Para que no me olvides
13 noviembre, 2018
Orlando Rossardi (Orlando Rodríguez Sardiñas) nació en La Habana. En Cuba, antes de 1960, en que sale para España, colabora en revistas literarias y funda con René Ariza el cuaderno poético Cántico. A partir de entonces su obra poética y ensayística ha aparecido en revistas literarias en Europa, Hispanoamérica y los Estados Unidos de América. Ha sido profesor en las universidades norteamericanas de New Hampshire, Southern California, Texas, Wisconsin y Miami-Dade College. Ha publicado ensayo, teatro, cuento y poesía. Entre algunos de sus libros de ensayos se destacan los tres tomos de Teatro selecto hispanoamericano contemporáneo (1971), La úlitma poesía cubana (1973), León de Greiff: Una poética de vanguardia (1974) y, en colaboración, los seis tomos de Historia de la literatura hispanoamericana contemporánea (1976). Su obra poética se recoge en los libros El díametro y lo estero (1964), Que voy de vuelo (1970), Los espacios llenos (1991), Memoria de mí (1996), Los pies en la tierra (2006), Libro de las pérdidas (2008),Casi la voz (2009) , Canto en la Florida (2010). Fundación del centro (2011) y Totalidad (2012). Es miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. correspondiente de la Academia Panameña de la Lengua Española y de la Real Academia Española.
PARA QUE NO ME OLVIDES
Mírame en la bruma del recuerdo
y fíjate como crezco en la mirada
Cuando veas las nubes cruzar por brechas y senderos,
soy yo que me concierto.
Cuando sientas gente ir, venir y desbocarse por las calles,
soy yo que me reparto.
Cuando mires tus ojos arder entre estrellas y hojas secas,
soy yo que me desato.
Cuando escuches las olas con la brisa saltar sobre la orilla,
soy yo que me desbordo.
Cuando vuelvas tu mirada hacia lo alto y te consueles,
soy yo que me delato.
Cuando logres trazar con el polvo del camino una vereda,
soy yo que me desando.
Cuando palpes con tus dedos las huellas del invierno,
soy yo que me reviento.
Cuando veas la tarde por su cielo arder tras los cristales,
soy yo que me desato.
Cuando sientas rodar el agua de los ríos por tu cuerpo,
soy yo que me desmadro.
Cuando puedas, al fin , mirar en otros ojos los ojos míos,
soy yo que vivo.
Los pies en la tierra (2006)
PASAN COSAS
Amigo, te digo, pasan cosas.
Pasa que en sus jaulas me florecen versos,
que a los tiestos crecen alas y vuelan
de noche con amor y girasoles por mi cama.
Pasa también que a veces me despierto
y al fin de la jornada echo mis cuentas
y sucede que no queda, luego, ni para el suspiro.
Pero pasan cosas con intrépida frecuencia
como que alguno logró la lotería,
y me pongo a soñar –los ojos para arriba–
–¡Si eso me pasara qué cariños compraría!.
Pasan cosas muy tremendas, te digo,
cuando voy y vengo del empleo,
que entre el ir y venir conozco a un pobre
que en su esquina le han nacido alas
y vuela, como los tiestos al borde de mi cama,
–se congelan de repente amor y girasoles–
y esa noche pasa que me crecen jaulas.
Memoria de mí (1996)
ESPEJO
Alguien porque yo viviera tuvo vida,
para que yo hablara echó afuera su palabra;
alguien para que yo diera el primer paso
pisó a su tiempo el suyo, y cruzó antes el mar
que yo crucé también un día. Antes
ese alguien vio la luz que ahora yo miro,
las tardes y las noches que se apagan,
igual que yo las veo las vio alguien primero.
Alguien antes bebió el aire que yo bebo
y soñó un sueño igual al que yo sueño.
Alguien para que sea yo quien soy ahora
cruzó las mismas calles y dejó su despedida
ante un espejo igual que el que hoy refleja
el mismo rostro que me mira desde lejos.
Palabra afuera (2015)
A Gastón Baquero que visitaba a diario todos los arcanos
Pero si también yo estaba allí, en el Allí
de un Espacio escribible con mayúsculas…
Gastón Baquero
Tu estabas allí cuando comenzó a hervir la historia
y andabas por sus letras reparando la escritura.
Tú, más que andar por los rincones hablando de Cleopatra y Cayo Julio
ya habías conocido los misterios que dejan rodar el Nilo al mar,
visto lunas que brillan todas juntas de Palenque hasta Estambul,
hecho rodar todos los ceros de Pitágoras, Newton y Pascal;
y ya volvías como abeja del fondo del Principio
en que todo, nuevamente, acosa sus panales. Ya estabas ya
por esos rumbos, volátil y enterado, cuando hablaban
de echar de la República todas las ficciones, todas las alas, todas las vigilias.
Antes de Mozart y de Bach ya estabas dando golpes de clavel por las ventanas
y vaciabas ya, maestramente, los instantes más certeros por el aire;
antes, mucho antes que Walt Whitman, y que Fray Angélico
o el mismo Marco Tulio Cicerón;
ya habías descubierto antes que Vasco, el portugués, por otras rutas,
cómo pisar sin pisar siquiera las Indias tan remotas y la familiar estrella;
ya habías escuchado el cantar de las sirenas y visto al bravo de Odiseo
temblar de espanto ante el arrobante do de pecho de las aladas isleñas.
II
Tú sabías ―y te hacías pasar por inocente― que el Bronzino
se mofaba de los Borgias y pusiste en su paleta aquel poema…
porque antes ya habías pernoctado en las estrofas que pintan las desdichas
de Eurípides, patético y morboso; y antes ¿o después?
le habías dicho al confidente Atlante que allá, en su Monte,
aguarda el mar que encierra
derechito tus palmeras. Ya lucías tú —y eso sí fue luego—
con Deniz su corona labradora
y pusiste, sigiloso, a Isabel en su camino. Y te hacías, de repente,
grande, hermoso y santo, cuando Proust dio la estocada a los recuerdos viejos.
¿Te recuerdas? ¿O ya lo has olvidado? que bajaste a las mazmorras de Fray Luis
y le soplaste en el oído el huerto al fraile. ¿O eso fue después, o antes
que Lord Byron te retara en Misolonghi y te venciera? ¿O fue luego
que Yavé le hiciera a Ezequiel comerse el rollo de sus leyes que le supo a mieles,
o que a Fadrique le borrara su destino el cruel de Pedro?
Tú estabas por allí con ojos ayuntados que se hundían por todos los surcos,
como carne que el tiempo no reclama ni dispone,
testigo en los momentos magistrales y más tiernos,
metamorfoseados en plácidas astucias: un color, un sueño, un beso, una sonrisa…
saltando, como un grillo, de un lado al otro lado de la historia.
III
Por eso es que sabías, como Borges y Dios saben, lo cierto de esos nombres;
por eso es que mandaste a sor Teresa a que andara unos caminos y a Don Pío los demás,
y a Erasmo, contrito, elogiar sus locos; y en Toledo, al Griego;
pintarlos luego entre los Bienaventurados.
Por eso es que a la piedra diste riendas por la Idea
y en ruinas, luego, colosales, regaste de palacios tus motivos.
Porque tú, antes de ver, ya eras Aquello: lo escribible
en el Espacio que nos queda tras todos los Amaneceres.
¡Ni tú eras negro ni gitano por el cielo de Sevilla! ¡Ni rosa ni amapola
en Villalba o en Toledo! ¡Ni eras Nicanor, ni Melitón, ni Adrián los días de semana!
Eras más bien el terco Filemón de la escopeta en primavera,
las bridas puestas al paisaje, las voces sueltas por el viento,
los ríos y praderas, como espuelas afiladas, por la espalda,
y mucho corazón delante, mayúsculamente tierno, en poesía.
Por eso fuiste a todas partes cerrando el alfabeto.
Por eso estabas allí por los rincones de la historia.
Por eso suicidaste los tranvías y los metros.
Por eso te arrastrabas por las sombras, por las ferias,
por los museos, por las almenas y las orillas de Manajata;
por eso contra tu suerte se alzó la suerte tuya prestidigitada,
la que en Yuste sirvió al Rey, la que acompañó a Pascal en su última osadía,
la que afiló los lápices a Newton, la que alcanzó a Vivaldi su peluca…
¡Aquella Suerte tuya que adornó, descolorida, en tu ventana
con rojos tulipanes pintaditos de oro, tu memoria!
Los espacios llenos (1991)