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Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2012. Ernesto Cardenal: Vida perdida, vida ganada

1 junio, 2012

Texto leído por Sergio Ramírez, miembro del comité de la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, durante la presentación y lectura del poema El Origen de las Especies del poeta Ernesto Cardenal, en el marco de la Feria Internacional del Libro en Español de los Angeles, del 11 al 14 de mayo.


Cuando hace poco se anunció en Madrid que Ernesto Cardenal había ganado el Premio Reina Sofía, el poeta español Luis Antonio de Villena, miembro del jurado, declaró que todas las consideraciones “extraliterarias” habían quedado atrás para abrir paso a la justa concesión del galardón, el más importante de la lengua castellana en poesía, a un poeta universal reiteradamente postergado, precisamente, por causa de esas consideraciones que campean fueran de los márgenes de la literatura, es decir, en la vida.

Pero la vida no está fuera de la literatura, sino en su verdadera raíz, y por tanto es imposible separarlas. Hay poetas que llevan vidas apacibles, y son merecedores, y otros que han bajado a la calle a encontrarse con sus desafíos, y son igualmente merecedores. García Lorca andando por los pueblos de España con su teatro popular “La Barraca” y luego asesinado en Granada por los fascistas, Neruda haciendo de la poesía una militancia, de Los veinte poemas de amor a El Canto General; Miguel Hernández muerto en una cárcel de Alicante  porque no escribía una poesía inocente. Y en la oscura Centroamérica de las dictaduras  militares, hubo poetas que entregaron su vida en el combate por la liberación, como Otto René Castillo en Guatemala, Leonel Rugama en Nicaragua, y Roque Dalton, asesinado en la clandestinidad por sus propios compañeros de lucha.

La vida de Ernesto Cardenal ha sido siempre una vida sin sosiego, marcada por eso que antes solíamos llamar con todas sus letras el compromiso, palabra que parece ahora tan desgastada por los vientos del egoísmo y el olvido de que el mundo sigue tan lleno de injusticias y desigualdades como antes. Fue un conspirador desde su temprana juventud, cuando participó en la rebelión del 4 de abril de 1954 contra la dictadura del viejo Somoza, fundador de la dinastía que gobernó a Nicaragua por casi medio siglo, ocasión en que la mayor parte de los conspiradores terminaron muertos en las cámaras de tortura y fusilados y enterrados en tumbas sin nombre, entre ellos Adolfo Báez Bone, compañero suyo de colegio, a quien dedicó este Epitafio memorable:

Te mataron y no
nos dijeron donde
enterraron tu cuerpo
pero desde entonces
todo el territorio
es tu sepulcro
o más bien;
en cada palmo
del territorio nacional en que
no está tu cuerpo
resucitaste…

Después vendría Hora O, su poemario de 1957, que tanta fascinación ejerció en mí en mis años de aprendizaje literario por la manera en que describía, como un prosista que escribe en versos, a la Centroamérica de los años cincuenta dominada por dictadores de opereta trágica, capitales tétricas en las noches tropicales a la luz de una luna biliosa hasta la que subían los gritos de los torturados en las prisiones, cuarteles de piedra, palacios presidenciales como queques rosados o pintados en color caca amarillento. Era la poesía de un cronista que respiraba el aire viciado de su propio tiempo, era la historia escrita en líneas cortadas, era la vida.

En 1956 decidió que se haría sacerdote y su vida cambió para siempre. Entró en el monasterio trapense de Gethsemani en Kentucky, donde encontró la amistad trascendental de Thomas Merton,  y salió de allí, abandonando el silencio obligado, para ordenarse en el seminario de Cristo Sacerdote en La Ceja, en Colombia. Al salir del monasterio trapense dejó atrás un mundo, como había dejado atrás otro al entrar, el mundo de su juventud perdida, de sus primeros amores cantados en los espléndidos Epigramas de 1961, que aprendimos de memoria:

Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.

A esos primeros amores volvería en el Cántico Cósmico de 1989, cuando el amor terrenal se funde con el amor a Dios en el universo; y volvería también a las fiestas mundanas, la “inquerida bohemia” de las cantinas y los burdeles de la vieja Managua, todo eso que recordaría también desde antes en su libro de 1960, llamado, precisamente, Gethsemaní, Ky, , cuando, comprometido profunda e irreversiblemente con su fe, veía quedar atrás ese mundo, envuelto en las sombras del pasado, el pecado constantemente delante de él como una proyección de cine, como escribe en el poema Oficio Nocturno:

2 AM. Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia
en penumbra parece que está llena de demonios.
Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.
La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado.
«Y mi pecado está siempre delante de mí»

Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos
interfieren el rezo como radios y como roconolas.
Vuelven viejas escenas de cine, pesadillas, horas
solas en hoteles, bailes, viajes, besos, bares.
Y surgen rostros olvidados…           

La comunidad que de regreso a Nicaragua fundó en el archipiélago de Solentiname en el Gran Lago, ya no pudo ser una comunidad contemplativa donde alguna vez vendría a vivir Thomas Merton, sino que se convirtió, como no podría ser de otra manera, en una comunidad de campesinos pobres, sus integrantes sacados de entre los habitantes de las islas, luego en un símbolo de resistencia cultural al que llegaban en peregrinación jóvenes rebeldes y artistas y escritores de todo el mundo, y más tarde en símbolo de resistencia contra la dictadura de los Somoza, al punto que los jóvenes agricultores y pescadores discípulos de Ernesto tomaron las armas para asaltar el cuartel de la Guardia Nacional en el vecino puerto de San Carlos en octubre de 1977.  La soldadesca, como respuesta, incendió la comunidad, empezando por su humilde iglesia decorada con pinturas primitivas, hasta donde había llegado el año anterior Julio Cortázar, quien participó en el diálogo que siempre se abría en la misa dominical sobre el Evangelio; unos diálogos muy tendenciosos, como el mismo Julio lo diría con humor cortazariano, ya cuando los ecos de la revolución entraban a través de las ventanas de la iglesia.

La revolución se hizo en Nicaragua con diversos componentes, entre ellos el compromiso de los cristianos, sacerdotes, religiosos, monjas, laicos. El país se volvió un laboratorio vivo de la teología de la liberación, y se produjeron graves conflictos entre la jerarquía católica y los sacerdotes comprometidos, entre ellos Ernesto y su hermano Fernando, de la Compañía de Jesús, y todo vino a desembocar en la muy famosa fotografía que dio tantas veces la vuelta al mundo, Ernesto arrodillado en la rampa del aeropuerto de Managua, el 4 de marzo de 1983, frente al Papa Juan Pablo II, quien lo señala admonitoriamente con el dedo mientras le exige que arregle sus cuentas con la iglesia. Ese momento, recogido en esa foto, viene a ser lo más “extraliterario” en la vida de Ernesto, o lo que se toma por lo más “extraliterario”, capaz de haber incidido tanto tiempo en el reconocimiento de sus méritos como un poeta de su tiempo, y de todos los tiempos.

Con la revolución, que vivió con alma mística, comprometido hasta los huesos, cerró sus cuentas y dejó testimonio en 2004 en La revolución perdida, el último de sus libros de memorias que empiezan con Vida perdida, de 1999: “el que pierde su vida por mí, la salvará”, dice el Evangelio de San Lucas.

Un poeta siempre cierra cuentas en cada libro, e igual que Ernesto recuerda con nostalgia su juventud perdida en Gethsemaní, Ky, en estas memorias de la revolución recuerda, también con nostalgia, el derrumbe de aquella torre hasta el cielo cuyas piedras aún siguen cayendo con ecos sordos.

Su poesía, compuesta por diversas etapas a lo largo de su vida, viene a formar un todo congruente y a la vez muy diverso, y ha logrado consolidar un estilo que ha dado en llamarse exteriorismo, por todo lo que tiene de relato y por sus constantes referencias al mundo exterior. Sus Salmos, publicados en 1964, sacudieron la conciencia de los jóvenes europeos en la década de los sesenta. Era el profeta del mundo moderno clamando con voz del Antiguo Testamento ante las iniquidades del presente, los campos de concentración, los Gulag, el materialismo impúdico, el hedonismo. Y también la historia de la conquista en El Estrecho Dudoso de 1966, sacada de los viejos documentos del Archivo de Indias, y su Homenaje a los Indios Americanos de 1969, que vienen a ser dos caras de la misma moneda. Y su inolvidable Oración para Marilyn Monroe de 1965, que hizo toda una época en la poesía hispanoamericana.

Como un poeta no suele decir discursos ni pronunciar conferencias, hoy viene Ernesto a leernos su último poema El origen de las especies, que corresponde a esta etapa suya del presente en que la astrofísica, la mecánica cuántica,  la genética, la antropología, y el fenómeno biológico de la existencia, dejan de ser ciencia impasible para convertirse en materia lírica, en una búsqueda incesante que Ernesto hace de Dios a través de todos los fenómenos inscritos en el lenguaje cifrado del universo, hasta el confín  mismo de las estrellas. La distancia que hay de aquí a / una estrella que nunca ha existido / porque Dios no ha alcanzado a / pellizcar tan lejos la piel de la / noche!…, como dice otro de nuestros grandes poetas nicaragüenses, Alfonso Cortés. Hacia ese confín es que Ernesto dirige su telescopio en la noche oscura, título de otro de sus libros publicado en 1993, que es la misma noche oscura del alma de San Juan de la Cruz, otro poeta místico como Ernesto.

He venido junto con Ernesto desde Managua hasta Los Ángeles, y vecinos como somos calle de por medio, además de todo el camino que hemos andado juntos, es una dicha para mí anunciarlo con estas palabras, en el marco de la Feria Internacional del Libro.

La Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, de cuyo comité me honro en ser parte, presenta a ustedes a Ernesto Cardenal, poeta nicaragüense de América y de nuestra lengua.

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Escritor nicaragüense. Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Fundó la revista Ventana en 1960, y encabezó el movimiento literario del mismo nombre. En 1968 fundó la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y en 1981 la Editorial Nueva Nicaragua. Su bibliografía abarca más de cincuenta títulos. Con Margarita, está linda la mar (1998) ganó el Premio Internacional de Novela Alfaguara, otorgado por un jurado presidido por Carlos Fuentes y el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas 2000, otorgado por Casa de las Américas. Por su trayectoria literaria ha merecido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014. Su novela más reciente es Ya nadie llora por mí, publicada por Alfaguara en 2017. Ha recibido la Beca Guggenheim, la Orden de Comendador de las Letras de Francia, la Orden al Mérito de Alemania, y la Orden Isabel la Católica de España.