Reinvención y Muerte de la Femme Fatale en la narrativa de Las travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa
2 agosto, 2021
Femme fatale
Para dar comienzo, es prudente explicar la propuesta que existe de la Femme Fatale (mujer fatal) y sus rasgos distintivos. De acuerdo con Durand Gibert (1969), en su trabajo Las estructuras antropológicas del imaginario, al tratar la construcción de este arquetipo destaca su carácter de contradicción; por un lado, combina su dulzor y sus encantos entre cuyos símbolos destacamos la belleza física, la voz o cualidades femeninas que la vuelven encantadora, en conjunto con la crueldad innata, su desinterés y una gran depravación distintiva que conducen intencionalmente a la muerte de sus víctimas (p.113). Estos factores permiten concluir que es un ser que no se desgasta, sino que se renueva con cada hombre que destruye. No presenta debilidades ni flaquezas.
Este modelo ha prevalecido con anterioridad en la literatura, no en todas las obras presenta los mismos elementos, pero se concibe como un ejemplar sin escrúpulos ante la figura masculina. Si bien, externa esa dualidad continua a través de sus acciones y sus matices. En el caso de la obra de Vargas Llosa, se erige un matiz diferente, que, aunque existen las características anteriores, se vislumbran otras que pueden resolverse como apéndices de la mujer mortífera.
En primera instancia, y, como punto de partida, descubrimos en el título una predisposición temática. Existe un preludio sobre lo que se gestará posteriormente como una mujer seductora pero agresiva, una simbiosis de la sirena odiséica con la Lilith vampírica. Al hablar de sus travesuras se atiende a la idea de una persona que lleva a cabo acciones contra otros para su propia recreación. Mientras la entonación “niña mala” es un claro referente de una aceptación por ese rol negativo e incipiente de maldad y a costa de sus propios intereses.
La naturaleza cambiante de la Femme Fatal en Vargas Llosa
A partir del punto de vista que la figura de la Femme Fatal presenta en el título de la obra, se forma el concepto de una mujer fatalista, sin embargo, en la obra, existen elementos que remiten a la idea de una reconstrucción del concepto por parte de su autor.
Este punto se manifiesta en dos perspectivas, una de ellas a partir de la mutación de nombres que lleva a cabo1, y la otra es la transformación a nivel intrapersonal que sufre el personaje a manera de adaptación ante los diversos escenarios que aparecen. Para analizar a mayor detalle este aspecto, llevaremos los cambios de manera paralela enfatizando los aspectos anteriormente abordados.
Al explicar la mutación de los nombres, también nos referimos a ese trasfondo que la suscitan como un personaje cambiante. La primera presentación que se nos hace es en la infancia del protagonista. En el comienzo de la obra ella (como personaje) se introduce en el universo de Ricardo Socomurcio, el protagonista, un adolescente que vive en Miraflores, Perú. El primer encuentro con una “niña”, de quien se siente atraído y finalmente se enamora; en el texto es llamada “Lily” la “chilenita”.
Una de las primeras inmersiones textuales a la mujer mortífera que se presenta yace en el nombre, Lily como referente a la Lylith vampírica, personificación que tiene sus orígenes en los temas bíblicos y mitológicos, el referente transgresor. De acuerdo con la definición acuñada por Cirlot es una reaparición de la mujer vengadora que actúa como amante desdeñada o anterior «olvidada», o bien como tentadora (Diccionario de símbolos, 278), a lo que podríamos agregar rebelde y seductora.
[…] esa llama al viento, ese fuego fatuo que era Lily cuando, instalados los discos en el pickup, reventaba el mambo y nos poníamos a bailar. Lily bailaba con un ritmo sabroso y mucha gracia, sonriendo y canturreando la letra de la canción, alzando los brazos, mostrando las rodillas y moviendo cintura y hombros de manera que todo su cuerpecito, al que modelaban con tanta malicia y tantas curvas las faldas y blusas que llevaba, parecía encresparse, vibrar y participar del baile de la punta de los cabellos a los pies. (Vargas Llosa, 206, p. 3)
Esta primera impresión está resuelta en un contexto que se presta al juego de la seducción, a través de esa figura inocente que desde momentos tempranos se muestra como una pícara capaz de mentir y engañar a su conveniencia (refiriendo el caso de afirmar su procedencia falsa de chile), pues posterior a los encuentros con el protagonista lleva a cabo un juego de encanto y desdén acompañado de una sutil seducción en su conducta.
[…]Lily me dejaba besarla, en las mejillas, en el borde de las orejitas, en la esquina de la boca, y, a veces, por un segundo, juntaba sus labios con los míos y los apartaba con un mohín melodramático: «No, no, eso sí que no, flaquito». «Estás hecho un becerro, flaco, estás azul, flaco, te derrites de tanto camote, flaco», se burlaban mis amigos del barrio. Jamás me llamaban por mi nombre —Ricardo Somocurcio—, siempre por mi apodo. No exageraban lo más mínimo: estaba templado de Lily hasta el cien. (Vargas Llosa, 2006, p.4)
Asimismo, cabe destacar que el juego de nombre también se da con su hermana; tanto Lili como Lucy, son nombres de opuestos, pues mientras el primero representa a la Lilith, que también significa la oscuridad2, el de su hermana Lucy “Lucia” refería la luz3. Observamos un opacamiento de su contraparte, la cual no es retomada como figura femenina en los restantes de la obra.
No obstante, tal precedente solo funge como un estabilizador de una figura femenina que irá transformándose paulatinamente, por lo cual el estadio de la Femme Fatal que conocemos es trastocado. El arquetipo es una constante que se mantiene inmóvil, pues su misma naturaleza la imposibilita al cambio al ser un agente transgresor, que no conlleva la necesidad de adaptarse a situaciones adversas, pues para la mujer fatal no las hay.
Esta primera re-versión de Vargas Llosa plantea una mujer que tiene por necesidad adaptarse al entorno para sobrevivir; se presenta como una mujer vulnerable. Esto nos conduce al segundo encuentro, años después cuando el protagonista reside en París y se encuentra con la camarada Arlette (Lili).
Este momento rememora los antiguos rasgos de Femme Fatal con adecuaciones conductuales mayormente remarcados. Nótese que se muestra como una mujer distinta a la que recordaba en su infancia, pero sin dejar de ser la seductora y encantadora “Lilith”.
[…] La camarada Arlette tenía una silueta graciosa, una cintura delgadita, una piel pálida, y aunque vestía, como las otras, con gran sencillez —faldas y chompas toscas, blusas de percala y unos zapatones sin taco y con pasadores de esos que venden en los mercados—, había en ella algo muy femenino en la manera como caminaba y se movía, y, sobre todo, en el modo de fruncir sus gruesos labios al hacer preguntas sobre las calles que el taxi atravesaba. En sus ojos oscuros, expresivos, titilaba algo ansioso […] (Vargas Llosa, 2006, p.12).
Aunado, la seducción antes mencionada enarbola tintes sexuales. Este primer momento se vuelve un ciclo que reúne un motivo poético de seducción: el erotismo. Se cumple una etapa de atracción y manipulación mediante el bajo vientre que convierte al protagonista en un adicto al sexo, a su cuerpo de hembra tentadora, como un mero recurso para sus propios propósitos.
Era cierto que nada me hacía tanta ilusión como estar allí con ella, era cierto que en mis escasas y siempre fugaces aventuras nunca había sentido esa mezcla de ternura y deseo que ella me inspiraba, pero dudo que fuera también el caso de la camarada Arlette. Todo el tiempo me dio más bien la impresión de hacer lo que hacía sin que en el fondo le importara (Vargas Llosa, 206, p.15).
Posterior a su desaparición por el entrenamiento guerrillero, pareciere que la presencia se atenúa para regresar a una narración sin aliteraciones, no obstante, y como un recurso que se presentará en las siguientes transformaciones y etapas, reaparece el ícono de la Femme Fatal.
La joven está en un movimiento continuo usando el mismo erotismo como herramienta de seducción. Ahora está acompañada por la indiferencia y se plasma como una mujer que usa su cuerpo como medio para un fin; no vacila ante nada para alcanzar sus propias aspiraciones. Reaparece como amante de un comandante. Se refuerza la figura de la Femme Fatal, pero de nuevo recaemos en una reconstrucción del término.
La mujer fatal, al obtener lo que desea, busca aspiraciones mayores, sin embargo, reincide en sus encuentros con el protagonista. Podríamos suponer un juego de seducción, aunque esto implicaría que su objetivo de adquirir o escalar niveles no es primordial a lo cual intuimos una doble visión en la Femme Fatal de Vargas Llosa, una escaladora que domina el bajo vientre con un sentimiento de añoranza invisible para el protagonista, encubierto por un manto de indiferencia y burla. “Al despedirnos luego del concierto, en el metro de l’Opéra, me dijo, rozándome los labios: «Estás empezando a gustarme, peruanito». Absurdamente, cada vez que salía con Carmencita me invadía un malestar, el sentimiento de estar siendo desleal con la amante del comandante Chacón” (Vargas Llosa, 2006, p.22).
La siguiente etapa de cambio se presenta cuando ahora toma el nombre de Madame Robert Arnoux. Esta nueva imagen redirecciona una vez más el concepto. La mujer nueva y vieja se encuentran unidas por la seducción, ahora planteada por el camino del apoyo constante. Además de ser la ocasión segunda en que se consuma el acto sexual, el erotismo se reinterpreta como un contexto sexual y el apéndice inútil de la seducción.
Hablaba con tanta frialdad que no parecía una muchacha haciendo el amor sino un médico que formula una descripción técnica y ajena del placer. No me importaba nada, era totalmente feliz, como no lo había sido en mucho tiempo, acaso nunca. «Jamás podré pagarte tanta felicidad, niña mala.»(Vargas Llosa, 2006, p.27)
De manera similar al caso anterior, la escaladora del bajo vientre con un sentimiento de añoranza invisible para el protagonista, ya no cubierto por la indiferencia y la burla, sino por la frialdad y ensayo de sus propias técnicas en él, reafirmando a la par su propia personalidad.
La siguiente faceta preside cuando cambia su presa para seguir ascendiendo. Ahora como esposa de Mrs. Richardson; esta nueva encarnación de su mudable personalidad presenta cambios que remiten inevitablemente a la mujer que responde a un contexto dionisiaco. En esta ocasión, se muestra esquiva y dominante, pero con un dejo de conciencia. Ella satisface su saciedad sexual acompañado de una frivolidad continua.
Y, sin esperar mi respuesta, se puso de espaldas, abriendo las piernas para hacer sitio a mi cabeza, a la vez que se cubría los ojos con el brazo derecho. Sentí que comenzaba a apartarse más y mejor de mí, del Russell Hotel, de Londres, a concentrarse totalmente, con esa intensidad que yo no había visto nunca en ninguna mujer, en ese placer suyo, solitario, personal, egoísta, que mis labios habían aprendido a darle (Vargas Llosa, 2006, p.53).
La figura primera de la Femme Fatal se ha transmutado paulatinamente en una que es consciente de sus sensaciones y sus aspiraciones, pero sensible a la añoranza de un varón especifico con quien reincide en busca del placer. Pareciera que empieza a vislumbrarse una debilidad sexual por satisfacer la seducción. Los encuentros se dan in crescendo de tal modo que ya no es una mujer invulnerable, que no deja de tener el control ni los objetivos claros.
La última forma que toma es Kuriko, ahora como la mujer de un japonés llamado Fukuda. Esta última máscara se distancia de las demás pues existe una rasgadura de lo que habíamos concebido hasta ahora de la Lilith seductora y mortal. Su conducta difiere pues actúa con mayor espontaneidad, a diferencia de ocasiones anteriores.
Existe una asimilación del erotismo (algo normal y cotidiano en el arquetipo, pues se vuelve el medio para el fin del cual no desprende ninguna emoción o sentimiento más que el de la ambición). Pero, una vez más, Vargas Llosa reestructura los cánones, trastoca el concepto al mostrar a una mujer que, además de descubrir la ternura, se conmueve ante el varón y se deja llevar por la apertura y confidencia hacia éste.
En apariencia, se ha roto el molde de la manipulación, frialdad, indiferencia y desdén; pero no todo es lo que aparenta ser. La mujer fatal, nunca dejará de ser fatal. Ella usa a su amante de una forma despreciable y cruel exponiéndolo ante Fukuda quien desde las sombras vigilaba plácidamente. La mujer lo mata en su esencia más pura, pues aniquila sus sentimientos por ella. Lo rebaja, dejando en él una insospechable zozobra y ultrajo que conllevan a la desesperación y la rabia. La renovación de la idea de la mujer fatal es muerta lentamente por Vargas Llosa, para posteriormente reformarlo con nuevos caracteres conductuales, que no restan intencionalidad en la mujer, sino que la revisten como un ente aun más peligroso y cáustico.
La mujer demonio
La presencia de esta mujer mortífera en la historia de nuestro protagonista se vuelve un vendaval de desagradables situaciones para él. Cada aparición está acompañada de peripecias emocionales y decepciones personales que lo destruyen, exponen y degradan.
El hilo conductor de los acontecimientos que se presentan son parte de la figura de la mujer quien adecúa escenarios a sus acciones: siempre son en los terrenos que ella domina a donde es arrastrado el protagonista, sea por el deseo o el amor, tal como la Viuda Negra depreda a sus víctimas.
La particularidad en Vargas Llosa es que esta depredadora nunca da muerte total al personaje, sino que lo deja en un estado decadente y debilitado emocionalmente, que si bien aminora los sentimientos por ella; no obstante, cuando reaparece, estos también lo hacen de manera sucinta. Podemos hacer la referencia, incluso del demonio sexual súcubo que se alimenta de la sangre del hombre a cambio de favores sexuales; en este caso, la analogía sería a cambio de atención y apertura a la confidencia.
El arquetipo que venimos definiendo guarda ciertas características que la llevan a un plano inhumano; la mujer fatal de Vargas Llosa oscila entre esa humanidad y demonicidad que la distinguen. Como menciona Golrokh Eetessam(2009), la mujer fatal tiene percepciones y disposición nuevas que la llevan a moldearse al contexto que la rodea (p.10), reparemos en que la fuerza de ella proviene principalmente de la dulzura de su feminidad como se menciona en él.
Decimos esto porque la dimensión de la mujer fatal se relaciona más con la instancia narradora de las historias — que suele ser masculina, y, por lo tanto, influenciada por el miedo ante el peligro o el abandono femenino — que con el auténtico carácter de la femme fatale, la muerte y la venganza. Como suele ocurrir en nuestro caso de la mujer mortífera, la dulzura y belleza de estos elementos son una máscara que disimula su carácter verdadero. La chilenita se reviste de distintas máscaras que le dan pautas a la adaptación y, por tanto, a la manipulación.
Vida y muerte de la Femme Fatale
La niña mala ha adoptado diferentes facetas a lo largo de su vida. Su existencia se vuelve en sí, una farsa repleta de engaños conducida por el egoísmo, el interés, y la belleza seductora, donde lo único constante es Ricardito (el protagonista).
La imagen de la Femme Fatale cambia una vez más, para ser una mujer llena de ambición y rencor, vive en una constante que la mantiene en movimiento, un varón por quien, a lo largo de la novela, desarrolla emociones y sentimientos. Además, la vida que condujo como vividora a partir de sus dotes femeninos la fueron destruyendo paulatinamente hasta convertirlas en la sombra de lo que solía.
La genialidad de Vargas Llosa es rehacer estos preceptos. Si recordamos la concepción principal de Femme Fatale que explicamos en un comienzo, no existen elementos que conlleven a una figura arquetípica que sienta compasión por sus víctimas. En este caso, podemos atender a que la niña mala solo cumple parcialmente con este canon.
El protagonista nunca es disuelto por ella y en el caso de los hombres con los que se casó, llegaron a ser “devorados”, cada uno hasta obtener lo deseado, con la excepción de Fukuda, quien logro dominarla y reducirla a escombros.
—Fukuda me largó, hace más de un año. Por eso me vine a París.
—Ahora comprendo por qué estás en ese estado calamitoso —ironicé—. Nunca me hubiera imaginado verte así, tan deshecha.
—Estuve bastante peor —reconoció ella, con aspereza—. En algún momento, creí que me iba a morir. Las dos últimas veces que intenté hablar contigo, fue por eso. Para que, por lo menos, fueras tú quien me enterrara. Quería pedirte que me hicieras cremar. Me horroriza la idea de que los gusanos se coman mi cadáver. En fin, ya pasó (Vargas Llosa, 2006, p.92).
Cabría discutir también la percepción final que Vargas Llosa retrata al dar muerte a la niña mala. En la literatura, el arquetipo de la mujer mortífera, la Lilith, la constatación de que existe y tiene un fin no está presenta, o por lo menos, no textualmente. De ser afirmativa esta cuestión, la Femme Fatale, perdería su misticismo e inmortalidad.
Vargas Llosa logra desmitificar a la mujer, in discendi la humaniza a lo largo de la novela. Deja de ser esa figura inalcanzable para convertirse en las ruinas sin vida de lo que solía representar. Primero cuando regresa después de Fukuda y busca al protagonista, y la segunda vez que lo reencuentra, en sus últimos momentos de vida.
¿Qué más habría de cierto en la historia de la niña mala? Probablemente, que Fukuda la había largado de mala manera y que estuvo —acaso lo estaba todavía— enferma. Saltaba a la vista, bastaba ver esos huesos salientes, su palidez, sus ojeras […] Nigeria tenía fama de ser el paraíso de la corrupción, una satrapía militar, su policía debía de ser putrefacta. Violada por sabe Dios cuántos, brutalizada horas de horas en un cubil inmundo, contagiada de una enfermedad venérea y de ladillas y, luego, curada por matasanos que usaban sondas sin desinfectar (Vargas Llosa, 2006, p.95).
Al dar muerte, la mujer demonio se transmuta ahora en una de sus víctimas, en este caso ella misma presa de sus aniquilaciones y excesos. Todo el canon se regresa a modo de un vendaval avasallador que deshace cualquier vestigio, y aún en ese momento crucial y decisivo, el matiz permanece. La Femme Fatal no muere del todo, sino que hay un dejo de soberbia y altivez ante la figura del varón.
—¿Y por qué se te ha ocurrido eso?
—Porque siempre has querido ser un escritor y no te atrevías. Ahora que te vas a quedar sólito, puedes aprovechar, así no me extrañarás tanto. Por lo menos, p.161)4
Referencias
Esteban, J. (2012). Vargas Llosa y las mujeres, Curso de verano. Universidad Complutense. España. Disponible en World Wide Web en: www.ucm.es/info/cv/descargas/cursos/71107.pdf
Durand, G. (1969). Les structures anthropologiques de l’imaginaire, Poitiers: Bordas. París.
Cirlot, J. E.(1970). Diccionario de símbolos. Barcelona: Labor.
Vargas Llosa, M.(2006). Las travesuras de la niña mala. Alfaguara. México. Disponible en World Wide Web en: http://ebookbrowse.com/mario-vargas-llosa-travesuras-de-la-nina-mala-2006-pdf-d110532890
Eetessam Párraga, G.(2009). Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la femme fatale. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en World Wide Web en: http://www.cervantesvirtual.com/descargaPdf/lilith-en-el-arte-decimonnico-estudio-del-mito-de-la-femme-fatale-0/.
Notas
- 1 La perpetuidad en la Femme Fatal es una rasgo quela caracterizan, pues presupone un elemento constante y avasallador ante el género masculino, el cual no necesita adecuarse pues se rige bajo los mismo patrones de conducta que la colocan como una predadora.
- 2 “lil” en hebreo significa noche.
- 3 “lux” en latín significa Luz
- 4 El cierre de la novela ofrece una muerte aun en la faceta de mujer mortífera, capaz de llevar su dignidad más allá de los preceptos de la vida inacabable. Aunque sin vida, existe un legado de su desdicha y su escalinata como la mujer que fue.
México,1988. Docente e investigador. Realizó estudios de pregrado y posgrado en Letras Españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua, México. Ha realizado presentaciones de investigación en la Feria del Libro de la Ciudad de Chihuahua y ha participado como panelista sobre Investigación Humanística en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, en el Congreso Internacional de Narrativa Mexicana de la Universidad de Guadalajara y la Universidad de San Luís Potosí.