Diseno con fotos

Seis cuentos inéditos

1 octubre, 2009

El escritor y poeta guatemalteco Francisco Nájera hace un adelanto de seis cuentos inéditos que forman parte de su nuevo libro titulado “Formas del horror”.


EXTASIS

                                                                          ¿Cómo expresar en lo escrito la disolución
                                                                          entre la presencia de lo real y la palabra?

Y habiendo querido contemplar a Cristo en todo su dolor me fui acercando a la cruz y pude ver su cuerpo castigado y sus manos y pies atravesados por los clavos y clavados a la madera y siendo tal mi sufrimiento fui presa de un desmayo que me obligó a derrumbarme sobre el suelo y a apoyar la frente sobre las losas y a extender los brazos en cruz y habiendo visto el Señor mi sufrimiento me mostró también su rostro y su costado del que manaba sangre que El dejó correr sobre mi cara y por mis labios e hizo que llegara a mi corazón y a mis entrañas en las que sentí las llamas de su amor con tal violencia que sólo pude murmurar unos sollozos sin sentido y llenos de tal placer que para expresarlo no tengo ahora palabras ni sonidos.

EL DESEO

                 Nuestra historia es la multiplicidad de formas

con que eludimos las trampas infinitas
que se alzan a nuestro paso…

Roberto Bolaño

De día  me dedico a vagar por las alcantarillas, a veces por las principales, a veces por las secundarias, esas que la gente cava sin cesar y que sirven para escapar cuando es-tamos en peligro o para comunicar estos laberintos, que, vistos superficialmente, carecen de sentido, pero que ya conforman parte del entramado en el que desde siempre hemos vivido.

A veces dejo las alcantarillas principales y las secundarias y me interno por las alcantarillas muertas, esas en las que sólo se mueven los exploradores o las criaturas expulsadas.  Allí por lo general no hay nada, sólo ruidos atemorizadores, aunque a veces, mientras recorro esos caminos inhóspitos, suelo encontrar algún cadáver escondido entre la basura o la oscuridad.

Al principio, cuando no tenía experiencia, esos hallazgos me sobresaltaban y me alteraban hasta el punto de que cesaba de sentirme yo mismo.  Lo que hacía entonces, era recoger el cadáver, sacarlo de esos túneles muertos y llevarlo hasta los puestos de avanzada establecidos por la justicia.  Allí trataba de determinar la causa de la muerte, a veces por  degollamiento, en otras ocasiones por desgarramiento, pero también a causa de golpes u otros tipos de violencia.

Entonces regresaba al lugar del crimen.  Me gustaba inspeccionar el lugar en donde había ocurrido la muerte y buscar detalles que la primera vez me habían pasado desapercibidos, reproducir a menudo los pasos de las víctimas o profundizar en los movimientos que habían hecho mientras intentaban escapar, tratando de entender los detalles, alguna cosa que me ayudara a explicar, o a dejar atrás, lo que había ocurrido.  El por qué, y el cómo, de esas muertes, tratando de ir más allá de ese como vacío que me confrontaba y que para mí se parecía tanto al deseo, deseo de comer, o de tener sexo, o de dormir.  Ansias de estar como en un agujero tibio, estrecho, negro, solo a veces, aunque a veces con alguien más.

Por eso es que sigo volviendo a donde encuentro los cuerpos, tratando siempre de calmar este deseo insaciable, intolerable, que no acaba nunca de atormentarme…

JUANA EN LA HOGUERA

Sólo el juez tenía el poder para emitir la sentencia pero el arzobispo y los otros estaban ansiosos para que todo acabara en seguida y por eso tenían la leña preparada ya en el patio mientras al lado de la celda se justificaban mientras Juana empezaba a pedirle a los soldados que rezaran por ella y a pedirles perdón a quienes la habían vigilado y los verdugos instados por el arzobispo y los suyos la acarreaban hacia afuera y la ataron al madero impacientes por encender la hoguera y deshacerse de ella.

Todos creímos que el verdugo le evitaría el horror de morir ardiendo entre las llamas y que le quebraría el cuello, pero la oímos clamar por Jesús hasta el final, entre el fuego de la hoguera que la abrasaba.

EL FOTOGRAFO

Luego de empinarse una cerveza y atrangantarse una pierna de gallina se dijo: Por donde la vida me ha llevado todo ha sido lo mismo.  La vanidad de unos pocos alimenta el odio de los otros. 

Y luego, gritando: ¡Por sólo dos pesos! Soy el único fotógrafo que los retrata tal cuales son.  Primero hago el retrato de los ricos y después el de los pobre.  Al final haré las fotos de los niños.

Entonces pasaron los ricos con las caras contraídas por la satisfacción de saberse bien comidos y dueños de casi todo.  Después  fueron las caras torcidas por el rencor, con las miradas vueltas hacia adentro, de los pobres. Finalmente fueron las caras sorprendidas de los niños.  Caras de quienes luego salían contentos comparando sus retratos.

Aunque con el tiempo, esas caras también se contrajeron en muecas de rencor, o de torpe satisfacción.

LA TORRE

En tanto existan criaturas existirá el deseo de construir la torre, aunque se prescinda de echar los cimientos y las paredes no se construyan como se las ha planeado. 

Y sin embargo, el tiempo y el lugar para que sea construida la torre han sido determinados ya y los trabajadores han llegado y están aquí, entre nosotros. 

Así que la obra se inicia aunque los cimientos no se hayan echado y las paredes no se alzan debido a la precariedad de las bases y el tiempo pasa y el lugar asignado para la construcción continúa vacío y los trabajadores van y vienen sin poder hacer nada.

Y aunque quisieran abandonar la ciudad saben que necesitan esperar pues el deseo de construir la torre corroe a las criaturas y a pesar de que hasta ahora se prescinda de echar los cimientos y las paredes no se construyan como ha sido planeado y el tiempo pase y el lugar asignado para la construcción de la torre está aún vacío, los trabajadores esperan, ya que el deseo de construir la torre sigue existiendo entre las criaturas, que todavía presumen de echar los cimientos y de construir las paredes como ha sido ya, desde el principio, planeado.

JUSTICIA

En el centro de la plaza, amarrado a un poste, de pie y desnudo, está el supliciado en la plenitud de sus veintitrés años, desmesuradamente soberbio…

El verdugo, impasible, avanza con un cuchillo en la mano.

Con los ojos perdidos en la lejanía el supliciado sigue la hoja del arma que se le hunde en el flanco izquierdo.  Su rostro entonces se crispa de dolor y él abre la boca desmesuradamente aunque no llegue a emitir ningún sonido pues de un golpe brusco el verdugo le ha cortado la arteria de la tráquea.

El pectoral izquierdo es ahora removido.

Los asistentes presentan un nuevo cuchillo al verdugo para que separe la masa carnosa en el costado derecho del pecho mientras que el supliciado se contrae violentamente en silencio.

Luego, con mano firme, los bíceps son trozados cuidadosamente.

Un estado de coma parece invadir lentamente el rostro convulso del ajusticiado.

Los ayudantes cercenan entonces los codos girando, tras cortar los tendones, los antebrazos, primero hacia la derecha y después hacia la izquierda.

El descuartizamiento continúa sin interrupciones: la pierna derecha tras el corte de la izquierda; más tarde los muslos y el sexo, por el que se desliza la sangre que escapa de las heridas hechas en el pecho.

Finalmente la cabeza.

El suplicio ha durado apenas unos veinte minutos.

Los espectadores entonces se disgregan por la plaza, mientras que los restos del ajusticiado son recogidos y lanzados a una hoguera.

La hoguera arde por poco más de dos horas.

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Guatemala. Reside desde hace mucho tiempo en Nueva York en donde trabaja como maestro bilingüe. Ha publicado en periódicos y revistas. Entre sus libros están sujeto de la letra a, Libro de la Historia Universal y Jugo del ojo o Del animal enfermo. [email protected]. Fotografías tomadas a F. Nájera por ©Francisco Ruiz Udiel