Pláticas con…. Orhan Pamuk ¿Estamos olvidando el placer?
1 abril, 2010
Carátula estuvo presente en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), en un encuentro al que fue invitado el escritor turco, Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura, para inaugurar un ciclo de debates titulado «Pensar el futuro», donde habló sobre el porvenir de la Literatura y los Museos, a raíz de la publicación de su última obra, El Museo de la Inocencia; al mismo tiempo comparó las sensaciones y la relación de los lectores de novelas con los visitantes de museos. En general, Pamuk propone que se fomente otro tipo de relación entre el público y las obras de arte que prime basado en el placer por encima de todo.
Pamuk lee en inglés con cierta dificultad, sobre un atril ante un público que le escucha con el respeto que confiere llevar sobre sí la palabra “premio Nobel”. Un premio que por extensión se concede a la creación en lengua turca y por justicia a un excelente novelista que enseñó a amar en la distancia y desde cerca esa maravilla de ciudad puente entre Oriente y Occidente llamada Estambul. A Pamuk se le va a escuchar, como quien visita aquella ciudad, con los ojos abiertos y esperando mucho.
No seríamos muy justos con Pamuk si tuviéramos que referirnos a sus gestos y su postura ante los que habla. Al cabo de un rato, como si estuviera cansado de escucharse, apoya el rostro sobre una mano y continúa como quien estudia en una biblioteca o habla consigo mismo. Quienes estamos oyéndole, empezamos a dudar si esta apatía no es más que un aburrimiento del ir y el venir con discursos escritos que no admiten o que le protegen de auditorios variados. Sí, Pamuk produce cierta frialdad, un aire de estar diciendo lo mismo hoy que mañana y sin mirar a los ojos. No está obligado a mostrarse interesado, pero si ha aceptado venir a leer un papel de una larga disertación sobre el futuro de la novela y los museos, quien le escucha interpreta que al escritor le interesaba hablar allí, en ese momento. De dónde entonces la apatía, la mano sobre el rostro.
Pero como decíamos, no haremos un juicio del señor Pamuk apoyado sobre un atril con un grandísimo cansancio. Con los escritores, lo mejor, en muchos casos, es olvidarnos de su figura, y centrarnos en lo que nos han dado y por lo que nos interesan: sus palabras. Pamuk está hablando del futuro, pero refiriéndose al pasado.
“Las novelas y las museos”, dice el escritor, “comparten un poder otorgado por los lectores y los visitantes: el poder de representación de la realidad, o de una realidad”. Y aquí es donde Pamuk se pregunta si pueden seguir teniéndolo en el futuro. “Hay novelistas y lectores que se acostumbran a ver la realidad a través de piezas de ficción. Pero incurrimos en una extraña paradoja. Por un lado, tenemos una recreación de esa realidad (con referencias a imágenes, olores, sonidos, lugares, etc); por otro lado, entre el lector y esa realidad inventada, sólo hay una especie de ficción, un objeto en que no se respira ese olor, ni se oyen esos sonidos: es el libro”.
El autor de Estambul, a pesar de su creencia en la existencia de ese pacto entre el lector y el libro que se establece para dotar de verosimilitud a una realidad inventada, no deja de reconocer que la ficción, el arte en general, puede afectar la visión posterior que se tenga de la realidad e inclusive deformarla:
“La primera vez que fui a París después de leer a Balzac, me sentí frustrado”, recuerda. “Y es que en realidad, los novelistas muchas veces no hacemos más que reeditar lo que ya se cuenta en el Quijote: el conflicto que nos supone movernos en el mundo entre la realidad y la ficción. Pero ese proceso empieza cuando el lector completa a la novela convirtiendo las palabras en imágenes. El lector visualiza los verbos, los dota de realidad. Si ese proceso de transformación o préstamos no puede hacerse con facilidad, es decir, si el lector no consigue transformar lo que lee, entonces la novela fracasa. No pasa por el filtro de la imaginación del lector aunque antes haya pasado por el del escritor.”
Pamuk considera que la novela tiene el poder de llegar a conformar una memoria individual o colectiva y, al mismo tiempo, se nutre de la vida diaria, real. Proust sería un ejemplo de ello. Del lenguaje común extraer el placer de la sonoridad, de la sensualidad, de los recuerdos es una capacidad de la ficción escrita.
“Después de Joyce”, prosigue Pamuk, “los autores de novelas han trabajado en infinidad de variaciones del monólogo interior: desde Faulkner a Virgina Woolf; desde Hermann Broch a García Márquez. Pero todos han utilizado la magia del lenguaje cotidiano en el que se envuelve la imaginación. Al enfrentarnos a las novelas históricas, tenemos una dificultad en ese sentido. Cuando yo escribí Mi nombre es Rojo era consciente de no poder incurrir en la artificialidad de copiar el lenguaje ni los detalles de la vida cotidiana del imperio turco del siglo XVI. Entonces decidía reconstruir y exagerar el retrato de aquella época para proteger mi novela de una mala imitación artificiosa del siglo XVI otomano. Eso sí, llené la obra de numerosas referencias a cuadros y temas contemporáneos a los personajes para situar al lector. Hice que objetos como los cuadros hablaran.”
“Las nuevas tecnología no están amenazando a la novela ni anuncian su muerte.”
Pero Pamuk sigue ahondando un poco más en la idea del papel que juega la novela para el lector, y de cómo éste se acerca y se relaciona con ella. Entenderlo bien parece ser la clave del futuro de la novela, más que el debate manido sobre los avances tecnológicos.
“La tecnología no determina la calidad o el contenido de una novela. Aunque seamos conservadores en nuestros gustos de oler el papel que leemos, sabemos que esto cambiará. Pero no cambia el texto. La novela no es el papel en el que se lee, sino el contenido. Nos acostumbraremos a leer en pantalla, pero nuestra necesidad de expresarnos estará siempre ahí. Las nuevas tecnologías no están amenazando a la novela ni anuncian su muerte.”
Por tanto, para Pamuk, el contenido es el que marca la relación con el lector y añade que “a partir de los años ochenta, bajo la influencia de autores como Borges o Calvino, la novela postmoderna se enriquece con la metaficción. Para estos escritores, la novela era un medio para provocar el pensamiento, no tanto para establecer una invención que deleite al lector con la única consecuencia del placer. En mi caso, me suele ocurrir que no sé cómo reaccionar ante los cumplidos de algunos lectores que me dicen ‘Señor Pamuk, eso que usted describió en su libro es exactamente lo que yo vi, o lo que yo sentí, es como si usted hubiera escrito sobre mi vida’. Nunca sé si sentirme triste o feliz porque, al escuchar esto, contrasto mis pobres esfuerzos en parecer más un novelista que en ser un mero cronista de la vida cotidiana”
Llegados a este punto, Pamuk habla franca y directamente con quienes le escuchamos al abordar el tema espinoso de la vanidad, del sentimiento de distinción que se establece entre el lector y la novela. “Cuando leemos una novela, existe muchas veces la convicción de que el autor se está dirigiendo a nosotros exclusivamente. De ahí que el lector dedique un considerable esfuerzo en completar con su imaginación lo que el autor le cuenta. De pronto, empezamos a valorar la obra por el esfuerzo que nos costó interpretarla o recrearla, más que por el valor literario, artístico o por el placer que nos produjera. En Estambul, durante los años ochenta, con la llegada del turismo masivo a la ciudad, cada vez que iba a comprar a una librería de viejo o de segunda mano, encontraba que muchos libros que la gente dejaba tras de sí, como los que abandonaban los turistas en los hoteles, eran lecturas que no les habían supuesto un gran esfuerzo.”
La “distinción” es uno de los sentimientos que se produce en el lector a la hora de abordar un libro, además de la identificación con los héroes. “Si la novela es algo complicada”, dice Pamuk, “creemos que nuestro esfuerzo intelectual a la hora de leerla nos otorga algo especial, como si leer a Joyce, por ejemplo, nos hiciera diferentes a los otros que no lo leen”. Eso tiene provoca, según Pamuk que “cada vez más, el contexto esté perdiendo importancia en favor de aquello que la obra dice directamente al lector, ese mensaje individual. Es como el visitante de museos que desconoce el contexto cultural de las obras de arte que está viendo y sólo se relaciona con ellas a través de la belleza intemporal que representan. Disfrutamos de la inmediatez también en las novelas sin conocer los referentes culturales alrededor de los que la novela está escrita y sin los que se hace difícil visualizarla, dotarla de verosimilitud.”
Pero sobre el aspecto de la distinción, el novelista turco, profundiza aún más: “Yo, como lector, también disfruto cuando descubro cualidades en una novela a la que nadie parece haberle prestado atención, al igual que el visitante de museos repara en detalles que nadie en la sala parece admirar. En ese momento te crees más inteligente que nadie. Y entonces cuanto más incomprendido sea un autor que tú has seguido, más único te sientes. En El Museo de la Inocencia, mi último libro, jugué con la idea de un personaje que visita museos vacíos para distinguirse del resto. La vanidad es la alta visión irreal que tienes de ti mismo”.
En realidad, el protagonista de El Museo de la Inocencia, el último libro de Pamuk, es un joven que, nostálgico debido a un amor imposible, acumula una gran cantidad de objetos que le recuerdan a su amada. Estos objetos que aparecen en la novela de Pamuk podrán contemplarse también en un museo (no ficticio) que el escritor tiene previsto abrir en el barrio de Çukurcuma de Estambul.
Es imposible no preguntarle a Pamuk sobre el futuro de los museos en cuanto a herramientas de representación y él propone que el futuro pasará por museos privados más que por los que actualmente se potencian desde los fondos públicos de los Estados. Para el autor de “Estambul”, eso sería “una manera de desligar el arte como un medio de representación de la realidad únicamente; es decir de prescindir de la obligatoriedad de considerar que una pieza determinada deba o no estar en una exposición por ser parte de una época concreta o de un lugar específico. Es volver a generar en el visitante lo que pasa en muchos lectores de novelas que desconocen el contexto en que la novela fue escrita: la sensación de placer al contemplar o visitar una obra de arte intemporal. Creemos que los museos deben preservar objetos del pasado porque están ligados a nuestra historia; pero qué ocurre con aquellos objetos que no nos dicen nada de nuestro pasado. ¿No estaremos olvidando el placer? A la hora de acercarnos a una obra de arte, si le condicionamos como representación de algo que nos liga a nuestra cultura necesariamente, estamos achicándola. Cuando doy clases en Estados Unidos, o en países donde las diferencias de clases económicas son menos marcadas, me encuentro muy pocas preguntas del tipo de: ¿por qué escribió usted esta novela?; ¿qué denuncia pretende?, u otras por el estilo que solemos hacer en otras latitudes. Allí la conversación se centra en la obra en sí, en sus cualidades o defectos artísticos.”
Tener enfrente al artista turco más conocido en el mundo occidental obliga a conocer su opinión sobre la posible entrada de Turquía en la Unión Europea, y las reticencias de algunos a que ese proceso se complete, algo que tiene resonancias culturales claras. Pamuk se declara un “defensor de la entrada de Turquía en la Unión Europea, frente a las opiniones en contra que hay tanto dentro del país como fuera, expresadas por líderes como Ángela Merkel o Nicolás Sarkozy, que son excluyentes. El argumento de que Turquía es un país musulmán no puede ser un impedimento a la entrada en la Unión Europea actual. Pero no es un asunto de buenos y malos, hay gente a favor y en contra dentro y fuera de Turquía”.
Pamuk parece señalar constantemente hacia un mismo punto: El futuro de lo que ocurra tanto en Turquía como en las novelas y los museos seguirá dependiendo de un encuentro más directo sin prejuicios históricos o de otro tipo.Después de un pequeño debate, el autor se volvió a levantar para agradecernos la asistencia. Dijo: “ha sido un verdadero placer”. Y uno se pregunta si de verdad lo fue para él. En cualquier caso, eso no fue lo importante.
Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.