Sangre sobre Managua
6 febrero, 2022
“La novela como género literario miente la vida, a veces se alimenta de la psicología de los autores”, afirma el escritor Álvaro Rojas Salazar, quien disecciona algunos puntos sobre la novela Tongolele no sabía bailar (Alfaguara, 2020), de Sergio Ramírez.
Un inspector renco regresa a Managua de forma clandestina, se llama Dolores Morales y viene de Honduras. La noticia de la enfermedad de su amante lo hace cruzar la frontera y comenzar su viaje por Nicaragua desde el norte hasta la capital. Este es un viaje contado en diálogos, un viaje tenso, inseguro, que nos prepara para el descubrimiento de una estructura de poder siniestra, una estructura que se ramifica por todas las capas de la sociedad nicaragüense y que se sostiene por chantajes, amenazas, el desgastado discurso de “la revolución” y también por la violencia, por el uso del crimen como instrumento político.
Tongolele no sabía bailar (Alfaguara, 2021) es el tercer libro de la serie que Sergio Ramírez le dedica al inspector Morales, de quien ya conocíamos sus andanzas gracias a las novelas El cielo llora por mí (Alfaguara, 2009) y Ya nadie llora por mí (Alfaguara, 2017). Como se sabe, un inspector privado es un gran recurso literario para recorrer los bajos fondos de una sociedad, para descubrir intrigas, traiciones, podredumbres; sin embargo, en el caso de Tongolele no sabía bailar la etiqueta de novela policíaca se queda corta, ya que la política hace saltar por los aires la trama detectivesca de esta historia.
En esta novela se alterna la narración del viaje del inspector Morales a Managua y su llegada, con los capítulos dedicados a un personaje esperpéntico, el famoso Tongolele, un hombrezuelo con cierta jerarquía dentro de la seguridad del Estado que, a pesar de ello, ha caído en desgracia. Mientras Tongolele nos revela los mecanismos de control social de un régimen político perverso, Dolores Morales nos muestra los efectos en la sociedad de las acciones de ese régimen, que en la ficción es una dictadura de cuya cúpula solo se conocen las órdenes que emite, una dictadura latinoamericana respaldada por una ideología que mezcla un esoterismo delirante, con ambición de negocios y una patética nostalgia guerrillera.
El clima emocional de esta novela pasa de la tensión a la asfixia, en ella todo está degradado, el lenguaje realista con el que está escrita expone un mundo violento, inclemente, soez, penetrado por el mal gusto, un mundo en el que reinan las bajas pasiones y también esos seres sin escrúpulos que logran tejer redes de poder a pequeña escala, tal vez, a imagen y semejanza de la gran red que se extiende por todo ese país de mentiras en el que antagonizan Morales y Tongolele, a quien le dicen así por ese mechón blanco tan parecido al de aquella famosa bailarina mexican
En Tongolele no sabía bailar un narrador sabio se mantiene a la distancia de todo aquello que viven los personajes. Este narrador conoce los diferentes puntos de vista sobre el conflicto que está por desatarse, nos va acercando al infierno, muestra el infierno, las imágenes de la desgracia, los juicios, temores, pasiones y pensamientos de todos los personajes menos los suyos, y con esto respeta los mandamientos principales de la mejor tradición de la novela moderna, los que resguardan la calidad literaria de una novela y la protegen de la frecuente tentación del panfleto político. Esto Sergio Ramírez lo logra mediante el uso de diálogos vivaces, de cartas o reportes aclaratorios, de su espléndido sentido del humor y de un ojo agudo para detectar la miseria humana.
La aparición de un tercer personaje media entre los puntos de vista de Tongolele y de Dolores Morales; este tercer personaje se llama Leónidas, fue revolucionario a finales de los años setenta, después fue “contra”, se le recuerda por su afán de figurar, por quitarse el pasamontañas o la pañoleta para salir en la foto a cara descubierta después de la liberación de unos presos políticos. Él es un mercenario, no tiene más patria que el oro y siempre está dispuesto a servir cuando la paga es buena. A él le encargan el trabajo sucio.
Tongolele ya sin poder va a convertirse en subordinado de Leónidas en una misión que no está muy clara, una misión que tiene como base el Estadio Nacional, una misión que Leónidas comanda ataviado con pantalón de guerrillero y camisa de beisbolista. Su discurso ahora es, en parte, el de los combatientes históricos que defienden su revolución. Él se vanagloria de su conocimiento militar, de sus hazañas del pasado, además cuadricula el mapa de Managua para repartir las principales zonas de la ciudad de forma estratégica entre sus lugartenientes, habla de la burguesía como clase enemiga, reparte información compartimentada y manda a matar.
Aquí es donde aparece el infierno, la sangre sobre Managua: muchachas violadas, muchachos liquidados en un combate desigual y perverso
Gracias al punto de vista del inspector Dolores Morales y de su grupo, nos damos cuenta de quiénes son las víctimas de Leónidas y de su tropa de sicarios, descubrimos entonces que las víctimas son muchachos y muchachas, estudiantes y ciudadanos que han salido a manifestarse en la llamada “Madre de todas las marchas”, gente desarmada que expresa su disconformidad política, gente común y corriente que siente en su cuerpo los ataques de unas fieras envenenadas de odio, seres entrenados para asesinar movidos por apetitos brutales y en nombre de ideas que los estimulan y los gobiernan.
Aquí es donde aparece el infierno, la sangre sobre Managua: muchachas violadas, muchachos liquidados en un combate desigual y perverso, la pesadilla de la cárcel, impotencia y sufrimiento que se nos muestran crudos en una novela que más que policíaca es política, una novela sobre el poder de una dictadura que sabe administrar la muerte desde las sombras, envuelta en una ideología delirante.
Sergio Ramírez es un novelista de mucho oficio, con Tongolele no sabía bailar se puso por delante un reto difícil de alcanzar, contar desde una aparente neutralidad acontecimientos indignantes y estremecedores, contar sin despeinarse la peor cara del poder, la cara abusiva, cínica y desalmada. En ese afán él nos deja ver un panorama político escalofriante, así como un profundo amor por su país.
La novela como género literario miente la vida, a veces se alimenta de la psicología de los autores, a veces se alimenta un poco más de la vida social de un lugar; en ambos casos y también en otros todo lo que se cuenta está mediado por una subjetividad que ordena el relato, que le da dirección y que carga de afectos una historia inventada, una historia hecha de palabras que, sin ninguna duda, tiene efectos en la vida de los lectores, tanto en quienes leemos para comprender y disfrutar, como en aquellos otros que leen para censurar, vigilar y castigar.
Es inevitable que la cercanía que tienen en el tiempo la publicación de Tongolele no sabía bailar y algunos acontecimientos recientes de la historia de Nicaragua, provoque que caigamos en la tentación de leer como crónica un libro que es una novela tejida con la habilidad que dan los años de un trabajo literario serio y decidido. Con este libro Sergio Ramírez quiso meter las manos en el fuego y no quemarse, quiso contar el infierno y mantener la calma; al intentarlo nos dejó en herencia una novela política de la Nicaragua contemporánea y valiosísimas enseñanzas sobre la escritura de ficciones, ese oficio que García Márquez bautizó como el más solitario del mundo. Ambas cosas se agradecen.
02-12-2021.
Publicado originalmente en la Revista Áncora de La Nación (Costa Rica), el domingo 16 de enero de 2022.
San José, Costa Rica, 1975. Estudió Psicología, Literatura y Derecho. Es autor de la novela Greytown (2016) y de otros tres libros que se mueven entre la crónica y el ensayo: Telire (2017), Con el lápiz en la mano (2018) y La Boca, el Monte y las novelas (2018).