Rufino Blanco-Fombona: ironía, crítica y cuestionamiento
25 noviembre, 2022
El nombre de Rufino Blanco-Fombona, escritor modernista y diplomático nacido en Venezuela en el año 1874, se asocia comúnmente a la polémica. Sin embargo, poco se escribe hoy sobre él, a pesar de la calidad de su pluma, de la diafanidad de su prosa, de la mordacidad de su lengua y, sobre todo, del uso refinado e inteligente que dio a la ironía, lo cual nos permite a los lectores reflexionar en torno a las múltiples posibilidades de este recurso discursivo, a veces pobremente entendido. Y es que la ironía en Fombona, como veremos a lo largo de este análisis, se constituyó no solo como recurso humorístico, sino también como medio de crítica y problematización y hasta como forma de conocimiento.
Cuando se leen los textos de Fombona, lo que llama primeramente la atención es el discurso doble que parece existir en su escritura. Leyendo a Blanco-Fombona se tiene a menudo la sensación de que el autor rara vez dice lo que realmente piensa y lo que verdaderamente quiere transmitir, que debajo del mal disimulado carácter de celebración y jovialidad -presente en algunos de sus ensayos-, y a veces de la aparente imparcialidad de su posición -presente en sus cuentos-, bulle un oscuro desacuerdo, una molestia, un desencanto, una postura crítica respecto a los asuntos que aborda. Esta particularidad de su estilo, no obstante, no es indicadora de una suerte de hipocresía o impostura por parte del autor, ni del esfuerzo por “acoplarse” a la opinión general o a las convenciones intelectuales, ni mucho menos del afán de ser cortés o diplomático -intereses todos muy alejados de la personalidad de este escritor-; esta ambigüedad de su lenguaje que se es, por el contrario, una estrategia discursiva que define su estilo: la ironía.
En una de las acepciones que el Diccionario de la Lengua Española establece para la palabra “ironía” se define esta como una “expresión que da entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”. Esta definición del vocablo presenta dos indicaciones que es necesario no perder de vista: por un lado, la ya mencionada ambigüedad del discurso; por el otro, el humor fino que implica la “burla disimulada”. Respecto al primer aspecto que se manifiesta en la definición citada, se debe señalar que en Blanco-Fombona esta ambigüedad se puede pensar como una estrategia para que el lector se involucre en los escritos y, por medios propios, sea capaz de darle a lo que lee el sentido que verdaderamente tiene. De esta forma, escribir irónicamente funciona como un llamado al receptor a que también vea como falsa la “realidad” que se le pone ante los ojos y desentrañe la “Realidad” -esa “verdad verdadera”- que se esconde entre líneas.
Para ampliar e ilustrar esta idea es necesario recurrir al ensayo “Darío” (contenido en el libro Hombres y libros). En ese maravilloso texto en el que Fombona hace un recorrido por la historia de su relación con el poeta nicaragüense, para llegar luego al relato de la ruptura de su amistad, el escritor venezolano apunta que se arrepiente profundamente por haber publicado, resentido por un desaire que Darío tuvo hacia él, una carta arremetiendo injustamente contra Darío y su poesía: “¡Cómo me he arrepentido de aquella mala acción! Me arrepiento de la injusticia con el amigo y del irrespeto al poeta. Una carta desgarrada contra Rubén me pesa sobre todo en el corazón. Por no haberla hecho pública daría ahora una buena túrdiga de mi carne y dos onzas de mi sangre” (162).
Sin ánimos de considerar del todo fingido el arrepentimiento de Blanco-Fombona -hay que recordar que su amistad con Darío fue muy cercana y duradera, como evidencia el doloroso resentimiento que Fombona padeció tras la diferencia que tuvieron-, lo cierto es que el autor venezolano, como contradiciéndose, al transcribir partes de la carta contra Darío en su ensayo, vuelve a hacerla pública. Por tanto, aunque Fombona nunca diga que decididamente no se arrepiente del todo de las críticas que ha dicho en la carta sobre alguien tan idealizado como Darío, el lector debe ser lo suficientemente agudo para entenderlo así; el lector que exige la prosa de Blanco-Fombona, pues, es un lector comprometido con bucear en las profundidades de lo que se le expone.
“Darío” es un ensayo que, como se aprecia, permite explorar la ambigüedad que implica la ironía usada por Rufino Blanco-Fombona. En el aspecto referido del “arrepentimiento” de Fombona por la carta crítica contra su amigo, se evidencia que hay dos razones por las que se puede entender como ambiguo su discurso, dos lecturas que se pueden dar a su ambigüedad irónica. Por una parte, el discurso de Fombona puede entenderse como ambiguo e irónico porque lo que expresa el autor acerca de todo lo que daría por no haber hecho nunca pública su carta colérica y crítica no es cierto: tan poco parece importarle en realidad que todo el mundo haya leído lo que él dijo de Darío en su carta que inclusive se sintió dispuesto luego a copiar algunos pasajes críticos en el ensayo. De este modo, so pretexto de ilustrar cuán bajo ha caído al decir aquellas cosas de Darío, y bajo la endeble excusa de que “aunque injustos, todo lo que se relacione con Darío, debe constar en un libro sobre el modernismo” (163), el autor revela cómo realmente no se arrepiente un ápice de las verdades que en mal tono dijo de su amigo.
Aunque es viable la lectura anterior, aquí, no obstante, se ha preferido dar otra lectura a lo que dice Fombona en su ensayo: la actitud ambigua no consiste en que el remordimiento que el escritor dice sentir sea falso, sino simplemente a que su acción de “re-publicar” la carta admite ambas verdades contradictorias: es cierto que está arrepentido, pero también es verdad que hay ciertos comentarios críticos y un tanto ofensivos que ha hecho sobre Darío en su antigua carta sobre los cuales no ha cambiado de opinión y que, con el objeto que atraviesa todo su ensayo de “desacralizar” a una figura importante, se permite repetir. Con este ejemplo que se ha seguido se percibe cómo dos actos aparentemente opuestos (arrepentirse de una crítica y volver a criticar) no están necesariamente reñidos; dos verdades diferentes, pero al fin y al cabo verdades, se incluyen en una relación ambigua. Así pues, como señalaba Víctor Bravo en su ensayo “Ironía, vértigo del sentido“, la ironía es una “percepción dual” del mundo que permite descubrir lo incongruente en lo aparentemente homogéneo. (74)
Para continuar explorando cómo se presenta la ironía en el discurso de Blanco-Fombona, hay que aludir a un ejemplo presente en el ensayo que hasta ahora se ha venido abordando, “Darío”. Allí, dice el autor, hablando de un personaje llamado Gómez Carrillo, que “las damas le abren muy fácilmente las puertas de la casa y las del corazón” (149). Aunque es cierto que el lector puede quedarse con lo que el texto dice literalmente, para obtener una comprensión mayor del sentido que Fombona quiere imprimir a su idea, se debe ir más allá del sentido literal de las palabras. El hecho de que Fombona enuncie esto como forma de ejemplificar el “imperio sobre las mujeres” que ejercía Gómez Carrillo, así como el hecho de que el autor hable de “abrir puertas” -“abrir” tiene una carga erótica importante, sobre todo si en la misma línea se alude a “damas”-, puede hacer pensar muchas más cosas. La ambigüedad y la ironía de este pasaje no se manifiestan, pues, en que lo que se quiere expresar sea contrario a lo que se dice; aquí la ambigüedad irónica viene dada por el hecho de que solo se formula una parte de lo que se desea decir, mientras que el resto de la verdad solo está delicadamente sugerido, por lo que corresponde al lector captar la ironía y comprender, sin que le digan, el otro lado de la frase ambigua.
A pesar de esta necesidad de la compenetración y agudeza por parte del lector que muchas veces exige la ironía en los textos de Fombona, existe otro modo en que el recurso irónico se manifiesta en su discurso. Se trata de esas veces en las que el propio autor devela la ironía que se esconde tras lo que dice. Así, por ejemplo, cuando Fombona expresa en “Darío” que Mitre era “de musa germanesca” (168), inmediatamente después aclara: “no porque imitase a los germanos, sino porque hablaba en germanía” (idem), con lo cual muestra cómo se vale de la ironía para criticar y rebajar la figura de aquellos a los cuales no estimaba.
Otros ejemplos se hallan en el ensayo titulado “Lugones”. Allí, por ejemplo, el autor opina acerca de los intentos irónicos del escritor argentino: “Cuando quiere provocar la sonrisa, lo consigue: el espectador sonríe y hasta ríe francamente, no de la ironía, sino del ironista” (175). Páginas después, disertando sobre el afán imitativo de Lugones, dirá: “No todo en El libro de los paisajes es imitación de Pascoli, como no todo en Los crepúsculos del jardín es imitación de Herrera y Reissig. Hay otros favorecidos” (194).
Este tipo de frases irónicas, como se puede inferir, son las que aún más certeramente provocan la sorpresa y la risa en los lectores, pues ante lo primero que se dice, siempre agradable, siempre positivo -la “musa germanesca” de Mitre, la capacidad de divertir de Lugones o el hecho de que no todo en él sea imitación de Pascoli o Reissig- se contrapone sorpresivamente un enunciado ácido y agudo, más mordaz mientras más acentuado resulta el contraste con la primera frase; estos enunciados opuestos muestran a las claras la intención expresiva del autor que se intentaba disfrazar con cumplidos. En otras palabras, Fombona tiene la peculiaridad de hacer creer que va a rescatar virtudes de los personajes y hechos de los que habla, mas solo ironiza para dejar patente de forma humorística los defectos condenables: se trata de criticar mediante una sátira y un sarcasmo sorpresivos.
Tal como se observa por lo que se ha abordado de los ensayos “Darío” y “Lugones”, Blanco-Fombona ironiza, en parte, para desacralizar las figuras que el mundo tiene por perfectas, inmaculadas o simplemente por importantes -como se ha evidenciado, no solo las de Darío y Lugones, sino las de cuantos personajes famosos menciona en sus páginas-. Y es que oponerse a la alabanza ciega es una labor fundamental para el espíritu crítico del autor; por ello, no resulta fortuito que lo que más duramente Fombona critique a Darío en su ensayo sea la tendencia del poeta a alabar por conveniencia incluso aquello que no es digno de alabanza (tiranos, seres bajos). En una ocasión, incluso, Fombona dice satíricamente que lo que prueba el talento de Darío es cómo logra que esos seres repugnantes parezcan gloriosos (167-168); hay aquí una crítica a los seres de los que Darío habla, pero, sobre todo, a los elogios que el propio Darío se atrevió, no obstante, a hacer de ellos: “¡Qué don lírico el de Darío! Deslumbra hasta con sus versos de negocio” (168). Es esta una crítica que el autor también hará de Lugones, quien, según Fombona, “mete solícito el incienso por las narices a los soldados, sobre todo si han sido o son presidentes” (206). La repugnancia a la sumisión y al ensalzamiento son evidentes.
El punto tratado anteriormente es importante pues permite afirmar que el rechazo de Fombona al ensalzamiento y a la sumisión es exteriorizado de forma doble en sus obras: por un lado, al criticar directamente esas prácticas en los otros, y, por otra parte, al no permitírselo él mismo ni siquiera al hablar de figuras insignes (como Darío y Lugones), a quienes puede mencionar sin caer en la adoración, y siendo capaz, por el contrario, de ver lo que de reprochable y criticable pueda haber en ellos debajo de su renombre. Es cierto, pues, que, como comenta la profesora Florence Montero en un artículo sobre el autor:
La ironía y la sátira, principios constructivos del efecto paródico de su escritura ficcional, activan en sus obras las prácticas de la desacralización. Ideologías, creencias religiosas, tendencias políticas, personajes públicos, se ven sometidos al cuestionamiento implacable de un ojo que observa para desmontar, para denunciar y problematizar. (6-7)
Si se ha dedicado en esta disertación un espacio importante a la exploración de la desacralización aplicada por Blanco-Fombona, se debe a que es una clara muestra del afán de ironizar y problematizar que mueve la obra del autor. Problematizar es desmontar, esforzarse por ver la realidad desde otra perspectiva, mostrar otra mirada del mundo. Por ello, la problematización implica necesariamente la ironía, pues esta puede ser entendida también, como establece Víctor Bravo, como “una lucha contra esa ceguera [la de querer ver solo el lado establecido de la realidad], una forma de visión, el develamiento de otras vertientes de lo real, acaso abismales, acaso contradictorias”. (74) La ironía, de este modo, busca la realidad esencial más allá de lo aparente o lo impuesto.
Para ilustrar este poder de la ironía, hay que aludir al ensayo “La fuerza del espíritu” de Fombona, en el cual el autor afirma (con ironía) que se debe aplaudir la censura (idea a todas luces controversial). La fuerza irónica con que el autor expresa que “en el fondo la censura es un homenaje a la inteligencia” y que “bastaría eso para que nos fuera simpática a los escritores” (259), además de servir para criticar las prácticas de los censores, permite ver otro lado de la realidad: la censura demuestra que, en efecto, los poderosos tienen conciencia del poder que hay en la escritura; la censura “demuestra que un gobierno enérgico (…) se preocupa (…) de la pulgada de acero que puede tener una pluma” (idem). Lo que hace Fombona en este ensayo es ser irónico en un doble sentido: primero, al expresar que hay que celebrar la censura, aunque en realidad desee mostrar que es un acto represivo y abominable; en segundo lugar, al mostrar un lado de la realidad que debe ser tenido en cuenta, y, en este ensayo, se trata del lado positivo de la censura que suele dejarse de lado, esa capacidad de la censura para homenajear (sin querer) a la escritura, al pensamiento y a la opinión pública. Así pues, como se puede inferir, la ironía no debe ser entendida “solo como una estrategia retórica ni solo como una actitud subjetiva de un autor, sino, fundamentalmente, como un estado del mundo: si lo real es una construcción siempre es posible percibirlo desde la negatividad” (Bravo 74). La ironía es, entonces, una percepción dual del mundo. (ibidem 71)
Con referencia a lo anterior, y para ampliar la idea del mundo dual y contradictorio que revela la mirada irónica de Blanco-Fombona, es pertinente explorar dos de sus cuentos más conocidos: “El catire” y “El canalla San Antonio”. Entre los rasgos temáticos comunes que se aprecian en las dos obras -como el tema de la violencia brutal, por ejemplo-, sobresale la tendencia a presentar a los personajes principales como humanos “bestializados”, en contraposición a los animales más bien “humanamente” corteses que los acompañan (el asno en “El catire” y la burra en “El canalla San Antonio”). En este último cuento, por ejemplo, se dice que “Gracia de Dios [la burra] parecía una persona, y en opinión de todo el mundo era más inteligente que su amo y señor, Casimiro Requena. Casimiro, de carácter taciturno y mal genio, era asimismo «torpe como un cerdo”. Indicaciones como esta se ven reforzadas por las acciones brutales y violentas que realizan los personajes de Casimiro y el cura a lo largo del cuento: hay que recordar que el primero decapita a la figura de San Antonio por no haberle concedido un milagro y accede a agredir a un periodista por orden del cura quien, bajo su apariencia de santidad y corrección, es capaz de permitir e inclusive ordenar esos crímenes.
Estas oscuras realidades que se muestran en “El canalla San Antonio” están en completa sintonía con una de las verdades que se esconde tras el relato “El Catire”, en el cual se profundiza en la relación animal-hombre que se da entre el protagonista y un asno, y se narra la broma macabra que, por venganza y placer, fue capaz de realizar el muchacho en perjuicio del animal. La verdad latente en estos cuentos, verdad paradójica e incongruente manifestada mediante una percepción dual de la realidad por parte de Fombona, acaso pueda resumirse de la forma siguiente: el hombre, visto como un ser de inteligencia y espíritu superiores, puede llegar a ser, por diversas razones, más bestial que la propia bestia. Así pues, no le faltaba razón a Bravo cuando, al hablar de la ironía como una forma de visión, señalaba que ella implicaba “el cuestionamiento permanente de la realidad asumida (…) la duda como condición de la existencia” (75). Y es que mediante la ironía “lo presupuesto puede ser cuestionado y, en ese cuestionamiento, descubrir una dimensión distinta, incluso antitética, que no era evidente” (ibidem 73). Se trata, así, de romper con el sentido y reconstruir otro (ibidem 77), y esto, en definitiva, tal como se ha visto, es lo que logra hacer Blanco-Fombona.
Sobre la base de las consideraciones anteriores, resulta importante hacer unas observaciones finales sobre el cuento de Fombona “El canalla San Antonio” para así comprender el poder que la ironía le confiere al que la emplea. En dicho relato, ante la efusión con que Casimiro se figura el asesinato del periodista, el cura expresa: “Matarlo no, hijo (…) la muerte es un crimen. ¿Y crees tú que Dios perdonaría ese crimen? Una buena paliza. Con eso basta” (pár.15). Luego parece verse atormentado por esa idea del asesinato que tanto entusiasmaba a Casimiro y pensará fríamente: “Si aquel animal asesinaba al periodista, él, el párroco, a pesar de sus talares y santas vestiduras, se vería complicado en el crimen” (pár.18). Resulta sumamente curioso que lo único alarmante para el sacerdote sea la posibilidad de verse involucrado en un crimen; lo que hace retroceder al cura no es lo reprobable que hay en el hecho de quitar la vida a otro, sino el temor a la ira de Dios y a las leyes de los hombres; solo por ello el sacerdote se contentará con “una buena paliza”.
Aunque Fombona no haga juicios directos sobre el comportamiento de sus personajes, el hecho de que presente a un sacerdote y a un hombre tan fervorosamente religioso como Casimiro Requena como personas tan degradadas moralmente es bastante elocuente: esa paradoja, esa ironía sutil, le permite desmontar la institución religiosa y mostrar cómo en ella y tras la apariencia beata de aquellos que se dicen cristianos también puede anidar la inmoralidad y la corrupción, pues la maldad humana y la falta de valores se encuentran incluso en los lugares aparentemente más inmaculados. Así pues, como dice la profesora Florence Montero:
La paradoja, la contradicción, se instalan en el discurso de Blanco Fombona como arma crítica que sacude al lector y devela ante él el sin sentido de un ordenamiento social (…) La palabra irónica (…) se empeña en desenmascarar lo corrompido y lo decadente para fundar una con ciencia crítica orientada a reconfigurar la nación”.
(7-9)
Según se ha visto, la problematización de la naturaleza del hombre y de la sociedad que hace Fombona en los cuentos explorados, así como su modo de percibir y mostrar otro lado del mundo, le permitieron cuestionar y criticar ciertas realidades sociales, y, con ello, generar la “conciencia de malestar” que menciona la profesora Montero en su artículo y que tan necesaria es para lograr cambios, pues solo siendo conscientes del deterioro se puede entender la importancia de superarlo (Montero 9). Estas características de sus relatos ficcionales, aunadas a las prácticas de cuestionamiento, de desacralización de figuras importantes y de desmontaje de lugares comunes que se han visto en sus ensayos, posibilitan afirmar que toda la escritura de Rufino Blanco-Fombona es un lugar de “discusión permanente”, un “espacio de la contradicción” (ibidem 8), en el cual, mediante el uso de la ironía -entendida como recurso retórico burlesco con el cual se da a entender algo diferente a lo dicho y como forma de cuestionar y ver otras realidades- es posible encontrar interesantes y diferentes perspectivas del mundo.
REFERENCIAS
1- DIRECTAS:
- Blanco-Fombona, Rufino. “Darío”, “Lugones”, “La fuerza del espíritu”. Hombres y libros. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2004, pp. 139-172, 173- 211, 259-261.
- – – -. “El canalla San Antonio”. Ficción Breve Venezolana. 12 de junio de 2013, http://ficcion breve.org/el-canalla-san-antonio-de-rufino-blanco-de-fombona/ , consultado el 9 de noviembre de 2018.
- – – -. “El catire”. El cuento venezolano, por José Balza. Caracas: Dirección de Cultura, Universidad Central de Venezuela, 1990, pp.23-30.
- Bravo, Víctor. “Ironía, vértigo del sentido”. El señor de los tristes y otros ensayos. Caracas: Monte Ávila, 2006, pp. 71-78.
- “Ironía”. Diccionario de la Lengua Española, 23a edición, 2014. Montero, Florence. “En torno a la escritura de Rufino Blanco Fombona”. Revista Ateneo, no.20, 2002, pp. 5-9.
Caracas, Venezuela, 1998.
Licenciada en Letras (Summa Cum Laude), por la Universidad Central de Venezuela. Ha colaborado con artículos y reflexiones sobre obras literarias en los medios digitales Letralia, Revista Carátula, Blog de la Fundación Sala Mendoza y Revista Penélope. Su artículo más reciente es “Picaresca: la victoria en la alimentación” (Revista Nexo IEHCAN, 2022). Twitter: @gabyteortega