Selección poética: José Emilio Pacheco

1 agosto, 2009

A José Emilio Pacheco le preocupa la frivolidad del ser, su pesadumbre, la constancia de los individuos obstinados en desdeñar su yo auténtico. Aquellos que dirimen su esencia en la banalidad, el vacío y la obsesión hacia la búsqueda de un reconocimiento ajeno, no interior.

El poeta escribe sobre la condición humana, la indiferencia de éstos ante la existencia, su terredad, hubiera dicho Eugenio Montejo. Con su poesía nos invita a reflexionar sobre el destino efímero de las cosas, la fragilidad de éstas, y para ello utiliza un lenguaje diáfano que conduce a diferentes planteamientos como la memoria, la reescritura, la belleza, el tiempo, el amor, la ironía y el estupor que causa la vida, incluso cuando todo pareciera tener un fin aciago.

En esta edición, Carátula celebra los 70 años de vida y medio siglo de creación de este poeta mexicano querido por todos, y a quien no le interesa “un lugar en la historia”, aunque de forma inexorable ya lo tenga. La siguiente selección de poemas inéditos, tanto en verso como en prosa, fue tomada de los libros Como la lluvia y La edad de las tinieblas, aún inéditos, y que serán publicados en septiembre de este año por Ediciones Era en México.


La oveja reina
Una antifábula

Apenas sobresalgo de la cerca
Y la oveja me mira desde un orbe
Que jamás será nuestro.

Ogro entre lobos, lobo entre los ogros,
Me teme y me aborrece por sobradas razones.
Pertenezco al sector de los feroces
Y, a diferencia de ella, tengo manos
Capaces de hacer daño y destruir
Por medio de tijeras y cuchillos.

Soy un lacayo más del vil imperio
Que para enriquecerse sin medida
Saquea los recursos de la oveja.
Y a fin de entretener su hambre sin fondo
Secuestra y mata a sus recién nacidos.

La oveja en mi persona halla un ejemplo
De las tristes criaturas sublanares,
Muestra gris, indistinta
De la especie feroz que arruina todo.
Ladrón, torturador, siempre asesino,
Sabandija, alimaña, cáncer, plaga
Ante la oveja reina.

¿Cómo me va a juzgar de otra manera
Un animal que habita en otro mundo
Eternamente víctima del nuestro?
No respondo a su estética, no cumplo
Para nada ninguno de sus cánones.
Ocupo un despreciable último rango
En la masa indistinta de los hombres.

Pecado imperdonable no lucir
Un vellocino que me cubra y me haga
Tan hermoso como ella.
Si camino en dos patas
(Qué grotescas las bestias de dos patas)
Es evidente entonces que he llegado a esquilarla
Y a robarle a sus niños
Con destino a una mesa de glotones.

Nunca faltan ovejas que pregunten
Por qué nuestro hato humano infama siempre
Como “la oveja negra” a quien se aparta
Del tropel que formamos los esclavos.

En la lengua ovejuna
Abundan expresiones que condenan
A los sumisos bípedos cobardes.
Hablan de nuestra abyecta sumisión
Al poder, la crueldad, la moda boba
(Las ovejas no cambian de vestuario).
Desprecian sobre todo a las que van
“Como seres humanos al matadero”…
Y en esto saben bien de lo que hablan.
Si una oveja se sale del redil
Y niega la deriva del rebaño
La definen “persona descarriada”.

Pero a las obedientes las infaman
Por su docilidad que acepta todo
A cambio de promesas y esperanzas.

“Son ingenuas y torpes, casi humanas,
Y al precio de torturas sin medida
Tratan de parecerse, siempre en vano,
A modelos de cuerpos que no existen.”

La oveja se impacienta y da a entender:
“Podríamos seguir al infinito.
Por hoy puedes largarte. Es suficiente”.

Me despido, me alejo y siento pena
De haberle dado sin afán de daño
Un mal rato a la oveja.

Esta noche la reina no dormirá
Por la furia que sintió al verme.
Y tratará de conciliar el sueño
Contando hombres que saltan de las cercas.

LAS ENSEÑANZAS DEL ZANCUDO

Como en otras zonas del español, en México el zancudo es el mosquito, pero es sobre todo el insecto,
parecido a él aunque de mucho mayor tamaño, que en inglés llaman daddy long legs y dragonfly.
Aquí nadie emplea su verdadero nombre: típula.

Julián Hernández, Breves apuntes sobre el español hablado en México (1952)

Entra bajo el calor, mide mi cuarto.
Su torpe vuelo no produce ruido.
Da vueltas por la lámpara.
No se atreve a inmolarse.
Pegado a la pared se queda inmóvil.
Se limita a observarme y a temerme.
Se resigna a morir, triste, seguro
De que voy a aplastarlo.
Su pasiva fijeza es un misterio:
Está retando al mundo y a lo humano.

El anticolibrí, muestra irrisoria
Del total desamparo,
Sin duda es (como yo) lento, antiestético.
Pero no dice: “Apiádate”.
Odia la compasión. A su manera
Es valiente entre los valientes.
Otros dirán: “Imbécil.
Puede escapar: hay puertas y ventanas”.

No voy a destruir a un inocente.
¿Quiero ostentar misericordia altiva?
¿O estoy paralizado como él,
Incapaz de aceptar su desafío?

El zancudo me dicta sin quererlo
Su lección indeseable:
“Si aún sigues aquí
No es por tu mérito.
Se trata nada más de que hasta ahora
Alguien ha decidido perdonarte”.

Literatura y realidad

El tremendismo de la realidad,
Su incurable tendencia
Al melodrama y a lo absurdo.

La realidad es psicópata:
Jamás se compadece de sus víctimas.
Hace trampa al jugar con la esperanza.

Todo lo escribe mal con letras chuecas
Llenas de errores de sintaxis.
Ignora el ritmo, el tono, la armonía.
Confunde los papeles asignados.
Olvida lo que dijo en la otra página.

Debería entrar en un taller literario,
Aprender cuando menos rudimentos
De verosimilitud, coherencia y orden.

Sin embargo posee en alto grado
Una virtud artística suprema:
No se repite nunca,
Siempre es nueva,
Siempre nos deja con la boca abierta.

Elogio del jabón

El objeto más bello y más limpio de este mundo es el jabón oval que sólo huele a sí mismo. Trozo de nieve tibia o marfil inocente, el jabón resulta lo servicial por excelencia. Dan ganas de conservarlo ileso, halago para la vista, ofrenda para el tacto y el olfato. Duele que su destino sea mezclarse con toda la sordidez del planeta.
En un instante celebrará sus nupcias con el agua, esencia de todo. Sin ella el jabón no sería nada, no justificaría su indispensable existencia. La nobleza de su vínculo no impide que sea destructivo para los dos.
Inocencia y pureza van a sacrificarse en el altar de la inmundicia. Al tocar la suciedad del planeta ambos, para absolvernos, dejarán su condición de lirio y origen para ser habitantes de las alcantarillas y lodo de la cloaca.

También el  jabón por servir se acaba y se acaba sirviendo. Cumplido su deber será laja viscosa, plasta informe contraria a la perfección que ahora tengo en la mano.
Medios lustrales para borrar la pesadumbre de ser y las corrupciones de estar vivos, agua y jabón al redimirnos de la noche nos bautizan de nuevo cada mañana. Sin su alianza sagrada, no tardaríamos en descender a nuestro infierno de bestias repugnantes. Lo sabemos, preferimos ignorarlo y no darle las gracias.

Nacemos sucios, terminaremos como trozos de abyecta podredumbre. El jabón mantiene a raya las señales de nuestra asquerosidad primigenia, desvanece la barbarie del cuerpo, nos permite salir una y otra vez de las tinieblas y el pantano.
Parte indispensable de la vida, el jabón no puede estar exento de la sordidez común a lo que vive. Tampoco le fue dado el no ser cómplice del crimen universal que nos ha permitido estar un día más sobre la Tierra.

Mientras me afeito y escucho un concierto de cámara, me niego a recordar que tanta belleza sobrenatural, la música vuelta espuma del aire, no sería posible sin los árboles destruidos (los instrumentos musicales), el marfil de los elefantes (el teclado del piano), las tripas de los gatos (las cuerdas).
Del mismo modo, no importan las esencias vegetales, las sustancias químicas ni los perfumes añadidos: la materia prima del jabón impoluto es la grasa de los mataderos. Lo más bello y lo más pulcro no existirían si no estuvieran basados en lo más sucio y en lo más horrible. Así es y será siempre por desgracia.

Jabón también el olvido que limpia del vivir y su exceso. Jabón la memoria que depura cuanto inventa como recuerdo. Jabón la palabra escrita. Poesía impía, prosa sarnosa. Lo más radiante encuentra su origen en lo más oscuro. Jabón la lengua española que lava en el poema las heridas del ser, las manchas del desamparo y el fracaso.

Contra el crimen universal no puedo hacer nada. Aspiro el aroma a nuevo del jabón. El agua permitirá que se deslice sobre la piel y nos devuelva una inocencia imaginaria.

La edad de las tinieblas: el quinqué

Arde la noche. El aire húmedo parece hervor de ciénaga. Bajamos del yip para tomar agua mineral en un cobertizo a orillas del camino que se interna en la selva. Sobre el mostrador hay un quinqué. Si nada recordamos de la niñez y sólo podemos inventar lo inmemorable a partir de unas cuantas imágenes, este quinqué engendra ahora su propio teatro de sombras, me lleva hasta un puerto donde hubo una casa que ya no existe.
Se va la luz. La familia enciende otro quinqué. Me intriga pensar en lo que han dicho mis padres: en el petróleo de la lámpara flotan reducidos a esencia bosques y dinosaurios de la prehistoria. Millones de años se han necesitado para humedecer la lengüeta de jerga que convertida en mecha soporta la llama. Una campana de cristal la protege y le permite iluminarnos. En el quinqué se consumen los restos fósiles de una vida improbable. La noche huele a luz carbonizada.
Este humilde fuego resulta el antitelevisor. Prende la imaginación de quienes se reúnen en torno a él como ante la hoguera primitiva: abuelos, padres, hijas, hijos. Sobrevienen relatos de cosas verdaderas y fingidas y, cuando las narraciones han terminado, el ballet de las manos, la pantomima de las siluetas.

La pared se convierte en un zoológico fantasmal, un circo de espectros. Aquí están las fauces del cocodrilo, el loro de perfil, el gato de espaldas, las alas del gavilán, la huida del venado, la tortuga que lleva a cuestas el mundo.
Al volver la electricidad el escenario se apaga. La familia queda en silencio. Sabe que está condenada a la dispersión y es como el humo que el petróleo suelta al inmolarse. Somos apenas sombras que alguien proyecta en un muro invisible.
El quinqué se extinguió hace millones de años. Su luz más submarina permanece. Esta noche su olor ha regresado bajo el violento aroma de la selva. Tal vez nosotros, sus animales y sus árboles también seremos combustible de una futura edad de las tinieblas.

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