Portada Ese día cayó en domingo
Portada Ese día cayó en domingo

Porque tu barca tiene que partir

3 octubre, 2022

Del libro Ese día cayó en domingo, publicado por Alfaguara en septiembre pasado.                 


Es semejante a Diana, casta y virgen como ella;
en su rostro hay la gracia de la núbil doncella…

Rubén Darío, Coloquio de los Centauros.

           

Héroe se suele llamar en los relatos a su protagonista principal, aunque se trate de alguien que se halla lejos de haber emprendido alguna hazaña suficiente para entrar en el territorio del mito, o al menos merecer alguna estatua en un pequeño parque de provincia, o un busto al final de un callejón sin salida. O ser mencionado de pasada en los libros de texto en que se estudia la historia nacional.

El nombre de nuestro héroe en esta historia es Jorge Alberto Gómez Macías, quien fuera socio del bufete Gómez & Larios, que llevó por años en Managua junto a su antiguo compañero de facultad Flavio Larios y Larios. El bufete funcionaba en una casa de alquiler en la calle principal del barrio Altamira, los dormitorios convertidos en oficinas, una para él, otra para Flavio, y en la sala-comedor el escritorio de la mecanógrafa, que fungía también como recepcionista, pero a la que habían tenido que despedir para economizar gastos.

Empecemos por verlo trotando temprano de la mañana por las calles de Altamira, pues vive a pocas cuadras del bufete. Siempre se ha preciado de ser una persona físicamente sana, y de conducir su vida mediante un estricto programa de salud: control de la masa muscular, una hora de pesas y bicicleta en el gimnasio Nicarao al final de la tarde. Y el jogging, apenas despunta el sol.

La rutina matinal le toma una hora. Las calles se hallan cada vez más atestadas de tráfico, por temprano que sea, y se ve obligado a bajarse de las aceras porque han sido robadas al transeúnte para convertirlas en el porche enrejado de una casa, o hay una jardinera o una baranda de fierro colocada por el dueño de algún bar o cafetín, para disponer sus mesas y sillas al aire libre cuando cae la tarde. Pero esa es Managua, se dice mientras trota, y debe dar gracias de que, al menos, si cierra los ojos, irritados por la humareda de los escapes de los buses, no vaya a caer de manera inadvertida en el hueco de un manjol al que le han robado la tapa.

Pero en lo de respirar el aire contaminado por las emanaciones de los escapes, nuestro héroe está lejos de descuidarse. Corre defendido por una mascarilla de gasa, algo que en la televisión ha visto que es común entre los japoneses cuando salen a la calle; y en su ajetreo diario de trabajo, acostumbra llevar en el cartapacio un dispensador de gel desinfectante, pues su profesión lo obliga a dar con frecuencia la mano a toda suerte de personas en los juzgados y oficinas públicas.

No es que sea un maniático de la salud, alega, frente a la reiterada acusación, a veces burlona, de su esposa Amanda; pero, con frecuencia que a ella la exaspera, se somete a exámenes de laboratorio para chequear la química sanguínea, y nadie le quita la satisfacción honda que siente cada vez ante el excelente estado de sus niveles de glicemia y colesterol, la perfecta función renal, la creatinina y el nitrógeno de urea a raya, y ya no se diga las pruebas hepáticas, que muestran un hígado para nada graso. Se toma la temperatura corporal antes de acostarse, y la presión arterial la controla dos veces al día, para lo cual dispone de un tensiómetro digital que guarda en una gaveta del escritorio.

Los gustos que se da son pocos, pues su vida es austera, como lo es, obligadamente, la de los miembros de su familia. Y como no gasta ni en licor ni en cigarrillos, ni en nada que sea superfluo, el presupuesto doméstico alcanza para cubrir los gastos médicos a los que se ve abocado. Es probable que su esposa Amanda lo acuse de maniático más bien por razones pecuniarias, porque a lo mejor preferiría comprarse unos zapatos o un vestido en alguna boutique del barrio, o salir los domingos a comer, aunque fuera a un restaurante chino; pero es un asunto que nunca han discutido.

Cada vez que se presenta al chequeo médico trimestral, el doctor Malespín no deja de mirarlo con cierta sorna cuando le pregunta:

            ―¿Cómo están los exámenes de laboratorio, colega?

Pues sabe que antes ya los estudió a conciencia. Con la ayuda de Google ha aprendido a interpretarlos. El reproche velado, no por amable deja de ser sarcástico: si sabe tanto de medicina, ¿qué viene a hace aquí?, parece decirle. Pero hay cosas que nuestro héroe no puedo hacer por sí mismo: la auscultación, el examen de reflejos, el fondo de ojos, el electro. Eso lo deja en manos del doctor Malespín. Y el ultrasonido de las vísceras, la endoscopía gástrica y la colonoscopía cada dos años.

El Rolex, como llama cariñosamente a su corazón, sigue funcionando de mil maravillas. Lo sabe desde el momento en que, acostado en la camilla, con las ventosas de los electrodos adheridas a la piel, observa al doctor Malespín leer la cinta donde se muestran los trazados, y advierte su semblante profesional calmo y sereno, o, más bien indiferente ante la absoluta normalidad de lo que están viendo.

A sus cincuenta y siete años, su óptimo estado de salud es el resultado de una vida llevada de manera metódica, en base a una dieta balanceada, sin carbohidratos ni grasas saturadas, y las proporciones debidas de proteínas y fibra, además del programa de ejercicios. Bajo la aprobación del propio doctor Malespín se permite un trago de ron, lo más dos, en ocasiones sociales, y ni amarrado le harían beber una cerveza.

Tomemos por caso a Flavio, su socio del bufete jurídico. La barriga le desborda, y es a causa del consumo inmoderado de cerveza. Pero no solo eso. Su deleite son los chicharrones, las morongas, los chorizos revueltos con huevo, que le dejan una aureola de grasa rojiza alrededor de los labios. No se cuida, debe tener las arterias atascadas de colesterol, y los triglicéridos por las nubes. Jadea con solo que camina una cuadra, y le cuesta agacharse para amarrar los cordones de los zapatos.

―Un día de esos nos vas a dar un susto, ―le advierte cada vez y cuando―, con el cuerpo no se juega.

        ―¿Para qué quiero ser un cadáver sano? ―le responde siempre Flavio, muy gracioso, según él cree.

En la casa de nuestro héroe se cocina con muy poca sal, y los saleros están prohibidos en la mesa; y aunque Amanda y los hijos no dejen de quejarse porque todo parece comida de hospital, él es quien da las órdenes pertinentes a la cocinera; y, ante las protestas, su respuesta es siempre tajante:

―La sal, para las vacas.

Y, por supuesto, están prohibidos en la mesa el ketchup, las féculas y almidones, las bebidas gaseosas y los refrescos endulzados, y a los hijos las meriendas callejeras consistentes en bolsas de meneítos, doritos, papas fritas y demás. Helados, ya no se diga, aunque sean endulzados con edulcorantes, porque está probado que son sustancias cancerígenas.  No hay como los refrescos naturales, ricos en vitaminas, y los batidos, que bien pueden ser sustitutos de un tiempo de comida, siempre que no lleven más de tres tipos de frutas a la vez, a fin de no sobrecargar el proceso digestivo: piña con banano y guayaba; o guanábana, papaya y melón.

Irse a la cama temprano y levantarse temprano, lo cual significa no trasnochar para no entorpecer la rutina del jogging matinal; cuidarse de las enfermedades venéreas  leyendo solamente en su propio libro, como suele repetir con risa satisfecha, al tiempo que abraza juguetonamente a Amanda; no exponerse a emociones fuertes; y, cuando, dadas las vicisitudes inevitables de su trabajo, del que es propio el litigio, sobrevienen disgustos, respirar profundo, y contar hasta diez, pues así la frecuencia cardíaca se desacelera, según puede constatarse presionando los dedos índice y del corazón sobre la arteria carótida, tres centímetros arriba de la clavícula.

Sigámoslo hasta su casa, adonde llega puntualmente a las doce y media del día para almorzar, hora en que la mesa debe estar ya a punto de ser servida. Amanda, los dos hijos, Jenny y Frank, acuden sin tardanza, y cuando él regresa de lavarse las manos para ocupar la cabecera, todos deben estar ya en sus puestos para acompañarlo en la oración de gratitud por los alimentos recibidos.

Almorzaban entonces ese día en paz y tranquilidad. El ruido de los trinchantes en los platos era leve y espaciado. Casi no se conversaba. Y habría poco más que narrar acerca de ese almuerzo, sino es porque nuestro héroe advirtió que se iluminaba la pantalla de su celular, el que a la hora de las comidas solía mantener sin sonido, aunque al alcance de la mano.

Era un número desconocido, pero pensó que podría tratarse de un cliente potencial, y no dudó en responder.

            ―¡Felicidades! ―oyó que decía en tono cantarino una fresca voz de mujer―. ¡Es usted el feliz ganador de un descuento para el servicio platino presidencial de luxe!

            ―¿Con quién tengo el gusto? ―preguntó él, con toda cortesía.

            ―Soy ejecutiva de ventas de Jardines del Recuerdo ―respondió, y las campanillas de la voz repicaron con más énfasis.

            ―¿Jardines del Recuerdo? ―preguntó extrañado.

            ―Ese es un cementerio, papá ―dijo su hija Jenny, con cierta impaciencia ante la ignorancia de su progenitor.

            ―El camposanto más nice y exclusivo de Managua ―siguió la voz alegre y despreocupada, y casi adivinó a la mujer pintándose las uñas de las manos mientras sostenía con el hombro el teléfono pegado al oído.

            ―Estoy almorzando, señorita ―alcanzó a decir, y sin dar oportunidad a que la voz cantarina siguiera adelante, cortó la llamada, no podemos saber bien si indignado, o asustado.

Repasó con la mirada a todos los suyos, su amantísima esposa, sus dos hijos que apenas entraban en la pubertad, y sintió una profunda emoción, como si aquel fuera el último almuerzo de sus vidas. La pechuga de pollo a la plancha quedó a medias en el plato, el bocado que ya no iba a comerse clavado en el tenedor. Las coliflores al vapor parecían haberse marchitado.

Y, de pronto, lo invadió la furia, sin haberse acordado de contar hasta diez. ¿Con qué derecho? Un profesional esforzado, leal a sus clientes, respetuosos de la letra de los códigos, feligrés sin reparos de la iglesia San Agustín, presto siempre al servicio del prójimo, como lo demostraba su vieja afiliación al club Rotario Internacional, sección Tiscapa, de cuya junta directiva había sido dos veces secretario. ¿Qué derecho tenía esa mujer para asaltarlo a plena luz del día? Porque aquello no era sino un asalto, una flagrante violación de domicilio.

Se levantó de la mesa y se dirigió al cuarto de baño a buscar en el botiquín una Tafil de 0.50 miligramos que le devolviera la calma, y se la tragó en seco. Luego, sin bajarse los pantalones, se sentó en la taza del inodoro, buscó el número fatídico en el listado de llamadas recientes del teléfono, y lo bloqueó. Nunca más quería escuchar de nuevo aquella voz melosa. ¿Cómo había conseguido ella su número de celular? Y contra toda lógica, muy a pesar suyo, se sorprendió preguntándose: ¿En qué consistiría aquel servicio platino presidencial de luxe?

            No tardaría en saberlo.

Ese día, cuando volvió al bufete después del almuerzo, al revisar la correspondencia entrante en la pantalla de la computadora, se topó con un mensaje que traía un agregado. Lo abrió. Era una carta con un membrete en gris, verde y amarillo: Grises las letras, verdes las colinas sembradas de cipreses, amarillo el sol que se ponía melancólicamente sobre las colinas. JARDINES DEL RECUERDO.  Otra vez asustado, envió abruptamente el mensaje al basurero, como si con un solo clic hiciera desaparecer un avieso alacrán a punto de saltar de la pantalla para clavarle su aguijón en la mano.

Pero, tras alejarse de la mesita de rodos donde descansaba la computadora, nuestro héroe volvió a sentarse. Fue a la carpeta de elementos desechados, buscó el mensaje, y volvió a abrir la carta, a riesgo de que el alacrán lo picara. ¿Por qué aquel acto de osadía, o de insensatez curiosa? No nos metamos a responder a eso. La carta rezaba así: 

Managua, 20 de febrero, 2018.

Doctor Jorge Alberto Gómez Macías.
Sus Manos.

            Apreciado doctor Gómez Macías:

A continuación, le presento oferta del Servicio Platinum Presidencial de Luxe, la cual no pude explicarle a cabalidad el mediodía de hoy, como hubiera sido mi deseo, debido a imprevista interrupción de la línea telefónica.

Descripción del producto:

              Los predios de Jardines del Recuerdo se hallan convenientemente localizado en una zona tranquila y exclusiva, contiguo al Nejapa Golf & Country Club, muy bien conectada por vía asfaltada. El diseño paisajístico fue encargado a la firma Sunset Landscapes Corp. de Coral Gables, y el terreno amurallado de diez manzanas está cubierto de césped Ray-Grass, con islas de árboles frondosos, convenientemente esparcidas, y cómodas bancas para descansar a la sombra de los mismos.

            Ofrecemos tres categorías de lotes, siendo la categoría Prime A la que he elegido para usted, conforme el plan que paso a ofrecerle. Esta categoría corresponde a aquellos triunfadores en vida y que no lo son menos después. Por eso se les reservan los sitios más altos de las colinas que conforman el terreno, desde donde se ofrece una vista espectacular del lago de Managua y la península de Chiltepe.

            Al mejor estilo de los cementerios privados de Estados Unidos, no se permite la instalación de monumentos funerarios, pues sería discordante con la armonía del paisaje. Todos los beneficiarios reposan bajo sencillas lápida de mármol o piedra labrada de iguales dimensiones, a ras del suelo. Hay dispositivos tubulares de aluminio para colocar arreglos florales en cada tumba. Nuestra intención es que cuando los deudos visiten a sus seres queridos, lo hagan en un ambiente sereno y familiar.

             Descripción del plan:

            Servicio de traslado de los restos mortales desde el domicilio u hospital hacia nuestras instalaciones.

    Preparación química y cosmética a cargo de expertos.

            Ataúd D’luxe trabajado en madera de cedro con guarniciones metálicas, con su correspondiente ventanilla de cristal SunGuard (no reflectivo), e interiores acolchados y forrados en seda natural.

            Carroza Cadillac, modelo Miller-Meteor, para traslado de la capilla velatoria al lugar de reposo definitivo en el sector Prime A del camposanto.

            Servicios religiosos del rito católico, misa y réquiem, que incluye el sacerdote y acólitos de su iglesia de culto habitual, la parroquia de San Agustín.

            Traslado de los miembros de la familia doliente desde su domicilio (del PALI de Altamira 2 cuadras al sur, casa 203) hacia la capilla velatoria, a bordo de un cómodo microbús Toyota Coaster, todo aire acondicionado.

            Uso de una de una de nuestras salas velatorias, acondicionadas con cuarto privado para la familia doliente y allegados íntimos (conforme lista que presente su esposa doña Amanda de Gómez), con línea telefónica gratuita para llamadas nacionales, así como a Centroamérica y Estados Unidos.

            Bocadillos Gourmet de seis variedades distintas, y bebidas no alcohólicas, que incluyen refrescos naturales y carbonatados, té y café, durante el velorio.

            Interpretaciones musicales de la Camerata Bach durante el velorio, la misa de cuerpo presente en nuestra capilla, y el acto de inhumación, conforme repertorio escogido por el cliente. Puede elegirse entre piezas clásicas, y otras que resulten sentidas a la familia doliente, en este caso, por ejemplo, La barca, o Reloj, que han sido, desde los años de juventud, de la preferencia de la pareja formada por Jorge Alberto y Amanda.

            Valet Parking.

            Libro de Condolencias empastado en cuero cabritilla y nombre del difunto en letras repujadas en dorado.

            Tarjetas de aviso del deceso e invitación a las honras fúnebres, publicadas en los diarios y redes sociales.

            Amplia carpa y asientos para 60 personas en el sitio de la inhumación.

            Servicio fotográfico y de video a cargo de profesionales.

(También le ofrecería los servicios del crematorio, el cual está dotado con horno de alta combustión de la marca MERKUR, pero he desechado esa opción atendiendo sus sentimientos religiosos y los de su esposa).

Descripción financiera:

            Precio de lista oficial:                                                US$    12.150.00
            Descuento de 20%                                                     
            según oferta telefónica inconclusa:                US$      2430.00
             PRECIO TOTAL DE OFERTA:                             US$     9.720.00

         No omito manifestarle que hay a su disposición un plan de financiamiento para esta oferta por medio del Banco de la Producción (BANPRO), del cual es usted cliente regular. Este plan le permite el pago del Servicio Platinum Presidencial de Luxe mediante abonos a plazos, según su mejor conveniencia.

            Quedo a su grata disposición para atenderle, lo cual será para mí un placer.

Ella, como quiera que se llamara, pues no alcanzó a leer su nombre al pie de la carta, apurado en borrarla con un delete definitivo, sabía de su vida y milagros. Le religión que profesaba, la iglesia adonde iba, el nombre de su esposa, el nombre de su banco, su domicilio particular, su teléfono, su dirección electrónica. Hasta sus canciones preferidas de juventud, cuando cortejaba a Amanda. ¿Lo espiaba? ¿Seguía sus pasos? ¿Habría interrogado a sus conocidos? ¿Flavio, su socio, se habría prestado para darle información? Muy de él sostener plática amistosa con extraños.

Lo único que ella parecía no conocer eran sus posibilidades económicas, al ofrecerle un servicio de aquella magnitud. Sólo una vez en su vida profesional había percibido una cantidad parecida al costo de un funeral como ese, los ocho mil dólares que le pagaron unos empresarios taiwaneses caídos del cielo, por constituir una cascada de sociedades anónimas, una sociedad dueña de otra, para una maquila de textiles en la zona franca de Las Mercedes. Con esos honorarios pudo hacer remodelaciones en su casa de habitación para que sus hijos tuvieran cada uno su propio cuarto. O es que estaba al tanto de las limitaciones de sus ingresos, y por eso la pretensión de encajarle sobre las espaldas un préstamo leonino, que su viuda y sus hijos tardarían la eternidad en pagar, en caso de que él no alcanzara a hacerlo en vida.

Ella parecía, de todas maneras, ser experta avisada en el arte de las ofertas. A lo mejor comenzaba por la categoría de lujo sólo como un gancho, la verde colina cubierta de suave césped para ver el atardecer sobre el lago de Managua, con el designio de hacerlo firmar el contrato de un modesto funeral de segunda, con lote asignado en los barrios bajos del cementerio, hasta donde saltarían desde los campos de golf del Country Club las bolas extraviadas por un golpe erróneo, y que los caddies despreciarían ir a buscar.

¿Y cuánto valdría una acción del Country Club? ¿Veinte, treinta mil dólares? No venía al caso preguntárselo. ¿Irían esas bolas a parar a los linderos del crematorio, oculto convenientemente tras una cortina de árboles al fondo del cementerio? ¿Aventaría el humo de la chimenea del horno hacia los campos de golf? ¿Llegarían las bolas hasta las instalaciones, también disimuladas, donde los expertos consumaban la preparación química y cosmética de los cadáveres?

Nuestro héroe imaginó ese reducto clandestino, de techo bajo de dos aguas, las paredes pintadas en verde hospital, con puertas de doble batiente, amplias lo suficiente para dejar pasar una camilla. Para llegar hasta allí, la furgoneta, un trasto cualquiera pintado de gris, que nadie sabía lo que llevaba, un cuerpo arropado en una colcha basta, depositado en una bandeja de zinc a ras del piso, tenía que cruzar necesariamente frente a la garita de ingreso al club, donde hacían fila los Mercedes, los Lexus, las Land Cruiser, al volante los socios con sus palos de golf enfundados en bolsas de nylon de colores vivos, esperando que los guardas les dieran paso. 

Ya nunca compraría una acción del Country Club. ¿Y acaso lo habrían admitido de todos modos como socio?  Ni tampoco tendría nunca un Rolex Oyster Perpetual, que valía tanto como un funeral de lujo. Un Rolex de acero inoxidable, hermético  como una ostra, afamado por infalible aún en las aguas abisales de los océanos más profundos, lo mismo que en las cumbres nevadas de las montañas más altas, ajeno a la fatiga, y que latía siempre con el mismo ritmo imperceptible, como si le hubieran dado cuerda para siempre. Igual que su corazón. ¿Pero era de verdad cierto que el mecanismo de su corazón trabajaba sin perturbaciones como un Rolex? ¿Y si acaso ocultaba un soplo imperceptible, un cierre defectuoso de la válvula mitral?

Si esa mujer, cuyo nombre había preferido ignorar, y cuyo rostro no conocía, sabía tanto de él como demostraba, aquello era sólo una muestra. Debía tener un expediente completo suyo, en el cual figuraba, sin duda, su verdadero estado de salud. De allí la aparición sorpresiva de su voz cantarina en el teléfono, y la detallada oferta por escrito. Se le habían ocultado datos esenciales en los laboratorios y en la clínica donde le hacían las radiografías de tórax. Los ultrasonidos y los escáneres presentaban resultados alterados adrede. Y de todo eso el doctor Malespín era cómplice principal.

¿Conocía su esposa la situación real? ¿Era Amanda quien, por piedad, había pedido que le ocultaran el mal que lo estaba royendo por dentro? Un aneurisma asintomático en el cerebro, causado por arterioesclerosis, una lesión maligna en el páncreas con metástasis a las paredes gástricas y al tejido hepático. O un proceso cirrótico, enfermedad terminal que también afecta a los abstemios.

Tanto sacrificio para qué. El suplicio de meterse las zapatillas de correr cuando apenas empezaba a clarear el día, el dolor creciente en las rodillas con el trote, el magro desayuno, las somnolientas mañanas en el bufete porque tanto le hacía falta una taza de café, que él mismo se había prohibido, previsor del riesgo de las taquicardias. Y cómo repudiaba ahora las coliflores cocidas, sin gota de sal.

Qué no daría por borrar de su vida las tediosas tardes en el gimnasio pedaleando en aquella bicicleta fija al lado de su compañera de suplicio, una mujer a la que costaba asentar el nalgatorio en el sillín y que lloraba de impotencia cuando al final de la sesión, bañada en sudor, se subía a la romana que cimbraba impasible bajo su peso.

Apagó la computadora, que se despidió con un resplandor mortecino antes de que la pantalla quedara a oscuras. Estaba solo en el bufete. Flavio prolongaba en borracheras hasta el atardecer los almuerzos con sus clientes, tratantes de vehículos de segunda mano, cuya dudosa procedencia legitimaba en las escrituras de compraventa. Tenía años de no entrar a un restaurante de esos, que eran a la vez cantinas, las mesas dispuestas en un patio cercado con láminas de zinc, un gallo que picoteaba en el piso de tierra, y un techo forrado de palmas secas del que colgaban festones de colores ya apagados. 

De pronto descubrió que las lágrimas bajaban silenciosas por tu rostro, apiadado de sí mismo. Vio a Flavio abrazando compungido a Amanda, que no paraba en sus sollozos, diciéndole que había llegado al apenas saber la noticia. Vio a sus dos hijos, abrumados, circunspectos, recibiendo los pésames. Vio su nombre en las pantallas de video de la sala velatoria.

Escuchó que abrían la puerta de la calle y el golpe rotundo con que la cerraban, el alegre taconeo que avanzaba por el corredor y la voz cantarina que preguntaba por él con toda la confianza del mundo, y cuando los pasos ágiles y decididos se detuvieron frente a su oficina se apresuró a secarse las lágrimas con el dorso de la mano, y ahora sí, sereno, nuestro héroe alzó la vista hacia el frente y se preparó para verla entrar.

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Escritor nicaragüense. Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Fundó la revista Ventana en 1960, y encabezó el movimiento literario del mismo nombre. En 1968 fundó la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) y en 1981 la Editorial Nueva Nicaragua. Su bibliografía abarca más de cincuenta títulos. Con Margarita, está linda la mar (1998) ganó el Premio Internacional de Novela Alfaguara, otorgado por un jurado presidido por Carlos Fuentes y el Premio Latinoamericano de Novela José María Arguedas 2000, otorgado por Casa de las Américas. Por su trayectoria literaria ha merecido el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2011, y el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, en 2014. Su novela más reciente es Ya nadie llora por mí, publicada por Alfaguara en 2017. Ha recibido la Beca Guggenheim, la Orden de Comendador de las Letras de Francia, la Orden al Mérito de Alemania, y la Orden Isabel la Católica de España.