propio país ya sea porque han sido educadas en el extranjero o por el contacto cercano con otras culturas más desarrolladas; y como transgresoras de los límites culturales y las fronteras nacionales ocupan una posición marginal en la sociedad. Ambas investigadoras, Palacios y Dröscher, ofrecen posibles categorías a partir de las cuales poder ubicar en temáticas al numeroso conjunto de escritoras centroamericanas.
Las primeras narradoras centroamericanas
El objetivo de este apartado es el de proporcionar un primer acercamiento a las autoras de narrativa, cuento y novela, de los seis países centroamericanos con la finalidad de conocer las aportaciones que la literatura escrita por mujeres ha tenido en la historia de la literatura. Se ordenarán según el año en que surgió la primera mujer narradora de cada país respecto al conjunto. La pauta la proporciona Honduras y Lucila Gamero que publica cuento en 1894 y novela en 1897; Guatemala y Magdalena Spínola que por primera vez publica cuento en 1915; Costa Rica y Carmen Lyra que publica su primera novela en 1918; El Salvador y María Guadalupe Cartagena que publica novela en 1927; Panamá y Graciela Rojas Sucre que publica cuento en 1931, y, por último, Nicaragua y Carmen Mantilla que publica novela en 1935.
La narrativa centroamericana de mujeres se inicia con Lucila Gamero de Medina (1873-1964), escritora hondureña a quien le corresponde el honor adicional de publicar la primera novela de su país. Adriana y Margarita (1897) fue financiada por su padre e impresa por la Editora Garault de París, el único tomo que se conoce se encuentra en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en Washington, D.C. La novela Angelina (1898) de Carlos F. Gutiérrez se consideró por mucho tiempo como la primera (Mejía, 1998: 211). En ese mismo año, Gamero publica Páginas del corazón que se imprime en la Tipografía Nacional y se envía a la Exposición de Guatemala donde obtuvo Mención Honorífica y Medalla de Plata en el Certamen Literario. Gamero publica un total de 7 novelas y un libro de cuentos, e incluye otros en varias de sus novelas, además, se encuentran cuentos dispersos en revistas de la época. Sus tres últimas novelas fueron publicadas en México. La novela que la llevó a la fama es Blanca Olmedo (1903). Fue reeditada varias veces: 1933, 1954, 1972, 1982 y 1990. En esta se da una fuerte crítica anticlerical y toca temas tabú poco comunes en la producción de mujeres, como el celibato. Los padres de familia y sacerdotes, no aconsejaban la lectura de la novela por considerarla una obra inmoral. En Aída (1948), critica a los partidos políticos y a los militares, expone la urgente necesidad de la educación laica, defiende la libertad del pensamiento y el derecho a opinar en cuestiones estéticas y literarias, ataca las construcciones de femineidad y masculinidad, y expresa el derecho de la mujer a ser independiente, dueña de su trabajo, de su vida y de su cuerpo. En esta novela introduce el concepto de la patria potestad ejercida por ambos cónyuges, no será hasta cincuenta años después que esto se proponga en el Código de Familia de Honduras. En su obra, la ideología liberal y sus ideas respecto a la religiosidad afloran de los labios de sus personajes principales que son mujeres. Las protagonistas son jóvenes, bellas, inteligentes, cultas, buenas, valientes y casi todas huérfanas. La obra de Lucila Gamero de Medina es doblemente transgresora: escribe novela y los temas que trata y las ideas que expresa no se consideran como «femeninas».
A Gamero le corresponde, asimismo, el haber realizado uno de los primeros esfuerzos sistemáticos por elaborar un corpus cuentístico coherente(Umaña, 1999: 30). Lucila Gamero tiene a su haber por lo menos veintidós cuentos publicados, sin contar aquellos dispersos en revistas literarias. Además de los publicados en la colección Betina (1941) y los dos que se incluyen en cada una de las novelas La secretaria y Amor exótico (1954), en la publicación Cuentos completos de Lucila Gamero de Medina (1997), la compiladora Carolina Alduvín recupera doce textos más escritos entre 1894 y 1895. Estos primeros cuentos representan una voluntad férrea tras el objetivo de escribir y una carencia todavía de las técnicas narrativas. En estos se da un sometimiento absoluto a la estética romántica respecto a los temas: el amor idealizado, la muerte cuando los amores se ven contrariados, la imposibilidad de encontrar la pareja ideal, la presencia de personas intrigantes, y la valoración del código moral de la época. Sin embargo, ya en esos cuentos asoma la rebeldía que caracterizará posteriormente a sus novelas. En la colección de los seis cuentos que integran Betina aflora ya el cuestionamiento al status de la mujer, advierte la realidad injusta que se le impone, el sometimiento respecto al varón y la ideología machista que prevalece. Sin embargo, los conflictos de los personajes los resuelve en conformidad con los valores correspondientes a la visión tradicional-romántica en la relación hombre-mujer (Umaña, 1999: 30-37).
La guatemalteca Magdalena Spínola (1897-1991) es la primera mujer narradora de su país. Escribe su primer cuento «Nubia» en 1915 y fue publicado en la revista Guatemala Informativo. Estimulada por ello, envía colaboraciones periodísticas al Diario La República, a la revista La Esfera, y al Diario de los Altos de Quetzaltenango. Ya casada y exilada de Guatemala por actividades políticas del marido, Magdalena inicia su peregrinar por El Salvador, Honduras y finalmente Nicaragua. Magdalena escribirá para diferentes periódicos y publicaciones de manera sostenida hasta 1977. A pesar de las repetidas ausencias de su país, sus colaboraciones no dejaron de aparecer, una de éstas es el cuento «Lirios que mueren» que se publica en 1929 por la revista Guatemala Informativa. Estas colaboraciones son de diversa índole: cuento, poesía, ensayo de crítica literaria y de temas diversos, artículos de opinión, culturales y otros referidos a personajes de los diferentes ámbitos de la cultura, con un especial interés en las mujeres. Publicó, inclusive, un ensayo denominado “Panorama sintético de las escritoras de Honduras” que apareció en el Diario El Imparcial de Guatemala el 5 y 6 de diciembre de 1947.
Magdalena Spínola regresó a su país en febrero de 1931. La escritora muere el 7 de enero de 1991, a los 94 años de una gripe que se complica con herpes en la espalda (Aguilar, 1998:35-79).
Carmen Lyra (1888-1949) es el seudónimo de María Isabel Carbajal y es la única mujer, entre el conjunto de poetas y narradores costarricenses, cuyas producciones iniciales se dan en las primeras dos décadas del siglo veinte. Una característica de estos autores y de Carmen Lyra en particular, es su identificación con los personajes populares y femeninos. Estos pasan a tener roles protagónicos y a expresar posiciones y puntos de vista antagónicos al discurso y la moral oligárquicos. En su obra se da una crítica de las relaciones socio-económicas que despojan, oprimen y marginan a los personajes, y una búsqueda de nuevas formas de relación humana. En relatos como «Perfume de recuerdo», «Balada de noviembre», «Vida en las cosas», «Vidas estériles», «Mi calle», «Humildes cántaros rotos» y «Las Madamas Bovary», entre otros, se establece una oposición entre la subjetividad de los personajes (forjada por los sueños, aspiraciones e ilusiones) y la realidad objetiva que los margina y despoja destruyendo sus vidas.
La primera obra publicada de Carmen Lyra es una novela juvenil llamada En una silla de ruedas (1918) y Las fantasías de Juan Silvestre en el mismo año. Cuentos de mi tía Panchita (1920) es un libro de historias infantiles que inaugura un discurso literario en él que la voz del narrador asume como propios los discursos populares, un nuevo tipo de diálogo entre la voz del narrador y las voces populares.
Por otro lado, gran parte de la obra de Carmen Lyra tiene un enfoque feminista que denuncia la discriminación sexual, social e intelectual de las mujeres. En Bananos y hombres (1931), además de la denuncia de este tipo de discriminación, alude a la explotación de los trabajadores bananeros a manos de las empresas transnacionales aliadas a los gobiernos.
La influencia de Carmen Lyra en temas y lenguaje marcó el camino que seguirían las generaciones de las décadas de 1930 y 1940 (Quesada, 2000: 25-38).
En El Salvador, la narrativa de mujeres se inicia con María Guadalupe Cartagena que en 1927 publica dos novelas: Nobleza de alma y La perla de las Antillas (Gallegos, 1996: 310).
Graciela Rojas Sucre (1904-1992), la primera narradora panameña ha dedicado su vida a la enseñanza. Terminó su licenciatura en la Escuela Normal de Institutoras y realizó estudios de posgrado en Chile y en Estados Unidos. En 1931 se publica en Santiago de Chile su libro de cuentos infantiles Terruñadas de lo chico (Jaramillo, 1991: 197).
La primera novela publicada por una mujer en Nicaragua es Los piratas (1935). Fue escrita por Carmen Mantilla de Talavera (18??-19??) quien bajo el seudónimo de Nilla Clara Melida Ravetalla colaboraba como ensayista en diferentes revistas en los años 30. Su hija, Carmen Talavera Mantilla (19??-196?, después de 1967) publicó Tormenta en el Norte (1947) bajo el seudónimo de Madame Fleure (Ramos, 2000). La novela constituye la otra cara de la moneda de la gesta sandinista puesto que realiza una crítica de los excesos y abusos de los seguidores del General Sandino (Palacios, 1998: 68-69).
Un breve recorrido por la escritura de las narradoras de cada país
En un intento de sistematización se realizarán algunas observaciones respecto a la escritura de cada país para después proceder a establecer una línea de continuidad respecto a los temas y aportaciones del conjunto.
Honduras
Llama la atención que Honduras sea tan rico en autoras que innovaron la escritura de su país y de la región. Es el caso de Lucila Gamero (1873-1964), primer novelista de su país y primera mujer novelista centroamericana. Características de su obra es que por primera vez coloca en el centro a la mujer y demanda su derecho al acceso al conocimiento y a ser dueña de sí y de su trabajo; asimismo, realiza una fuerte crítica a la iglesia como institución, a la política y a la educación. Sin ser este el objetivo, en su obra se encuentra una primera reflexión, desde la mirada femenina, acerca de la identidad y las construcciones culturales de femineidad y de las relaciones de género.
Los cuentos de Paca Navas de Miralda (1900-1999) son cuentos de denuncia sobre problemas como la agresión sexual de la que frecuentemente es objeto la mujer y el incesto.
Argentina Díaz Lozano (1912-1999) es probablemente la primera mujer narradora que profesionaliza su actividad. Escribe novela y cuento. Los temas de sus cuentos se refieren, entre otros, a la ruptura de los lazos conyugales y a la infidelidad femenina. Sus protagonistas son mujeres autosuficientes, poseedoras de una mirada colocada en dos direcciones de manera simultánea, una mirada fija en la construcción cultural de femineidad que la tradición le demanda y la otra libre y creativa ensayando nuevas formas de ser mujer.
Mimí Díaz Lozano (1928) es la precursora de la literatura de vanguardia de su país, sin embargo la crítica y la historia literaria de su país la ha ignorado. Otra autora que al igual que Mimí Diaz Lozano no trata la problemática femenina pero cuya riqueza radica en el acercamiento es Rubenia Díaz de Ortega (1929) que escribe cuentos oníricos y de lo tenebroso.
Elvia Lya Castañeda (1932-2014) reescribe los cuentos de hadas; en estos se plantean temas como la insatisfacción femenina y la búsqueda de elementos que definan una nueva identidad y mirada alejada de la masculina.
Leticia de Oyuela (1935-2008) inaugura en su país relatos que fusionan la investigación histórica y el discurso literario. En cuanto a los temas de sus cuentos, rescatan la subjetividad de mujeres y hombres, las motivaciones de las personas comunes y el papel protagónico de estos en la configuración de la Honduras actual. La autora tiene como protagonistas a hombres y mujeres, pero una característica de estas es que son mujeres rebeldes que subvierten el contexto social objetivo de índole tradicional. En varias de esas mujeres se encuentra la crítica ante la desigualdad femenina pero la riqueza radica en que no se da la victimización sino que es propositiva. En varios de los cuentos se encuentran planteamientos alternativos de masculinidad y propuestas de formas de relación de pareja basadas en la tolerancia y empatía.
Aída Castañeda de Sarmiento (1940-) escribe cuentos en los que denuncia problemas sociales como el SIDA, la situación de los indocumentados en los Estados Unidos, las condiciones de vida de los niños de la calle y los viejos, y el narcotráfico. Respecto a la problemática femenina escribe sobre la cosificación femenina, la violencia que se ejerce sobre ella por parte de la pareja, y la búsqueda de la mujer por su autosuficiencia.
María Eugenia Ramos (1959) es la primera mujer hondureña que escribe relato corto de post-vanguardia. Entre sus temas se encuentra el cuento de la guerra, cuentos que critican las relaciones de género, y cuentos que reescriben los relatos infantiles. En el caso de estos últimos, al igual que los clásicos, la mujer no logra escapar de la pasividad y de su condición como subordinada. Una característica de su obra es que las condiciones objetivas se imponen a sus personajes, mujeres y hombres. En los cuentos de Rocío Tábora (1964) y en algunos de los minicuentos de Débora Ramos (1962) es posible observar ya una intencionalidad y propuesta feminista. La primera toca temas sobre sexualidad, relaciones de pareja y sobre la insatisfacción de la mujer bajo la construcción tradicional de femineidad. En sus cuentos no hay salida, en este sentido coincide con María Eugenia Ramos, pero en Tábora esta situación solo se resuelve con la muerte o el suicidio.
Guatemala
Los cuentos de Magdalena Spínola (1897-1991) no se han compilado y se encuentran dispersos en periódicos y revistas; y al igual que la de Romelia Alarcón de Folgar (1900-1970) es recuperada por el investigador Willy O. Muñoz en una Antología de cuentistas guatemaltecas. Ambas escritoras en lo que se refiere a la poesía transgredieron los cánones de lo considerado como adecuado para ser recreado por una mujer.
La hondureña Argentina Díaz Lozano, radicada desde joven y muerta en Guatemala publica su primera novela en 1935, y junto con Elisa Fernández Hall de Arévalo y Malín D’Echevers que publican en 1939 y 1946, respectivamente, rompen con el monopolio masculino que en este país tradicionalmente se ha tenido en el género de novela.
En el grupo de la Generación Comprometida se ubica a Leonor Paz y Paz, es la única mujer que publica cuento en los años tempranos de la segunda mitad del siglo XX. Norma García Mainieri (1940-1998) le da continuidad y en 1987, 1994 y 1998 escribe cuentos de diferente temática entre los que se encuentra el tema de la guerra. García Mainieri es la única mujer que ha impartido un taller de creación literaria para mujeres, sin embargo, no hizo escuela ya que su obra se dio al margen de los movimientos y círculos literarios. Su interés radicaba en ser leída por las clases populares, en su mayoría todavía analfabetas. La obra de García Mainieri es escrita bajo el seudónimo de Isabel Garma.
Ana María Rodas (1937) es la escritora que representa el parteaguas de una escritura de mujeres en Centroamérica con Poemas de la izquierda erótica de 1973. Es hasta 1996 que publica su primer libro de cuento en el que se encuentran relatos de diferentes temáticas, entre estas, la expresión de la sensualidad del cuerpo femenino y la crítica a la desigualdad erótica de la mujer, que reprime el ejercicio de su sexualidad. Su obra propone nuevos contenidos para la identidad femenina y masculina, negociando estas construcciones con el contexto social. Este proceso no siempre es exitoso.
Ivonne Recinos (1953) escribe relatos que retoman los temas de la hondureña Paca Navas de Miralda, como son la mujer golpeada por el marido (que la esposa asesina) y el incesto; pero agrega otro que ha sido tabú, el del aprendizaje de la sexualidad femenina entre dos mujeres.
Mildred Hernández (1966) es una cuentista que tratara, también, temas como la violencia doméstica, la cosificación de la mujer, la insatisfacción femenina como producto de la construcción cultural de los géneros, y el vacío de mujeres y hombres que se encuentran atrapados en esa construcción de roles. La única salida es la muerte o la homosexualidad. Ha escrito, asimismo, cuento de guerra y su último libro cae dentro de la categoría de narrativa erótica.
Respecto a la producción de novela guatemalteca cabe destacar a Irina Darlee que a finales del siglo XX representa la presencia femenina en la novela con un enfoque feminista y temas centrados en la identidad femenina y las relaciones de género.
Costa Rica
En Costa Rica la escritura de Carmen Lyra (1888-1949) surgirá con una fuerte identificación con los personajes populares y femeninos quienes tendrán roles protagónicos que expresan posiciones antagónicas al discurso y la moral de la clase privilegiada. Lyra, asimismo, denunciará la discriminación sexual, social e intelectual de la mujer. La generación de esta escritora y en especial Lyra será reconocida en la historia literaria por hacer visible esa brecha entre la subjetividad de los personajes que se expresa en sueños, aspiraciones e ilusiones, y la realidad objetiva que los margina y despoja.
Luisa González (1899-1982), por su parte, denuncia las condiciones de vida de la clase trabajadora urbana a través de la mirada de una mujer, que tiene como cualidad una actitud solidaria con las otras mujeres (Rojas y Ovares, 1995: 126).
Una importante figura de la literatura costarricense es Lilia Ramos (1905-1987) que escribió cuatro libros de cuento, dos novelas y sus memorias, pero que pasa a la historia por ser la fundadora de la Editorial Costa Rica, que hasta el presente, es el principal órgano de difusión literaria del país (Calvo, 1998:100).
Yolanda Oreamuno (1916-1956) es una figura clave de la literatura costarricense y de mujeres, a la vez. Oreamuno es el primer escritor en Centroamérica que incorpora tendencias de vanguardia, temas existencialistas y enfoques psicológicos en la novela La ruta de la evasión (1949). Con ello, da un viraje de los temas folclóricos-regionalistas; sustituye, asimismo, los personajes masculinos por los femeninos y les brinda un espacio para expresar esa voz silenciada por una estructura patriarcal y androcéntrica. La novela traslada la crítica del poder de la oligarquía en la estructura social a la del varón en el ámbito familiar. Oreamuno no plantea una solución al dilema, el final es abierto, aunque pareciera que la única vía para que la mujer escape de su situación es la muerte (Quesada, 2000: 62-63).
La mujer logra el derecho al voto en 1949 y la presencia de las mujeres en el panorama literario se incrementa de una manera importante. Surgen numerosas novelas y cuentos en los que el tema central será la reflexión sobre la identidad femenina, de manera explícita. Una parte de la producción de Julieta Pinto, Rima de Vallbona, Carmen Naranjo, y Myriam Bustos exploraran temas de la vida familiar, la discriminación sexista y las relaciones de género vistas desde una óptica femenina. De Vallbona tocara, asimismo, temas tabú como lo son el incesto, el lesbianismo, la frigidez y el autoerotismo. Carmen Naranjo es una importante figura porque, además, su obra requiere de un lector cómplice y activo en la interpretación del texto (Quesada, 2000: 70-74).
Otra línea narrativa que surge a finales del siglo XX es la literatura lúdica en la que puede ubicarse parte de la narrativa de Julieta Pinto y Myriam Bustos (Quesada, bis, 2000:8).
La década de 1980 marca el ingreso de una nueva generación de narradoras: Linda Berrón (1951), Ana Cristina Rossi (1952), Dorelia Barahona (1959) y Tatiana Lobo (1939). Linda Berrón profundiza en la temática femenina y en las relaciones de género. Su compromiso radica no solo con la mujer como individuo-lectora sino, asimismo, con la mujer como creadora. Funda la Editorial Mujeres de Costa Rica, que ha publicado dos antologías de narradoras. Estas incluyen a escritoras destacadas y a otras que se encuentran en el inicio de su producción literaria.
Rossi y Barahona denuncian la marginación social y cultural de la mujer y se unirán a las voces que, a finales de la década de los ochenta y durante la de los noventa, harán referencia a las discusiones, acontecimientos y luchas que marcaron las utopías juveniles de las décadas de 1960 y 1970; o bien, a la lucha revolucionaria nicaragüense, a finales de los 70 y principios de los 80. Estos relatos adquieren un formato testimonial donde se recuerda el aprendizaje erótico, social y político de estos jóvenes y la ruptura frente al contexto de tipo conservador. El erotismo es el papel central y en su mayoría las protagonistas son mujeres. La recreación de la experiencia de ellas hace de los textos un estudio de las relaciones de género (Quesada, bis, 2000: 10). Esto sucede aún en el caso de Magda Zavala, la única autora que no tiene como protagonista una mujer pero que, sin embargo, su novela Desconciertos en un jardín tropical (1999) contiene una propuesta feminista. En los cuentos de Zavala, si se observan protagonistas femeninas, mujeres en los que se encuentra ausente la victimización y que en el momento de elegir entre el mandato cultural de la mujer como madre y esposa o la soledad, eligen para sí y se lanzan a la aventura de construir alternativas identitarias. Se encuentran en este grupo, además de las ya mencionadas, a Alicia Miranda Hevia (1952) y Rosibel Morera (1948).
La novela María la noche (1985) de Rossi es una novela paradigmática que recoge las preocupaciones ideológicas de esta generación pero que explora, por primera vez, el tema de las relaciones homosexuales en el contexto de intolerancia provocado por la aparición del SIDA. Esta inclusión del SIDA como temática será continuada por la hondureña Aída Castañeda de Sarmiento en la década de 1990 y por la nicaragüense Rosario Aguilar en el 2001.
Tatiana Lobo (1939), al igual que la hondureña Leticia de Oyuela, fusiona la investigación histórica con el discurso literario. Escribe cuento y novela histórica en la que se preocupa por realizar una revisión crítica de la historia oficial recuperando la riqueza de la cultura indígena, la presencia de la raza negra y su importancia en el desarrollo de Costa Rica, y las relaciones entre los diferentes grupos sociales y étnicos en la época colonial. Sus novelas tienen como centro a la mujer y es a través de la mirada y sensibilidad femeninas que se recrean los acontecimientos. Ello la coloca entre las escritoras que iluminan la construcción de la identidad y las relaciones entre los géneros. Con esta escritora se da inicio a la nueva novela histórica en Costa Rica.
El Salvador
En este país, Yolanda Consuegra Martínez escribe sobre el problema racial en los matrimonios entre los inmigrantes europeos o norteamericanos y los indígenas. Análoga, además las cualidades de lo superior y lo masculino con la cultura occidental y las de lo inferior y lo femenino con la cultura indígena. Aunque esta no fuera su intención, no sólo se plantea el conflicto entre las razas sino también entre los géneros.
Matilde Elena López Fischnaler (1922) fue integrante del Grupo de los Seis, grupo de escritores cuya labor política no se redujo a la creación literaria, sino que incluyó la realización de conferencias y publicación de artículos en los que se criticaba al gobierno dictatorial en 1944. La mayoría de su obra es lírica, pero ha publicado un libro de cuentos. Es la primera mujer integrante de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Claribel Alegría es la autora más conocida de El Salvador. Su obra refleja una profunda preocupación de la situación de la mujer en las sociedades centroamericanas. Sus protagonistas son mujeres, y al igual que las nicaragüenses Rosario Aguilar y Gioconda Belli, a lo largo de su producción narrativa se puede observar el proceso a través del cual sus heroínas van asumiendo su papel como sujetos de cambio. Este proceso corre paralelo a una reflexión identitaria que al plantearse el cambio como mujer, se incorpora a la lucha libertadora, ingresando con ello a la historia de su país. La novela histórica Cenizas de Izalco (1966) y No me agarran viva (1987), obra de testimonio, se refieren a dos distintas épocas de la historia de El Salvador. Cubren un periodo de cincuenta años, de 1930 a 1980, en el que el papel de la mujer se transformó. Ello se refleja en su obra.
Carmen González Huguet (1950) es reconocida como poeta pero su colección de cuentos Mujeres (1997) ganó el primer lugar del “II Certamen Centroamericano de Literatura Femenina” de 1997.
Jacinta Escudos (1961) es la figura de la narrativa contemporánea de mujeres. Ha escrito una novela que relata la experiencia juvenil de los movimientos y de las luchas de las masas salvadoreñas en la década de 1970, rescatando el protagonismo de la mujer salvadoreña en estos procesos. Asimismo, escribe cuento en el que como forma de resistencia a la construcción hegemónica del género (que ostenta entre sus características la relación heterosexual como la única aceptable), otras formas de relación entre los sexos que incluyen la relación entre dos mujeres.
Claudia Hernández (1975) escribe relatos postmodernistas que incluyen la temática de la guerra.
Panamá
La obra de la panameña Rosa María Britton (1936-2019) representa una utopía literaria en la que se proponen construcciones alternativas identitarias de mujer que desafían las murallas sociales y académicas en la prosecución de un sueño de libertad y de acceso al conocimiento que no tenga por qué dejar fuera el del amor. Britton es una de las autoras más prolíficas de Panamá.
Isis Tejeira, al igual que Britton, rechaza la condición de la mujer como objeto y la coloca en ese proceso en el que la mujer en su deseo de romper con su situación de dependencia y afirmarse como ser autónomo, frecuentemente tiene que replegarse en lo conocido como estrategia o como descanso. Esto sucede porque en la sociedad actual, las mujeres son producto de construcciones culturales vigentes, pero ya caducas, que se encuentran en transición hacia otras formas de ser mujer, y a otras expresiones de relación con la pareja y con el contexto social.
Gloria Guardia (1940-2019) es una de las principales figuras de la literatura panameña. Ha publicado novela, cuento, testimonio, ensayo, entrevista y crítica literaria. Su primera novela cae dentro de la temática guerrillera. En esta denuncia la incapacidad de la oligarquía de su país para asumir de manera plena la soberanía de su país. El narrador es el encargado del régimen militar, y es a través de este que el lector se entera de las consultas y negociaciones con los norteamericanos y de la historia de amor frustrada con la protagonista Mariana. La segunda es una novela histórica y se sitúa en Nicaragua y el conflicto con César Augusto Sandino, su protagonista es una mujer de la clase burguesa que participa en la lucha como informante de las decisiones que se toman en los círculos de la élite militar. Ambas protagonistas, Esmeralda y Mariana, presentan las características de ser huérfanas y de pertenecer a la oligarquía. Asimismo, en las dos novelas se da un planteamiento de alternativas identitarias femeninas y una negociación con el contexto social.
Bessy Reyna (1942) es una cuentista comprometida con la difusión de la producción literaria de mujeres centroamericanas. Radica en Estados Unidos, ha publicado varias antologías en inglés y es la editora de la revista bilingüe El Taller Literario. Para Consuelo Tomas (1957) escribir significa ordenar, reinventar y proporcionar un nuevo colorido al mundo. Su producción cae dentro de las utopías literarias.
Nicaragua
Nicaragua es reconocido como el país de sus poetas varones y mujeres; y la narrativa en general ha tenido un desarrollo tardío pero no por ello menos cualitativamente importante, muestra de ello es la producción novelística de Rosario Aguilar y Gioconda Belli. La crítica literaria Helena Ramos se ha dedicado a la recuperación de una historia de la literatura de mujeres en Nicaragua que, hasta mediados del año 2000, se había concretizado en un directorio que comprendía a 110 autoras nacidas entre 1850 y 1979, 34 de éstas escriben narrativa.
Otra figura importante en el panorama literario nicaragüense es María Teresa Sánchez (1918-1994) que escribió poesía y narrativa pero que dedicó su vida a la promoción cultural. Sánchez funda y dirige, en 1940, la Editorial Nuevos Horizontes, El Círculo de Letras del mismo nombre y a partir de 1944 la Revista Nuevos Horizontes y, posteriormente, otra llamada Pipil. En 1944, la Editorial adquiere una imprenta donde se publicaron numerosas obras claves de la literatura nacional, entre ellas la primera Antología de Poesía Nicaragüense (1948) en la que se rescató del olvido a numerosas mujeres poetas hasta entonces desconocidas. Además, es la única persona que ha obtenido el “Premio Rubén Darío” en cuatro ocasiones por su obra en poesía y narrativa corta (Ramos, bis, 2000: 18).
Rosario Aguilar es una de las escritoras más importantes de Nicaragua. Aguilar retoma la corriente psicológica que inaugurara la costarricense Yolanda Oreamuno, penetrando en la mente de sus heroínas, sobre todo en sus primeras cuatro novelas: Primavera sonámbula (1964), Quince barrotes de izquierda a derecha (1965), Rosa Sarmiento (1968) y Aquel mar sin fondo ni playa (1970). Aguilar es la primera escritora centroamericana que publica narrativa con la temática de la guerrilla. Escribe dos novelas El Guerrillero (1976) y Siete relatos sobre el amor y la guerra (1986). En 1992, Aguilar se incorpora a los escritores de la nueva novela histórica. En La niña blanca y los pájaros sin pies recupera el protagonismo de mujeres indígenas, españolas, criollas y mestizas en el proceso de conquista y en la administración colonial. En el 2001 publica la novela La promesante que tiene como protagonista a una jovencita infectada por el VIH.
Gioconda Belli (1948) retomará el tema de la guerrilla y el protagonismo femenino en la lucha sandinista en La mujer habitada (1988). Sofía de los presagios se refiere a un momento histórico posterior en el que al ensayo de formas democráticas de gobierno corresponde una mujer de otro tipo, libre de toda forma de subyugación, autónoma y responsable. La novela reflexiona en las construcciones identitarias de mujer y varón y en las relaciones de pareja, propone nuevas formas basadas en la equidad. Sofía, la protagonista es huérfana y rica. En la búsqueda de sus orígenes va tomando conciencia de su deseo por construir un mundo más justo para ella y su hija. Esto coloca a la obra como una expresión utópica-literaria, al igual que su última novela Waslala: memorial del futuro (1996) en la que, de nuevo, la protagonista Melissandra es huérfana y la búsqueda de los padres corre paralela a un proceso de toma de conciencia personal, social y política. Melissandra encuentra ese lugar mítico en el que un grupo de intelectuales pretendió hacer realidad sus planteamientos utópicos acerca de una nueva forma de sociedad. Esta novela inaugura una temática que se identifica con el feminismo ecológico. El último libro de Belli, El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra (2001) es una obra autobiográfica.
Mónica Zalaquett (1954) publica, en 1992, una novela testimonial que tiene como fuente sus experiencias como periodista de guerra en Nicaragua.
Marisela Quintana (1958) es una escritora que utiliza la ironía como un recurso para tematizar el desarrollo de la subjetividad femenina y como una crítica de las relaciones estereotipadas entre los sexos.
CONCLUSIÓN
A partir del recorrido anterior es posible observar que la escritura de mujeres surge, en el conjunto del panorama centroamericano, en un periodo que va de finales del siglo diecinueve hasta las primeras tres décadas del siglo veinte. Surge comprometida con la condición de género, aún en aquellas autoras cuya preocupación central radica en otros grupos sociales como el campesinado o los grupos urbanos populares, algunos de los textos expresan la condición de la mujer dentro de esos estratos. Se puede afirmar, por tanto, que en la escritura de mujeres centroamericanas se encuentra, en menor o mayor grado una crítica social referida a la problemática femenina y/o la denuncia social a los problemas, de diferente índole, que enfrenta cada país. Sin embargo, conforme se va afirmando la escritura, las autoras rescatan el protagonismo de la mujer dentro de los diferentes procesos históricos, políticos o sociales.
Se pueden observar cuatro grandes temas de la narrativa femenina contemporánea: La narrativa de tema guerrillero o de la guerra, la narrativa histórica, la narrativa que tiene como objetivo la reflexión alrededor de la identidad femenina y/o las relaciones de género, y aquella en la que se encuentra una propuesta acerca de nuevas formas de sociedad. Cabe aclarar que frecuentemente la temática de la identidad cruza las fronteras de las otras, sobre todo cuando el objetivo es rescatar el protagonismo de la mujer en los procesos históricos o en las luchas guerrilleras; o cuando al plantear nuevas formas de sociedad lleva implícito nuevas formas identitarias y nuevas expresiones de relación de pareja.
En la narrativa de la guerra se encuentran dos categorías: las obras de denuncia y las obras testimoniales. Las escritoras más importantes de la novela de denuncia son Rosario Aguilar, Gioconda Belli, Claribel Alegría, Gloria Guardia y Jacinta Escudos. La obra testimonial la han desarrollado Claribel Alegría y Mónica Zalaquett, aunque esta última no coloca el acento en la mujer. En lo que se refiere al cuento de guerra, se encuentran las guatemaltecas Norma García Mainieri, Ana María Rodas, Mildred Hernández y Circe Rodriguez; la hondureña María Eugenia Ramos y la salvadoreña Claudia Hernández.
La nueva narrativa histórica es desarrollada por Rosario Aguilar, Tatiana Lobo, Gloria Guardia y Leticia de Oyuela.
La narrativa centrada en la identidad se divide en dos tipos: aquellas que desde una perspectiva psicológica colocan su interés en la subjetividad femenina y las que colocan el acento en las condiciones objetivas y la influencia que ejercen sobre la acción de la mujer. En el primer grupo se encuentra como precursora a la costarricense Yolanda Oreamuno y La ruta de la evasión (1949). Le sigue la nicaragüense Rosario Aguilar y su producción novelística que va de 1964 a 1970; y Rima de Vallbona con la novela vanguardista Noche en vela (1968). La nicaragüense Marisela Quintana ha escrito tres libros de cuento, entre 1993 y 1999, que colocan el énfasis en el desarrollo de la subjetividad femenina pero no desde una perspectiva psicológica sino partiendo del contexto social patriarcal y de las construcciones estereotipadas de los sexos. Son las escritoras costarricenses, sobre todo, las que han centrado un interés explícito en desarrollar la influencia de las condiciones objetivas sobre la acción de la mujer, en profundizar en esa brecha entre subjetividad y objetividad referida al contexto social, que la mujer debe tomar en cuenta para ejercer una acción transformadora sobre sí misma y sobre el mundo. Un catalizador que dinamiza este proceso es la apropiación que las mujeres realizan de su cuerpo y el erotismo como fuerza creadora. Se encuentran en este grupo Ana Cristina Rossi, Dorelia Barahona, Alicia Miranda, Rosibel Morera y Magda Zavala. Autoras que visibilizan la discriminación sexista son Julieta Pinto, Rima de Vallbona, Linda Berrón y Myriam Bustos. Asimismo, se da un importante grupo de autoras que escriben narrativa de denuncia sobre temáticas derivados de la condición de subordinación de la mujer, o de los roles que se suponen son de preocupación femenina: la violencia doméstica, el incesto y la violación; y la problemática de la vejez y de los niños de la calle. Se ubican aquí Paca Navas de Miralda, Aída Castañeda de Sarmiento, Norma García Mainieri, Rima de Vallbona, Ivonne Recinos y Mildred Hernández.
Aída Castañeda, Ana Cristina Rossi y Rosario Aguilar escribirán sobre el SIDA, la primera en cuento y las dos últimas en novela. Las hondureñas Elvia Lya Castañeda y María Eugenia Ramos realizan una reescritura de los cuentos infantiles. Asimismo, se encuentran autoras con una visión fatalista del destino de la mujer: Yolanda Oreamuno, María Eugenia Ramos, Rocío Tabora, Mildred Hernández y Jacinta Escudos; así como aquellas propositivas: las panameñas Consuelo Tomas, Rosa María Britton e Isis Tejeira; la nicaragüense Gioconda Belli, la hondureña Leticia de Oyuela y la costarricense Magda Zavala.
Por otra parte, es importante destacar la labor de difusión de la producción literaria que las propias escritoras han realizado. La costarricense Lilia Ramos y la nicaragüense Ma. Teresa Sánchez fundan y dirigen las primeras y más importantes editoriales de sus países; y Linda Berrón la Editorial Mujeres de Costa Rica.
Cabe aclarar que esta síntesis no agota el vasto panorama de la narrativa centroamericana pero si muestra la pobreza de conocimiento que prevalece en México sobre la importancia y trascendencia de la producción de las autoras centroamericanas.
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Licenciada en Sociología, Especialidad en Estudios de la Mujer, Especialidad en Estudios Culturales, Maestría en Investigación en Ciencias Sociales, Doctorado en Humanidades en el Área de Teoría Literaria. Institución de adscripción: Cuerpo Académico de Estudios de Género, Departamento de Sociología y Antropología, Centro de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma de Aguascalientes. Profesora/Investigadora del Departamento de Sociología, desde 1984. Imparte las materias de Metodología Cualitativa, Estudios de Género y Talleres de Investigación. Ha dirigido tesis de licenciatura, maestría y doctorado en la línea de investigación en Género. En 1994, impartió la primera capacitación en género en el estado de Aguascalientes a mujeres integradas a organismos no gubernamentales, y a académicas de la UAA. A lo largo de su carrera como profesora se ha preocupado por la formación de sociólogos, mujeres y varones, comprometidos con cerrar las brechas de desigualdad de género.