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Pláticas con Gustavo Martín Garzo

1 diciembre, 2012

Gustavo Martín nació en Valladolid el 13 de febrero de 1948. Estudió en el colegio de jesuitas de San José. Estudió Filosofía y Letras y se especializó en Psicología. Empezó a trabajar como psicólogo clínico en Valladolid. Se casó con Esperanza Ortega en 1974. En 1980 nació su hija Elisa y, en 1983, su hijo Manuel. Su primera novela Luz no usada fue publicada en 1986. Ejerció de crítico en un suplemento de diario madrileño y codirigió (con Carlos Ortega y Miguel Suárez) la revista de literatura Un ángel más. Fue en 1993 con la aparición en Lumen de El lenguaje de las fuentes, que despertó una excelente resonancia crítica y le valió el Premio Nacional de Narrativa al que siguió el Premio Miguel Delibes por su novela Marea oculta. En 1996 apareció La vida nueva, cuya primera edición se agota en sólo diez días. En 1999 recibió el Premio Nadal por Las historias de Marta y Fernando. También ha sido autor de obras infantiles.


“En todo hombre hay una hermana escondida”

Tiene una de esas voces que buscan transmitir el encanto de lo que ha escuchado o leído. Habla con cierta dulzura, como si no quisiera molestar o como si fuera a contar un cuento. Con una simpática pronunciación gutural de la erre, su voz no se eleva demasiado. De hecho, me dice, que con su escritura aspira a lo mismo: “a una palabra que casi no se note”.

Es Premio Nacional de Literatura por El lenguaje de las fuentes, en 1994 y Premio Nadal, en 1999, por Las Historias de Marta y Fernando, y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Tres cuentos de hadas, en 2004. Martín Garzo está casado con Esperanza Ortega, una gran poeta. Esta curiosa pareja vive en la Valladolid de Miguel Delibes.

    Y no les vamos a engañar. Los dos nos hemos encontrado en esta ciudad para otras cosas relacionadas con el mundo humanitario. Afuera, los primeros fríos de noviembre. Fríos de Castilla. Y para colmo, llueve. Nos hemos guarecido en una cafetería sin muchos adornos. Al fondo un escenario vacío, pero preparado para conjuntos musicales. Yo tengo una grabadora. Pido al camarero que baje el volumen del altavoz para poder grabar nuestra conversación. ¿Puedo?, le pregunto. Es para una sección que se llama “Pláticas”. Así suena menos serio que entrevista. Es miércoles por la tarde. Gustavo ha pedido un chupito de orujo. Llevamos dos vasos, y antes, en el almuerzo, una botella de rioja. Ya no hace frío. Podemos empezar a contar.

SM: Acabo de descubrir dos cosas sobre ti – le digo apurando el chupito.

MG: Ah sí, ¿cuáles?

SM: Que tu esposa es Esperanza Ortega, una poeta que hemos publicado alguna vez en Carátula; y que eres el autor de un artículo que tengo recortado sobre mi mesa desde hace tiempo. Se titula La Caja de Música, publicado en El País, en 2007. En él hablabas de cómo el niño aprende el lenguaje no como una comunicación con significado, sino como una música. Es muy hermoso. Recuerdo este fragmento:

“Mujeres que se inclinan sobre las cunas de sus recién nacidos y, locas de felicidad, hablan para ellos. Eso es el lenguaje, un don de la madre. Es así como los niños aprenden a hablar, escuchando a sus madres. Lo hacen desde antes de poder entenderlas.”

Eso me lleva a tu novela Historias de Marta y Fernando. El protagonista masculino, que pertenece al partido comunista (son los años de la transición de la dictadura franquista a la democracia) tiene una discusión con sus camaradas porque él desea volverse a tocar el violonchelo, un instrumento que engloba lo que no puede compartir con sus compañeros de lucha: el recuerdo de la infancia, los olores… Bueno, ya me alargué demasiado. Avisé que no era una entrevista al uso. Pero dime, ¿tú también sientes la escritura como una manera de recuperar algo perdido? Y si es así, ¿qué es lo que has perdido?

MG: Es una pregunta difícil de contestar de una manera sencilla. Creo que fue Rilke el primero en decir que la verdadera patria de un escritor es la infancia, por lo que al escribir lo que hacemos siempre es volver a ella. Pero no es exacto que toda la escritura tenga que ver con ese tiempo perdido de Proust. Supongo que al escribir quieres llegar a lugares de vida. Uno de esos lugares es la infancia, pero hay otros. Se trata de lugares donde te sientas vivo. La literatura tiene mucho que ver con la vida, y por eso mismo tiene que ver con el cuerpo.

SM: ¿Con el cuerpo?

MG: Sí, porque el cuerpo es la vida. La literatura tiene que ver con los olores, los sonidos. Una novela se construye con todo eso. Se construye a partir de los sentidos. Kafka decía que si no escribía no se sentía vivo. A todo escritor le pasa esto. Escribir es una forma de vivir cosas que están en él, pero que probablemente la vida cotidiana no le permite expresar. Siempre hay una vida escondida. A mí me gusta mucho la historia de La bella durmiente…

“Quiero hacer aparecer las cosas por el mero hecho de nombrarlas.”

 SM: La has mencionado alguna vez, y de hecho, en tu obra es muy importante la referencia a los cuentos de hadas.

MG: Claro. Es que esa muchacha que duerme representa lo que hay escondido en cada uno de nosotros. Hay muchas vidas, hay otros en cada uno de nosotros. La literatura te permite recuperar esa parte olvidada o escondida de nosotros mismos. Y así vivir una vida más completa.

SM: Entre esos otros que hay en ti, ¿hay una mujer? Lo digo porque en tus novelas la voz narradora es con frecuencia la de una mujer. Estoy recordando también Los amores imprudentes.

MG: Podría ser (contesta precipitándose). El otro día leí una entrevista con un escritor rumano que me parece maravilloso, Mircea Cartarescu. Hablaba del mito del andrógino y decía que, en realidad, todos somos andróginos. En cada hombre hay una hermana escondida, y en cada mujer hay un hermano escondido. Entonces, claro, en la medida en que aspiras a vivir esa vida completa de la que hablábamos antes, tienes que llamar a ese hermano o esa hermana perdida. Y puede ser un niño, pero también es un animal, una criatura fantástica, como un duende o un elfo. Esa relación con lo otro es la relación esencial con la literatura. Eso es así – sentencia.

SM: (Voy a preguntar otra cosa pero Gustavo quiere continuar. Me mira pero en realidad está mirándose adentro, al hilo de lo que antes decía. Y me gusta porque lo escucho como si cantara. Quiere seguir diciendo…)

MG: …que el puente entre esos otros y tú es la imaginación. Es lo único que puede unir el mundo de los vivos y los muertos, de los animales y los hombres, de lo orgánico y lo inorgánico, de los niños y los adultos, de los hombres y las mujeres. La imaginación tiende puentes. Y la palabra poética y literaria es el puente entre el mundo de la realidad y el sueño.

SM: Al escribir con voz de mujer, ¿tienes la tentación de hacer la prueba de lectura con alguna mujer real, como tu esposa por ejemplo, para saber si suena verosímil?

MG: Sí, porque además tienes el eco de las lectoras. Pero en realidad yo no elijo conscientemente hablar con la voz de una mujer o de un hombre. Simplemente te sientes tan cercano a ese personaje que dejas que hable por ti para dejar su testimonio. Cuando escribes, no tienes sexo ni edad. Eres lo que convocas. El escritor convoca fantasmas y habla según las voces y las vidas que atrae. Eso no quiere decir que sea un gran conocedor de esas vidas, sino sólo que es un médium a través del cual esas voces se escuchan.

SM: Hoy vine desde Madrid, y la visión de esta meseta no deja indiferente. Has tenido un paisano ilustre como Miguel Delibes, cuya escritura está determinada por este paisaje. Tu estilo es muy diferente, ¿pero cómo fue tu relación con Delibes?

MG: Además de escritor, Delibes, era un vecino. Lo solía encontrar en la calle, y además era un hombre muy generoso. Recuerdo verlo aparecer cuando yo presentaba algún libro, y se sentaba entre el público, lo cual se lo agradecía mucho. Su escritura además es una gran enseñanza. El mundo sobre el que escribo no tiene mucho que ver con el mundo de Delibes pero sí he aspirado siempre a lograr una escritura que se parezca a la suya, en el sentido de intentar que sea lo más transparente posible, esa palabra que apenas se note; conseguir hacer aparecer las cosas por el mero hecho de nombrarlas. No sé si lo he conseguido, pero él era un maestro absoluto en esa aventura. El paisaje influye siempre. Francisco Pino, un poeta magnífico de Valladolid, decía que el paisaje castellano no existía, que era invisible. Eso significa que cualquier cosa puede surgir de él. Es un campo abonado para la mística, y para los cuentos.

“En un patio de vecinos está el mundo entero si sabemos mirar y estar atentos”.

SM: Tu obra es muy prolífica. Has tocado varios géneros, como el de la literatura juvenil. Y en lo que he podido leer, hay algo que me llama la atención y que quizá te parezca una tontería. Y es que no hay una sola palabra altisonante. Quizá estoy exagerando. Pero no recuerda una palabrota. Es como si no quisieras molestar u ofender a nadie, o desviar la atención con eso. ¿Eres así de educado, o en casa sueltas al monstruo que llevamos dentro?

MG: No se me había ocurrido pensarlo, la verdad.

SM: En la vida cotidiana, ¿no dices “groserías”?

MG: No digo muchas, sinceramente.

SM: Delibes decía unas pocas. Y las escribía.

MG: Sí, era una manera de expresarse en el habla coloquial. Supongo que en mi caso es por lo que te decía anteriormente, porque ando buscando siempre un lenguaje que sea lo más transparente posible. Algo que permita asomarte. La lengua literaria para mí es la lengua del susurro, o de la intimidad. Eso no quiere decir que no pueda ser atrevida, pues la intimidad lo permite. Eso caracteriza a mi literatura, pero es algo engañosa, como los cuentos de hadas, que parecen siempre contar cosas muy bonitas, ideales, y sin embargo suele haber un fondo oscuro, sombrío, turbador. Yo creo que ese lado perverso también está en mi obra.

“El hombre no puede soportar tanta realidad. La realidad es despótica. Te dice que esto que tenemos es lo único que cabe. La ficción te dice que no: que caben más cosas, si se abre espacio”

SM: (El camarero vuelve a poner a todo volumen una pieza de jazz muy buena, pero que se va a comer el audio de la grabación, así que le pido de nuevo que la baje, justo ahora que hablábamos del susurro). Te quedaste a vivir en Valladolid. Has dicho alguna vez que todos los mundos caben en uno. 

MG: Eso es verdad (afirma con la rotundidad castellana que de vez en cuando sobresale de su acento dulce). Y ha habido grandes escritores que admiro tanto, como Rulfo o Faulkner, que no abandonan la zona en la que han nacido, y sin embargo su obra es universal. En un patio de vecinos está el mundo entero si sabemos escuchar, si sabemos mirar, si sabemos estar atentos.

SM: Me acabas de regalar un posible titular para esta entrevista.

MG: Pero eso no quiere decir ni muchísimo menos piense que no haya que salir de la ciudad en la que uno ha nacido. De hecho me parece importantísimo que la gente pueda viajar y moverse, sobre todo cuando se es joven. Para mí haberme quedado aquí se debe a circunstancias externas, no por una decisión consciente, aunque me sienta a gusto. También he viajado mucho.

SM: A pesar de ser psicólogo, en tu literatura no se nota mucho.

MG: Quizá porque antes de ser psicólogo, estaba mi afición por la literatura. Es verdad que mis novelas no son psicológicas. Hay más de eso de lo que te hablaba antes: el mundo del relato, del mito, de las viejas historias. Es el mundo que me interesa. Es muy simbólico. Hay está todo lo que el hombre es. Las grandes preguntas, los grandes enigmas. Y además el poder cautivador de los cuentos.

SM: ¿Sigues leyendo hoy en día cuentos de hadas?

MG: Claro, claro. Los libros de autores como los hermanos Grim, o Andersen, son libros de cabecera. Vivimos en un tiempo en el que hay un cierto descrédito de la ficción pura. La gente prefiere leer novela histórica para, de algún modo, sentir que no está perdiendo el tiempo. O la novela negra, por ejemplo, que habla del mundo contemporáneo, y de las cloacas detrás del poder. Pero la pura ficción cuenta con menos lectores. Sin embargo, para mí, la literatura tiene que ver con el encantamiento.

SM: Es verdad que si uno va hoy en día a la presentación de una novela, es raro si aquello no se termina convirtiendo en un debate político, y el relato pasa a un segundo término.

MG: Y en realidad, la palabra poética, o literaria, tiene que ver con lo que no se puede expresar de una sola manera. Por eso el amor es tan literario. Y los cuentos son los que protegen los pequeños misterios de la vida. A mí me gusta mucho la historia del unicornio, que en un claro del bosque ve a una doncella y se acerca a ella; acuesta su cabeza sobre la falda y se queda dormido. El cuento no nos dice más. Eso es lo bonito. Los grandes cuentos crean esa especie de lugar de encantamiento, y te dejan allí, sin revelarte nada, sólo contemplando.
La conexión con lo inefable es básica en la literatura. John Keats decía que hay que conformarse con la mitad de lo que se conoce. ¿Qué pasa detrás de la puerta? Ese es el lugar de la Literatura, sin pretender contarlo todo.

SM: Para terminar, una pregunta inevitable, y quizá demagógica. En estos tiempos de crisis económica…, esta reivindicación de la ficción que haces, para un hombre desesperado, sentado en la oficina de empleo, ¿para qué le sirve?

MG: A ese hombre le sirve más que a nadie. La realidad se ha vuelto despótica, de tal forma que se impone a través de las necesidades que no podemos satisfacer. Entonces, claro, una persona que tiene hambre sólo puede pensar en la comida, obviamente. Esa realidad impone también lo que tienes que decir, pensar, etc. Pero lo humano surge más allá de eso. Y la literatura supone entonces un espacio de libertad, de resistencia, donde puedes convocar cosas diferentes. El mundo de la ficción es el mundo de la posibilidad, como decía Emily Dickinson de la poesía. La realidad dice que esto que tenemos es lo único que cabe. La ficción te dice que no: que caben más cosas, si se abre el espacio.
Eliot, en los Cuatro Cuartetos, dice a través de un pájaro que el hombre no puede soportar tanta realidad, y por eso necesita el poema. En la raíz de la palabra inventar e imaginar está el significado de encuentro. Encontrarnos con los otros que hemos sido.

SM: Me quedo con eso.

MG: Y es clave. Yo no creo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero ahora creo que hay un momento en que la humanidad ha dejado de pensar en el pasado, como si se hubiera roto el vínculo con la cadena humana que está antes de nosotros y que nos ha transmitido el legado de todo lo que somos ahora. El hombre actual piensa que lo que tiene llega de la nada. Ha roto su comunicación con las generaciones anteriores, y eso es la cultura. Reivindicar esas historias es reivindicar nuestra relación con los que nos precedieron, para aprender de ellos y para hacerles justicia.

SM: Algún día, me gustaría haceros una entrevista a ti y a tu mujer, cada uno por separado. Cómo es la vida compartida entre una poeta y un narrador. Cómo se prestan o se quitan palabras, cómo discuten, cómo recuerdan las líneas y versos del otro. Cómo se enamoraron. Para la próxima pues. Para la próxima.

MG: De hecho nos conocimos en la presentación de un libro de poemas. La literatura también da mucho juego para el enamoramiento.

SM: Tenemos que hablar con ella entonces.

Cuando Martín Garzo se va, me quedo leyendo el final de ese artículo recortado que guardo de él, y que me acompaña:

“Nadie sabe más del amor que los niños, por eso quieren no sólo que sus madres les hablen sino que les digan siempre las mismas cosas, comos esas cajitas de música que al abrirse repiten una y otra vez la misma canción encantada. Ése debería ser nuestro compromiso con la lengua que hablamos. Hacerla vivir, respirar por ella, lograra que sus palabras conserven la memoria de ese canto que fueron alguna vez.”

La verdad, a esta hora no hace tanto frío en Castilla.  

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.