Simulacro y significación en «Sombras Nada Más» de Sergio Ramírez

1 junio, 2008

Sombras nada más (2002) de Sergio Ramírez Mercado (Masatepe 1942) nos transporta a julio de 1979, fecha paradigmática de la reciente historia de Nicaragua, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Con esta novela Ramírez reafirma su persistente interés en los múltiples pliegues de las representaciones del poder y la verdad. Este es un tema de importancia y preocupación en la obra de Ramírez Mercado.  En un artículo anterior sobre Margarita, está linda la mar, publicado en la Revista Iberoamericana (207, abril-junio 2004: 359-370) he sostenido que el tema y significación de esa novela es la muerte de la autoridad, la autoridad intelectual (Darío) y la autoridad política (Somoza García).

“Es por eso que esta novela de Sergio Ramírez es tan significativa, porque desenmascara la simulación en la que cayeron algunos movimientos revolucionarios en América Latina, …y aspira a una justicia más ecuánime, más real.”

Sombras nada más se proyecta como una indagación magistral sobre los juegos del poder, la adquisición y la pérdida del poder, la manipulación y la percepción del poder, tal y como el autor lo afirma en la entrevista con Jorge Boccanera, publicada en Brecha, y en muchas entrevistas más. En este artículo me propongo demostrar que  Sombras nada más es una novela que nos enfrenta con maestría y arte a las intricadas manipulaciones de la verdad y el poder como simulacros, como sombras de lo que deberían ser, como representaciones vacías de verdadera esencia. Esta novela muestra los efectos que los discursos tienes sobre las verdades, y los efectos de poder que estas producen. La novela revela la calidad de simulacro del poder, su vacío, su falta de referencialidad, su calidad de ‘sombra’, sin cuerpo, sin sustancia, sin base sólida. Sombras nada más refleja la crisis de la posmodernidad latinoamericana, donde los movimientos revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX con todos sus logros y sus fracasos, son parte de nuestra particular posmodernidad en América Latina. El simulacro que permea toda la sociedad posmoderna ha también trascendido a los movimientos revolucionarios, a pesar de la retórica marxista de las organizaciones, a pesar de la naturaleza dialéctica con la que hemos aprendido a leer la historia, a pesar de las acusaciones de contrarrevolucionaria que la posmodernidad ha sufrido a manos de diferentes grupos ideológicos y teóricos. Es por eso que esta novela de Sergio Ramírez es tan significativa, porque desenmascara la simulación en la que cayeron algunos movimientos revolucionarios en América Latina, al mismo tiempo que desmitifica la idealización de la lucha guerrillera y aspira a una justicia más ecuánime, más real, más imperecedera.

Sombras nada más es la historia del somocista Alirio Martinica, vagamente basada en la historia real de Cornelio Hüeck, quien fue apresado en su hacienda en Tola, Rivas, y ejecutado. Martinica es detenido en su hacienda Santa Lorena, en el departamento de Rivas, donde se ha refugiado después de que su influencia frente al dictador Anastasio Somoza cayera totalmente. La ficción tiene muchísimos elementos calcados de la realidad de este famoso caso, pero como sucede siempre con las buenas novelas, la ficción es más trascendental, más entretenida y más misteriosa que la realidad.

El presente es un estudio de la novela desde el punto de vista de la teoría del simulacro de Jean Baudrillard. En Simulacre et simulacion  (1981) Baudrillard propone que concebimos y creamos lo real, los conceptos y las cosas, a través de modelos conceptuales y mitologizados que no tienen conexión u origen en la realidad, vivimos en el mundo de lo hiperreal (2, in passim). Existimos en un mundo del simulacro, estamos rodeados de signos que disimulan que detrás de ellos no hay nada. Vemos signos que tomamos como representaciones de la realidad, y sustituimos la realidad por esos signos. Se da una transferencia del significante. La posmodernidad está llena de estos simulacros como lo ha demostrado Baudrillard, empezando por la fábula de Borges sobre el mapa y el imperio, pasando por nuestros sistemas políticos y económicos, la naturaleza mediática de nuestro conocimiento, las grandes narrativas de la posmodernidad impregnadas en nuestro cerebro, dando lugar a la ‘precesión de simulacra’ que hace de nuestro sistema interpretativo una exploración de lo hiperreal. El nuestro es un mundo de sombras, de sombras de signos, de significantes flotantes que se desplazan por la geografía psíquica de los seres humanos. La novela de Sergio Ramírez por su lado nos ofrece un ejemplo memorable de simulación, de simulacro. En el juicio que se le sigue a Alirio Martinica tenemos un simulacro de justicia que refleja no sólo la condición del poder revolucionario, sino la condición posmoderna en su forma más general. ‘Todo lo sólido se desvanece en el aire’, como dijera Karl Marx. Sólo nos quedan sombras de las cosas. La filosofía nihilista de Baudrillard está muy lejos de la filosofía revolucionaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1979. Pero este estudio nos demuestra que los protocolos de significación no siguen las órdenes de los decretos gubernamentales. Sombra de justicia, sombra de poder, sombras de signos es lo que en realidad manejamos.

Se podría alegar que la simulación es una característica anterior a la posmodernidad, y que su origen se inscribe en la cultura indo-americana y en la situación poscolonial de América Latina. Octavio Paz, en ‘Máscaras mexicanas’ atribuye esto al carácter del mexicano, y lo establece como un rasgo característico de su pueblo. ‘La simulación, que no acude a nuestra pasividad, sino que exige una invención activa y que se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conductas habituales […] El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden’ (36). Marshall Berman en All That Is Solid Melts Into Air considera que la simulación es parte del dilema de la modernidad, del torbellino enloquecido de la vida moderna. Como el Palacio de Cristal de Londres, construido en Hyde Park para la Exhibición Internacional de 1851, las cosas pueden representar a la misma vez la visión mágica y prístina de la modernidad, como la falsedad y el simulacro frío e insensato. ‘Todo lo que es sólido se desvanece en el aire’, todo parece empezar a descomponerse en el mismo momento en que nace, todo se desvanece, como las sombras, como las ilusiones, los conceptos de progreso y justicia no rinden nunca los réditos que prometían. La modernidad desde los tiempos de Marx se define por ‘the glory of modern energy and dynamism, the ravages of modern disintegration and nihilism, the strange intimacy between them; the sense of being caught in a vortex where all facts and values are whirled, exploded, decomposed, recombined; a basic uncertainty about what is basic, what is valuable, even what is real: a flaring up of the most radical hopes in the light of the most radical negations’ (121).

Hoy en día parece estar de moda esto de las sombras.  Sombras nada más es un título que viene del famoso tango de José María Contursi con música de Francisco Lomuto, compuesto entre 1933 y 1944. Luego lo hizo famoso Javier Solís con arreglo de bolero. Lo usó Antonio di Benedetto en su novela de 1985 (Buenos Aires: Alianza Editorial), y Rafael Bielsa también lo usó como título en su novela publicada en el 2000 (Buenos Aires: Catálogos). Pero el tema que informa la novela de Ramírez es el bolero de Javier Solís, cuya voz se escucha en la novela (150) y muy popular en Nicaragua en la época que describe la historia. La sombra es un simulacro de la persona u objeto que la proyecta. Tendemos a pensar que la sombra representa a la persona que debe estar presente donde está su sombra. Tomamos a la sombra por representamen de esa persona o cosa que la proyecta, y sustituimos sus rasgos que no podemos ver en la sombra, por los rasgos que sabemos que esa persona tiene. Estamos ante un caso como dice Baudrillard de precedencia del simulacro. Ya no es la persona representada en su sombra, sino la generación por modelos de lo real sin origen o realidad. Es lo que Baudrillard llama lo hiperreal (1).

Los recursos narrativos que Ramírez utiliza en Sombras nada más son muy similares a los de sus novelas anteriores, y el lector asiduo a sus obras se encontrará con las mismas preferencias que han marcado sus libros anteriores. El perspectivismo múltiple que tiene su mejor exponente en ¿Te dio miedo la sangre? (1977), el uso del discurso legal cuyo epítome encontramos en Castigo divino (1988), y la narración iterativa cuyo mejor ejemplo sea quizás Un baile de máscaras (1995). Autor realista por antonomasia, Sergio Ramírez maneja los recursos narrativos con la certeza de que la ilusión de la novela se basa en la construcción de un mundo que es al mismo tiempo verosímil y fiel a la realidad, así como imaginario, especular, ambiguo. Desde la primera página los lectores nos enfrentamos a los problemas de la percepción: ‘La costa le pareció como nunca un páramo sin fin… el ronquido de las olas cada vez menos perceptible porque el mar seguía alejándose… el maletín cada vez más pesado…’ (13). A pesar de los numerosos elementos que nos obligan a identificar la historia con eventos ocurridos realmente, con nombre y apellido en la historia de Nicaragua, la novela se empeña en mostrarnos todo como una ilusión, como un juego de percepciones, como una ficción.

“Así se da el juego de simulacros central en la trama de la novela. Reflejos de poderes que ya no existen. Sombras de pasadas victorias y placeres. La soledad de un hombre caído de las alturas del poder”

Las sombras atestiguan un poder que se tuvo y que ahora se ha perdido, esas sombras representan semióticamente lo que ya no es, lo que ya no está. Sombras que en su oscuridad, en su penumbra, nos engañan y nos hacen ver lo que no es, lo que nosotros queremos ver. He ahí la rica ambigüedad de la metáfora: sugerir algo que deseamos pero que no es, representar algo que dejó de ser, y que anhelamos con fruición. Un espacio muy importante para la metáfora de las sombras es ‘el cuarto de los espejos’, la habitación de Alirio Martinica en la casa de Santa Lorena. Una especie de cueva sin ventanas y lleno de espejos por todos lados, con una cama de agua como lecho. Este cuarto que parece más la habitación de un motel de paso para amores furtivos, es también una especie de sepultura para un vivo políticamente muerto. Martinica se ha enterrado en vida en Santa Lorena después de su desavenencia con el régimen, y esa habitación llena de espejos es también la metáfora de una funeraria donde se vela el cuerpo de un difunto. Edgard Morín es el personaje que le cuenta estos datos al narrador intradiegético Sergio Ramírez en los siguientes términos:

Me llamó la atención el aposento principal. Ni de día ni de noche podía apreciarse el mar desde dentro porque el espacio que debía ocupar el ventanal se hallaba cegado por la luna de un espejo. Y no sólo eso. El techo y las paredes laterales, salvo el espacio ocupado por un closet de varios paños, estaban también cubiertos por espejos que mostraban las reventaduras del azogue en formas de finas telarañas, de modo que uno se sentía prisionero dentro la caja de un ilusionista. (58)

Este espacio de motel, nido de amor para los desafueros sexuales, es la prisión en que se ha encerrado Martinica con su amante Yadira, una vez que ha perdido la protección de su jefe. La ilusión del poder se transforma ahora en la ilusión del placer. El control de los designios de la nación se ha transmutado ahora en el control de la sexualidad, en la cultura del cuerpo y los placeres decadentes. Hay una morbosidad que juega con estos dos elementos, ambas sombras e ilusiones de algo que debe estar detrás soportando esos signos, esos significantes: el poder político, el poder sexual; pero que en realidad están carentes de presencia. De forma análoga a la vela de un cadáver donde el cuerpo inerte es emblemático de una vida que ya no está ahí, una vida que dejó de ser y que de alguna manera queremos retener en la presencia de un cadáver. Por eso es significativo el siguiente párrafo del mismo Edgard Morín: ‘…ya no se diga con la luz encendida, porque los espejos multiplicaban las luces, y entonces la sensación era la de encontrarse uno tendido en una capilla velatoria de una funeraria…’ (58)

El espacio de la sexualidad y la pasión se convierte en el espacio de la muerte, el simulacro de la última despedida. Martinica está enterrado en vida en dos sombras, en dos simulacros, en dos ilusiones, que de alguna forma tratan de compensar la pérdida de su poder político, la caída en desgracia ante los ojos del jefe. Cuando recordamos que esa caída del poder se debió a que no quiso acostarse con la pérfida Mesalina, la amante del dictador, vemos la importancia de sustituir el sexo con Yadira por el sexo que rechazó con la otra mujer. La negativa de Martinica de acostarse con la pérfida Mesalina no fue por que no le atrajera sexualmente la mujer, sino por el miedo a la reacción de Somoza cuando se diera cuenta que su secretario personal estaba beneficiándose de su amante. El miedo es entonces la causa de su desgracia. La pérfida Mesalina se propone destruirlo, herida como está por el rechazo. Sus influencias dentro de la maquinaria del poder son enormes, y con maestría y arte logra destronar al favorito. La caída del poder, el juicio que le entablaron por sodomía y que ocasionó su fracaso, es la razón por la que se retira a vivir en Santa Lorena y se encierra en ese aposento a rumiar su soledad. Como dice Edgard Morín al final de ese segundo capítulo:

Lo que sí tengo por seguro son las largas noches de soledad que debió pasar Alirio Martinica encerrado en aquel extraño aposento durante los años de su destierro, acompañado solamente por su reflejo en los espejos. (59)

Así se da el juego de simulacros central en la trama de la novela. Reflejos de poderes que ya no existen. Sombras de pasadas victorias y placeres. La soledad de un hombre caído de las alturas del poder, encerrado en su propio miedo, que se siente víctima de una injusticia, y que ya no espera nada de la vida. A la sombra del poder, el famoso adagio popular, es un motivo recurrente en la novela. Lo menciona Martinica a Manitos de Seda cuando lo acaban de nombre Secretario Privado del Presidente: ‘Pero mi lugar es en las sombras, general, en una oficina pequeña. A mí lo que me gustan son las sombras’ (135).

“La fantasía del pueblo sobre los bacanales y los lujos de Somoza, caricaturiza la justicia popular revolucionaria, la convierte en un simulacro de justicia.”

Alirio Martinica usa también la metáfora de las sombras cuando va al colegio donde está interna Lorena López, con quien se casará más que todo por la herencia que la muchacha va a recibir de su padre, dinero mal habido en casas de prostitución y juegos a azar, todo al amparo de Somoza, pero dinero al fin y al cabo. Cuando la tiene enfrente, en la salita del colegio le dice: ‘…tanto me han hablado de usted y ahora saco cuentas de que las referencias eran sombras nada más…’ (169-170). Frase por lo demás ambigua pues no sabemos si lo dice irónica o literalmente. Ella en realidad tenía fama de no ser muy agraciada, aunque por influencia de su padre llegó a ser Miss Nicaragua. Por el contexto galante y por las intenciones de Martinica inferimos que se refiere a la belleza de Lorena. ¿Sombras de belleza, o sombras de lo que se había dicho? Dos cosas diferentes que la misma metáfora enuncia de forma ambigua.

Baudrillard privilegia la diferencia entre simular y disimular. La diferencia es propia del lenguaje común y Baudrillard no les infunde un significado diferente. Lo especial en este caso es la relación que tienen con respecto a la significación, a los signos, a los significantes. La simulación trata de llenar de significado signos que no están ahí, inventa los significantes, los fabrica. La disimulación trata de borrar el significado de signos que existen, que están presentes y son interpretables. ‘Uno implica presencia y el otro implica ausencia’ (Simulation, 3). La disimulación no afecta la realidad, los signos quedan ahí, inalterados. La simulación importa una transformación de lo real, lo llena de nuevos signos, de nuevos síntomas. Octavio Paz nos recuerda que ‘Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacer invisible, pasar desapercibido -sin renunciar a su ser-. El mexicano excede en el disimulo de sus pasiones y de sí mismo’ (El laberinto, 38)

Alirio Martinica trata de disimular sus conexiones con la dictadura cuando lo interrogan Manco-Cápac y el Comandante Nicodemo. Niega todos sus actos, ‘No sé de qué traiciones ni de qué denuncias me habla…. jamás entregué a nadie, comandante’ (84). Llega hasta a decir, cuando le informan que Somoza fue quien mató a su padre que, ‘ante el más mínimo indicio acerca de semejante hecho, jamás abría consentido trabajar al lado del propio asesino de su padre, ni de quien le facilitó el arma para consumar ese crimen cobarde’ (75). El tono, estilo y lenguaje legal que domina esta sección, hace de la disimulación un acto oficial, se recubre de legalismo, de ley. La disimulación es por tanto irónica. Está poniendo al descubierto los vacíos que hay en todo procedimiento legal, las falsificaciones de la ley. Hacen de la ley un texto vacuo. Se trata de una teoría de la mentira.

Su punto máximo es cuando, intentando congraciarse con los nuevos amos, Martinica ofrece donar la hacienda al poder popular.

Antes de seguir adelante con el curso marcado para el interrogatorio, solicita el reo formular por su cuenta un agregado. Consiente el tribunal, y expresa entonces que de su libre y espontáneo voluntad quiere hacer formal entrega de la hacienda de caña y ganado Santa Lorena, con el fin de que sea repartida en beneficio de los campesinos sin tierra, todo conforme los procedimientos legales del caso, una vez que el nuevo gobierno se halle en la capacidad jurídica de adquirirla. (79)

Por otro lado recordemos que mientras se interroga al acusado la compañera Judith está levantando el acta en la máquina de escribir Underwood. Sin embargo es un acta selectiva. Cuando Martinica declara algo que no es conveniente para el nuevo régimen, uno de los interrogadores pide que no se escriba o que se tache del acta la maliciosa declaración. El acta por tanto no es una representación de las palabras de Martinica, es una simulación, es un simulacro, al igual que otros eventos que veremos más adelante.

El aspecto más importante del juego de sombras y simulacros sobre el que se construye la novela, es el juicio popular que se le sigue a Alirio Martinica en Tola, un pueblecito no muy lejos de Santa Lorena. Ahí Martinica es enjuiciado junto con Leónidas Galán Madriz, alias ‘el Niño Lobo’, un connotado periodista afín a Somoza, conocido por sus ataques virulentos y mortales a los líderes de la oposición en su programa radial.  El juicio es en realidad una farsa, ya que ambos acusados tienen que contar su historia y el pueblo, por aclamación (medida por los aplausos que genera) decide a quién salva y a quién condena. Leónidas le cuenta a Edgard Morín la historia del juicio en su consultorio, adonde llegó a quejarse de sus dolencias.

…una y otra vez se vanagloriaba de que el pueblo, facultado para perdonar a los reos con sus aplausos o condenarlos con su silencio, lo había salvado por las simpatías que despertó su arenga. ‘vos sabés como he sido yo siempre, campechano’, recuerdo sus palabras más o menos, ‘le gustó a la plebe mi modo de defenderme, a veces serio, a veces en guasa, me aplaudieron en ovación, y tras los aplausos ya quedé libre’. (55-56)

Hacia el final de la novela María del Socorro Bellorín, en testimonio hablado le cuenta a Sergio Ramírez todos los detalles del juicio. Ella era entonces una niña de trece años en Tola y estuvo presente en el juicio y fusilamiento de Martinica. Este juicio es un simulacro, un juicio espurio que no se apega a ningún código o ley escrita. El pueblo escucha la historia de Leonidas Galán, quien con su gracia y su experiencia de locutor radial, cuenta de forma graciosa la vez que Somoza, estando con sus amigos en la piscina de la casa de su concubina, defecó abundantemente mientras ninguno de los serviles que estaban a su lado se atrevía a decir nada o a salirse de la piscina. Una anécdota que en realidad le ocurrió a Arnoldo Alemán (Presidente de Nicaragua 1996-2002). Al pueblo presente le cayó muy en gracia la anécdota contada con lujo de detalles en las páginas 392 a 394 de la novela. ‘Hubo un amago de aplauso, como quien quiere y no quiere, pero muy pronto ese amago se había desgranado ya en cascada cerrada, tal parecía que iba a caerse la casa cural…’ (394). Por su lado Alirio Martinica, muerto de miedo y sin ninguna gracia, cuenta un chiste machista que le había escuchado a uno de los profesores de derecho en la universidad. Su chiste más bien cae mal entre la población y no genera más que dos o tres aplausos. De esta forma Martinica es condenado a muerte.

Por medio de esta representación de la justicia popular Sergio Ramírez critica la forma en que se imparte justicia en la revolución. Tenemos aquí a dos personajes culpables de servir a la dictadura. Ninguno es en realidad inocente, ambos son corruptos y ambos merecen pagar por su culpas, pero la forma en que se administra esta justicia es un simulacro, como dice Baudrillard, ‘By the very play of appearances, things are becoming further and further removed from meaning, and resisting the violence of interpretation’ (Imposible Exchange, 19). Como todo simulacro este juicio crea su propia ilusión de realidad, crea su hiperrealidad, su referente falso. De esta forma tenemos la ilusión que el pueblo ha ejercido su poder de forma democrática, participativa; el esbirro ha pagado por sus culpas, y la revolución ha cumplido con uno de sus objetivos. El simulacro de justicia precede a la justicia misma, toma su lugar, lo reemplaza. La realidad de los códigos y de la ley queda supeditada a la reacción impresionista del pueblo ante un actor, ante un simulador. Prevalece el que tenga más aptitudes histriónicas, el más astuto, el mejor artista. Lo más irónico de esto es que Leonidas Galán se salva contando la historia que Alirio Martinica le había contado hacía apenas unos minutos, en el aula en la cual estaban ambos presos. La performance, la actuación de Galán frente a la multitud, explotando histriónicamente la rabia acumulada por tantos años de dictadura, la fantasía del pueblo sobre los bacanales y los lujos de Somoza, caricaturiza la justicia popular revolucionaria, la convierte en un simulacro de justicia. En este gesto hay una crítica muy severa y directa a los abusos que se cometieron en la revolución popular sandinista. No se cuestiona la culpabilidad de los procesados, eso ya es materia conocida y aceptada por los implicados; se cuestiona la forma de esa justicia, se denuncia el abuso populista de la forma de la justicia. Como dice Baudrillard a propósito de los indígenas Tasadays, se han convertido en simulacra referencial, y la justicia se ha convertido en pura simulación (Simulacra and Simulation, 8 in passim). Esto es similar al juicio que se le lleva a Alicia en Alice in Wonderland de Lewis Carroll, donde se dicta sentencia antes de que el jurado dicte su veredicto, el juicio de Sombras nada más es un acto vacío, un simulacro, una sombra de justicia.

“Arréglese con Daniel, ¿cuándo van a arreglarse?”

Como en la mayoría de las novelas de Sergio Ramírez, en Sombras nada más hay múltiples ejemplos de autoreferencialidad. El autor real Sergio Ramírez se inscribe en la narración con su nombre verdadero para convertirse en otro personaje de la diégesis, que entrevista a los testigos y forma parte del elenco de la novela. Esto, que ya es parte del repertorio de la novela posmoderna, es una técnica diestramente manejada por Sergio Ramírez a lo largo de casi toda su obra. Es uno de sus ‘secretos de cocina’ como dijo en el taller para narradores jóvenes que recientemente impartió en Granada, Nicaragua, en la Casa de los Tres Mundos.

La primera alusión significativa se encuentra en el interrogatorio de Alirio Martinica, realizado por Manco-Cápac y Nicodemo. Este último le dice en un momento: ‘…si la compañera Judith está mecanografiando tus palabras es para que no se nos olviden, ni a vos, ni a nosotros, quién quita, además, y viene alguien después que querrá estudiar lo que ocurrió aquí este día, escribir tal vez un libro…’ (82). Evidentemente el libro al que se hace referencia es la novela que tenemos entre manos Sombras nada más. El segundo gesto mayor de autoreferencialidad se encuentra en el capítulo titulado ‘Las llamas del delirio [Carta de Lorena López al autor, 24 de julio de 2001]’, donde Lorena López se comunica por correo electrónico con Sergio Ramírez. Hace referencia a una cita anterior, frustrada, en la ocasión de la presentación de la novela Margarita, está linda la mar en Miami. A continuación Lorena cuenta su vida con Alirio Martinica, el vicio del juego que los llevó a perder la fortuna que ella había heredado de su padrastro, Catalino López, y los amores que tuvo con Ignacio Corral. En esta carta se hace referencias a las novelas anteriores de Ramírez, y tenemos el caso de una personaje de ¿Te dio miedo la sangre? hablando de las novelas donde ella aparece como personaje, reclamándole al autor sus afirmaciones, y dándole más información para la siguiente novela, la novela que ahora nos ocupa, Sombras nada más. Finalmente, en el testimonio de María del Socorro Vellorí, Tola 2002, titulado ‘La jaula de Blackjack’, nos enteramos que María del Socorro está contándole verbalmente a Sergio Ramírez la historia del juicio de Martinica. Hace referencia al distanciamiento de Ramírez con Daniel Ortega, y le comenta una visita que Ramírez hizo a Tola, cuando era vicepresidente de la república, donde ‘tomó la palabra en nombre de la dirigencia revolucionaria, muy bonito lo que dijo, muy cabal, quién iba a adivinar entonces que después se iba a salir de las filas del Frente Sandinista, algo que no le discuto, está en su derecho, pero como militante no estoy de acuerdo, arréglese con Daniel, ¿cuándo van a arreglarse?’ (379).

De esta forma tenemos al novelista, con todas sus particularidades biográficas, inmerso en la narración ficcionalizada de hechos que en realidad ocurrieron en la historia de Nicaragua. Tenemos otro simulacro. Se confunden totalmente el discurso de las novelas con el discurso de la historia y la biografía.

“La novela desde siempre ha sido ficción, ha sido simulacro, pero lo era de un mundo que parecía real.”

Las novelas de Ramírez han ido formando paso a paso una red de narrativas que se entrelazan mutuamente. Desde ¿Te dio miedo la sangre? donde se narra la historia del levantamiento contra Somoza en el que están involucrados el Indio Larios y Catalino López; pasando por Castigo divino, donde el mundo de León de la primera mitad del siglo XX se encuentra descrito en detalle, mundo que luego aparecerá en las novelas siguientes. Continuando en Margarita, está linda la mar donde se narra el asesinato de Somoza en 1956, y ahora en Sombras nada más, donde vuelven a aparecer muchos de los personajes que ya conocíamos. Parte de la narración contenida en el capítulo titulado ‘El chacal en su guarida [Capítulo del folleto Los héroes de abril, de Coronado Salvatierra, 1962]’ recuerda secciones de ¿Te dio miedo la sangre?  Vuelven a aparecer el orfebre Segismundo de Margarita, la casa Prío de León que es punto central del mundo novelesco de Ramírez, y Somoza y su entorno que son casi un leit motif en toda la obra de Sergio Ramírez.

El juego de sombras y la ambigüedad que permea toda la novela es evidente en las últimas páginas, donde Ramírez problematiza la ficción en un epílogo que titula ‘Sobre los documentos que auxilian a este libro’. El carácter documental de esas declaraciones, de esos documentos, privilegian la realidad histórica por encima de la ficción novelesca, pretenden darle valor de autenticidad a la novela, hacer historia. Pero en un gesto de ventrilocuismo, la última frase, apela a las razones del novelista que sobrepasan a las razones de la historia (419). Es así como una vez más, Sergio Ramírez logra construir un castillo fuertemente armado, para al final tirar de la alfombra bajo nuestros pies, y dejarnos suspendidos en el aire, flotando en la indecisión, en la duda, en el limbo que se abre entre el poder y la incertidumbre. La novela es un simulacro, es una hiperrealidad que se plantea la creación de un mundo que aparentemente tiene conexiones directas con la realidad, pero que a medida que profundizamos en su semiótica, nos damos cuenta que forma parte de un engranaje de sombras, de referentes ausentes, de significantes flotantes, de simulacros y simulaciones. La novela desde siempre ha sido ficción, ha sido simulacro, pero lo era de un mundo que parecía real, que estaba fuertemente anclado en un racionalismo férreo e inapelable. Néstor García Canclini ha demostrado en el capítulo 7 de  Consumidores y ciudadanos que la posmodernidad del video ha cambiado la relación de los espectadores en lo real y lo imaginario. Algo parecido ha pasado con la novela, ya que en la posmodernidad, lo real se ha convertido en un simulacro, vivimos en unas esferas que se desprenden de significantes fabricados por los conglomerados mediáticos, por la televisión, por las ideologías, por las computadoras y la realidad virtual, y cuando la novela entra en contacto con ese mundo hiperreal, nos muestra por magnificación y contraste el simulacro en que vivimos diariamente.


Bibliografía
Baudrillard, Jean. 1981. Simulacres et simulation. (Paris: Galilée). Simulacra and Simulation. Translated by Sheila Faria Glaser. (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 1994).
— 2001. Imposible Exchange. (Londres: Verso).
Berman, Marshall. 1982. All That Is Solid Melts Into Air. (New York: Simon and Schuster).
García Canclini, Néstor. 1995. Consumidores y ciudadanos: Conflictos multiculturales de la globalización. (México: Editorial Grijalbo).
Paz, Octavio. 1950. El laberinto de la soledad. (México: Fondo de Cultura Económica, 1982).
Ramírez, Sergio. 1977. ¿Te dio miedo la sangre? (Caracas: Monte Avila).
— 1988. Castigo divino. (Madrid: Mondadori).
— 1995. Un baile de máscaras. (México: Alfaguara).
— 1998. Margarita, está linda la mar. (México: Alfaguara).
— 2002. Sombras nada más. (México: Alfaguara).

He aquí algunas de las entrevistas publicadas a propósito de Sombras nada más.
Jorge Boccanera, ‘La historia de América Latina no está contada’. Brecha, enero 2003. Carlos Powell, ‘El deber de contar es un deber serio’. Cyberaylly, abril 12, 2003 
www.andes.missouri.edu/andes/Cronicas/CP_SergioRamirez.html
Revista Cambio, ‘La novela puede ser vista como un estudio del poder’.  RevistaCambio.com, diciembre 25, 2002. Beatriz Mesa Mejía y Natalia Durango, ‘Sergio Ramírez: Poder y literatura’. El Colombiano, marzo 19, 2004.  Manuel Delgado, ‘Sombras nada más de Sergio Ramírez’. 
Club de libroswww.sergioramirez.org.ni/criticas/sombras-clubdelibros.html, Vicglamar Torres León, ‘Me siento curado del vicio de la política’. CyberAnalitica, noviembre 11, 2002. Rubén Wisotzki, ‘Se puede escribir con pasión y con compasión’. El Nacional, (Caracas) octubre 22, 2002. Edmundo Bracho, ‘Para mí es un triunfo que me presentan como escritor y no como político’. Tal Cual, octubre 22, 2002.

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Es escritor, catedrático y crítico nicaragüense. Ha publicado 18 libros de poesía, cuento, y ensayos. En 1995 ganó el Premio Nacional Rubén Darío. Ha recibido becas de investigación de la Mellon Foundation y Taft Research Center. Ganó el Reieveschel Award en 2015. Ha publicado más de 100 artículos en revistas académicas y ha dictado más de 130 conferencias en congresos y universidades. Actualmente es catedrático de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cincinnati.