Rafael Cadenas y la habitación del no saber

1 febrero, 2023

Porque la nada es, como se ha dicho, motivo de angustia. Pero para el poeta, además y antes que otra cosa, causa de admiración y de extrañeza.

Juan de Mairena

Juan de Mairena, insigne discípulo de Abel Martín, solía enfatizar la diferencia entre el poeta y el mero señorito que compone versos. El poeta es aquel que supone una propia metafísica y, además, debe tener la capacidad de exponerla en claros conceptos. Otra propuesta reiterada en Mairena era la oposición entre lógica y lírica, puesto que el fin natural de todo arte, decía, era la intemporalidad y la trascendencia, y mejor si puede hacerlo a través del propio tiempo, alejándose del artificioso deleite lógico para entregarse a la espontaneidad lírica de lo temporal. Es por esto que se llamaba a sí mismo, jactanciosamente, el poeta del tiempo. Toda esta chanza aparente revela la extraordinaria capacidad de Antonio Machado para exponer divertidamente su propia metafísica, despojada de los excesos de la retórica y el academicismo. Machado creó a Abel Martín, quien fue maestro de Juan de Mairena, quien a su vez imaginó a Meneses, el mismo que inventó una máquina de trovar de la que provenían las Coplas mecánicas de Mairena. El sentido del humor congraciado con la más alta capacidad reflexiva para intuir el artesanal oficio de la palabra. Se trata de intentar —hay que subrayar intentar— la comprensión de la obra divina: la pura nada. Y hacerlo desde la más árida humildad de quien está consciente del fracaso de antemano.

Los vínculos entre esta actitud de Antonio Machado y el temple poético de Rafael Cadenas son notables y consistentes. Cadenas, el poeta, el ensayista, el aforista, el docente, el pensador, el sujeto —ilusorio sería distinguirlos— tiene un empeño asombroso por la alcanzar la simple y llana “expresión necesaria”, y lo decimos así, tan tajantemente, como si se tratase de algo fácil de conseguir. Ninguna pretensión poética es más ambiciosa y, a la vez, resulta más “desmañada” que ofrendar “la palabra sin atavíos”. ¿Acaso existe una poética más profunda que esta? Machado y Cadenas le ofrecen a uno la nítida impresión de encontrarse ante nada menos que todo un hombre, como diría Unamuno. Una imagen: alguno de ellos deambulando distraído por callejuelas, esperando que sea hora de dar clases, mientras la confluencia entre imaginación y memoria barrunta algún verso, más cercano a la sonoridad de la prosa que a la lírica. El verso no convence, el poeta emite un chasquido de incomodidad y, entonces, acontece un reiterado hecho metafísico: la misteriosa realidad es infranqueable. ¿Cómo convertir este estruendo de misterio y no-saber en poesía?

En Cadenas conviven el pensador y el artesano, con la parquedad machadiana de quien vigila las invasiones continuas de la impostura. ¿Cómo puede hacerse trampa a sí mismo quien señala constantemente esas trampas? Ni siquiera la poesía puede acercarse al misterio definitivo de lo que verdaderamente es, de lo que está privilegiado por la realidad. Apenas queda como testimonio de un decir incompleto que sólo vislumbra “sequedades”. El vínculo de la poesía de Cadenas con este fracaso traza un itinerario que, a pesar de todo, desemboca en la experiencia de un decir, al menos, más depurado, para entrar en un ámbito donde por fin cada palabra lleve lo que dice. Toda su poesía —tan hermanada con la prosa— es sencilla y, sin embargo, terriblemente honda; es el espacio donde abismo y vacío refuerzan un anhelo: “sé que si no llego a ser nadie habré perdido mi vida”. Y, sin embargo, allí también hay posibilidad de florecer.

De este modo, su obra puede leerse como homenaje a la vida tangible, simple, verdadera; y su anverso es una crítica sólida a los (malos) hábitos y a las desatenciones del des-vivir cotidiano, envuelto en tópicos, modas, neolenguas y lugares comunes. No obstante, ya decía Mairena que los lugares comunes también había que pensarlos bien, escudriñarlos, constatar sus aciertos y errores, para ver si era necesario prescindir enteramente de ellos. En este sentido, las oposiciones aparentes también deben ser puestas en tela de juicio y las unilateralidades y los dogmatismos deben ser diluidos en el pensamiento. Incluso, suponer que realidad y literatura se oponen, porque esta última se instala fuera del vivir, puede constituir un pensamiento ilusorio más. Dice el poeta: “Repetirse, repetirse, repetirse, y vivir, ¿dónde es?”

Sus libros más entrañables —Memorial, Amante, Gestiones, Sobre abierto— recorren estas inmediaciones, siempre cercanas a algunos aspectos y tonos de San Juan de la Cruz, Whitman, Rilke, Michaux, Borges, Antonio Machado, Pedro Salinas, Karl Kraus, Williams, entre otros. Su relación con el silencio es gesto de inclinación para intentar llevar en sí palabras con su auténtico peso; eso explica también su cercanía con el misticismo español, el budismo zen y el taoísmo; aunque debe decirse que esas incursiones son personales, tangenciales, críticas. El pensamiento poético de Cadenas no se adhiere enteramente a ninguna visión, a ninguna ideología, a ningún dogma. Antes, aprovecha sus respectivas incertidumbres, incorporándolas como tenue luz en su oscura habitación del no saber. Más que búsquedas, su poesía habla de áridos pasajes y tránsitos que, una vez recorridos, ofrecen como único alivio una expresión despojada de todas las formas del alarde.

Rafael Cadenas es un poeta atento: atento a la realidad del mundo exterior y atento a las amenazas internas de las intromisiones de la mente o del “yo”. Su poesía revela esa angustiosa dialéctica que se manifiesta como temblor permanente y que, sin embargo, no siempre es fácil de percibir. La coherencia entre su vida y su obra es palpable para todo aquel que lo conozca y lo haya leído; y sin cejar en su sólido compromiso con la tolerancia, las libertades y los valores democráticos. Un poeta es también un hombre de su tiempo: forma parte activa de un colectivo humano. Porque quien es verdaderamente democrático, dice, lo es siempre y en cualquier lugar: en la calle, en el trabajo y, sobre todo, en su casa. Su mensaje insiste en derribar pedestales, pues se ha visto obligado a un penoso descenso de la consciencia para vislumbrar algo de lucidez. Las cosas quieren ser vividas y el lenguaje debe acompañar ese vivir, así podría decirse, sin más, y no malgastar más palabras.  Su obra insiste en huir de vanos artificios retóricos y alerta acerca de las trampas de las intelectualizaciones. Sin embargo, la atención poética en este sentido requiere un último gran esfuerzo: ser nombrada.

El poeta nos dice: “en la poesía se ha de sentir el sabor de eso que, siendo lo más presente, no conocemos”. Un diálogo pausado con lo desconocido que se presiente y una de sus formas de manifestarse es a través del silencio. El silencio es, desde siempre, uno de los grandes temas del poeta ¿La poesía dice algo? ¿Le habla a alguien? ¿O es sólo testimonio de un fracaso expresivo, de una imposibilidad? Todo gran poeta tiene consciencia de esta condición (o angustia), pero muy pocos la elaboran como materia persistente y profunda de toda una obra, cuya primordial esencia consiste en volverse cada vez más concisa, como si solo le valiera restar elementos desechables, puesto que solo se trata de devolver la palabra a su verdadero “lugar”, como modesta reverencia hacia lo desconocido.

La desesperación y el sufrimiento han logrado incorporarse de tal forma a su decir que sus palabras acaban por desprender una extraña y agradecida serenidad, provocada por un tono de enaltecimiento de la vida. Cadenas dice que “el lenguaje silencioso es más importante que el lenguaje hablado”: por esto el gesto poético tiene una significación fundamental en su obra; con un gesto se logra la expresión, se transmiten mensajes, se manifiestan sutiles intencionalidades. La naturaleza y la realidad solo se expresan en gestos, y el poeta puede articular su personal semántica gestual, atendiendo a todo lo que le es dado. Cadenas, en este sentido, es un gran compañero de poetas como Cintio Vitier, Alberto Girri o Gonzalo Rojas. Su obra completa es una tortuosa y fecunda meditación sobre la poesía misma y, más que nada, sobre los límites de sus sentidos.

El recorrido de su obra puede seguirse a través de sus cambios de tono, su búsqueda es persistente, aunque ha intentado distintas vías. Desde sus primeras obras hasta Los cuadernos del destierro se percibe una clara alusión a los orígenes, a una especie de Génesis de su propio asombro ante la revelación que le ha sido dada y que empieza a intentar volcar en palabras. Con otros matices, Falsas maniobras insisten en ese espacio sagrado del poeta que debe reconocer de dónde es oriundo y cuál es su raza, en un sentido poético, pero ya se vislumbran indicios de una nueva consciencia de fracaso, exponiendo el temor (y temblor) de falsificarse a sí mismo. El espacio poético original se ha perdido y recuperarlo implicará otro desandar para alcanzar un nuevo comienzo para emprender otro camino. La mudez de la piel poética ha acontecido, y desde un andar lento y desmañado, reconoce que su mensaje poético (expresión de un fracaso) sólo es posible amparándose en sus flaquezas más verdaderas. 

En la trayectoria de Cadenas es muy importante seguir la huella a los amplios periodos de silencio. Sabemos que será incubación, ejercitación y, a nivel de forma, una relativa conversión. Su obra completa es coherente, consistente y sólida, pero precisamente por ello ha tenido sus crisis, sus cambios, sus matices, sus dudas. ¿O es a la inversa? Estos periodos de “mudez” alumbraron sus obras más destacadas: Intemperie, Memorial, Amante, Gestiones, En torno a Basho y otros asuntos. Una poesía que ha alcanzado su esplendor en sus reticencias, en sus silencios incorporados, en sus alusiones permanentes al abismo no declarado, en sus elipsis. La precisión establece un novedoso sentido: el de siempre, el del origen. Finalmente, el poeta regresa, cargado de vivencias y razones, a su “habitación del no saber”.

Sus ensayos, tan afines a su poesía, plantean meditaciones cercanas en tono, actitud y prevenciones lingüísticas al fenómeno de la agudización de los sentidos, sin desdeñar nada, en torno la experiencia vital del hombre —“¿y qué otra experiencia puede tener el hombre?”, se preguntaba Mairena— sin soslayar incluso los peligros de lo literario, visto como fenómeno ajeno al vivir. Desde Literatura y vida intenta depurar una prosa que testimonia la mirada atónita hacia la vida desatendida en lo fundamental. En este libro se encontrarán frases que podrían constituir una aproximación a su poética: “La realidad no es símbolo de nada, la realidad es”, “la verdad no es mental”; “el lenguaje silencioso es más importante que el lenguaje hablado”. Por su parte, Realidad y literatura será su ensayo más extenso donde, según sus propias palabras, explorará “la posibilidad que tiene el ser humano de establecer una relación directa, no basada en la ideación, con los seres y las cosas”. Los temas expuestos, tan densos como sencillos, están presentados siempre con base en la meditación titubeante y modesta, y merodean asuntos tratados por Keats, Huxley, Rilke, Sontag, Whitman, Wordsworth, entre otros. En cuanto a En torno al lenguaje, podría resumirse en lo que él mismo llamó un “recio amor a la lengua” y en el que alcanza un grado más de lucidez al concederle más espacio aún a la duda, a la acritud, a la precisión. En la introducción a ese trabajo, Cadenas incluso se refiere a sus dos ensayos anteriores como frutos de una visión “bastante unilateral”, alejándose de ella. Esa consciencia crítica sobre su propia obra ilustra bien la autenticidad de su camino, no exenta de continuos tropiezos, y al mismo tiempo testimonia una humildad llana, sin posturas ni fingimientos. En Anotaciones se puede percibir el enaltecimiento de la intensidad del lenguaje al entregarse ya definitivamente al pensamiento aforístico, conciso, fragmentario. Un voto absoluto por la precisión de la lengua, para hacer lo propio con el pensamiento o viceversa. En Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, dará una vuelta de tuerca más en su revitalización de su lenguaje silencioso. Es un ensayo sobre la poesía, sobre la mística, sobre las palabras, sobre el misterio y, sobre todo, sobre el silencio. Cadenas dirá: “curioso intentar acallar la mente con palabras”.

Fui alumno de Cadenas en el año 1996, en un inolvidable Taller de Lectura y Expresión Oral y Escrita, en el salón de alemán de la mítica Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. A través de estruendosos silenciosos, dejaba colar casi artesanalmente frases, versos, fragmentos, comentarios, textos y ensayos que acababan entretejiéndose para brindarnos un sustrato sobre el que asentarnos. Cuentos de Borges, textos de Huxley, aforismos de Machado, ensayos de Alfonso Reyes, versos de Rilke y de San Juan de la Cruz. Una vez, mirando al vacío, se quedó repitiendo con voz tenue: “un no sé qué que quedan balbuciendo”, como si descubriese por primera vez la sonoridad de ese verso, atónito, y con el ceño fruncido, dijo: “increíble”. Eso era lo enseñado: una forma gestual de fruncir el ceño, celebrando la duda, el pensamiento y el desconcierto que conformaban su manera de hacer docencia. Era una especie de ritual enaltecedor que nos conducía a un plácido y sereno descubrimiento: adentrarse en la perplejidad del no saber. Una vez optó por insistir en un célebre aforismo de Machado: “Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala”. Cadenas la pronunció con la mirada perdida y, de nuevo, el ceño fruncido. Se impuso un silencio de unos cuantos minutos. Una especie de instinto hizo que nadie cometiera la insensatez de dar respuesta; nos quedamos todos, también, con el ceño fruncido, atendiendo al vacío, en silencio, como dando pie a una misteriosa revelación que parecía inminente, y que no terminaba de producirse. Creo haber recordado en ese momento otra frase de Abel Martín: una manifestación más de “las varias formas del cero”. O fue otro de los fragmentos leídos por el maestro Cadenas.

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Profesor e investigador. Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Magister en Filología Hispánica por el Instituto de la Lengua Española en el CSIC de Madrid. Magister en Literatura Comparada por la Universidad Central de Venezuela. Doctorando en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Fue Profesor del Departamento de Literaturas Clásicas y Occidentales en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela y profesor de Corrientes Literarias en la Maestría de Literatura Comparada de la misma universidad. También ha sido invitado a impartir cursos sobre literatura venezolana en la Universidad de Salamanca y en la Universidad de Alcalá de Henares. Realizó una estancia de investigación en el Instituto Lillas Benson de la Universidad de Texas en Austin. Ha publicado numerosos artículos académicos en revistas especializadas y participó en la edición del Quijote de Monte Ávila Editores y en la Antología poética de Rafael Cadenas de Patrimonio Nacional de España. Actualmente trabaja en su Tesis doctoral sobre falsificación literaria en la Universidad de Salamanca.