Selección poética
1 junio, 2024
GLOBALIZACIÓN
Y decíamos que atrás había quedado la esclavitud…
Sin embargo, en las maquiladoras
hay mujeres y niños encadenados
a las máquinas de coser.
Creíamos que la tecnología nos echaría un hombro…
Sin embargo, la ingeniería genética adultera
plantíos y animales
y ya el maíz no es el mismo que enseñó a sembrar Quetzalcoatl.
La semilla se abre a la vida
sólo un año
y al otro ya es estéril.
El color del salmón no es más que un tinte
que imita el color del salmón
y a su vigor no lo dejan trepar los rápidos de los ríos
tan sólo entumecerse en las granjas de acuicultura.
Abro los altos paréntesis de la naturaleza
y sólo encuentro un sexo violentado
(niña, doncella, adulta, menopáusica mujer)
así en la cama como en la tierra.
Nueva York, octubre 2002
BOLERO
Pues sí,
sigo y me veo igual.
No me han cazado.
Lo arisco aún me dura o el parapeto sigue conmigo.
Todavía corcovea mi cuerpo a caballo
y oigo boleros, trajino diccionarios,
las serenatas bullen dulzonas en mis oídos
y sumo y multiplico (muy lejos el dividir o el restar).
¿La misma todavía, idéntica Yolanda?
Digo, es mi decir.
Pero, ¿a tus ojos igual?
¿A la luz de diez años igual?
Dándoteme en exacta palabra,
digamos que ya los años comienzan a trabajarme:
ve mi copete, mi pava con canas
ve esta línea rondándole a mis ojos,
–perceptible pata de gallo si hay luz brava–
¿soy yo la tu muchacha apretada a tu abrazo?
¿Quepo en tu idea de mí?
De por medio: carretas de días acontecidos,
distintos soles, separadas nubes,
muy otros los acentos,
ajenos el pan, la mesa de estudio
y ni un asomo que afiance o aleje.
Muchacho que fuiste amarrado a mi baile,
¿es éste el mismo bolero?
¿es ésta aquella guaracha?
¿Soy yo, sos vos?
En el haber tenemos:
las fiestas de la U.N.A.N.,
las guitarras que abrazamos,
esos rones y textos preguntados,
el Coyolar, el atrio de Zaragoza,
León entero.
Ayer en León, vos y yo.
Vos, funcionario sandinista,
yo, oficiosa de la palabra.
Y tanto ¡ay! que nos reclama:
mi lunar de canas,
tu mujer, tu panza indomable
y esta nunca más siempreverdeante juventud
desdibuján-
donos.
Nueva York, 1987
Al alimón sobre el cuerpo y la obra de Federico García Lorca
Existe en la fiesta de los toros una suerte llamada
Federico García Lorca / Pablo Neruda
“toreo del alimón”, en que dos toreros
hurtan su cuerpo al toro cogidos de la misma capa.
Yolanda: Con un beso en la frente
María: y otro en el corazón, Yolanda y yo, amarradas por un alambre eléctrico, vamos a parir y repetir un nombre hasta que su poder lo plante vivo.
Yolanda: Vamos a llamar: Federico, Federico, Federico…
María: de mañana, de noche, desde antes, a las cinco en punto de la tarde: Federico, Federico, Federico…
Yolanda: Poema de la alegría, soneto del amor oscuro,
María: hombre deseado, enlutado naranjo, arrancarte quiero el aliento de limo, las enarcadas cejas del deseo, tus ríos largos de semen.
Yolanda: Poeta más del lado de la muerte que de la filosofía; poeta más cerca del dolor que de la inteligencia; poeta más cercano a la sangre que a la tinta,
María: yo que te he sufrido, que he rasgado mis venas, tigre y paloma, sobre mi cintura, en duelo de mordiscos y azucenas te quisiera.
Yolanda: Poeta lleno de voces misteriosas que afortunadamente ni tú mismo descifras,
María: tú, hombre, dame la muerte. Tú, hombre solo, a mí, ella, dame una muerte pequeña.
Yolanda: Poeta verdadero que sabes que el junco y la golondrina son más eternos que la mejilla dura de la estatua,
María: déjame rozar tus hombros de pana gastados por la luna, tus muslos de Apolo virginal.
Yolanda: Verso cubierto de vello jugando delicadamente con pañuelitos de encaje,
María: déjame hacerte gemir igual que un pájaro con el sexo atravesado por el viento.
Yolanda: Poeta sin vergüenza de romper moldes, sin temor al ridículo o a llorar en medio de la calle,
María: poeta en Nueva York, yo también sé cómo cantas por los ombligos de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Yolanda: Poeta afianzado en la roja emoción; poeta de pie sobre la magia; poeta que cortas con desdenes las asepsias y rompes las nueces frías del intelecto; poeta que de uno y otro lado del Atlántico abres un cauce por donde corre violenta una pasión y otra; cauces donde tu ternura ha sembrado el más perfumado naranjo;
María: tú, Adán de sangre, que buscas un desnudo que sea como un río, un toro y un sueño que junte la rueda con el alga gimiendo en las llamas de tu ecuador oculto.
Yolanda: A ti que te molesta el mito de la gitanería, a ti que de poeta salvaje no tienes nada, a ti que te peinas de azabache y de mañanas;
María: yo sé que silenciosos barcos de esperma te persiguen. Sé que tu rosa no busca la rosa. Sé que tu rosa busca otra cosa. Sé que en las gacelas del amor, cuatro galanes te ciñen del talle. Sé que, ay, por los arrayanes te paseas con el Rey de Harlem.
Yolanda: Yo veo sensualidades salir de tus labios, veo a tu pluma difuminarlas;
María: déjame llegarme a tu casa como llega el verano con los labios rotos,
Yolanda: porque tú nutriste ese grano de locura que todos llevamos dentro, que muchos matan para colocarse el odioso monóculo de lo libresco, y sin el cual es imprudente la vida.
María: Despierta. Calla. Escucha. Incorpórate, amigo. Comprendo que es justo que el Amor te reparta coronas de alegría. El cielo tiene playas donde hacer tu vida y con velludos cuerpos repetirte en la aurora. No levanto mi voz contra el hombre de mirada verde que ama al hombre y quema sus labios en silencio. No levanto mi voz pero te amo.
Yolanda: María Castillo, castellana, comprende y acepta tu acento para siempre oscuro de su claridad, para siempre tenaz y tuyo, delicado Giocondo, poeta, deseado amigo suyo, habitante del Reino de la Espiga.
María: Yolanda Blanco, nicaragüense, te percibe entre los juncos y la baja tarde. Ve claro tu nombre de Federico, tu voz ayer y siempre iluminada, tus soplos de gigante.
Yolanda
y María: Nosotras, melancólicas mujeres mujeriles, en tu homenaje y gloria levantamos nuestros brazos, Federico García Lorca. ¡Que sea!
Nueva York, 1998
Es cierto
Es cierto
que el árbol
es primo hermano del viento.
Es cierto
que sus frutos
de noche
son las estrellas del cielo.
Es cierto
que un árbol levanta
las manos de sus hojas,
y se detiene el tiempo.
Es cierto.
Me lo dijo un amigo que se llama cedro.
Julio 2016
Nacida en Managua, Nicaragua, comenzó su andadura poética en la década de 1970. Formó parte del taller Calicanto, dirigido por Antonia Palacios, en Caracas, Venezuela. Desde 1985 radica en la ciudad de Nueva York. Suyos son los poemarios Así cuando la lluvia (1974), Cerámica Sol (1976), Aposentos (1985) y De lo urbano y lo sagrado (2005). Con prólogo de Sergio Ramírez se publicará próximamente en España su selección poética Apariencia de árbol (Editorial Cántico, Andalucía, 2024). “Allí -dice Ramírez- encontraremos poemas memorables dentro de esa persecusión constante de la palabra justa, sin la cual no hay verdadera poesía”.