Simpatía, la novela de un país en fuga
4 abril, 2022
“¿Qué está poniendo al descubierto Simpatía? ¿Qué nos está invitando a vivir y revivir o revisar en nosotros mismos?”, se pregunta Alirio Fernández Rodríguez, sobre Simpatía (Alfaguara, 2021), la más reciente novela del escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón
El movimiento siempre genera un vacío, no se trata sólo de aquel cambio fluvial permanente que postuló el oscuro de Éfeso. Lo que se desplaza deja un espacio deshabitado, sin importar por cuánto tiempo. Simpatía (Alfaguara, 2021) es una historia sobre el movimiento y lo que vendrá, o puede que venga, después del vacío. Su autor, el escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón, a través de una historia familiar construye un espacio ficcional que brilla por la lograda fusión símbolo-realidad. De hecho, al dar vuelta a la última página, sus personajes, esos seres desplazados, continúan allá afuera como la dura constatación de la herida fresca que es hoy una nación, una época.
Es el país de la Caracas asediada por un régimen que totaliza la vida de las pobres almas que allí habitan, que sobreviven. La ciudad es testigo del crimen institucionalizado y del horror inesperado que el poder puede llegar a mostrar: disparar a sangre fría contra un perrito. Este hecho será el detonante que pondrá en escena a una pareja, quienes por atender al perro moribundo recibirán la visita de un cuerpo de inteligencia del gobierno. Sí, puede parecer alucinante e inverosímil, pero la Caracas que aquí sirve de espacio narrativo contiene esto y más. Un reto determinante para este autor pareciera haber sido recrear un mundo en el que estos “hechos” no parezcan ridículos por exagerados.
De esa ciudad imposible surge el protagonista de la novela, un personaje nada extraordinario que aparece como un hombre abandonado y que, como luego se verá, parece tener como signo la pérdida. Sabemos de él en la primera línea narrada, allí nos enteramos de que esta historia tiene su origen en la separación. Sí, la narración surge a partir de la desunión, pues, su esposa le pide el divorcio y se va. Pero este hombre finalmente consigue conocer a su suegro, un militar retirado cuya historia familiar desconoce y por quien llega a sentir especial cariño. Ambos estrecharán relación afectuosa y a partir de ahí se gestará el proyecto perruno anhelado por su suegro: crear la Fundación Simpatía por el Perro. En torno a esto se descubrirán historias familiares llenas de misterio e hiladas por el suspenso.
El viaje de un hombre solitario a través de sí
«Me voy del país. Ya no aguanto», fue el mensaje que Ulises Kan recibió en su teléfono ese mediodía. Era de su esposa Paulina. No tenían aún cinco años de casados, pero ella lo dejaba para irse del país. Ulises respondió sin dramas. Él daba talleres de apreciación cinematográfica y, antes de casarse, quedó claro que no habría ni hijos ni perros. Paulina le había dicho que era alérgica. Ahora Ulises estaba de nuevo solo, después de todo un huérfano parece estarlo siempre. Así es como empieza Simpatía (Alfaguara, 2021), con un narrador que no parece saberlo todo, ni siquiera acerca de los personajes, así que va haciéndose preguntas que comparte con el lector; también desde el principio los diálogos avisan que estos personajes no aceptan tutelaje alguno.
El apellido de Ulises, de su familia adoptiva, era Khan, pero él se quitó la hache para que “sonara” mejor, ¿para seguir estando solo, quizá? Esa familia no podía tener hijos y lo acogieron, justo entonces, la pareja logra el embarazo. Así, tempranamente, el pequeño Ulises conoció el frío del desplazado siendo ya un abandonado. Luego vendría la otra pérdida, la del matrimonio con Paulina. «El día en que su mujer se marchó del país, Ulises Kan decidió buscarse un perro», es como comienza la novela. El perro como símbolo de fidelidad y lealtad que a los humanos es difícil ofrecer.
El tiempo en que vivió con Paulina nunca había conocido a su suegro, el militar Martín Ayala, cuyas «únicas pasiones de hombre retirado eran cuidar el jardín y sacar a pasear a los perros». Él no le hablaba a su hija, a ninguno de sus dos hijos, que eran gemelos. Antes de irse del país, Paulina llevó a Ulises a la casa de su padre. Ellos hablaron durante horas, Ulises conoció el jardín y el cementerio de perros. Ella se iría y él y su suegro seguirían viéndose en Los Argonautas, la casa de la familia Ayala, a los pies de la sagrada montaña caraqueña, El Ávila.
Ulises siguió viviendo en el apartamento, supo entonces que este era de su suegro, no de su exmujer. A los meses Martín Ayala se moriría, dejando una propuesta para Ulises: llevar adelante una fundación dedicada a rescatar los perros que eran abandonados en las calles. Era la época de un país donde la gente huía y dejaba a sus mascotas tiradas.
Una casa grande, la familia, el lugar del abandono…
El testamento de Martín disponía que si Ulises concretaba la Fundación Simpatía por el Perro en Los Argonautas en el tiempo establecido, se podía quedar con el apartamento. Todo había sido previsto por Martín. Este había contactado a Jesús y Mariela, la pareja hostigada por el organismo de inteligencia del gobierno sólo por intentar salvar a Thor, el perro al que un militar le había disparado. Ellos, junto a Ulises, llevarían a cabo los trabajos de la fundación en la casa grande que había sido de los Ayala.
En esa casa Ulises iba a pasar semanas junto a la señora Carmen, empleada de toda la vida de la familia; Segovia, hombre de confianza de Martín; Jesús y Mariela y Nadine. Esta última había sido una mujer importante para Ulises y ahora iba a convertirse en su espacio insondable. En Los Argonautas se empezarían a revelar historias de la familia Ayala que Ulises desconocía, ¿cómo es que el padre no le hablaba a sus hijos? ¿Por qué su cuñado Paúl, a quién no conocía, nunca más volvió del extranjero? ¿Quién fue la señora Altagracia, la madre de los gemelos y esposa de Martín?
Ulises va a descubrir, gracias a la señora Carmen, quién es la verdadera familia Ayala, de qué es capaz Paulina. También las intrigas del abogado a cargo de ejecutar el testamento, que termina teniendo conexiones oscuras con empresas de maletín del gobierno. Mientras tanto en la casa grande se llevan a cabo los trabajos de remodelación con mucho esfuerzo para cumplir los tiempos. Con esto no sólo Ulises conseguiría lo acordado, sino también Jesús y Mariela, quienes podrían quedarse con Los argonautas después de un tiempo de actividad de la fundación.
También Segovia develará importantes secretos a Ulises acerca de una inesperada conexión con Nevado, el perro que fue de El Libertador. Y será en Los Argonautas donde Ulises va a sufrir una pérdida importante, a través de una muerte trágica y circunstancial, constatando así el lugar del abandono. Muchos van a ser los obstáculos para cumplir el deseo de Martín, ¿qué buscaba redimir él con ese proyecto dedicado a los perros abandonados? Justamente, en una ciudad y un país en constante convulsión. Sin duda, el lugar de la huida, donde hay formas de “marcharse incluso quedándose”.
Aproximación al mecanismo RBC de la novela
La hiperintertextualidad de la novela permite a Blanco Calderón tanto los pequeños homenajes que pareciera querer hacer (es el caso de la lectura que el personaje Nadine hace de Todos los perros de mi vida, las memorias de Elizabeth von Arnim), como el diálogo inevitable que todo autor tiene con su propia tradición artística o literaria. Las referencias al cine son múltiples y significativas para personajes como Ulises o Martín Ayala, por ejemplo: Perfume de mujer, El gatopardo, El padrino, entre otras.
Una narrativa transliteraria hace que en Simpatía (Alfaguara, 2021) el universo ficcional absorba todos los demás discursos que sirven para hacer funcionar las historias de la novela. El discurso de la realidad, o no ficcional, de los hechos en un mes de abril caraqueño donde los militares asesinan jóvenes y reprimen protestas ciudadanas o el caso de la muerte de medio centenar de caballos abandonados por la presencia de grupos armados en el interior del país, por ejemplo, aparecen no como el motivo de la novela, pero sí como el espacio subyacente de la historia central que se nos cuenta.
Sobre las referencias a la realidad, de cuyo uso podría creer que se abusa, forman parte de una tradición literaria venezolana, no digo contemporánea, sino originaria. En el caso de esta novela, el lector venezolano podrá sentir que conoce esos hechos así o mejor de lo que están narrados, pero ¿querrá pasar esas páginas cansado –quizá- de la insoportable realidad? Como quiera que sea, esos hechos y noticias de la realidad reciente del país permiten el funcionamiento de las historias que acontecen. De tal modo, para un lector, digamos de afuera, serán pasajes increíbles que bien condimentan la narración. Parece que, al final, la ficción siempre gana las batallas, incluso en la vida real.
En cuanto al funcionamiento del lenguaje hay que destacar cómo en esta novela, las comunicaciones ocurren ya en la actualidad del siglo XXI: teléfonos celulares, mensajes de WhatsApp, el uso de internet para navegar, la presencia de redes sociales como Twitter o Facebook, son elementos comunes a partir de los cuales opera un mundo que conocemos en lo cotidiano, pero que no se prefiere tanto en la narrativa venezolana.
La narración es limpia y directa, solvente en diálogos que protagonizan personajes, algunos más profundos, como Ulises o Martín, pero todos de vital importancia; costaría hablar de personajes prescindibles en esta novela. El narrador cuasi omnisciente funciona muy bien al permitirle al lector estar cerca o lejos del personaje o la escena, según el propósito que se planteó el autor lo requiera. También ese narrador, como vehículo intertextual, está constantemente invitando al lector a repasar o conocer otras obras literarias o artísticas, algunas clásicas, que parecieran ilustrar mejor lo que sucede en ciertos momentos y con ciertos personajes.
Por otro lado, para la estructura de la novela fue un acierto el uso de capítulos de cortísima extensión, simplemente numerados; partes de historias que empiezan a entretejerse y mostrar el lado oscuro de la vida en familia. Aunque pudiera decirse que la narración exige un lector atento para poder desmontar lo que van sucediendo, también el tono suspense evita posibles extravíos. La técnica del flashback es constante entre los pequeños capítulos y sostiene toda la novela desde que empieza. Coadyuva incluso en cierto momento de la narración a que se instale esa atmósfera de novela policíaca o de misterio, aunque sea difícil definirla en un género.
Simpatía (Alfaguara, 2021) algo está develando o señalando acerca de una condición que tenemos como país, humana claro, pero también muestra las terribles circunstancias en que pueden verse millones de personas que ante la inevitable huida «tomaban el carro por última vez y conducían hasta un parque lejano. Allí frenaban, desde adentro abrían la puerta trasera y dejaban salir a los perros; y cuando los perros se bajaban locos de alegría, trancaban de golpe la puerta trasera, aceleraban y huían». Es una escena que se cuenta en la novela y desnuda el asunto. Sin embargo, sobreviven preguntas, ¿qué está poniendo al descubierto Simpatía? ¿Qué nos está invitando a vivir y revivir o revisar en nosotros mismos?
Venezuela, 1987. Es profesor y escritor venezolano. Estudió Educación mención Lengua y Literatura y una maestría en Gerencia Avanzada en Educación, ambas en la Universidad de Carabobo, Valencia. Actualmente cursa la maestría en Literatura Latinoamericana en la USB, Caracas, donde también es profesor. Se dedica a la investigación y creación literaria.