4. ¿Quién es el autor de un film?

1 agosto, 2007

Un buen film es ante todo es ante todo un buen guión, se oye decir a menudo. Si eso fuera cierto, el verdadero autor de un film sería el guionista y su elemento formador, el lenguaje verbal. Al director no le cabría otro papel que la ejecución técnica de la película ya íntegramente plasmada, visualizada en sus menores detalles, previamente “filmada”, digámoslo de una vez, en el guión: un papel en cierto modo similar al de un director de orquesta o de escena. Posibles analogías aparte, las desventajas del guionista resaltan de inmediato.

¿Puede pretender realmente el libreto ser una guía minuciosa, precisa, completa hasta en los más ínfimos detalles, de realización cinematográfica, al estilo de una partitura musical o de una obra dramática? La respuesta inmediata es no.

Por lo pronto, el libreto se escribe no para ser representado o ejecutado, sino para servir de guía a la elaboración de un film. La transformación técnica posterior ya no pertenece al guión.

El papel del guión es primario, cronológicamente, pero secundario artísticamente. Ello descubre de entrada su condición de elemento complementario en la realización de la obra cinematográfica. “Y la historia de arte nos enseña –observa H. Agel- que cada vez que hay convergencia de diversas técnicas una de ellas se subordina por fuerza a la otra”.

Por lo demás, el paralelismo entre el guión y la partitura musical, la obra dramática o incluso el libreto de una ópera se agota enseguidaUna  partitura podrá ser ejecutada, un drama representado y una ópera cantada innumerables veces,  probando así que son obras de arte independientes y autónomas. Un guión sólo podrá ser filmado una vez. Para contar en la pantalla la misma historia puede haber tantos guiones como realizadores posibles, pero una vez realizado el film, el cine absorbe tan completamente al libreto que éste no puede ser filmado por otro director. Sin contar las modificaciones a veces fundamentales, que el director puede introducir en el curso del rodaje, del montaje y hasta en el sentido mismo de la obra bosquejada inicialmente en el guión. Lo demuestran, entre otros directores de genio, Charles Chaplin (autor él mismo de sus guiones)  Fellini, Antonioni, Fassbinder, librados en gran parte a la inspiración en el momento de la filmación y en el posterior tratamiento del material filmado.

La obra cinematográfica es fílmica, no literaria, por lo tanto, el film y no su guión es la obra de arte definitiva.  Este es el hecho básico del que hay que partir para establecer con alguna claridad las funciones del guionista, la naturaleza del guión, así como el papel del director. En éste convergen como en un vértice todas las etapas de la elaboración de una película y recae la responsabilidad fundamental de crear la obra artística, coordinando y unificando todos los factores que intervienen en el complejo proceso.

Por todo ello, el guionista debe trabajar siempre formando unidad con el director, compenetrándose de sus ideas estéticas, de su sensibilidad y de sus métodos de trabajo; sólo así podrá aspirar a que su trabajo sea un aporte decisivo en la elaboración de un film. Pero, aún así, y por excepcionales que sean sus aptitudes de guionista, siempre estará supeditado a las posibilidades del director.

En sus obras, su nivel de rendimiento estará marcado por el nivel de capacidad del director que realice su libreto. Uno imagina lo que pudo ser el libreto de Ladrón de bicicletas en manos de un director mediocre, y en qué medida el coeficiente de rendimiento del binomio Zavattini – De Sica se habría alterado negativamente. O los guiones de Willy Wilder o de Charles Brackett, los dos mejores libretistas que produjo Hollywood, realizados por directores de segundo orden. Sunset Boulevard, con Gloria Swanson, por ejemplo, no hubiera sido la joya de cine que es, en manos de un director inferior al talento creativo de Wilder.

Imaginemos el guión de El ciudadano realizado no por su autor, sino digamos por un Cecil B. de Mille con el seguramente inevitable trastrueque de documentalidad ético-social del tema de Orson Wells por la monumentalidad facticia y decorativa de  Mille, uno de los mayores fabricantes de colosos de cartón piedra de Hollywood.

En el plano de la división del trabajo, supuesto que el guionista y el realizador no sean la misma persona –que es lo corriente-, sólo una capacidad excepcional de visión y previsión podría permitir al libretista prefigurar en su libreto “todo lo que ha de verse en la pantalla”. El libretista no posee “un ojo dotado de propiedades analíticas sobrehumanas” (Epstein). No es un monstruo cibernético; apenas el auxiliar del director en la preparación de un film.

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