» Recordando a Mario Benedetti: Benedetti, en la mochila

1 junio, 2009

Cuando supe que Mario Benedetti había muerto, se me removió un recuerdo. Corría el año 1982 y yo acababa de incorporarme al frente guerrillero en el departamento de Chalatenango, El Salvador. Entonces no lo sabía, pero mi salida definitiva de la zona de guerra ocurriría diez años más tarde.

Mi misión era instalar, junto con un grupo de compañeros y compañeras, una radioemisora en el corazón de la montaña chalateca. Los diez años subsiguientes, la vida de aquel puñado de jóvenes tendría como uno de sus ejes el mantenimiento de las transmisiones y asegurar la sobrevivencia de la emisora.

En marzo de aquel año, sufrimos las consecuencias de una ofensiva del ejército gubernamental. En una épica de proporciones bíblicas cargamos los transmisores a una zona más segura.

De más está decir que muchos de nosotros, animales urbanos e hijos de la clase media, carecíamos de experiencia guerrillera, y habíamos llegado cargando una serie de pequeños utensilios (abrigos, champú, ajedrez, libros…) que considerábamos indispensables para nuestra nueva vida.

Nos lo enseñaron el hambre, el cansancio y los desvelos: para sobrevivir necesitábamos muy poco, apenas una mudada completa adicional y algunos productos de limpieza personal. El cargamento de armas y municiones representaba en sí mismo un peso considerable. Lo demás, se fue quedando en el camino.

Una mañana llegamos al caserío Los Amates, cerca del río Sumpul. Ocupamos una de las casas semidestruidas que los pobladores habían abandonado a causa de las violentas incursiones del ejército enemigo. Por fin, un momento de descanso. Bajo la sombra ametrallada de un tejado nos encontramos tres amigos, Justo, Juan Ángel y yo. Fumando y hablando improvisamos una velada.

Justo nos sorprendió sacando de su mochila, entre risas, un grueso volumen de poemas de Mario Benedetti, inesperado sobreviviente del proceso de depuración de nuestras mochilas, y leyó algunos para ayudarnos a pasar el sopor de ese mediodía mortal. Me consta que Justo sigue con vida, en un país distinto al de aquella mañana.

Juan Ángel, que había tomado su nombre de guerra del conocido libro de Benedetti, El cumpleaños de Juan Ángel, cantó, con voz emocionada y la garganta todavía reseca, alguno de los poemas del uruguayo. Unos meses más tarde, nuestro Juan Ángel moriría a orillas del Lempa en un desigual enfrentamiento armado.

Más allá de los inevitables responsos y apologías que se estilan tras la muerte de un hombre como Benedetti, no puedo imaginarme mayor homenaje que el que le rindieron aquellos anónimos compañeros, esa mañana en los campos yermos de Chalatenango.

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El Salvador, 1954).
Es autor de los libros de poemas El pozo del tirador (San Salvador, 1988), Memoria del cazador furtivo (San Salvador, 1995) y El ángel y las fieras (San José, 1997).

Ganó en 1999 el Premio Centroamericano de Poesía Rogelio Sinán con su libro Comarcas (Panamá, 2002; Veracruz, 2004; Saint-Nazaire, 2004). Ha publicado el ensayo La casa en llamas. La cultura salvadoreña en el siglo XX (San Salvador, 1996), así como artículos en periódicos y revistas como Vuelta, Letras Libres, La Jornada (México); El Malpensante y Número (Colombia); Babelia, Cuadernos hispanoamericanos y FronteraD (España).

Fue curador de la primera exposición retrospectiva del artista Toño Salazar realizada en 2005 para el Museo de Arte de El Salvador (MARTE). La artista norteamericana Diamanda Galás incluyó su poema “Si la muerte”, junto con trabajos de Pasolini, Baudelaire, Vallejo y Borges, en su disco Maldictions and Prayers (Mute records, 1997).

Ha recibido la beca Plumsock para la residencia de artistas Yaddo, en Nueva York; la beca de la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET), para una residencia en Saint-Nazaire, Francia; la beca Rockefeller de Humanidades para residir en Antigua Guatemala, Guatemala; y la beca Artist in Residence (AIR) del Headlands Center for the Arts, San Francisco, California.