Se llama Horacio Castellanos Moya…

1 agosto, 2014

A propósito de la reciente concesión del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas al escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya (1957), el también escritor y periodista salvadoreño Róger Lindo hace una semblanza del autor de El asco, para quien El Salvador es «un foso de serpientes infestado de tramas y personajes matreros, de traiciones y oscuras motivaciones», lleno de personajes, según Lindo, memorables, «que regresan, que van y que vienen».


Sus personajes son Pepe Pindonga, investigador privado algo cómico, casi una aparición; “Robocop”, el excomando del Ejército convertido en soldado del crimen organizado al finalizar la guerra, letal pero leal a quienes sirve; doña Laura, “una vieja histérica” —palabras del mismo autor— o si se prefiere, una despreciable burguesa; el “Vikingo”, exluchador y torturador de la policía; un exconsul alcohólico y cobarde en el exilio. Se llama Horacio Castellanos Moya (1957) y hace una semanas ha recibido el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, instituido en 2012 y que cuenta entre sus galardonados anteriores a los escritores Rubem Fonseca y Ricardo Piglia,  brasileño y argentino, respectivamente.

Castellanos Moya nació en Honduras y se crió en El Salvador. El tiempo de sus historias —una docena de novelas y algunos libros de cuento— se mueve en una línea que va de los inicios de la guerra civil a la posguerra. Sus obras ostentan títulos como Indolencia, Insensatez, Perturbación, Desmoronamiento, Torceduras, todas descripciones de estados mentales liminares o extremos. Sus personajes no son buenos o malos; muchos son seres de traza oscura (siniestros, recelosos, cobardes, furtivos, patibularios), pero también desdichados: hombres y mujeres al borde del hundimiento o la autodestrucción. Pero no todo es corruptible, no todo está perdido: un criminal convicto puede ser un hombre decente y pasarle factura a un violador de niños.

En Baile con serpientes, un sociólogo desempleado traba contacto con un grupo de serpientes venenosas y juntos se lanzan a sembrar el terror en San Salvador. Insensatez es la historia de un escritor (muchos de sus personajes son periodistas) que acepta editar la versión final de un voluminoso informe —1,100 cuartillas— sobre el genocidio cometido por el Ejército en Guatemala en los años ochenta. Los testimonios de las matanzas y el miedo contagioso de un país de grandes carnicerías lo arrastran a un estado supremo de paranoía y perturbación. La protagonista central de Desmoronamiento, Lena Mira Brossa, es la fiera esposa del presidente del Partido Nacional de Honduras, y sus andanadas contra los liberales, los comunistas, los salvadoreños y casi todo lo que la rodea —incluyendo su propia hija, que comete la “traición” de casarse con un salvadoreño— sirven de trasfondo a los sucesos que culminarán con la guerra entre Honduras y El Salvador en 1969.

Castellanos Moya entra a la narrativa a finales de los setenta con una colección de cuentos, ¿Qué signo es usted, niña Berta? Eran los años del grupo ABBA (pero también del rock progresivo y de Silvio Rodríguez), Miss Universo hacía desfilar a mujeres de piernas largas de todo el planeta en un teatro de San Salvador, y un torrencial movimiento popular proclamaba en las calles “el Socialismo viene y nadie lo detiene”, desafiando un legado de medio siglo de Gobiernos militares. Los poetas urbanos leían a Durrell, a Scorza, al conde de Lautreaumont, a Blaise Cendrars y Roque Dalton. Una de las historias de esa primera aventura narrativa de Castellanos Moya, “Como si lo hubiéramos jodido todas”, cuenta la venganza de una doméstica que ha padecido los abusos y las palizas que su patrona inflige a sus empleadas. Una tarde en que la patrona se ausenta, cae un fuerte aguacero. La doméstica saca al bebé de la dueña de la casa a la intemperie y la criatura muere poco después de una pulmonía fulminante: “…yo sé que todas las compañeras que sufrieron a la niña Chayito me lo van a agradecer de todo corazón”, explica impenitente la mujer. En varios de esos primeros cuentos, empezando por el que da nombre al libro, aparecen los signos de la conflagración que empieza a montarse en El Salvador: la guerra será una de las presencias más fuertes y corrosivas en sus trabajos posteriores, el gran escenario en que, al calor de los enfrentamientos entre guerrileros y militares, sus protagonistas revelarán sus cobardías, torceduras, oportunismos y resortes más recónditos.

El Manuel Rojas es un premio de “obra”. Se otorga únicamente a un autor reconocido que ya tiene una producción destacada a nivel de Latinoamérica. Hecho significativo en el caso de un centroamericano: Centroamérica es la periferia de la periferia; salvo un puñado de excepciones —entre ellas la que aquí nos ocupa—, las grandes editoriales no voltean a mirar hacia aquí. En el momento que le anunciaron por teléfono que había sido escogido para recibir el galardón, declaró que a los escritores de esta parte del mundo les toca desarrollarse “en situaciones duras, que no son las mejores para construir una obra”.

Durante la guerra Castellanos Moya vivió fuera del país, y no regresó sino hasta que se firmó la paz en 1992 (para fundar, junto a otros escritores e intelectuales la revista más sobresaliente de cultura y política de la posguerra, además de un periódico; ambos han desparecido sin nada que los remplace). La publicacion de El asco en 1997 fue lo que podría llamarse un éxito de librería en San Salvador, pero de paso laceró la pequeñez provinciana y las inseguridades del país: aun hoy hay personas que no le perdonan al escritor el haber “hablado mal” de las pupusas, las cervezas, los equipos de futbol locales y otros sellos de identidad. Moya, el protagonista de El Asco, un graduado de Historia del Arte que ha vivido en Canadá, también arremete contra el tipo de nación en que se ha convertido El Salvador en la posguerra.

Poco después de esa publicación, recibe amenazas telefónicas, y vuelve a abandonar el país. Desde entonces, Castellanos Moya vive en una continua errancia (Guatemala, España, Alemania, ahora el Medio Oeste de Estados Unidos, donde parece haberse asentado), un exilio que no mella su obra; si acaso, le imprime hondura humana.

El Salvador es el país de la memoria, las historias y los personajes de la obra de Horacio Castellanos Moya. Es su Santa María (Onetti), su condado de Yoknapatawpha (Faulkner), su Macondo. No es un lugar mágico, sino un foso de serpientes infestado de tramas y personajes matreros, de traiciones y oscuras motivaciones. El ganador del Manuel Rojas 2014 ha creado personajes memorables, que regresan, que van y que vienen. El subcomisionado de policía Handal de Baile de serpientes, es convocado nuevamente en la Diabla en el espejo. Pepe Pindonga, el detective con nariz de huevo estrellado que conocemos en México (Insensatez), reemerge años después en El Salvador. Nadia María, la ejecutiva junior de una agencia de publicidad en “¿Qué signo es usted, niña Berta?”, acaba sus días como víctima de pistoleros a sueldo en La diabla.

En varias de sus novelas, Castellanos Moya aborda la saga familiar. En Tirana memoria, ambientada en los sucesos de abril de 1944, el alzamiento de un grupo de militares jóvenes contra la dictadura de Hernández Martínez, “el Brujo”, el lector se une a los conspiradores de la familia Aragon en sus angustias, y los acompaña en prisión, o en la fuga que conduce al primogénito Clemen a ocultarse en los bosques de mangle del Pacífico al fallar el complot. Me dice un lector que no se pierde sus libros, que el escritor tiene un gran olfato por donde debe ir la literatura, que pegó un gran salto de época rompiendo con los planos tradicionales, con los paradigmas del héroe militante —en una época en que el proyecto revolucionario en Centroamérica estaba en su apogeo.

Cada vez que Castellanos Moya se presenta en San Salvador, tiene audiencia asegurada: hace unos años, el anuncio de que venía a presentar su ensayo Breves palabras impúdicas, causó un abarrotamiento en el auditorio donde iba a hablar. Pero el viaje desde Iowa se frustra debido a una tormenta. Sin embargo, nadie abandonó el recinto: sus admiradores igual siguieron en una pantalla sus palabras, con la misma avidez que si hubieran tenido frente a ellos, en carne y hueso, al escritor.

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San Salvador, 1955.
Escritor y periodista salvadoreño, autor del poemario Los infiernos espléndidos (1998) y de la novela El perro en la niebla (2008). Su actividad periodística se sitúa principalmente en el diario La Opinión de Los Angeles, donde ha cubierto un abanico de temas que incluyen inmigración, educación, economía, transporte, energía y movimiento laboral. Investigó y escribió numerosos artículos sobre la crisis inmobiliaria que se produjo en 2007, así como sobre sus secuelas.

Fue colaborador de la revista Tendencias, la publicación salvadoreña de política y cultura más importante de la posguerra en El Salvador. También ha sido colaborador de Milenio Diario y Milenio Revista de México, y ha sido columnista de La Prensa Gráfica de El Salvador.

En 2002 obtuvo el primer premio en la categoría Comentario/Editorial de New California Media (NCM) por una columna sobre los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Actualmente radica en El Salvador, donde continúa escribiendo para La Opinión y otros medios.