Poesía: Evocación de Píndaro (fragmentos)
1 abril, 2021
Evocación de Píndaro (1955)
(fragmentos)
IV
1
¿Qué más decir? Ya ruedo cuesta abajo,
dejada atrás la cumbre, libre del vértigo
que da la altura, libre de la agonía
que es ir creciendo
con los sentidos cada vez más ávidos,
más exigentes, nunca amansados, nunca
dominados por la razón ni la experiencia;
libre de ese dolor que es toda juventud, urgida
de deseo, en lucha con el ángel de Dios y con el otro
ángel, de Satanás, Satanás mismo;
y quisiera gozar en bien tendido llano
la frescura tranquila, transparente,
de agua que bajó en río, en lluvia, en llanto;
la senectud perfecta,
plausible, irreprochable,
de árbol bien arraigado, de árbol grande
que da ancha sombra y que guarnece nidos:
en plenitud de vida el jubiloso
gusto de dar gratuitamente,
vueltos leña los huesos para el calor del mundo
en alto hogar de pueblo
(¡sin patria no hay vejez que pueda soportarse!),
vuelta la voz ungüento
de consagrar (¡sin cátedra
toda sabiduría de ancianidad es vana!),
y ver desde la puerta
de casa propia, libre de todo adeudo,
en vecindario amigo, cómo la tibia estrella
mañanera de Venus resurge en el lucero,
más tibio todavía, de la tarde;
para cerrarme luego, como la amapola,
como esa flor de incendio, flor de sueño,
en los campos segados,
quemándome en los bordes, de afuera para adentro,
adentrándome
por caminos de ensoñación, que son los más certeros,
en el arcano de mí mismo,
dejando todo lo demás al viento
y a la hambrienta algazara de los pájaros.
¡No sea yo jamás viejo gruñón, ni avaro,
ni enteramente viejo!
9
¡Sólo Darío, Darío únicamente
renueva las latinas glorias ecuménicas
como nunca la espada: sólo él es augusto!
Y no el germano saqueador de Roma
sino Darío es rey en cuyo imperio
nunca se pone el sol. ¡Qué carabelas
de qué mástiles altos y velajes albos
y popas elevadas, de prodigio,
las que capitanea en océanos de encanto;
qué mundos nuevos de minas de diamante
y selvas de milagro nos descubre;
qué países conquista de hombres de oro
y mujeres de perla y esmeralda,
donde el Amor es ley, la Libertad el aire
que se respira, la Música el idioma!
¡Cómo el dolor de América se trueca
por su pasión de América
en maravilla de esperanza, en gozo
de soñador; y en inviolable virgen
la prostituida tierra americana!
La dejó a medio hacer, estaba haciéndola,
como un mejor Hefesto una mejor Pandora,
cuando murió; apenas comenzaba;
¡dan ganas de llorar!
10
Donde Darío yace,
bajo un triste león, en su León más triste
(¡muerto Debayle que le daba aliento
a la ciudad, su hermano en el espíritu!),
derrama miel y desparrama rosas,
Mateo Flores1, porque esa sepultura
vale lo que las tumbas de los héroes
en cuyo honor los juegos se fundaron,
idos antes de tiempo: ¡así Darío
el de más grande logro, empero malogrado!
11
Yo lo recuerdo, presa de terrores,
sumido en el dolor y en la penuria,
con el color terroso de panal destruído,
con la mirada de águila, extraviada,
con la sonrisa en boca adolorida,
con no sé qué, animal o primitivo,
que buscaba rincón donde morirse,
escondido, de espaldas a la Muerte.
El invierno era crudo, el cuarto frío.
Como en un cuento de Edgar Poe, un negro
magro y macabro le bailaba danzas
grotescas, de esqueleto,
descoyuntadas,
le cantaba lamentos sincopados,
con la bocaza abierta roja y blanca.
Los rascacielos (¡nuevos!) levantaban brazos
de imploración y de tortura antiguas.
El río iba de luto, iba de llanto,
iba de miedo a dar a la bahía,
frustrado el darse al mar, ¡como Darío!
12
Y recuerdo a su amigo millonario
de Nueva York, hecho el desentendido;
y a Argentina, lejana, olvidadiza
(¡no contestaba cartas!);
a México su México exiliado
(¡trágico Alfonso Reyes!) o muerto (¡Justo Sierra!)
o manco (¡Nervo, Montenegro, Ramos!);
a España sorda (¿cuándo ha oído España?);
a Nicaragua madra, ciega, baldada, muda,
bajo régimen vil: ¡nadie a ayudarlo!;
y al déspota, ansioso a todo trance
de arrancarle lisonja, en Guatemala,
como quien hunde en el ala del pájaro
duro alfiler para que llore y cante.
¡Qué doloroso canto: le aulló el alma!
13
Cuando volvió a León llegó arrastrando
el ultrajado lustre del plumaje
y la abatida excelsitud del alma,
informes ya la voz y el pensamiento
(¡válidos para la queja sólo de la carne!),
sin resistencia el arco y sin tensión la lira.
Orfeo redivivo, destrozábanle
las delicadas vísceras con zarcillos crueles
(¡desde su juventud fueron salvajes vides
las que le dieron vino!) las basárides
furiosas contra Apolo.
Le devolvió la majestad la Muerte,
¡pero cómo fue larga su agonía!
1 Salomón de la Selva compuso su Evocación de Píndaro para celebrar la victoria de Mateo Flores en la Carrera de Maratón de los Segundos Juegos Deportivos Panamericanos, celebrados en México en marzo de 1955, y para conmemorar el primer cincuentenario de la publicación, en 1905, de Cantos de Vida y Esperanza de Rubén Darío. Sobre Píndaro confiesa Salomón de la Selva que era entre los poetas griegos el que más estimaba, el que sentía más cerca, más actual y más cálido, más claro, más amigo y con quien mejor conversaba.
(León, 1893 - París, 1959)
Poeta nicaragüense que escribió en inglés y español. Ensayista, diplomático y político, su obra influyó decisivamente en la evolución de la poesía de su país. Entre sus obras merecen destacarse Tropical town and other poems (1918), El soldado desconocido (1922), Evocación de Horacio (1949), Evocación de Píndaro (1957) y Versos y versiones nobles y sentimentales (1964), entre otros títulos.