Poemas: Darío Jaramillo
6 diciembre, 2021
Poemas de amor, 1
Ese otro que también me habita,
acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.
Poemas de amor, 13
Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original ⎯contigo mismo⎯.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.
Razones del ausente
Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro;
díganle también que no dejó razones para nadie,
que tenía un mensaje secreto, algo importante qué decirles
pero que lo ha olvidado.
Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo,
díganle que todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo,
que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,
díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol,
díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor
y luego supo que el amor dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado
y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo;
díganle que ignora cuál es su pecado
y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda
y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia
y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello.
y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente,
de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá
y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas
y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad
y nada.
Soy vegetal
Soy vegetal.
Broté de una semilla,
voy echando raíces
y el amor me hizo florecer por una vez.
Sé cantar cuando pasan los vientos
y quisiera abrazar el nido de algún pájaro.
También sé defenderme en la sequía.
Soy árbol por dentro.
Soy vegetal,
mi especie tiene nombre taxonómico,
está catalogada con una cifra y una clave,
es parte de un herbario.
Soy vegetal.
Mi más profunda vocación
es la quietud.
Conversaciones con Dios, 14
Venía yo en un avión desde el sur.
De la pampa a los Andes a la selva a mi meseta.
No miraba por la ventana: oía música, dormía y oía música dormido.
No pensaba en nada. Es la mejor manera de ir en un avión.
No pensaba en nada. Es la mejor manera de ir.
No miraba por la ventana: temo a la selva. Temo a ese verde monótono y oscuro, un solo tono de un
solo verde que interrumpen pantanos o que los ríos cortan.
No pensaba ni miraba y de súbito Él me habló y me impulsó a mirar la espesa y repelente selva.
Me dijo:
-Cuando soy agua, soy el río Amazonas.
Sólo eso me dijo y lo entendí contemplando el Amazonas a treinta mil pies de altura a velocidad de
crucero. Lo entendí: para que exista este río tiene Dios que convertirse en agua.
Chavela Vargas, miércoles 31 de marzo de 2004
Sobre su pecho un óvalo de plata
que arroja destellos en el punto donde yo levito.
La chamana nota que estoy encandilado
pero en ese instante no lo creo:
imposible que la gran bruja se fije en mi quietud
entre tanta genteque vino para oír su canto.
Somos varios miles los devotos.
Solamente lo sé al final, cuando todos la ovacionamos:
en el mismo instante en que yo le mando un beso
un nuevo destello de plata rebota en mis ojos fijos en ella.
Ella lo ve –o siente mi beso-,
me acaricia con la mirada
y me devuelve mi beso.
Enseguida la imito en ese gesto suyo de abrazar abrazándose
y la vieja reina de la luz de lo oscuro
me retorna desde lejos el abrazo con un calor de cuerpo que contagia mi cuerpo.
Me quedo lelo,
el tiempo detenido en el plenilunio de unos abismos que otros vivieron por mí,
ángeles extraños,
ángeles buenos que conocen el infierno como la casa del hermano,
ángeles buenos que vienen a salvarme con su canto.
Monólogo de alguien sin voz
Mi tierra ya no es mi tierra.
Fui expulsado de ella, salí a medianoche sin rumbo,
salvando la vida como si mi vida valiera alguna cosa.
El resto lo perdí, la casa, los muebles,
las fotos y las cartas que me conectaban con los muertos de mi sangre.
Todo quedó abandonado,
de alguna manera muerto,
muerto como yo que comencé a morir entonces.
Salí con las manos vacías, sin tiempo para llorar,
también sin pasado salí de esa tierra que ya no es mía.
El espejo de esta casa se niega a reflejarme,
nadie me reconoce.
Sin lugar y sin pasado,
esta tierra no me reconoce.
Ya no hay casa.
En el lugar habitan gentes que llegaron de ninguna parte.
Ahora soy un nómada, una planta sin raíces,
un hombre sin nombre y sin memoria.
Santa Rosa de Osos, Colombia, 1947.
Autor de los poemarios: Historias (1974), Tratado de retórica (1978), Poemas de amor (1986), Cantar por Cantar (1992), Cuánto silencio debajo de esta luna (1992), Del ojo a la lengua (1995). Gatos (2005), Cuadernos de música (2008), Solo el azar (2011), entre otros. Asimismo, ha escrito varias novelas, como: Memorias de un hombre feliz (2000), El juego del alfiler (2002), Nóvela con fantasma (2004), La voz interior (2006), Historia de una pasión (2006) e Historia de Simona (2011). En 2017 fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía 2017 del Ministerio de Cultura, por su poemario ‘El cuerpo y otra cosa, y en 2018 obtuvo, en su decimoquinta edición, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca.