Poemas de Jaime Manrique

1 junio, 2022

POEM FOR MATTHEW SHEPARD

(1976 – 1998)
asesinado

En los últimos momentos        
cuando la camioneta 
se alejó, sentí un escalofrío
y di gracias por sentir algo.
La sangre sellaba mis ojos.
Pensé: no quiero que su mirada
de odio sea lo último que recuerde.
Respiré el olor
de la hierba que crecía
antes de que el invierno se desatara; 
escuché el canto
de los pájaros nocturnos. 
En mi mente 
vi estrellas fugaces 
la luna menguante de la cosecha 
la luz del amanecer. 
El viento sopló sobre la planicie 
arrancando el matorral, 
un coyote aulló,
tal vez un lobo, 
un ratoncito del campo huyó 
en la oscuridad.
Más tarde, me imaginé 
a las aves levantando el vuelo
en dirección a los planetas, ascendiendo 
hacia los cielos plateados. 
A medida que el calor del nuevo día aumentaba
no me atreví a pensar
que sería rescatado. 
Entonces mi alma empezó
a tomar vuelo
un suspiro viajando hacia
los brazos de Dios
donde encontraría 
una paz que nunca había conocido en la tierra. 

1963

Fue el año
que comencé
a levantarme
por la noche
a tocar
la verga
de mi tío Giovanni;
por las noches lo veía desnudarse
después de apagar la luz
me dormía en un estado febril.
Al despertarme después de
la media noche
llegaba hasta su cama en puntillas
le sacaba de sus boxers su verga
y la sostenía en mi mano temblorosa
hasta que se endurecía
no sabía que hacer con una verga—que no fuera la mía— 
en mis manos
por eso la sostenía en la oscuridad
mientras los murciélagos
planeaban entre las matas de plátano 
en nuestro patio
y el sereno
repasaba las calles
y tocaba su pito
para decir
que las calles estaban tranquilas
a la media noche
que el mundo era un lugar seguro.
Corría el año de mil novecientos sesenta y tres
ningún cataclismo iluminaba los cielos nocturnos.

Mientras sostenía la verga de mi tío
acariciándola con amor
recostándola contra mi mejilla
respirando su olor punzante
me preguntaba si Giovanni
—su cuerpo rígido
su pecho jadeante—
estaba dormido.
En la mañana 
me sentía avergonzado. 
Giovanni nunca mencionó
nuestro secreto
tenía veinticuatro años
estaba desempleado
cojeaba
y se pasaba los días 
leyendo los periódicos
esperando que le sirvieran sus comidas
mientras bebía tinto con azúcar
y fumaba Pielrojas.
Todas las noches yo esperaba por ese momento
cuando el deseo era tan fuerte
que yo no sentía vergüenza—
la oscuridad protegía mi osadía. 
Una noche 
cuando llegué a casa de mi clase de inglés,
Giovanni estaba sentado en la terraza leyendo un periódico
levantó los ojos y me dijo:
“Marilyn está muerta”.
Me apresuré a mi cuarto
me tiré con mis libros a la cama
a gemir. 
Esa noche, arrodillado al lado de Giovanni
decidí ser más atrevido 
que nunca antes
tomé su verga dura
y me la puse en la boca
y cuando lo sentí exhalar 
sentí que el terror de mis 13 años
me dejaba en libertad,
así que más tarde
cuando el sereno tocó su pito quejumbroso
para anunciar 
que todo estaba en orden
me sentí en paz
y sin miedo
por primera vez.

TARZÁN

Vivía en mi ciudad 
un hombre llamado Tarzán
por su físico.
Un paria en Barranquilla
infame por seducir a los jóvenes.
Tarzán lucía camisetas
tan apretadas como vendas
alrededor de su torso;
se pavoneaba por las calles
como un flautista mágico 
que arrastraba tras de si a los muchachos 
como yo
para arruinarnos.

Entrada la tarde,
cuando las amapolas se embriagaban
del color sangriento del ocaso,
y el azahar de la India 
perfumaba la hora
con su dulzor lánguido, 
Tarzán aparecía 
–los silbidos de mis vecinos 
escondidos detrás de sus persianas
precedían su paseo en mi calle: 
él se sacudía los insultos
como una guacamaya 
se acicala sus plumas.

Todas las tardes yo leía 
en una mecedora
esperando por el momento
en que él apareciera,
mi corazón saltaba tan rápido
que me ponía 
mi mano empuñada sobre mi boca
mientras él desfilaba,
un animal desafiante
entonando la canción del pecado.

Ni una sola vez en esos años 
él miró en mi dirección
aunque sabía que yo estaba ahí 
y el calor de su piel
me quemaba como una lengua de fuego.

Sus ojos dorados de pantera 
arponeaban mi corazón.
Yo sentía terror 
de que Tarzán revelara 
que yo como él  
apetecía los cuerpos
y las caricias de los hombres.

Treinta años han pasado
desde ese entonces.
Hoy escribo desde una cabaña en el bosque
en la cima de una colina blanca.
Ha nevado todo el día 
El brillo de los témpanos en mi ventana
penetran mi refugio.

Ahora, Tarzán no aparece
en mi calle de fantasmas
pero la memoria del deseo
que me abrazaba en aquellas tardes
todavía me sacude y me marca
después de tantos años.

JEROGLÍFICOS EN UNA TABLETA PERDIDA

Mil caballos adornados con mil campanas corren
en el desierto para empezar el asedio de nuestra ciudad amurallada.
Los yelmos de los guerreros invasores 
centellean bajo un sol despiadado. El desierto es una
cámara de eco de arena. Soy sólo una mujer de mi
señor Tiglath-Pileser III. En nuestro cuarto comunal 
las mujeres temblamos de miedo. Yo me consuelo acariciando
mi collar de lapislázuli. Mi herida es ya dolorosa.
Conozco la crueldad de los soldados asirios: ellos clavan sus dagas afiladas en
los corazones de las mujeres conquistadas para alimentar a sus leones.
Yo sé que después de que los caballos y los arqueros y el poder de nuestro amo 
hayan desaparecido, mi collar—los pedazos que han encontrado y re ensartado—
le contarán mi historia al mundo; dirá más que mil tabletas de piedra.
Derramo el aceite de mi plato de alabastro para bendecir cada cuenta de mi collar
mientras le imploro a Ishtar, la todo poderosa, diosa de la guerra, pero más importante
diosa del amor. Sólo le pido que mi collar—el recuerdo de una concubina—no desaparezca
para que yo, que nunca conquisté reinos o vencí pueblos enteros, 
sobreviva, y aunque
nadie nunca sabrá ni mi historia ni mi nombre,
el futuro se enterará de mi amor por la belleza perfecta
de mi adorno de oro y lapislázuli.

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Poeta, narrador y ensayista, ha escrito su obra en español y en inglés. Recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su primer libro, Los adoradores de la luna. Ha publicado, tanto en español como en inglés, los libros El cadáver de papá (1978; Seix Barral, 2019), Notas de cine (1979), Oro colombiano (1983), Luna latina en Manhattan (1992), Twilight at the Equator (1997), Maricones eminentes: Arenas, Lorca, Puig y Yo (2000), Nuestras vidas son los ríos (2006; Seix Barral, 2019), con el cual recibió el Latino Book Award en 2007; El callejón de Cervantes (2012) y Como esta tarde para siempre (Seix Barral, 2018). Algunos de sus poemarios son Mi noche con Federico García Lorca (1995), Tarzán, mi cuerpo, Cristóbal Colón (2000) y El libro de los muertos (poemas selectos 1973-2015) (2016).