Selección poética: Transferencias

3 octubre, 2022

No, no quiero los sueños. Es la vida,
la realidad la que nos llama. Escucha

Leopoldo de Luis

Deja que te lo explique, no en palabras
— que con palabras no se entiende a nadie —
sino a mi modo oscuro, que es el claro.

Mirta Aguirre

Está aquí, déjame que te lo muestre,
en este pequeño espacio de aire,
esta dimensión, toda esta anchura
de trazas, de briznas
aciculares, está en esta brisa ingenua
que tanteo con los dedos,
que trato de asir para hacer mía,
es de sí misma,
                              está aquí.

Está en este soplo hecho de desgarros,
está en el lápiz que me cae de las manos
si abro la palma,
está en esta corriente alterna,
está en genios y mediocres,
en las nubes de las partículas,
en las ínfulas extrañas
y en el pliegue de las alas de un cóndor negro,
en la precipitación de un vidrio
que no nos hiere apenas
y en los resquicios invisibles
de nuestras cicatrices más finas,
está en el cieno de los ríos
que arrastras a las cimas,
en la cima lozana
que hallas en la mirada,
las miradas tiernas
que no adviertes,
y las que adviertes,
                                está aquí,
no puede estar en ningún otro lado.

La recogemos,
este soplo que resollamos
está hecho de ella.
Este vasto espacio que media
entre tú y yo,
los lugares entre nosotros
que no habitamos
y que alcanzamos al vuelo
con esfuerzo
y devoción de céfiro,
la verdad es que es esto,
está aquí.

(Poema de «La verdad que no vemos», XVI Premio Águila de Poesía 2020)

Viejo puente otomano

Un poema es un puente otomano que conduce al poema siguiente,
que retorna a las ciudades viejas
donde ocurrieron las batallas más sangrientas
y salva geográficamente las pequeñas distancias del alma.

En sus arcos perfectos se apoyan metáforas, metonimias
y otros hechos salvajes,
ondea el río viendo la arcada lejana desde abajo
y al poner el poeta los pies sobre la baranda
sabe que la distancia de sus rodillas hasta el río Neretva
no tiene en realidad importancia.

(Poema de «La verdad que no vemos», XVI Premio Águila de Poesía 2020)

El diluvio

Nada me traspasa.

                         La tarde,
el sinsabor del café en la lengua previa,
el humo disperso del cigarro no asentado en la garganta,
el cielo blanco,
de nuevo el vaho elidiéndose de las bocas,
cortando labios
intocables,
juntando las manos
ásperas,
repitiendo incesante la lengua y los dientes
come on come on come on come on.

Pero hoy soy espejo de la tierra
que no devuelve imagen, luz, reflejo,
solo el gesto memorizado
no transferible, intraspasable.

La noche.
          El diluvio inesperado
no universal
me pertenece
–¿o le pertenezco?–.
Pies en aguacero,
paraguas desierto en las calles manresanas de la noche,
diminutos ríos entre las piedras medievales,
camino al corazón,
la conciencia disminuye
meollo de mí en todo,
y los altavoces se hacen de silencio.

Escucho      
          el golpe seco y único de los pasos del diluvio,
el silencio empapado me atraviesa
en forma de pluma.

El diluvio atemporal,
                    la madrugada.
Ninguna sensación o movimiento dura para siempre.

El diluvio deshidratado descansa
                                        en la mañana.

¡Nada me traspasa!
¡Las calles húmedas,
los cielos despejados,
las nubes no blancas, sino blancas!,
¡el cuerpo asumiendo el
hello hello hello en la calle del Born!
¡La casiabsoluta dimensión de dios en mí
haciendo río barroso
bajo la cúspide gótica
de esta ciudad rehogada!

El cielo blanco,
el nuevo vaho elidiéndose en las bocas
al galope frío,
el humo del cigarro atravesando la garganta,
el sabor del café
de la noche en que han ocurrido tantas cosas
y no ha pasado nada.

Convirtámonos

Convirtámonos
en estatua de piedra
en lo que cae el relente de la noche,
dos dioses de mármol
en pureza nívea,
                    uno junto al otro,
en la división exacta del peso del agua vertical
                    que nos atraviesa
mojándonos desde dentro.

Emanemos la fuente,
soportes de lo vertical
                    y mojémonos.

Escuchémonos
y escuchemos el agua correr
y auscultemos el agua correr,
y exhalémonos.

Percibamos cómo caen por los lados de la fuente
los flujos de lo sagrado.

Convertidos, permanentes,
en el afán de querer ser mármol
cuando llegamos a ser piedra mojada,
convirtámonos de nuevo.

Precipicio vertical

Hace tiempo que se la tragó la vida,
la miro vertical hecha precipicio
tratando de arañar
cumbres intactas,
borrones de esperanza.

La veo ahí a un tiempo
reclinada y derrotada
en ese sofá azul
eterno de familia,
y siento una pena pequeña
y horizontal
tratando de arañar
sus cumbres intactas,
borrones de esperanza.

Pero no sirve de nada:
ella siempre será pequeña
y su miedo, vertical.

Huida hacia adentro

Bajar hasta uno mismo y ensuciarse
de materia, de mundo…

Vicente Gallego

Vengo huyendo
de estos hilos rojos,
seda cubierta
de intestinos,
pelos, cicatrices
y nervios,
me lanzo intrépida
hacia el interior mismo
y encuentro,
más allá de todo esto
que debía ser tanto
y es tan poco,
esto
que no somos.

Parece que lo dejé todo
donde lo dejaste hace años,
lo escondí tan al fondo
de nosotros
que no puedo encontrarlo.

(Poema de «Habitantes de un paraíso minúsculo», II Premio de Poesía La Equilibrista)

Cuando ya no esté aquí

Se murió diez centímetros tan solo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo…

Ángel González

Mis uñas seguirán creciendo,
cuando no esté aquí
y siga estando de alguna manera,
dejaré de morderme las uñas,
mi sangre seguirá corriendo
disecada, las plaquetas
funcionando, mis pulmones quejumbrarán
todo lo que no respiro,
y de nadas bombeará el corazón
con soplo incontingente
estos latidos extraños,
mis articulaciones engranarán
las poleas graznidas
zurrirán inflamados los tendones
de la espalda intermedia,
crepitarán mis manos pequeñas
intentando asir el tiempo
tan naranja, hecho de alambres
de paraguas rotos
los días que no llueva.

Cuando ya no esté
y siga estando de esta manera
tan tibia y seca,
empezaré a decrecer,
menguarán las bárbaras tripas
de mi estómago encogido,
hogar que acogerá
entre colonias los parásitos benévolos
comiéndose mis uñas.

Pero ahora estoy aquí
y me estoy mordiendo las uñas.

(Poema de «Habitantes de un paraíso minúsculo», II Premio de Poesía La Equilibrista)

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Barcelona, España, 1990.
Es poeta y profesora y realiza estudios de doctorado. Autora de La verdad que no vemos (XVI Premio Águila de Poesía, de Aguilar de Campoo 2020), de Habitantes de un paraíso minúsculo (II Premio de Poesía La Equilibrista 2020, publ. 2022) y los cuadernos de La confesión de la carne: Desdenes del vacío (2017) y de El mundo de las almohadas (2017). Instagram: @remei.manzanero
Página blog: reinterpretaciones.blogspot.com