Selección poética

5 agosto, 2022

La esposa del banquero

La esposa del banquero
se ejercita cuatro veces
               por semana,
va de compras,
come estrictamente
               orgánico,
en temporada va a la ópera,
               al ballet, al teatro. 
Sonríe siempre,
se desliza por las calles
               de New York,
 mira todo el tiempo
               a su alrededor
como si la persiguieran.
Habla de su madre,
               tema espinoso,
de su amigo el empresario
que entiende que una puta
es el antídoto de su cotidiano
y trágico abandono,
de Munich, Barcelona,
de aquel restaurante etíope
en el que se untó las manos,
de París y la Sorbona,
de la foto de su amante,
               figura desteñida,
tomada en la distancia,
de lo “kitsch” que le resultan
las costumbres de su amiga. 
Pero nunca habla de las calles
               de su patria,
ni de los explotados,
ni del oro ni de la plata
               que ostentaron
 monumentales catedrales
suficientes para alimentar
               a un pueblo,
ni de los 300 kilómetros
de ruta que podría atravesar
               el corazón indígena,
ni de las marchas en Wall Street,
               ni de las macanas
que desangran mil cabezas,
               ni del genocidio,
ni de las ocupaciones militares,
ni de la ortodoxia que reparten
               los de arriba.
A la esposa del banquero
se le cae la sonrisa cada noche,
no entiende más que de ella misma,
               de su debacle
cuando mira en la cama
el cuerpo del banquero
                a su derecha. 

Gajes de la vida

Un ataque de histeria
no vendría mal,
es por momentos
              necesario,
no hablo de un berrinche
ni de una pataleta,
hablo de bajar la guardia,
de vulnerarse un tanto,
de incendiarse en gritos
sin salvoconducto,
de sacarse el espesor,
los pedacitos de angustia
              entre los dientes. 
“El chico es probablemente
bueno y esté pasando
              por una crisis”,
intuye un colega
extremadamente optimista.
Pero, ¡quién nos sufre
                        nuestras crisis!,
                        esgrimo,
al tiempo que me doy un golpe
en la rodilla con la punta
                        del escritorio.
El dolor infligido
por el descuido ha opacado
              los otros dolores, 
los que no se ven,
los que se manifiestan
              por la noche.
Hoy es un día de mierda.
Los días de mierda
deberían encerrarnos,
no permitirnos en un salón
con veintisiete alumnos,
              no es sano,
porque seguramente
somos buena gente,
pero ya en la crisis,
largamos esquirlas
              a cada paso.
Hoy me desperté magullada
de tanto cavilar nocturno,
me levanté astillada
procurando pinzas,
las más puntiagudas. 
Aún no he llorado el día.
La sonrisa amplia
con su respectivo guiño
es para los que no
              son importantes; 
la cara doliente,
la cara de cruz,
la de los mil azotes,
la de la corona de espina,
la cara de basta,
la de ya no puedo,
esa es para quien importa,
para quien lo entiende,
para quien puede procurar
              una caricia. 
Es un día de pocos,
de los que se salen
              de las manos,
de los que se vienen
              de frente,
de los que borrascan
              la mirada,
es día de otro aniversario
lejos de la patria,
de apagar la luz
y encender una vela. 
En días como este
afloran propensiones,
se es proclive a deteriorarse
o a ampararse en los excesos,
tal vez es solo déficit de hierro
o el «Ah de la vida,
              nadie me responde»,
de ahí la predisposición
              a la tormenta. 
Sé algo con certeza,
es mi día de mierda,
solamente mío y de mí,
el que me da el derecho
de buscar la cueva,
lo mejor es padecerlo
              sin remilgos
                        ni melindres.

Párvulos

Una línea de sonrisas,
la mano de la que se sostiene,
mano protectora,
se disfraza de confianza
hasta que rompe la armonía.
En sus yemas
la inocencia llora
cubriéndose la cara,
canta una ronda
            infantil,
mira de reojo,
salta la cuerda,
juega al escondite,
pinta con crayolas
un mundo
            sin descubrir.
Pero esa mano
vuelta secreto, vuelta vergüenza,
amigable te acaricia los cabellos,
cura raspaduras, te amarra los zapatos
y agitada, desde lejos,
                       dice hola.
            Así nace la rabia, tu rabia,
así se alimenta la rabia, tu rabia:
se nutre de tardes en espera,
se nutre de una banca
con piernitas cruzadas
se nutre del retraso causado
por el tráfico de la ciudad.

Una línea de sonrisas
            se sostiene
de una mano protectora,
disfrazada de confianza.

Fosa común

               Bocacalle
tantas veces transitada,
callejón que alberga
lagunajos de restos salobres,
de chaparrones inminentes.
               Profunda boca
que hospedó seres desbordados,
empalagada hasta el fondo:
ancha, voraz, hambrienta
te abres para devorar una prole,
para engullir descendencias.
               Armada de sed
te preñan sin tregua,
recipiente de apetitos erguidos.
               Eres caverna
vencida por ríos en crecida,
por sorbos de espuma a bocajarro.
               Boca toda jubilosa,
en ti ha estallado el Hombre
con sus ganas y sus gulas,
lo has tragado rígido,
vertical, entero.
               Incontenible
se ha empozado en ti.
Mirarte boca es derrumbarse,
dejarse arrastrar por él,
               yacer con él,
damnificarse en su torrente.
Besarte boca es besarlo a él,
untarse de él, de ellos, de todos,
exhumar sus despojos salados
               que te alimentaron,
residuos de los que estás hecha.

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Nació en Santa Ana, El Salvador, y reside en la ciudad de Nueva York donde es profesora de español y literatura en York College, la Universidad Pública de la Ciudad de Nueva York. Ha participado en festivales y lecturas de poesía internacionales en México, Colombia, República Dominicana, Honduras, Cuba, Puerto Rico, El Salvador, Argentina, Guatemala y España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí (Artepoética Press, 2010; segunda edición revisada y ampliada, 2014); Palabras al borde de mis labios (miCieloediciones, 2014), En la batalla (Proyecto editorial La Chifurnia, 2016), Ruta 51C (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017), Sobre luciérnagas (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2019) y Sin ambages/To the Point (Cuadernos Negros Editorial, 2020). Es coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992) (UCA Editores, 2016). Sus poemas y relatos han aparecido publicados en antologías, revistas literarias impresas y digitales a lo largo de Latinoamérica, EE.UU. y España. Además, sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, francés e italiano. Es integrante de la Red de Investigación de las literaturas de mujeres de América Central (RILMAC) y miembro del consejo editorial de la revista de poesía Nueva York Poetry Review.