Selección poética

1 junio, 2011

Las letras centroamericanas se encuentran de luto por la partida reciente de dos grandes autores: el salvadoreño Rafael Menjívar Ochoa (27 de abril) y el hondureño Roberto Sosa (23 de mayo). En esta edición, Carátula recuerda a ambos con textos de su autoría. De Roberto Sosa, nacido el 18 de abril de 1930 y uno de los poetas más prestigiosos de su país, presentamos una selección poética, pues la poesía es —como dijera él tantas veces— «un instrumento de indagación, un instrumento verbal para ir entendiendo las relaciones de la sociedad, un resumen de una visión del mundo, es una concentración química de la realidad».


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TEGUCIGALPA

Vivo en un paisaje
donde el tiempo no existe
y el oro es manso.

Aquí siempre se es triste sin saberlo.
Nadie conoce el mar
ni la amistad del ángel.

Sí, yo vivo aquí, o más bien muero.
Aquí donde la sombra purísima del niño
cae en el polvo de la angosta calle.
El viento detenido y un cielo que huye.

A veces la esperanza
(cada vez más distante)
abre sus largos ramos en el viento,
y cuando te pienso de colores, desteñida ciudad,
siento imposibles ritmos
que giran y giran
en el pequeño círculo de mi rosa segura.

Pero tú eres distinta:
el dolor hace signos desde todos los picos,
en cada puente pasa la gente hacia la nada
y el silbo del pino trae un eco de golpes.

Tegucigalpa,
Tegucigalpa,
duro nombre que fluye
dulce sólo en los labios.

LOS POBRES

Los pobres son muchos
y por eso
es imposible olvidarlos.

Seguramente
ven
en los amaneceres
múltiples edificios
donde ellos
quisieran habitar con sus hijos.

Pueden
llevar en hombros
el féretro de una estrella.

Pueden
destruir el aire como aves furiosas,
nublar el sol.

Pero desconociendo sus tesoros
entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.

Por eso
Es imposible olvidarlos.

DE NIÑO A HOMBRE

Es fácil dejar a un niño
a merced de los pájaros.

Mirarle sin asombro
los ojos de luces indefensas.

Dejarle dando voces
entre una multitud.

No entender el idioma
claro de su medialengua.

O decirle a alguien:
es suyo para siempre.
Es fácil,
facilísimo.

Lo difícil
es darle la dimensión
de un hombre verdadero.

LA CASA DE LA JUSTICIA

Entré
en la Casa de la Justicia
de mi país
y comprobé
que es un templo
de encantadores de serpientes.

Dentro
se está
como en espera
de alguien
que no existe.

Temibles
abogados
perfeccionan el día y su azul dentellada.

Jueces sombríos
hablan de pureza
con palabras
que han adquirido
el brillo
de un arma blanca. Las víctimas —en contenido espacio—
miden el terror de un solo golpe.

Y todo
 se consuma
bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.

ARTE ESPACIAL

Llevo conmigo un abatido búho.

En los escombros levanté mi casa.
Dije
mi pensamiento a hombres de imágenes impúdicas.

En la extensión me inclino hecho paisaje, y siento,
vuelta música, la sombra de una amante sepultada.

Dentro de mí se abre el espacio
de un mundo para todos dividido.

Estos versos devuelven lo que ya he recibido:
un mar de fondo,
las curvas del anzuelo,
el coletazo de un pez ahogado en sangre,
los feroces silbidos enterrados, la forma
que adoptó la cuchillada, el terror congelado entre mis dedos.

Comprendo que la rosa no cabe en la escritura.
En una cuerda bailo hasta el amanecer
temiendo —cada instante— la breve melodía de un tropiezo.

ESTA LUZ QUE SUSCRIBO

Esto que escribo
nace
de mis viajes a las inmovilidades del pasado. De la seducción
que me causa la ondulación del fuego
igual
que a los primeros hombres que lo vieron y lo sometieron
a la mansedumbre de una lámpara. De la fuente
en donde la muerte encontró el secreto de su eterna juventud.

De conmoverme
por los cortísimos gritos decapitados
que emiten los animales endebles a medio morir. Del amor consumado.

Desde la misma lástima, me viene.

Del hielo que circula por las oscuridades
que ciertas personas echan por la boca sobre mi nombre. Del centro
del escarnio y de la indignación. Desde la circunstancia
de mi gran compromiso, vive como es posible
esta luz que suscribo.

DIBUJO A PULSO

A como dé lugar pudren al hombre en vida,
le dibujan a pulso
las amplias palideces de los asesinados
y lo encierran en el infinito.

Por eso
He decidido —dulcemente—
                    —mortalmente—
construir
con todas mis canciones
un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen,
uno por uno,
los hombres humillados de la Tierra.

LAS SALES ENIGMÁTICAS

Los Generales compran, interpretan y reparten
la palabra y el silencio.

Son rígidos y firmes
como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones
ocupan
dos terceras partes de sangre y una de soledad,
y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan
los hilos
anudados a sensibilísimos mastines
con dentadura de oro y humana apariencia, y combinan,
nadie lo ignora, las sales enigmáticas
de la orden superior mientras se hinchan
sus inaudibles anillos poderosos.

Los Generales son dueños y señores
de códigos, vidas y haciendas, y miembros respetados
de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

LLEGARÁ, EN SU DÍA, LA SOMBRA AL LIRIO

A Otto René Castillo, poeta guatemalteco capturado, torturado, mutilado y quemado vivo en la base militar de Zacapa, en 1967, durante el gobierno de Julios César Méndez Montenegro.

Para ellos,
los adoradores del Primer Gallo
que al principio de la creación del Universo
se balanceó sobre la línea del horizonte,
los mismos
que planearon incendios y matanzas en frío,
se habla
de los Sandoval Alarcón, de los Videla, de los Pinochet,
de los D’Abuisson tocados, cada uno, por la magia
del crimen
que poseía Truman, la Parca alucinada de Hiroshima-Nagasaki:
para ellos llegará, en su día, la sombra al lirio.

LA SAL DULCE DE LA PALABRA POESÍA

Del fuego, en un principio,
los dioses de los primeros hombres
que lo vieron y lo amaron fueron haciendo, solos,
la mujer.
Esculpieron temblando sus senos absolutos,
la ondulación del pelo,
la copa de su sexo, más complicada, por dentro,
que el interior de un caracol marino.

Delinearon a pulso la sombra de su sombra,
la curva y mordedura de ese juego del fuego
que sabe a rojo virgen debajo de la lengua
y levanta
la súbita belleza de una brasa en los ojos.

Desde entonces, su cuerpo,
se hizo pudor tocable en carne y hueso.

Digo mujer,
la sal dulce de la palabra poesía.

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Yoro, Honduras, 18 de abril de 1930 – Tegucigalpa, Honduras, 23 de mayo de 2011.

Poeta y periodista. Premio Juan Ramón Molina (1967). Premio Adonáis de Poesía (1968). Premio Casa de las Américas (1971). Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa (1972). Premio Ramón Amaya Amador (1975). Premio Itzam Ná (1980).

En poesía ha publicado Caligramas (1959); Muros (1966); Mar interior (1967); Los pobres (1968); Un mundo para todos dividido (1971) y Secreto militar (1985). En 1990 se publicó Obra completa que incluye, además de los poemarios anteriores, Máscara suelta y El llanto de las cosas que posteriormente se editaron en forma individual. De su obra se han editado las antologías Hasta el sol de hoy (1987); Antología. Roberto Sosa (1993); Antología personal (1998); Digo mujer (2003) y Sosa para siempre (2005).

Numerosas son las traducciones de su obra en varias lenguas extranjeras.