Poemas de Daemon

5 agosto, 2022

Nickajack, Tennessee, 1968

El mundo que encuentres allí nunca
será el mismo que el mundo que dejaste.

Johnny Cash

Que hay una cierta pasión por la vida
que también mata.

Que nadie es dueño de la muerte
y justo al borde, la revelación,
dígase el miedo, rescata.

Que luego se predica con voz de desierto
y una vez más se peca con el goce arruinado.

Así en las manos con un libro de salmos,
en devoción penitente y aferrados,
a la salida nos vamos llevando.

De la caverna, se dice,
no se vuelve intacto.

Ahíto, sereno, afuera cegado,
agujero, pero en la luz,

pero en la luz.

El susurro

I am from heaven, and I am from hell.

Wendy McNeill

¿Por qué he de temerte?
Más aún, ¿por qué habría
de huir de este miedo
que me lleva hacia ti?
Me quedo en tus ojos de invierno,
me trasvaso en la córnea, en la sangre.
Tus lobos se parecen a mis lobos,
tus bosques a mis bosques,
la luz de tu pradera a la mía.
Venimos de vuelta,
de la cañada profunda venimos,
de ese río revuelto.
Merodean gatos en los árboles.
Te conozco de antes,
ahora lo recuerdo.
No habíamos resucitado.
Pesaba el talego, lleno de guijarros,
nos hundíamos. El agua al cuello.
La verdad (¿cuál verdad?)
se nos iba de las manos,
fuegos fatuos
en el aire.
Te veía bailar.
Éramos altivos y valientes,
del cielo y del infierno,
siempre hermosos.

La legión púrpura

Jim en la madrugada
a través del bosque,
bestia de alabastro,
agua de lobos,
alucinado.

Las brujas de Tesalia ríen
como locas escapadas
de santuario,
danzan, susurran
el nombre secreto
de su amado.

Qué delicia,
qué ríos oscuros
son ellas y los ríos
donde mojan
sus largas cabelleras,
sus tetas llenas y áureas.

Más poderosas
que los dioses,
más amantes,
llenas de amor.

Meroe te arranca el corazón
y te pone una esponja
en su lugar.

La rechazaste,
no la amaste,

entonces,

¿para qué quieres
tú un corazón?

Pero Jim, aquel que
todavía llamamos Jim,
no conocerá
tales tormentos.
¿Cómo podría?

Él va dejando de ser
quien nunca ha sido
para beberse
la fuerza ciega
de la salamandra.

Suyo es el salto de hoguera,
el sacrificio de las brujas,
orgía adentro, en las llamas.

Los lobos lamerán la savia
y el Amo de los reptiles
subirá a la colina cárdena.

Desde allí habrá reinar
sobre los muertos
y los realmente vivos.

Atrás quedará
el Hotel Verde,
una puerta.

El Afronauta de lo Indecible

Yo tenía este jardín.
Este pequeño jardín detrás de la casa,
y me sentaba allí por las noches
con mi mente divagada en el cosmos.
Yo era un charlatán embutido
en mi traje interestelar.
Un mal poeta, un profeta barato,
un gurú de panza sexy
con una pirámide de cristal
debajo de una cama solitaria.
Pero así estaba bien,
mi lúcida locura no le hacía daño a nadie.
Afuera, los ciegos del Señor de la Culpa
andaban a flote sobre cintas insonoras.
Me había desprogramado
y era feliz en mi retiro, en mi condena,
olfateando las puertas del cosmos,
aguardando la llegada.
Vendrían a buscarme.
Se lo dije a todos.
Nadie me siguió, no formé una secta.
Yo era el único chamán
en mi vergel sideral.
Una madrugada
una luz bañó mis orquídeas
y vi bajar al Afronauta de lo Indecible.
Dijo llamarse Sun Ra.
Alguna vez había sido humano, contó,
y músico y místico.
Y también poeta.
Muy mal poeta, por cierto,
tan malo como tú,
agregó para ganar mi confianza.
Luego se sentó a mi lado
y quedó en silencio.
Al cabo se puso de pie,
hizo una reverencia
y partió en la luz nodriza.
Fue hermoso ver
cómo las orquídeas se alzaban
y giraban
tras los pies desnudos del Afronauta.
Me había robado,
sin duda me había robado,
pero también me dejaba
a cambio
aquella distancia prodigiosa,
la felicidad
en la imagen misma
de la distancia.

El blues se toca con navajas

Tutwiler, Mississippi. Sobre el andén se aposenta un silencio que se vuelve lontananza en la tarde de tonos naranja. Aquí, allá unos pocos pasajeros se dejan caer lentamente sobre sus derrotas. W.C. Handy, en la banca, cabecea. Su tren carga con dos horas de retraso. Un negro joven y de huesos elásticos toma asiento a su lado. Porta una guitarra, también una navaja. Por los caminos del hombre blanco, un negro tiene que saber cuidarse. W.C. lo sabe muy bien, él también ha llevado sus filos escondidos en la ropa. Pero un hombre con una navaja, del color que sea, es de cuidado. De modo que W.C. permanece ladeado sobre el brazo de la banca, en su fingido adormecimiento, con los ojos entrecerrados, dejando pasar un resquicio del mundo hostil por la mirada. El joven se monta la cintura de la guitarra sobre el muslo. No suelta la navaja de su mano izquierda, la sostiene entre el índice y el anular, encima de los trastes. W.C. abre un poco más los ojos. El chico descoyuntado, en apariencia ajeno a W.C., comienza a tocar la guitarra. La navaja se desplaza arriba y abajo contra el mástil. Luego el chico deja ir la voz, y con ella una canción simple y dolorosa. W.C. Handy se incorpora sobre el asiento, ahora con la mirada fija y muy grande. No ve, no puede ver el mango de la navaja, el lobo labrado en el mango. Cuando termina, el joven apoya la guitarra junto a su pierna derecha, al otro lado de W.C., quien mira el instrumento por unos segundos y luego al interprete. Le pregunta qué es eso que ha tocado, cuándo empezó a hacerlo con la navaja y qué letra fue ésa, tan espléndida y clara en su momento, ahora oscura, huidiza en la memoria. El joven sonríe, se encoge de hombros, con tono suave, casi en susurros, le pide un cigarrillo. W.C. Handy le alcanza uno con la esperanza de que la lengua del muchacho se suavice. Pero el joven fuma y calla, y luego comenta que se dirige a otra estación, a esa donde la vías del sur se encuentran con el famoso Yazoo Delta. Allá  donde se cruzan los ferrocarriles de los cuatro puntos cardinales. De allá soy, del cruce de los caminos. Su voz se opaca un poco con la locomotora que ya viene entrando a la estación. Aún no terminan de detenerse los vagones cuando el joven hace una sutil reverencia, se pone de pie y se aleja.

Comparte en:

Puerto Cabello, Venezuela, 1970.
Narrador y poeta. Ha publicado tanto cuento como novela con editoriales como Alfaguara y Ediciones B en Venezuela, con Norma en México y en España con Pre-Textos y Editorial Milenio. En 2009 fue becario del programa internacional de escritura de la Universidad de Iowa. En 2010 quedó entre los diez finalistas del Premio Cosecha Eñe de España. En 2013 ganó el concurso de cuentos de El Nacional (Venezuela). Ese mismo año estuvo entre los nueve finalistas del premio de novela Herralde. En 2016 se hizo acreedor del premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro. En 2021 publicó la novela Hopper y el fin del mundo con Editorial Milenio. En poesía, ha publicado Tatuajes criminales rusos (2018), El barco invisible (2020), ambos Oscar Todtmann editores, y Daemon (2022) con LP5 Editora. Algunos de sus textos han sido traducidos al chino, al esloveno, al japonés, al ruso y al inglés.