Sinsontes

3 octubre, 2022

Tuvimos la dicha de ver el documental Sinsontes de Erick Blandón e Iván Argüello; maravilloso testimonio sobre la música del Norte de Nicaragua; sus realizadores tuvieron el acertado criterio de darle protagonismo a los hacedores, a los cultores, son ellos de viva voz los que llevan el hilo conductor, y la narración de fondo acostumbrada en este género audiovisual, queda relegada a establecer divisiones estructurales del trabajo;  al final varios de ellos (en especial Milton Sequeira), son reconocidos en un acto público y causa emoción. 

Los testimonios de personas que vivieron la fenomenología que dio como resultado ese rico legado musical son tratados con igual importancia; son aproximaciones cruciales desde los receptores o testigos presenciales;  es esa visión de como fue percibido el proceso; que en semiótica juega un papel esencial ya que se establece una sinergia entre emisores y receptores, generando una amplia gama de interpretantes.

A lo largo del documental se respira y siente la serenidad de la música que allí se representa, quiero decir, el manejo de cámara y toma de los paisajes  con algunos tonos sepias acompaña esas sonoridades; a veces bucólicas, otras risueñas. 

Es extraordinaria la relación que se hace en el documental  del auge económico del norte del país con las migraciones del siglo XIX, y el consiguiente desarrollo de las formas musicales que traían consigo los visitantes; que a la postre dieron origen a estructuras resemantizadas por las etnicidades propias de la región: Las Polkas, Mazurkas, Jamaqueos, Valses, Corridos y One Step (este último mostrado por Epifanio López, con el nombre de Juanestepe), quedaron encapsulados en la soledad de las montañas, y recibieron el toque del mestizaje, conservando una parte sustancial de las formas originarias. Un rasgo antropológico notable es la manera como se manifiesta la variedad fenotípica de los lugareños, lo que corrobora el proceso de mestizaje que se dio inicio con las migraciones; es encantador verlos tocando y bailando estas piezas, con una corporeidad cadenciosa, elegante, y a la vez intensa.

Desde el punto de vista de la diversidad, el desarrollo de la música tradicional del norte de Nicaragua fue mucho más florido  y abundante que la de la propia Managua (por lo menos durante finales del siglo XIX y  el primer quinquenio del siglo XX), que aun siendo cercana a la siempre festiva Masaya, termina de algún modo abrumada por esa musicalidad norteña una vez que es dada a conocer, que además de recibir la influencia de la migración europea y estadounidense, también se alimentó de la música proveniente de México, en especial las rancheras. Aún y cuando José de la Cruz Mena y Vega Matus, ambos casi contemporáneos a este proceso (uno en León y otro en Masaya), constituyen dos importantes aportes a la música de Nicaragua, pero en el terreno o ámbito formal.

Quizás hay algunos puntos que pueden ampliarse en trabajos posteriores: por ejemplo La Marimba de arco fue reseñada y dibujada tal como existe hoy en el libro de Brinton (1883), y con Alfredo Barrera y otro investigador (procedente de la costa, al igual que él) coincidimos en que esa marimba tiene una parte africana, de modo que su procedencia no pudo ser de Guatemala o El Salvador, en donde además las Marimbas son cromáticas.

Así mismo Donald Chamorro manifiesta que la existencia de violines, violas y «hasta violonchelos» fue posible desde finales del siglo XIX, pero esto es probable si se restringe esta visión a la zona geográfica del Norte solamente, ya que estos instrumentos debieron llegar a Nicaragua con los españoles desde el mismo siglo XVII;  y sus variantes también se fueron amalgamando con las que se construían en el territorio nicaragüense y con toda seguridad se usaban en las misiones (La zona de Los Pueblos). Las ciudades de León y Granada (ambas del comienzo del siglo XVI) fueron enclaves coloniales de suma importancia para la cultura ocupante, y no podemos pensar que en esa culturalidad no hicieran presencia los instrumentos mencionados.

La intervención inicial de Francisco Montenegro muestra el objeto de estudio sin ambages, luego, en otra intervención le inserta una lectura más vinculada a la etnomusicología que enriquece la amalgama que se va conformando; Mercedes «Mencho Gonzalez, ofrece un testimonio pleno de una gran honestidad como artista, y Willmor López deja en claro que el trabajo de recopilación y hasta de custodia de este patrimonio, fueron iniciativas filantrópicas (a la que él se sumó) que comienzan con Salvador Cardenal y se fortalece con la participación activa de Carlos Mejía Godoy, quien además se dio a la tarea de  rescatar y remozar estos aires musicales desde su gran talento como compositor, con la firmeza del hombre nacido en esa región e identificado con ella (Somoteño). 

El taller de Lutheria popular, y las declaraciones de Edgar Rivas y del cultor Milton Sequeira nos permiten tener una lectura muy concreta de la organología aplicada a la región.  

Las intervenciones más pedagógicas del documental en el terreno musicológico fueron las de Eddy Altamirano y Raul Martínez (flautista), muy amena, didáctica, y alejada de esquemas complicados, aportando elementos que incitan al espectador a buscar información para complementar sus saberes (cuando hablan de los intervalos y de las figuras rítmicas); y la relación que hace Carlos Mejía Godoy con el Tirol (instrumento en mano: acordeón), es maravillosa, muy sencilla y comprensible por cualquier persona.

Todos los entrevistados ofrecen visiones que se van acoplando sin ellos proponérselo, y fue en el trabajo de edición del documental en donde  Iván Argüello le dio forma a esta narrativa de gran valor pedagógico e histórico, que tuvo como brújula el guión de Erick Blandón.

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Caracas, Venezuela, 1954.
Estudió guitarra clásica, armonía, música antigua (siglos XII al XVII), contrapunto y fuga, e integró la Camerata Renacentista de Caracas como ejecutor de laúd, vihuela, violín, rabel y percusión. Se formó en orquestación, técnicas contemporáneas de composición, armonía contemporánea y música electroacústica con Antonio Estévez. Desde 1974 ha estrenado obras que incluyen: música de cámara, música sinfónica para coro y orquesta, música para solistas y orquesta, tecnologías de síntesis electrónica, computación y manifestaciones étnicas grabadas "in situ" en conciertos realizados en: Estados Unidos y países de Europa y América Latina. Su trabajo ha sido reconocido nacional e internacionalmente.