¿Para qué sirve el lenguaje, la poesía? Cadenas, ¿Para qué?

1 febrero, 2023

OF: Se ha quitado la poesía de allí.
JLB: Sí, bueno, se ha tratado de quitar la poesía de todas partes. Me han preguntado en diversos ambientes ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte?, ¿para qué sirve el sabor del café?, ¿para qué sirve el universo?, ¿para qué sirvo yo?, ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?
OF: Todo está visto en términos utilitarios.
JLB: Sí, pero me parece que en el caso de una poesía, una persona lee una poesía, y si es digna de ella, la recibe y la agradece, y siente emoción. Y no es poco eso; sentirse conmovido por un poema no es poco, es algo que debemos agradecer. Pero parece que esas personas no, parece que habían leído en vano; bueno, si es que habían leído, cosa que no sé tampoco.
OF: Es que en lugar de conciencia poética de la vida se propone la conciencia sociológica, psicológica…
JLB: Y política.

Fragmento de conversación incluida en el libro En diálogo (I).
Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari.
Siglo XXI (2005).

La consistencia de su carácter trasluce en la forma que traza su presencia. Como un sujeto vago que apenas capta una fotografía, su figura evanescente entra y sale del espacio sin ser visto, sin hablar, y si lo hace se deja caer como piedra en pozo, limpio, exacto, breve. Su decir es corte de cuchillo, discreto, casi en susurros, atraviesa capas y recorre la historia, la filosofía, la ética, el presente, el amor, el oficio, el país. Rafael Cadenas ha dotado a Venezuela de la densidad que precisa para no desvanecerse. Durante buena parte de su vida le ha escrito, la ha escrito y descrito; pensar en ella ha sido el objeto fiel de su curiosidad y servicio.

Con tan solo dieciséis años, aparece su primera publicación, Cantos iniciales (1946), producto de una pequeña imprenta local de Barquisimeto. Lleva prólogo de Salvador Garmendia, quien comenta que allí encuentra: “… pureza y delicada expresión, hay también palpitación humana y fraterna (…) vocación y forma de vida (…) Que sea este breve cuaderno leído y admirado por todos los que sepan captar su límpida belleza y su expresión vital”.

La vigencia de lo anterior es indiscutible, aún hoy podría decirse lo mismo. El trabajo de Cadenas es ejercicio de lo mínimo, pero esto en un sentido claro, pulir hasta la esencia, un descubrimiento. La pregunta por la función del poeta y la poesía en la vida social puede leerse como hilo de la civilización occidental. En oriente no parece haber las vacilaciones que aquí se suscitan. En la antigüedad, el poeta fue expulsado de la vida pública, y desde entonces sobreviene el terrible destino de no encontrar su forma, y ser la pieza incómoda del rompecabezas cuyas puntas no encajan en estructuras fijas. Una razón para ello puede que sea la transparencia de su espíritu, quiero decir, la entereza frente a la alternativa de fluctuar, cambiar de parecer, no sostener una verdad única e indivisible. El poeta y la poesía admiten la contradicción, la posibilidad de errar. Pero también implica un deber, una fidelidad propia que se apasiona con y por su posición, pues cuando cree, lo hace sin vacilar, aunque esa verdad pueda ser transitoria.

Esa maleabilidad es funcional. La fuerza de la poesía y los poetas radica en el carácter, sostén y mítica que habita en sus resoluciones. Sin embargo, en ellos y en ella no hay una preocupación por la verdad como método o unidad indivisible, no hay obsesión alguna por la prueba. El poeta permite rectificar, cambiar la ruta, enmendar la falla, señalar la herida, y sin embargo, mantiene firme la naturaleza intacta de su ética. Ante la naturaleza fragmentaria de la poesía, el poeta escribe ensayos, y en ellos vierte su pensamiento para dotar de argumentación a la dispersión de sus líneas. En 1985, aparece En torno al lenguaje, una reunión de ensayos que manifiesta otra de las formas fijas de un poeta, el “recio amor, el amor a la lengua”. Un poeta solo puede hacerse desde la afición a la lectura, antes de ambicionar escribir, lee, entra en el lenguaje. Rafael Cadenas dice: “soy más lector que escritor”. En el momento en que publica este libro tiene cincuenta y cinco años y en él deja ver el fundamento de su rectitud, sus exactitudes aterradoras.

Comienza diciendo que el cuerpo del libro quiere “dejar hablar a algunos autores, pues reconoce en ellos la expresión de una tribulación que no puede dejar de sentir ningún hombre para quien la cultura sea una realidad honda”, y manifestarse como puente entre quienes lean y sus lecturas, ser lo que en esencia es también un poeta, un medio. “Al hilo de sus consideraciones expreso las mías”, dice, y esta es otra virtud, con su intervención no pretende más que tamizar la avidez de su afición lectora, su hambre de comprensión, de percepción de lo invisible, de entendimiento. Porque sí, quizás la valía de un poeta no es demostrar, sino mostrar, es acortar el umbral entre la luz y la sombra.

Sin embargo, la poética de Rafael Cadenas no admite triunfos. Conoce de cerca la complejidad de su programa, pues «el mundo no suele hacerle mucho caso a ningún pensador». Y no está hablando de sí mismo, sino de la conexión que persigue establecer con el afuera, articulando sus lecturas en el lugar de su escritura. La cuestión es la invisibilidad, dar cuerpo a la espesura de una materia poliforme producto del rigor del estudio de un lector ávido, y no por cantidad, sino por detalle.

En el marco de este ejercicio fino, el lenguaje se convierte en llanura, el plano donde emerge la estructura del decir. Ese germen primigenio precisa emplearse con sencillez, y en ello está la dificultad: “El decir del alma, el más hondo, no suele ser fácil, y el espíritu está reñido muchas veces con la brillantez; busca más bien veracidad, exactitud, fidelidad (…) No he escrito estas páginas en postura de quien sabe sino de quien siente”.

Lo anterior puede leerse como un manifiesto, un ars, su ars poética, que aparece apenas algunos años antes en Intemperie (1977):

Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir
brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis
palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame
la impostura, restriégame la estafa.
Te lo agradeceré, en serio.
Enloquezco por corresponderme.
Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

Tras la introducción de En torno al lenguaje, abre su disertación con una primera sección que titula “La quiebra del lenguaje”. Aquí presenta la génesis de lo que se propone, y da cuenta de su búsqueda: ahondar en la relación entre conciencia social de la lengua, el estado de la cultura y su impacto en la situación política. Como derivas que se entrecruzan, estas tres variables darán cuenta del pulso de una sociedad. Desde las primeras líneas asoma que el venezolano conoce “muy poco su propia lengua (…) el lenguaje no ocupa ningún puesto en la gama de sus intereses”.

Lo anterior se transfigura en piedra, la misma que mencionaba al inicio cuando evocaba la fuerza de su presencia. En la palabra del poeta vibra una roca precisa que dibuja un trayecto firme hacia el cristal de una sociedad, la nuestra. Rafael Cadenas ha tomado la temperatura de la debacle venezolana sin detenerse en aconteceres aislados, lúcido y valiente ha ido directo al germen de la nación, su expresión. Y no solo refiere a la manera en que se hace uso del lenguaje, sino a cómo la sociedad entera lo bebe para aprehenderlo.

“… es evidente que Venezuela está aquejada de un grave descenso lingüístico cuyas consecuencias, aunque no sean fácilmente visibles, se me antojan incalculables. Resulta difícil percibir, sobre todo, las que sin estar a la vista, son las más importantes, pues tienen que ver con el mundo interior”. (pág. 16, 1985).

El peso que le imprime al lenguaje conduce a la reflexión sobre otras islas de rigor: la memoria, el sentido, los valores, la cultura nacional, cuyo mecanismo de transmisión es la propia lengua, el uso que se hace de ella, pues es el material de su estructura. Rafael Cadenas vaticina y lee la pérdida de las formas iniciales, concibe un deterioro, una falta de amor, de atención a la lengua. Y aunque podría juzgarse que lo uno no tiene relación con el estado caótico que se respira, él no puede dejar de conectarlos, y ahí está su aporte, el mayor de sus regalos, la sensatez. Y este es otro valor de la poesía, la clarividencia, el valor de apropiarse del lugar incómodo de enunciar fórmulas impopulares por su falta de complacencia.

“Podría afirmarse que, en gran medida, el hombre es hechura del lenguaje. Este le sirve no sólo como medio principal de comunicación, para pensar y expresar sus ideas y sentimientos, sino que también lo forma. Está unido en lo más hondo a su ser; es parte suya esencial, propia, constitutiva. En cierto modo conocemos a las personas por su manera de usar el lenguaje. Este nos revela más que cualquier otro rasgo”. (pág. 24, 1985).

Aquí leemos otro gesto clave, el individuo es un actor social, su responsabilidad le excede, su impacto no se limita al espectro de su intimidad, es también la medida de su entorno, un agente capaz de afectar de modo bidireccional, siendo el lenguaje la flecha entre los mundos, dentro y fuera de la piel. La consciencia de las palabras es una medida de autodefensa, una resistencia a la manipulación. La deformación del lenguaje solo puede traer violencia, la terrible disolución de lo propio, la identidad. El poeta, su poesía, apuesta a la defensa del lenguaje, y lo hace por amor a la vida, por el cuidado de la estructura necesaria para que una sociedad sea capaz de avanzar, de ser fiel a sí misma. Perder el lenguaje es perderse.

Lo cierto es que Rafael Cadenas es el país en sí mismo, quiere fusionarse con él. Es el país que importa, el que no olvida, incluso el que se quedó sin lengua, amordazada. Incólume, la sociedad se apresta a celebrar sus cumpleaños, sus reconocimientos, aún cuando voceros oficiales hayan decidido ignorarlo. No se puede borrar la espesura de lo nítido, no se borra la presencia de aquel que no se impone por la fuerza, sino en el ejemplo, la constancia, el ejercicio de la pasión, la docencia, la decencia, la discreción, la contención. La espiritualidad de Rafael Cadenas no conoce dogmas, traslúcido, oblicuo, en movimiento, ha recorrido los parajes de la traducción, las geografías, la militancia, el exilio, la vida. Literatura y vida son lo mismo, indivisibles. Para eso entonces sirve la poesía, la lengua: una brújula hacia los valores capitales, y sin embargo, imposibles de trocar.

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Barquisimeto, 1985.
Investigadora, docente y librera. Colabora con diversos medios, organizaciones e instituciones culturales. Trabaja con libros y escribe sobre arte y cultura a partir de intersecciones relativas al viaje, la experiencia y el paisaje. Conduce el proyecto de investigación Afecto Impreso. Su página personal es experienceparoles. Trabaja en Alliteration, un proyecto editorial orientado a la difusión y traducción de Literatura Latinoamericana.