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Recuerdos de un festín (La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa)

1 diciembre, 2010

¿El Chivo? ¿La Bestia?, así le apodaban a Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, dice Amalia Chaverri según lo que comparte Mario Vargas Llosa. Armada de los conceptos del narrador, ensayista y poeta argentino, Noé Jitrik, Chaverri penetra con su aguda mirada en la lectura de la novela La Fiesta del Chivo, ese otro territorio ficcional, producto del imaginario “vargasllosiano”, especulando y ensayando sobre la vida en la isla caribeña, cuando el satanizado dictador Trujillo y Balaguer eran figuras predominantes.


Con una insaciable ansia de poder, y durante treinta y un años, Rafael Leónidas Trujillo -apodado por el pueblo como El Chivo y LIntroduccióna Bestia- hace su festín con la República Dominicana. Primero desmenuza y tritura al país entero: territorios, familias, valores, instituciones, leyes, etc., para luego devorarlo hasta el hartazgo y sin empacho, no dejando, de esos festines, ni para distribuir migajas a quienes, por razones obvias, no participaban en él.

Este es el tema de la novela histórica La Fiesta del Chivo aparecida en el año 2000 con la cual Mario Vargas Llosa irrumpió con brío en el umbral del nuevo milenio y cumplió –según cuenta la historia- con el compromiso que hicieron varios escritores, de escribir una novela sobre una de las facetas más dolorosas y trágicas de América Latina: las dictaduras. Son las más conocidas: El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias; Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos; El Recurso del Método, de Alejo Carpentier; El Otoño del Patriarca, de Gabriel García Márquez y –la que ahora nos ocupa- La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa.

El objetivo de este comentario está ligado a una de las justificaciones que el jurado del Premio Nobel de Literatura 2010 expresó sobre una faceta significativa de la obra de Vargas Llosa, cual es: “su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”. Se pretende entonces reconocer la forma en que el autor reconstruye –a partir de una estructura donde el vaivén pasado/presente es la norma- las diferentes psicologías individuales, los grupos sociales, los juegos de poder de la cultura castrense y el infame personaje que tiene la capacidad de maltratar y hacer sufrir a una sociedad por más de treinta años.

Noé Jitrik, en su texto Historia e Imaginación Literaria1, plantea que la génesis, crecimiento y desarrollo del género novela histórica es inseparable de los estados de crisis que sufren los imaginarios colectivos. En palabras del estudioso: “La cultura es una construcción en desequilibrio permanente, permanentemente amenazada: a eso llamo “crisis”, concepto, en mi opinión, “productor” pues estimula o conduce al imaginario a encontrar una salida, el restablecimiento de ese equilibrio amenazado”.

En cuanto a la intencionalidad, dice Jitrik: “la novela histórica no representa pasivamente, sino que intenta dirigir la representación hacia alguna parte, es teleológica y sus finalidades son de diverso orden” (1995: 60). De manera similar plantea María Cristina Pons2:  “Dependiendo de las intenciones con las que se escribe una novela histórica y las condiciones del presente desde el cual se escriben, las novelas históricas variarán en la forma y la selección del material histórico que formará parte de la reconstrucción literaria del pasado”. (1996: 45).  Y, Jitrik va más allá al reconocer que se dan tres modalidades de novela histórica, según sea la distancia que medie entre el momento de la escritura (el presente del escritor) y el referente que se va a narrar, tema que se retomará al final.

La estructura y el tiempo. La novela está estructurada en veinticuatro capítulos en los que, a partir de un muy bien armado “desorden” cronológico, se ve, siente, oye y casi que se palman los horrores que conforman ese sangriento mural que, con una meticulosa disección, expone la cruel y nefasta dictadura de Rafael Leónidas Trujillo quien “desde hacía tres décadas presidía los destinos de la República y las vidas y muertes de los dominicanos”.

Del capítulo primero al dieciséis van alternando, en el siguiente orden, tres espacios narrativos; el primero y con el que se inicia la novela es un presente: el regreso de Urania Cabral, treinta y cinco años después del final de la dictadura; y dos pasados: la vida de Trujillo los días anteriores al atentado y  los momentos previos y posteriores al asesinato del dictador, desde la perspectiva de sus artífices. A partir del capítulo diecisiete “desaparece” temporalmente Urania Cabral para reaparecer en el último, aclarando el suspenso que su aparición provoca desde el inicio: el porqué de su huída del país a los catorce años y su total incomunicación durante los treinta y cinco años siguientes. La interrelación entre estos tres espacios de acción –el presente de Urania y los otros dos pasados- funcionan como recurso estructural para, desde cada uno de ellos, mostrar cómo los desplazamientos en el tiempo y los encadenamientos de la memoria de los distintos personajes, van tejiendo una urdimbre de pasados que se enlazan –en ocasiones se bifurcan-, se acoplan y engarzan (recuerdan la estructura de su novela La Historia de Mayta) y así recrear la historia en cuestión. En síntesis y en un apasionante reto para el lector, esa promiscuidad de tiempos edifica un Tiempo, así con mayúscula que, en palabras del texto, es la Era Trujillo.

De los espacios narrativos mencionados, surgen los siguientes temas:

El regreso. La acción la desata el tema del regreso en la figura de Urania Cabral quien, en un inexplicable arranque, y en acción catártica, decide volver para visitar a su padre. Este (re)encuentro, lleno de ambigüedades, la conduce a escarbar y divagar, a veces con sarcasmo e histeria, para lograr la reconstrucción de lo sucedido y expurgar la culpa por haberlo abandonado.

Este espacio narrativo aporta a la narración un ingrediente sentimental (en el mejor sentido del término) que apela a la subjetividad del lector, tanto por la recreación de los ambientes familiares, recuerdos y añoranzas que salen a la luz, como por ser una muestra de los niveles a que llegan los tentáculos del poder y las actuaciones de los que son sus títeres. Son capítulos que, sin carecer de profundo dramatismo, y distribuidos según quedó explicado, permean la narración en una especie de “tregua” a la agresión y violencia desatada en que discurren los otros dos espacios.

El dúo Trujillo/Balaguer. Dúo extraño, inseparable y “fascinante” (por lo inexplicable), de dos personalidades antagónicas que, paradójicamente, están indisolublemente unidas durante toda la Era Trujillo, y, en el caso de Balaguer, más allá. En continuo contrapunto se evidencian dos estilos y dos estrategias que, en perfecto amalgamiento, tienden a una única meta cuyo logro es producto de crímenes, robos, crueldad sin límites, corrupción, vicios, sobornos, amenazas, y toda una amplia gama de acciones semejantes.

La personalidad de Trujillo, conocido por sus adeptos nada menos que como Jefe, Benefactor, Padre de la patria nueva, Excelencia y Generalísimo, se muestra en esencia: pulcro, disciplinado hasta lo indecible producto de su formación de marine; pero también ególatra, extrovertido, impulsivo, teatral. Siempre consciente y «sufriente» de su impotencia sexual que va en aumento en proporción inversa a sus logros en el poder. Sin dejar interrogantes conocemos de él, pasiones, obsesiones, y hasta sus conductas aberrantes.

Balaguer, “figura esfumada”, también pulcro y disciplinado en extremo; difícil de desentrañar, se perfila impenetrable e imperturbable, suspicaz, hábil negociador, de ficticia humildad, maquiavélico, astuto, cauteloso, solapado, sagaz… Y contrario a Trujillo, beato y austero. Dúo donde el poder de las armas –Trujillo– se une al poder del verbo –Balaguer, “nimio poeta”– para que el logro de sus objetivos funcione con la exactitud de un reloj.

Los artífices. Uno de los espacios narrativos del pasado corresponde a las historias de los artífices del asesinato, producto del recuerdo de sufrimientos y vejaciones de que fueron objeto. Con sus memorias, van hilando, con paciencia “franciscana” y gran pericia, las motivaciones que subyacen en la decisión y las estrategias para llevarla a “feliz término”.

El contexto histórico. Como condición sine que non en la novela aparecen, en todo su esplendor, otras facetas del devenir histórico de República Dominicana: los problemas y violentas “soluciones” con su vecino Haití; el terror latente de una invasión a su territorio (los marines ahora en su contra); las “traumáticas” y violentas relaciones con la Iglesia Católica. En el extranjero, la siempre omnipresencia de Estados Unidos, la OEA, ONU, y de otros países latinoamericanos cuyos líderes por un lado, y los tiranos por otro, jugaron importantes papeles en mutuas agresiones militares y derrocamientos.

Los efectos de su publicación. Es impensable que una novela que plasma una denuncia de tal envergadura no produjera profundo malestar en los sectores aludidos, así como críticas, furias y amenazas al escritor. Vociferaron, como era de esperar, los detractores que tacharon todo lo narrado en términos de calumnias y de falsedades. Recordemos que el sólo concepto de novela histórica trae inherente una contradicción: la interrelación de la “verdad” histórica con la “mentira” ficcional. El tema –y problema- de la relación historia/ficción sigue vigente en los estudios literarios. Una de las características de la Nueva novela histórica latinoamericana, según la definen Fernando Ainsa y Seymour Menton (Cfr. Bibliografía) le permite al escritor una mayor libertad en la interpretación de los discursos históricos, uno de los cuales son las mencionadas dictaduras latinoamericanas y sus secuelas (desaparecidos, exilados, etc.) así como la variopinta cantidad de situaciones críticas que sufre –y que se sufren- en América Latina. Esto nos lleva al paso siguiente.

Jitrik  define tres tipos de novela histórica, la catártica 3, la funcional y la arqueológica.  La Fiesta del Chivo tiene componentes, muy bien balanceados, de la segunda y de la tercera. De la arqueológica, la investigación y búsqueda de los hechos reales, exhaustivo y acucioso trabajo del escritor; esta variable implica no hacer en los datos históricos que aporta el referente. A la novela funcional se le atribuye la libertad de llenar espacios “vacíos” para completar un conocimiento incompleto. Es en este momento donde entra la libertad del escritor, lo cual implica que si bien hubo una acuciosa búsqueda de datos históricos, el escritor tiene la opción de “llenar” vacíos, interpretar acciones, y matizar, con su subjetividad, algunos pasajes. Esto último, porque la distancia que media entre el presente desde el cual se escribe y el pasado de lo narrado, permiten un proceso de maduración del tema, de la consolidación de la estructura, de la intencionalidad, y de la ideología del escritor.4

Para enfrentarse a ese producto final, el lector debe establecer un pacto de lectura con el texto; es decir, aceptar que el equilibrio de esas dos variables construye  una nueva verdad de las muchas que conforman la Historia –así con mayúscula- y que se abre una nueva interpretación y (re)conocimiento de la realidad histórica aludida. Así, y siempre recurriendo a Borges, se enlaza lo históricamente “exacto” con lo simbólica e imaginativamente verdadero.

La Fiesta del Chivo  atrapa desde el primer capítulo. El estilo y la estructura, no es atrevimiento decirlo, son impecables y dan muestra de la solidez del escritor; y la denuncia, prueba indiscutible del poder de la ficción y de, tal vez lo más importante, de la libertad de la literatura. Porque la literatura es y será siempre, como reelaboración de la realidad, una forma alternativa de enfrentarse a una realidad, una creación estética, un espacio de concientización, una necesidad de denuncia y, para cerrar con la propuesta de Jitrik, la respuesta a un estado de crisis. Con todo ello cumple La Fiesta del Chivo.

* Este artículo, resumido y bajo el título de El Chivo en su festín, apareció
en el «Suplementeo Ancora» del diario La Nación. San José, Costa Rica, 2002.
Esta es una versión ampliada con nuevos aportes teóricos, especialmente
sobre el tema de la novela histórica.

Notas

1 Noé Jitrik. Historia e imaginación literaria. Las posibilidades de un género. Buenos Aires: Biblios, 1995.

2 María Cristina Pons. Memorias del Olvido. Del Paso, García Márquez, Saer y la novela histórica de fines del siglo XX. México: Siglo Veintiuno Editores, 1996.

3 Esta variable implica que el escritor y el referente (lo que describe) comparten el mismo tiempo. Hay una interacción entre lo que sucede y el escritor.

4 Para ampliar sobre las características de las tres modalidades de novelas históricas, confróntese la obra de Jitrik que aparece en la bibliografía.

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Magister Literarium Literatura Latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Profesora asociada de la Escuela de Estudios Generales de esa Universidad. Ha publicado en las revistas: Káñina: Revista de Artes y Letras; en la Revista de Filología, Lingüística y Literatura; en Escena, y en Herencia, todas publicaciones de la Universidad de Costa Rica, así como en En Comunicación del Instituto Tecnológico de Costa Rica.