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Selección: Baluarte

1 octubre, 2014

Elvira Sastre se define a sí misma como “resistente de lo imposible y soñadora de lo ingenuo”. Voces como la que Elvira nos descubrió en su primer libro y confirma en Baluarte, su segundo libro ahora publicado por Valparaíso, nos permiten afirmar que la poesía en lengua española se renueva en cada generación y que poetas como Elvira Sastre abren nuevas ventanas y dejan que la luz de su tradición poética se tamice en sus versos, dotados de una fuerza arrolladora que nunca nos deja indiferentes. Su obra habla de amor y desamor, de sexo y amistad, de soledad o tristeza, y lo hace con nítidas verdades que contagian al lector.


COMO QUIEN SE QUIERE A SÍ MISMO QUERIENDO A QUIEN AMA

Y si me hubieras encontrado limpia,
sin mala conciencia,
sin pena en el sueño,
sin mordiscos de otras arraigados en mis hombros.

¿Me habrías bañado de madrugada,
lamido las legañas,
peinado mi insomnio,
acariciado mis manos arrugadas con tus dientes?

Y si me hubiera vestido
de algo parecido a ti,
si te hubiera mentido contándote mis verdades,
si te hubiera dicho que eras la única
y no la primera.

¿Me habrías desnudado con los ojos cerrados
y las manos expertas,
besado mientras te hablaba de mi vida,
igualado en el pedestal
tu nombre y el mío
y hecho de este un amor a la par?

Y si me hubiera vendido
como el amor de tu vida,
si te hubiera comprado
como el amor de la mía.

¿Nos habríamos enamorado
como quien se quiere a sí mismo
queriendo a quien ama?

TRES MIL LATIDOS Y DOSCIENTOS LITROS DE SANGRE

Si pudiera multiplicarme
pasearía contigo
dándote las dos manos.

Quiero decir,
si pudiera ser dos yo,
yo dos veces
-entiéndeme-,
un alma repetida
como el rizo que se enredara entre dos dedos
y pareciera un meñique
o los labios
que abrieran paso a una lengua
que precediera a un beso
que se duplicara buscando la eternidad,
colonizaría tu hoy y tu mañana,
te esperaría donde estarías
y donde querrías estar,
te extrañaría
viendo cómo tus besos crean goteras en mis pestañas
y al mismo tiempo te dibujaría labios
llenos de saliva
en el centro de tu dedo corazón.

Si pudiera redoblarme
nos observaría desde fuera
como quien mira a los ojos de la muerte:
con envidia.

Si pudiera estar aquí y allí
estaría en ti y en ti,
prendería fuego a Troya
mientras te regalo París,
te miraría dormir
y al mismo tiempo soñaría contigo.

Ya sabes a lo que me refiero,
si pudiera engañar a las coordenadas
crearía un mapa donde solo cupieran
tus dedos de los pies
y esta necesidad mía de seguirte a todas partes.

Si pudiera ser la misma en dos mitades,
amor,
te vestiría con el mismo nerviosismo
con el que me dejas desnudarte,
limaría mis errores
para que el tropiezo fuera suave
y sería a la vez precipicio e impulso
de todos tus miedos y sueños.

Si pudiera,
mi amor,
convertiría todo lo que ahora es singular
en plural.

Pero no puedo,
así que has de conformarte
con lo único que puedo hacer:
quererte
-no el doble, ni por dos, ni al cuadrado,
sino con la fuerza de un ejército
de tres mil latidos y doscientos litros de sangre
que queriéndote dar más de lo que tiene
te da todo lo que es-.

OH DIOS

[Odio
casi como quiero.]

Odio que llueva
y que el sol evapore los charcos
y el calor seque mi cuerpo
sin dejar espacio al frío.

Odio alimentarme de restos
de todo lo que fue:
moribundos,
insaciables,
apenas laten pero resuenan como vivos.

Odio el frío:
solo es una excusa
para llamar a tu abrazo,
odio
llorar
sin poder contártelo
-como quien se masturba
en soledad
y sin fantasmas-,
odio dormir por inercia
y no por agotamiento.

Odio
mi falta de presencia ante los destellos,
esta incapacidad mía
al intentar atrapar las estrellas fugaces
y obligarlas a quedarse,
repeler
todo aquello que signifique abrazarme
por si me daña.

Odio
poder decidir sobre mi muerte
mientras la vida aparece y desaparece
cuando le da la puta gana.

Odio
desconocerme cuando recupero mi pasado
-estoy hecha
de un bucle que rechazo y repito-.

Odio
tanto
que no sé odiar.

[Odio
muchas cosas.
Pero a ti no podría odiarte.

Porque odio
casi como quiero.

Y contigo
siempre he sido
a doble
o nada.]

COMO UNA BALADA DE EXTREMODURO

Vivir el amor
como si fuera una balada de Extremoduro.

Besar cuerpos
como si fuera de ahí solo hubiera un precipicio
donde algo amenazara con arrancarnos la boca.
Como si nos dieran a elegir,
como Montero,
entre sus labios o la vida.

Caminar
poniendo punto y seguido a todas las huellas.
Dejar las comas
y puntos finales
para contarlo.

Olvidar
de mentira,
lo justo para convertir desamores en recuerdos.

Llorar
hasta secarnos
y reír
hasta volver a mojarnos por dentro.

Morir
creyendo en la resurrección.
Resucitar
creyendo en la muerte.

Enmudecer
apreciando en el silencio otra forma de hablar,
aceptando el ruido del mutismo,
abrazando la belleza que guarda el latido de un corazón silente.

Pensar
como quien sueña:
a través de un pulso callado entre deseo y realidad.

Perder -y perderte-
queriéndote lo suficiente
para poder encontrarte cuando desees parar.

Sobrevivir
sabiendo que ayer nunca volverá,
mañana nunca llegará
y hoy siempre será.
Tocar los días
como si tuviéramos guardados cinco orgasmos
en cada mano.

Luchar
enseñando el dedo corazón
a todos aquellos que no saben amar.

Escribir
como quien sabe que jamás tendrá la última palabra
pero sí la única.

ESTE PUTO MILAGRO DIVINO

Yo
que siempre pestañeo
cuando pasan estrellas fugaces,
que lloro viendo anochecer en el mar
o escuchando a Ludovico Einaudi
porque me siento
incapaz
de
abarcar
tanta
belleza
y eso me llena de tristeza,
que tengo un corazón en dos por cuatro
y un silencio entre los labios,
que temo más a la oscuridad
que a los monstruos,
que no pertenezco a ningún lugar
porque abandoné mi casa
para cohabitar con mi existencia
y debo mil facturas,
que no confío en quien me quiere
por no salir de mi rutina,
que escribo
porque no soporto mi ruido
y todo lo demás es adorno.

Yo
que curo al alcohol
con mis heridas,
que nunca aprendí a ser feliz
más allá de mí misma,
que me resulta imposible
mirar a otros ojos más de tres segundos
porque me aterra ser descubierta,
que no sé mentir
pero desconozco cuándo digo la verdad,
que echo de menos mi futuro
y así con todo,
que soy tan minúscula como el punto de una i
y prescindible como una exclamación de apertura,
que te quiero más pero siempre después de ti.

Yo
que nunca creí en el cielo
ni en la salvación
y que concibo la redención
como un fantasma o un recuerdo…

Permíteme confesarte
a ti,
ángel subido a mi pecho:
que de repente vi tus brazos salados
abriéndose como dos nubes de agua,
tu busto sinfónico inflándose
como un huracán dentro de un volcán en erupción,
tus ojos espumosos destapándose
como las puertas de mi fe ante las certezas,
tu boca llenándose de mandamientos
impenetrables como rocas milenarias,
tus piernas benévolas empapando
mi suelo de flores anacaradas,
tus dedos silentes ahogándose
entre esdrújulas arrítimicas, marítimas y selváticas,
tu voz glorificada disparando
amor a mis labios resecos y perdidos…

…y aún no me creo este puto milagro divino.

DOBLE O NADA

Todos estamos enamorados.
Solo algunos estamos despiertos

El amor es un paréntesis abierto.

– ¿Me quieres?

– Más que a mi vida, dijo el suicida.

Supe que aún la quería
porque la odiaba con una brutalidad de ensueño.
Supe que ya no la quería
porque el odio desapareció.
Doble o nada.

Sé que me haces feliz
porque mi tristeza no te reconoce.

Estaba tan guapa que me hizo dudar:
¿Iba a quererla por fuera
o a quererme por dentro?

La quería con la eternidad que concede
la brevedad de un momento inolvidable.

Cuando te atreviste a leerme
yo ya estaba en otro libro.

Pasábamos tanto tiempo juntas
que creíamos que no hacíamos otra cosa.
Nos equivocábamos.
Lo estábamos haciendo todo.

Me pidió que le escribiera
un poema de amor.
Dibujé un pájaro
y se fue.

No hay peor forma de olvidarse
que desconocerse.

Eres un ángel caído,
pero tú me enseñaste a volar
y ese es motivo suficiente
para que te vuelvas a levantar.

Tiendo a reconciliarme con mi mundo
cuando veo a alguien hablando solo
en voz alta: una soledad menos.

Soy igual de débil e igual de fuerte
que una flor en medio de un campo en ruinas.

Comparto mi soledad con mi espalda;
por eso siempre estoy en constante
huida: solo me abrazo.

Mis ojeras son sueños desbordados
desde que me besaste los párpados.

Te empeñaste en ser la primera
y lo fuiste,
pero no te diste cuenta de que en el amor
quien gana siempre
es quien llega último.

Te quiero hasta que me demuestres lo contrario.

El olvido es un estado de putrefacción.

No se trata de andar mirando al suelo,
sino de caminar buscando sus huellas.

Entender un abrazo por la espalda
como si un cuerpo fuese causa
y el otro cuerpo efecto.

Desde que te cobija,
mi espalda entera es una herida.

La vida me sonríe y tiene sus dientes.

Hay momentos en los que la vida
te coloca a la misma distancia
de huir o quedarte para siempre.

La paz no es la ausencia de ruidos,
es escucharlos y convertirlos en silencio.

Ellos luchan por demostrar que son
los mejores escritores.
Yo sólo intento probar
que mis musas son otras.

Escribir es de cobardes;
pura valentía, el amor.
Todo junto, poesía.

Dos personas olvidándose
solo están queriéndose de otra manera.
El olvido llega con la soledad,
cuando uno es solo uno
y no hay hueco para otro.

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Segovia, España, 1992.
Reside en Madrid, en cuya Universidad realiza Estudios Ingleses.

Desde los 15 años, edad a la que recibió su primer premio, publica poemas en su blog y en distintas revistas de poesía.

En 2012 publicó el poemario Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo, con una gran acogida por parte de los lectores. Baluarte es su segundo libro, que se ha convertido en uno de los libros de poesía más vendidos del año en España.