jesus galleres

Soldados Green Card holders

2 febrero, 2015

Jesús Galleres

– En este relato de Jesús Galleres, el protagonista Renán Portal, intérprete de profesión, vacila entre el cumplimiento de su deber, una fiel traducción, y una  oportuna alteración de las desaforadas preguntas que hace un periodista a unos dolidos padres respecto de la reciente muerte de sus hijos».


En el asiento de atrás del auto las cosas suceden con retraso y de lado. Por ejemplo, la autopista 405 sur, ancha y repleta de carros, aparece a mi izquierda un momento después que los pasajeros de adelante ya la hayan visto. Se lee: Chula Vista, 59 millas; San Diego, 70 millas; Tijuana, 98 millas. Una hora, y yo sin abrir la boca, y ellos sin decirme nada. Estar sentado atrás me disgusta sobremanera. Me siento como actor de segundilla. Protagonista o nada, siempre me he dicho lo mismo. Pero allí estoy, relegado a la parte posterior del carro y callao boca, sin protestar mientras que el periodista y su fotógrafo disfrutan de la vista extendida del parabrisas recién lavado. Avanzamos lentamente, pero avanzamos. Los de adelante hablan en japonés y tratan de descifrar los misterios de un mapa que nos llevará a San Diego.

Estamos en diciembre y hace calor. Los japoneses no son muy amigos del aire acondicionado así que traen las ventanas abajo. Estoy despeinado y empiezo a tener frío. Me pica la cara, trago pelos. Debo romper el hielo o si no voy a pasar dos horas insoportables… ¡Qué bueno!, ahora estoy peinadito y la temperatura está a gusto. Konishi y Morimoto voltean de vez en cuando y me lanzan una sonrisa. También me incluyen en la conversación con más frecuencia. Siempre es bueno romper el hielo.

Al mediodía llegamos a San Diego y nos hospedamos en el hotel Four Seasons.

— Renán Portal, vamos a entrevistar a los padres de tres soldados latinos del ejército estadounidense que murieron en la guerra de Irak. Usted sabe, muchos de esos soldados no eran ciudadanos norteamericanos sino sólo “Green Card holders”. Residían aquí, pero su país, su lugar de nacimiento era otro. No podemos entender cómo los pobres muchachos dieron la vida por un país que no era el suyo.

— No, Konishi es que este país….

— No se adelante señor Portal. Como le decía, hemos venido únicamente a recopilar los testimonios de esos padres.

— Entiendo, me limitaré a ser de intérprete y punto.

— Le agradezco su comprensión.

Konishi me alcanzó un fólder con recortes de periódico sobre los tres soldados. En él también había los nombres de los parientes cercanos, teléfonos y direcciones. Desde Japón habían intentado concertar las citas, pero nadie los quería atender. A regañadientes la Sra Alvarez aceptó, y al parecer también un tal Sr. Mendoza pero había que confirmarlo.

— Renán, ¡encárgate de las citas que nos faltan! —ordenó Konishi. Se levantó la manga del saco y leyó—. Son las tres y veinte; en el bar del hotel a las siete.

Acostado en la cama, me enteraba de cómo estos tres soldados habían encontrado la muerte. Según los periódicos, o mejor dicho, según la información proveída a la prensa por los militares, los tres por coincidencia habían muerto heroicamente: o emboscados patrullando su campamento, o asesinados por algún extremista mientras desalojaban aldeas de civiles donde el enemigo había encubierto material bélico.

Seis minutos después de las siete de la noche, los alcancé en el bar. ¿Señor Portal cómo le fue con las citas?.. Konishi, ni bien me identifico como periodista, me tiran el teléfono o me piden que llame en otro momento. Esa gente está aún muy dolida. No hace mucho que perdieron a sus hijos… O sea que no pudo concertar ninguna cita, ni siquiera hablándoles en español… Déjeme terminar, Konishi. Pude conversar sólo con una madre, la señora Garibay, que a decir verdad no anda muy bien. Me habla sobre su hijo como si estuviera vivo. Hemos quedado para pasado mañana, en la tarde. Ojo, no les garantizo nada. No puedo asegurar que la señora cumpla su palabra… Algo es algo Renán. Haremos lo que se pueda. Una cita segura: la señora Álvarez, una posible: el señor Mendoza, y una tercera que está por verse. ¿Qué dices Morimoto, tendrás suficiente material para tus fotografías?

Hacía 8 meses, en abril del 2003, le había enseñado español al gerente de Kyodo´s News en Los Ángeles. Le dicté un curso acelerado de tres meses porque lo transferían a México. Ahora me habían contratado porque un periodista japonés y su fotógrafo, habían venido a L.A para cubrir un reportaje sobre los soldados “Green Card holders”. Japón estaba a punto de unirse a la coalición y enviar tropas a Irak. Este periódico era pacifista y pensaba que Japón no tenía nada que hacer en el medio oriente salvo complacer a Estados Unidos y a Inglaterra.

Konishi y Morimoto debían hacer un reportaje crudo en el que se mostrara la otra cara de la victoria: la de los dolientes. Mientras más impresionante el reportaje, mayor las posibilidades de persuadir a un pueblo hasta entonces indiferente con las decisiones de política exterior de su gobierno. Se habían propuesto lograr una movilización popular en el Japón contra la participación en la guerra. La finalidad del reportaje era justa, digna de aplausos. Para llegar a ese fin había que removerles la bilis a esos padres, y así poder transmitir la dimensión de su desgracia. De este modo, el pueblo japonés sabría lo que les esperaba a sus hijos si iban a Irak.

El jodido era yo: soltar las preguntas provocadoras, extraerles las condenaciones más viles sobre una guerra ajena, hacerles aflorar en el rostro el terrible dolor de haber perdido a un hijo. Y todo aquello para que el periodista pudiera escribir una columna convincente y Morimoto intentara ganar el premio Pulitzer de fotografía.

¡Vaya trabajo el que me había conseguido! Intérprete con experiencia decía mi currículo. ¡Pedazo de idiota! ¡Quién carajo me mandó a amplificar mis aptitudes profesionales! Ya había aprendido a enseñar español, había que enfocarse en perfeccionar la técnica. ¡Qué sabía yo de interpretaciones! La única interpretación que recordaba me refería al estudio del derecho: interpretación “literal”, “Ratio Legis”, “sociológica”, “extensiva”. “Ratio Legis” resonaba en mi cabeza, el espíritu de la ley, del legislador. Trastroqué un poco el concepto y concluí, el espíritu del intérprete: las preguntas morbosas serían reformuladas y a la mierda con los japoneses y su impertinencia.

A la mañana siguiente nos reunimos en la cafetería del hotel a las nueve. Los japoneses remedando prácticas peruanas, se valieron del buffet como dios manda. Yo por el contrario y como de costumbre en el desayuno, comí poco.

A las once de la mañana llegamos a la casa de la señora Álvarez. Estacionamos el auto bajo un árbol de la calle. Seguidamente, Konishi sacó un peine del bolsillo de atrás del pantalón y se lo pasó dos veces por el pelo. Mirándose en el espejo retrovisor, se arregló la corbata y se sacó las legañas de los ojos. Se puso un saco azul marino, bajó del auto y tocó el timbre. Mientras esperaba, se volvió a acomodar el pelo y la corbata. Forzaba una tos seca para afinar los “buenos días” que diría cuando apareciera la señora Álvarez. Después de esperar unos tres minutos, Konishi me preguntó si dentro de la cultura hispana, tocar el timbre dos veces sería una rudeza. Reflexioné poco y le indiqué que posiblemente sí. También le pude haber dicho que no. Ambigüedades de las contestaciones que responden a preguntas circunscritas a un sí o no. Esperó otros cinco minutos con mucha paciencia. Luego volvió al auto y corroboró que la cita era a las once de la mañana y que la dirección en el papel era efectivamente la misma que la de la casa adonde estábamos. Me volvió a preguntar si es que estaba seguro que sería una falta de respeto el tocar dos veces. Todo depende Konishi… ¿Depende de qué?.. No es momento para enrollarnos en análisis. ¡Toque la puerta no más! Así disimulamos la doble llamada.

Fue en vano. Nadie respondía. Morimoto, ya había empezado a tomar fotos de la fachada y se coló en un patio lateral que servía de garaje. Allí divisó una ventana que daba a una galería de fotos del difunto. Preparó su cámara y empezó a fotografiar insaciablemente. Konishi incómodo por la situación, no lo contuvo, se las aguantó por el bien del reportaje. “No entiendo como no hay nadie en la casa, si en la oficina me aseguraron lo de la cita. No vaya a ser que me hayan hecho venir desde Japón para que al final nadie nos atienda”, se quejó el periodista.

“Perro muerto” murmuré… ¿Cómo? dijo Konishi… No que seguro que allí están pero no nos quieren recibir. Deben estar saturados con las entrevistas, la televisión, los periódicos… Pero cómo es posible, si ya se comprometieron… Ay Konishi, cuando hay dolor de por medio, la palabra no vale nada. Uno dice “sí, sí claro” con tal de que lo dejen en paz y no le revuelvan más el hígado… ¿El hígado Renán?.. El hígado, el corazón, no sé, dondequiera se hallen la rabia, la pena, todo eso que tiene esta gente… Sí, per…. Guau…Guauuu…..Groooorrrr ladraba y rugía un perro en el patio donde se encontraba Morimoto. Éste insultaba al perro en japonés mientras trataba de quitarle de entre los dientes su maletín con los rollos nuevos de foto. Ante la bravura ascendente del perro y el peligro de perder un dedo en el forcejeo, Morimoto salió corriendo, dejando atrás al agresor con la maleta. El perro, victorioso, curioseó su nuevo juguete unos segundos; luego salió tras Morimoto quien prudentemente, al escapar del patio, había cerrado la puerta de la reja. Al instante se asomó una señora por la ventana gritando en español ¡qué carajo pasa! Le pedí disculpas y le dije que veníamos a hacer una entrevista. Pero como nadie abría, nuestro compañero se había tomado la libertad de fotografiar la fachada de la casa…¿Y qué mierda hacía en mi patio entonces?.. Señora Álvarez… ¿Álvarez? Aquí no vive nadie con ese apellido, así que háganme el favor de irse inmediatamente o llamo a la policía… ¿Dijo la policía Renán?.. Sí Konishi, o nos vamos en el acto o llama a la policía… Vámonos, hay que salvaguardar la imagen de nuestro periódico… Pero Konishi, si tenemos una cita con ella, ¿qué hago con las fotos?, preguntó el fotógrafo…Miren Morimoto y Konishi, la señora afirma que no se apellida Álvarez y que nadie con ese apellido vive allí… ¿Y las fotos que acabo de tomar del interior de la casa?, esas fotografías en la pared coinciden con la de los recortes del periódico, el de las fotos es el hijo de la Señora Álvarez, no me cabe duda. En eso la puerta de la casa se abrió y una mano nos lanzó el maletín de Morimoto. Señores, está todo claro, no somos bienvenidos, la señora está indispuesta, cambió de opinión, no nos quiere ver ni en pintura.

“Ni en pintura”, repetía desalentado Konishi. Se acariciaba la barbilla, movía la cabeza hacia los lados como quien dice que no, y los hombros abandonados hacia delante producían una pequeña joroba, la incipiente preñez de su fracaso. Yo intentaba animarlo, le decía que no se preocupara, las otras entrevistas iban a salir bien, sólo que debíamos confirmarlas el mismo día. Konishi, es cultural, es la pena también, la señora cambió de parecer, así pasa, seguro que un colega de otro periódico se nos adelantó y la hizo enojarse. Yo voy a encargarme de las confirmaciones, voy a llamar al señor Mendoza y asegurarme que nos dé la cara. A la señora Garibay, creo que sé cómo llevarla, también la entrevistaremos. Konishi, me escuchaba, y asentía con la cabeza.

Después de almorzar, llamé al señor Mendoza a su casa, pero no lo encontré. Me contestó su madre, la abuela del difunto. Una señora muy amable, quien endulzada por la frase: “llamo del periódico…”, me regaló un: “Mi hijo da una conferencia en el auditorio del colegio José Vílchez a las siete de la noche”.

Paseándose con naturalidad y poca ceremonia sobre el estrado, un hombre de semblante sereno y bigotes colosales se dirigía a la audiencia. El señor Mendoza condenaba la guerra y la pérdida de jóvenes inocentes. “Tenemos que parar esta guerra, no podemos permitir que haya más derramamiento de sangre. ¡Alto a la guerra! ¡Alto al imperialismo!¡Traigamos de vuelta a nuestros hijos! ¡No asesinemos más gente en Irak! Allá las madres también lloran a sus muertos”. Aplausos, vivas, flashes de cámaras por todas partes, incluyendo el de Morimoto, a quien no habíamos notado desaparecer de nuestro lado. Terminada la conferencia, esperamos nuestro turno y nos presentamos. Le dije que Konishi y Morimoto habían venido desde el Japón exclusivamente para entrevistarlo. Sí, recuerdo que hace unas semanas me llamaron de su periódico. Desde el Japón, caramba, qué honor. Con tanto ajetreo ya casi se me había olvidado…Claro, lo entendemos, sólo que la cita, no es hoy sino mañana en su casa. Konishi, me tocaba el hombro insistentemente para que le tradujera. Torcí la cabeza y entendió mi mensaje. En el acto su dedo inquisitivo cesó las hostilidades. Cómo no cómo no, asintió el señor Mendoza… ¿Le va bien en la mañana?.. Preferiría en la tarde…¿Konishi mañana en la tarde?…Cuando sea Renán… Perfecto señor Mendoza, ¿es ésta su dirección?… A ver, a ver, con los lentes en la puntilla de la nariz, sí, efectivamente ésa es. Los espero mañana a las dos de la tarde, adiós… Adiós y gracias.

—Ya ven, yo conozco a mi gente, una cita hecha con un mes de anticipación se le borra de la cabeza a cualquiera, es una cuestión de hacerle recordar las cosas.

—Muy buen trabajo Renán, impecable. Al hotel, que esta noche el periódico paga tres rondas de whisky.

—No me gusta el whisky.

—Tres rondas de lo que quiera.

—¡Chévere!

—¿Qué?

—¡Cool! I mean.

Cerca de la medianoche, subí a mi cuarto con muchas ganas de dormir. Encendí la luz: “una suite a todo lujo, una cama gigante con cobertores finísimos. ¡Qué desperdicio!, ¡si tan sólo tuviera con quien disfrutar esto!; ¡qué le vamos a hacer!, no queda otra cosa que repetir la ceremonia de las noches de soledad: la paja. “Omne animal post coitum triste”, la cita acertada de Dinessen, ligeramente improcedente en este caso, describía mi estado de ánimo. Yo que pensaba alcanzar el ápice del agotamiento con esa paja, no conseguí otra cosa que entristecerme, como sucede a veces después de la cópula. Cuando estaba a punto de resignarme a la vigilia, un soplo insólito me devolvió el sueño.

Cinco minutos antes de las dos de la tarde, ya estábamos los tres en el auto enfrente de la casa del Sr. Mendoza. La espera era corta pero pasaba lentísima. La pierna de Konishi, infectada de un tic nervioso, sacudía el auto de arriba a abajo, dando la impresión a los transeúntes que a algún enamorado le faltó dinero para pagarse un hotel.

Dos en punto, dijo Konishi. Morimoto, toque usted por favor que la última vez que toqué yo, nos fue fatal… Que toque Renán, que hasta ahora parece el más suertudo… Pero qué supersticiosos, toco yo. ¿Timbre o puerta?… Lo que sea Renán, ¡pero toque ya!

El Sr. Mendoza nos recibió de muy buena manera. Como en la casa de donde nos echaron, ésta tenía también una pequeña galería de fotos cuyo motivo era por supuesto, el hijo muerto. Así que te llamas Renán… Sí Sr. Mendoza, tocayo de su hijo… ¿Saben porqué le puse Renán? Por el escritor y filósofo francés, ése, que era ateo, y en el momento de su muerte, a diferencia de muchos ateos famosos, no dio su brazo a torcer, no se arrepintió de su descreencia. Esa inquebrantable convicción quise transmitirle a mi hijo, qué mejor que llamarlo Renán para conllevar ese propósito. ¿Y a ti, por qué te pusieron Renán?, ¿por tu abuelo o tu padre?.. La verdad que nadie en mi familia se llamaba Renán. Mi padre era cartero, y empalagado de todos los nombres, “Renán” le pareció el menos repetido. Se lo propuso a mi madre y ella aceptó.

Mi Renán, mi “guerrero azteca” como yo le decía, sí que supo llevar su nombre, era un muchacho de convicciones, un poco testarudo, pero firme a sus principios… ¿Y lo de “guerrero azteca”?… Nunca aprobé que estuviera en el ejército, imagínese cuando me enteré que lo mandaban a la guerra en Irak, pegué el grito en el cielo. Traté de hacerle ver, que los motivos de esa guerra eran muy personales, se trataba de los intereses de Bush en el petróleo. Sin embargo, mi hijo estaba convencido que lo habían mandado en una misión contra el terrorismo… ¿Y lo de “guerrero azteca”?.. A eso iba, él era franco tirador, y aseguraba que aniquilaría a toda esa estirpe de sanguinarios y asesinos. Poseía una determinación gigante, era un guerrero nato, con ideales, pero defendía causas equivocadas. Yo respetaba su vocación y fiereza militar, no obstante combatiera a un enemigo fabricado. “Eres mexicano”, le decía, ese coraje proviene de tu sangre azteca. Y a él eso de guerrero azteca, milenario, le gustaba mucho. En fin, se largó a Irak, y el resto ya lo sabemos. Yo quería que fuese político en México, como su abuelo, mi padre, pero a mi Renán la política le importaba un comino. Solía declarar: “Si hay que hacer algo por el país, que se haga desde abajo, con el pueblo, con las manos, y no dando discursitos en el zócalo”… ¿Y a usted Sr. Mendoza no le anima la política?.. Por supuesto, pero con la muerte de mi padre, todos mis sueños de político se jodieron… ¿Por qué?.. Bueno, mi padre había formado otra familia y cuando murió, mis hermanastros me desheredaron, aunque creo que el viejo se olvidó de mí en el testamento. Tuve que dejar mis estudios de derecho y me fui a Tijuana. Allí conocí a mi mujer con quien tuve a Renán, y para darle una mejor educación nos mudamos a San Diego. En Estados Unidos, nuestro hijo asistiría a una buena universidad y después regresaría a México a continuar la trayectoria de su abuelo. Como ya le dije, yo quería que fuera un político mexicano no un soldado yanqui. Así es la vida, uno espera ciertas cosas de sus hijos, pero al final ellos tienen la última palabra… Sin embargo ahora usted está muy envuelto en política con sus conferencias y protestas públicas contra la guerra… Así es Renán, ahora estoy hasta los tobillos en política. No precisamente política mexicana, sino más bien americana, internacional, qué se yo. Es curioso, en vida Renán, mi único hijo, se llevó las esperanzas de continuar una tradición de políticos en la familia, y de muerto me las devuelve, y con creces.

Sr. Mendoza, aquí Konishi me pregunta cómo se siente usted ante las acusaciones de sus parientes y vecinos acerca de sacar provecho político con la muerte de su hijo, publicitarse, y hasta según nos comentan, postular para regidor de Chula vista… Siento que mi hijo me empuja de la espalda para que haga lo posible por parar esta guerra,… Sí pero el provecho político y publicitario que usted está obteniendo va más allá de una simple protesta contra la guerra. Además, nos han informado que desde que empezó con sus manifestaciones públicas ya ni siquiera va a trabajar… Es correcto, esta campaña anti bélica, me ha absorbido por completo, ya no tengo tiempo para seguir en el “Seven Eleven”. Tengo esperanzas que con mis movilizaciones populares puedo parar esta invasión sangrienta a Irak… Y puede también aprovechar el relumbrón de la fama para ganar más votos si postulara a regidor como nos dicen… Mire Renán… Por favor Sr. Mendoza diríjase a Konishi, él es el que formula estas preguntas… Ok. Sr. Konishi, mi intención es frenar esta guerra, lo demás, el provecho político puede ser una consecuencia inevitable si decido presentar mi candidatura para el año próximo, pero no es mi razón de actuar.

Sr Mendoza, Konishi, quiere saber ¿cómo hace para subsistir sin el ingreso de su trabajo?.. Bueno tengo algunos ahorros, y recibo algunas donaciones para la campaña anti-bélica que presido… ¿Para la campaña únicamente?.. Esencialmente sí… ¿Qué quiere decir con esencialmente?.. Quiero decir para la campaña. Pero yo soy la voz, el motor de esta operación, por lo tanto, si me voy a dedicar exclusivamente a ella, debo destinar un mínimo de las donaciones para mi manutención. Estrictamente lo necesario… ¿Lo necesario?, repite Konishi. Renán hazme el favor de preguntarle cuánto exactamente… ¿Qué es lo que dice Konishi, Renán?, preguntó con fastidio el Sr. Mendoza… Dice que ¿cuándo?.. ¿Cuándo qué?… ¿Cuándo decidió meterse del todo en esto?.. Como dos meses después de empezar. Era tanto el trabajo que había que hacer, que ya no tenía tiempo para nada más… Renán, ¿cuánto dice que destina para su manutención?.. Dice que por lo general no llega al 10% … Renán, pregúntale, si es que de alguna manera, las donaciones que recibe compensan la falta de indemnización que no recibió del gobierno americano …¿Recibió usted alguna participación de la indemnización que entregó el gobierno americano a las familias?… Ni un centavo. Una semana antes de irse a la guerra, mi hijo, se casó con su novia. Yo tengo mi casa propia, no poseo grandes riquezas, pero vivo tranquilo. Ese dinero le va a ser más falta a ella quien enviudó más rápido que lo que tarda un divorcio, y además estaba embarazada. Lo único que recibí del gobierno fue la ciudadanía americana. Me la concedieron un mes después del fallecimiento de Renán, en una ceremonia odiosa donde póstumamente se la otorgaron a él también… ¿Qué es lo que dice Renán?.. Dice que, no. Que una cosa no tiene que ver con la otra. Konishi, un poco exaltado, ensayó en un español precario: “Uted beneficio político para su candidatura”.

El Sr. Mendoza alzando la voz, se dirigió a Konishi: Sr. periodista, no sé que habrá leído sobre mí en las crónicas amarillas, ni tampoco sé ni me interesa que le habrán dicho los mal intencionados de mis vecinos y parientes, pero sepa usted que esta campaña es contra la guerra, contra la estafa de los reclutadores sinvergüenzas, que con discursos melifluos atraen a sus cuarteles, jóvenes de bajos recursos, muchos de ellos inmigrantes, prometiéndoles becas universitarias y cientos de beneficios que al final, algunos nunca reciben, pues van directamente de carne de cañón a la guerra. Sepa usted que durante el enfrentamiento bélico propiamente dicho, en el ejército estadounidense más de treinta y siete mil soldados eran inmigrantes, murieron diez de ellos, siete provenían de california, la mayoría latinos y uno de ellos era mi hijo. Dígame Konishi, ¿Qué espera que haga, que me quede cruzado de brazos? Entienda bien, estoy luchando para detener la invasión a Irak, para que nuestros soldados vuelvan a casa, y no para obtener distinción política.

Konishi, o paramos la mano o nos echan de esta también. Tú te quedas con una columna incompleta y Morimoto sin una sola fotografía. Déjame suavizar la vaina… Está bien Renán… Sr. Mendoza aquí mi amigo Konishi se disculpa por las preguntas, pero como periodista tiene que buscar la verdad, y eso lo consigue a través de la purga de rumores, presentándoselos ante usted, y usted nos aclara toda esa confusión… Yo entiendo Renán, pero ese tema siempre me alborota… Cambiando un poco de tema, ¿cómo era su hijo Renán, en el plano familiar y con los amigos aquí en el barrio?.. Era un chico muy querido.. El Sr Mendoza nos habló de su hijo, nos mostró fotos de los álbumes familiares, y hasta un video donde fue a Bagdad en una misión pacificadora. Allí intercambió más de mil cartas escritas por niños iraquíes y californianos. Los mensajes de paz rezaban: “No more war” por Peter Boren, “No quiero la guerra, quiero que seas mi amigo, por Roberto Salas, etc.

Al mismo tiempo, Morimoto fotografiaba cuanto objeto había en la sala, incluyendo las fotos de la galería del difunto así como también a Konishi sentado al lado del Sr. Mendoza repasando el álbum. Konishi, se convenció de la buena fe del Sr. Mendoza descartando completamente sus prejuicios anteriores a la entrevista. Morimoto quedó contentísimo con la media centena de fotos que sacó y yo me sentí enormemente atraído por el gran poder de persuasión de quien sin duda el próximo año sería, regidor de Chula Vista.

De vuelta a las 5:30 de la tarde decidí traer una mujercita al hotel. No podía ser cualquier amiga de los Ángeles; semejante habitación exigía el espíritu de la novedad. Repasé la agenda telefónica de mi celular y nadie encajaba en ese hotel. A la tercera vez me detuve en “Pauline”, un culo imposible, simplemente una señora hembra. Tan imposible que no me percaté de su nombre hasta la tercera pasada. Alta, rubia, de tez bronceada, ojos castaños y cejas oscuras. Labios carnudos y viscosos; senos esféricos y firmes, obra maestra de la cirugía estética. Sin duda el regalo de algún ex-novio. Su abdomen plano y sus piernas robustas escaparon al artificio, eran producto de un entrenamiento físico y una dieta rigorosos. A Pauline le gustaba la buena vida: la opulencia y los excesos de los ricos. La había conocido en una fiesta en Corona del mar. Después de la fiesta intenté invitarla a salir en repetidas ocasiones. Nunca salimos. Pero esta vez, la idea de pasarse una noche en el exclusivo “Four Seasons” de San Diego, la convenció.

Konishi, esta noche tengo compañía, no me esperen a cenar… Pásela bien Renán, pero por favor no se olvide de confirmar la cita de mañana con la señora Garibay… No se preocupe que eso fue lo primero que hice al regresar al hotel. La señora nos espera para almorzar… ¿Para almorzar?, pero que no se moleste… Ya se lo dije, pero insistió. No se queje que es una cortesía y además la vamos a entrevistar.

Pauline, llegó cerca de las diez de la noche. Lucía algo distinto de como la recordaba. Esta vez castaña y no rubia. Le quedaba mejor. Ahora sus cejas oscuras entonaban con su cabello. Dejamos su maleta en mi habitación y bajamos al counter. A las diez de la noche es difícil reservarles algo. Déjenme chequear, dijo el oficinista. No era el mismo de las noches anteriores, aquél que nos recomendara restaurantes exquisitos, recordé. ¡Maldita sea! Justo esta noche que quiero impresionarla, las cosas no caminan bien. Señor, el restaurante español por el que me preguntó ya está por cerrar. Sin embargo, conozco uno italiano, cerca del hotel, que no está nada mal… ¿Nada mal quiere decir bien?.. No extraordinario, pero decente, respondió el oficinista.

Restaurante de mierda. Mal iluminado, mesas sin mantelería, servilletas de papel y butacas acolchonadas envueltas en un tapiz de colorinches. Además de nosotros, no había nadie más. Pésimo indicador. Ya sé que eran más de las diez de la noche, pero igual. Pauline encubría lo incómoda que estaba con una sonrisa perenne, hipócrita. Sostuvo el menú entre sus manos durante pocos segundos. Luego, lo puso en la mesa. Ahora lo estudiaba desde allí. Sin tocarlo. Disimuladamente, se limpiaba los dedos grasientos en la silleta. Pidió algo vegetariano, creo que una berenjena napolitana. Yo tallarines con oso buco. Cuando llegaron los platos, Pauline pronunció más su sonrisa, para entonces ya tenía los dientes secos. Menos mal que la comida llegó con el vino. Los fideos estaban más que “al dente” duros, crudos. Casi agrego un poco de queso rallado de un recipiente, pero era una terracota blanca; para sacar un poco de parmesano había que hacer una cerdada. Sin queso no más. La carne estaba rica. Pauline se las arreglaba para no dejar de sonreír, hablar un poco y llevarse un bocado a la boca. Dejó más de la mitad. Oye Pauline discúlpame por haberte traído a este restaurante tan feo, no sabía que… No te disculpes, yo llegué tarde, no había otro mejor abierto. Es mi culpa.

Anduvimos de bar en bar, Pauline quería regresar a Corona y contarles a todas sus amigas que había ido a los bares más neat de San Diego.

A medida que pasaba la noche, la bebida nos entonaba, y la distancia entre nosotros se desvanecía. El ritmo de la música parecía no importar, todo lo bailábamos muy pegados. Un besito en la boca otro en el cuello, mis manos en su espalda desnuda, las suyas sobre las mías, impidiéndoles que exploraran más allá. Ya no veía las horas que cerraran el bar. Por suerte en California, a la una y media ya te están echando. Tambaleándonos por la calle, tomamos un taxi y al hotel. Yo fantaseaba lo que vendría.

Entramos abrazados al hotel, y así continuamos hasta la habitación. Una vez allí nos separamos. La puerta era angosta. Pauline entró primero, buscó su maletín y se fue al baño. “Voy a ducharme. He transpirado mucho bailando” dijo. Me saqué la camisa y me puse a hacer flexiones. Había que aumentar la figura. El chorro de la ducha dejaba entreoír el sonido inconfundible de un vómito. “Esa berenjena de mierda y los tres mojitos le deben haber caído bomba” pensé. Salió Pauline, entré yo. Si me ducho se duerme. Una lavada de dientes al toque y a la cama. Pauline se había acostado entre el cubrecama y la sábana superior, como protegiéndose. Me arrimé a su lado y le empecé a acariciar el pelo con suavidad, dándole uno que otro beso en la frente. Había que darle confianza.

Sin dejar de acariciarla la fui destapando, eso sí, sin sobrepasarme todavía. Llevaba un pijama infantil color celeste: camiseta y shorts. Tierno, inhibidor al principio, muy sexual después. Le toqué el cuello y los costados del torso. Primero por encima de la camiseta, luego por debajo. Besos secos y cortos en los labios, medianamente correspondidos. Uno que otro gemido, no de excitación sino de un “tengo sueño”. Paciencia Renán, ya va a caer. Descendí y le besé el vientre. Ahora respiraba a intervalos más cortos. Estaba excitada. Le lamí la periferia del ombligo y de un salto, mi lengua alcanzó la base de uno de sus senos. Se arqueó. Se le marcaron los abdominales. Con las dos manos me alejó de sus pechos. Me detuve un momento en el vientre hasta que bajara la guardia. Con sigilo bajé hasta el elástico del short. No, no Renán. No sigas… Ok, aquí me quedo. Le di unos minutos de tregua. Luego, mi lengua se zambulló debajo del elástico, y milímetros antes de llegar al pubis, me tiró de los pelos. ¿Qué estás haciendo, Renán?..Nada… ¡Para por favor! Persistí en mi descenso. ¡Para carajo!, gritó horriblemente. Cálmate mi amor, le dije acercándome para besarla. “No me toques”. Pero Pauline, cariño, ¿qué te pasa?.. No me toques te he dicho. ¡Me voy!

Comenzó la gringa enfurecida a empacar su maleta. Se desnudó enfrente de mí, y se vistió. Muñequita por favor no te vayas. Hemos bebido mucho, estamos cansados, manejar así puede ser peligroso. Acuéstate aquí que no te voy a molestar. Descansa. Ya entendí…No has entendido nada, te dije que pararas, y no te importó. Pero estaba excitado, ¿qué querías que hiciera?.. Que pararas… Bueno, ya paré… Igual me voy. Vas a seguir intentando toda la noche… No, ya no, créeme… No te creo… Va en serio, Pauline, no quiero que manejes así. Te prometo que no te toco ni un pelo… ¿Me lo prometes?.. Sí, sí te lo juro… Bueno, pues. Se acostó nuevamente entre el edredón y la sábana superior, me besó en la boca, “buenas noches”, dijo, me dio la espalda y empezó a roncar. Imposible dormir. Me metí la mano dentro del calzoncillo y con extrema cautela intenté aliviarme. Un codazo me robó la concentración: “si te la corres me largo”. Me di media vuelta y me quedé dormido.

Buenos días Renán, susurró Pauline mientras me acariciaba el cabello. Son las 8:30 dormilón, vamos a desayunar a un lugar bonito y acogedor aquí a la vuelta. Abrí un ojo, lo cerré. Abrí el otro, lo cerré. Abrí los dos ojos y me decepcionó Pauline. Hay mujeres a quienes la mañana no les asienta. Sin maquillaje parecía la hermana menor de mi madre. O no tiene veintiocho como dice o es fanática de la malanoche. Sí, creo que es esto último, pues nos hemos acostado cerca de las tres y la señorita, que parece señora, ya está despierta. Le agradecí por levantarme; en media hora debía estar abajo con mis colegas para preparar la entrevista. Y con placer le regalé un “no” enorme acompañado de sólo la noche Pauline, la noche. De día trabajo, no he venido a San Diego de vacaciones… Pero dijiste que era el último día… Bueno, sí el último día en San Diego, ahora nos vamos a Santa Ana. Gracias por la visita, fue una noche, de mierda quise decir, pero dije, una noche agradable. Quédate en el hotel, el check out es al mediodía, tómate una ducha, las toallas son riquísimas, solicita a un masajista al cuarto, y pídete el desayuno a la cama. Mímate, aprovecha el hotel, no quiero que regreses a Corona sin tener nada que contar. Discúlpame, pero no puedo acompañarte… Ándate a la mierda Renán. Eres un imbécil. En segundos, hizo su maleta. Tiró la puerta y se marchó en pijama.

¡Gringa majadera! ¿Quién te entiende? Manejas una hora, pasas la noche en mi cama, tu ropa interior hace conjunto: un hilo dental negro, con ornamentos metálicos a los lados, apropiado para la ocasión, tu sostén lo mismo, no es que te haya desvestido, cuánto me hubiera gustado, pero acuérdate que en tu arrebato de anoche te vi enterita, y no pasó nada. ¡Qué rara eres!¡A la mierda contigo!

Desayuné con mi equipo. Konishi no me explicó mucho sobre la entrevista del mediodía e insistió en que tradujera sin reserva. Condujimos hacia Santa Ana. Nos perdimos dos veces. El tiempo estimado de una hora y treinta minutos de camino, se hizo dos. Llegamos a la casa de la señora Garibay a las 12:40 de la tarde. Señora, lo sentimos mucho por la tardanza… No es fácil dar con la casa, lo entiendo muy bien, no tengan pena, pasen por favor, respondió una dama de figura acicular y mejillas hendidas. Sentados en la mesa, Konishi y Morimoto no dejaban de dar las gracias. Mientras comíamos Konishi bombardeó a la señora con un sinnúmero de preguntas. Respondió a todas sin excepción. Además se levantó unas tres veces de la mesa para satisfacer los requerimientos que Konishi al principio solicitaba y al final casi exigía. Trajo la carta que le entregaron los del ejército el día que se apersonaron en su casa anunciándole la mayor de sus aflicciones: “Su hijo señora, Manuel Garibay Aponte, suboficial de la quinta brigada perdió la vida en la ciudad iraquí de Umm Qasr heroicamente defendiendo a su patria…..” ¿Su patria? Y si la fuera, ¿cómo carajo se la defiende a doce mil kilómetros de distancia? También nos mostró el álbum de fotos y el certificado de naturalización póstuma que le había otorgado el gobierno estadounidense a su hijo Manuel. La señora obedecía todo lo que se le mandara. Konishi esperaba que llorara con la carta para regalarle a Morimoto fotos más convincentes. No lo consiguió. La señora no se inmutaba. Tenía la cara ausente, muerta. El dolor le corría por dentro. “Ya se quebrará, paciencia”, se leía en los ojos de los japoneses.

Konishi coleccionaba en su grabadora digital todo lo que se decía en la mesa. A su vez, Morimoto escuchaba inquietamente y tomaba una que otra foto. Fue el primero en terminar la comida.

Por debajo de la mesa le daba de patadas a Konishi, develaba un apuro, casi una desesperación. Konishi, necesito aprovechar la luz del mediodía para las fotos en los exteriores, dijo Morimoto en japonés. Para ya de hacer tantas preguntas y llevémosla al… Tranquilo Morimoto, que yo sé lo que hago… Entiendo, pero si dejamos pasar más tiempo, se puede joder todo. Estamos en diciembre, una nube, o dos y las fotos no salen…Renán podrías pedirle a la señora que nos acompañe al cementerio, preguntó Konishi. Queremos visitar la tumba de su hijo… God damn it Konishi!, ¿cómo le vas a pedir eso?.. Renán por favor, haz lo que te digo, serán sólo unas fotos…Pero Konishi… ¡Renán, por favor!.. Señora la comida estuvo riquísima, lo mismo el café, le agradecí. Señora aquí mis colegas me preguntan si a usted le importaría acompañarlos al cementerio para tomar unas fotos… Como no, los acompaño. El panteón está aquí a la vuelta. Vamos, así digerimos la comida y aprovecho para visitar a Manuelito.

Caminamos durante diez minutos. Hablamos poco. “Cementerio Apóstol San Pablo” se leía en un rótulo de la entrada. Comenzaba el invierno, pero el otoño aún estaba presente. Corría viento y un mar de hojas amarillentas y secas crujía debajo de nosotros. El cielo despejado, potente, iluminaba el lugar. Había luz suficiente para rodar una película. Morimoto sonreía de oreja a oreja. Nos aproximamos a un jardín enorme, del tamaño de un parque. Césped verde vivo, el único vegetal que se mantenía inmune al languidecer del otoño. Los muertos pueden más que las estaciones. En vez de flores plantadas, lápidas de piedra adornaban simétricamente todo el llano. La señora apresuró el paso y se detuvo frente a la de Manuel Garibay. Hizo una genuflexión y empezó a rezar en voz baja. En seguida, platicó un poco con su hijo. Le hablaba de nosotros. “Manuelito, estos son el señor Konishi y su fotógrafo Morimoto. El joven que los acompaña se llama Renán, es su intérprete. Me han venido a visitar, quieren que les cuente de ti. Lo he hecho, ahora quieren conocerte, por eso los he traído aquí”. “Un placer Manuel”, exclamé. “Un placel, un placel”, agregaron los otros dos. Renán, ordenó Konishi, dile a la señora que le pregunte a Manuel si le importaría que tomáramos unas fotos… Señora podríam… ¿Fotos, verdad?.. Sí señora… A Manuelito le encantan las fotos, tomen las que quieran… Morimoto, “luz verde”… ¿Qué?.. Go ahead con las fotos.

Sobre la lápida yacían flores frescas de la mañana, dos velas obesas y chatas, un rosario de madera y un retrato de Manuel en uniforme de gala. Con gestos y palabras sueltas en español, el fotógrafo se hizo entender a la perfección.

Primero, la señora de pie palpando con la mano derecha la lápida. En la otra mano llevaba el cuadro de Manuel. Morimoto se acercaba, la tomaba de la cara y se la inclinaba hacia abajo. “Down, down”, decía el fotógrafo, “mira tumba”. Inmediatamente después una decena de centelleos sobre la señora. Ni siquiera la molesta luz de la cámara le robaba una expresión. Luego, la señora arrodillada enfrente del sepulcro. Morimoto le quitó de las manos el cuadro y lo puso en su sitio inicial. Le juntó las palmas en posición de rezo. Entre ellas colgó el rosario y le acomodó la cara hacia el cielo. La fotografió en un ángulo de 360 grados. Seguidamente, la señora permaneció de rodillas pero ahora miraba hacia abajo, hacia su hijo. Morimoto le alcanzó unos fósforos del hotel y con señas le pidió que encendiera las velas. La señora consintió. Morimoto procedió como lo venía haciendo. Dada la situación, experimenté algo muy extraño. Allí, cerca del show, de pie o en movimiento, no sabía que hacer con los brazos. No me cabían en ninguna parte, sobraban. ¿Habrá algún manco enterrado que no simpatiza con los periodistas?

Terminada la sesión de fotos, los dos japoneses le tendieron la mano a la señora y le agradecieron por su cooperación. Se postraron ante la tumba de Manuel e hicieron una reverencia acompañada de unos rezos en japonés. Tuve que alejarme casi corriendo de la escena, padecía un ataque de risa incontenible. Volvimos a la casa y la señora nos ofreció té. Lo bebimos en silencio. Poco después nos fuimos.

Ahora manejaba Morimoto, íbamos rumbo a Los Ángeles. El trabajo había terminado. Los brazos continuaban extraños. Un hormigueo en los dos codos me robaba la tranquilidad. “Ya desaparecerá”, me consolaba. Los japoneses felices tarareaban canciones que sólo ellos conocían. Traían las ventanas abajo, hacía frío y una vez más los pelos revueltos me azotaban la cara. Poco después subieron los vidrios. Me quedé dormido. Cuando me desperté, habíamos llegado a casa, estaba empapado en sudor, y esos brazos ajenos eran nuevamente los míos.

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Lima, Perú, 1975.
Cursó estudios de Derecho y Letras en la Universidad Católica del Perú. Obtuvo la licenciatura en Literatura Comparada en La Universidad de California, Los Ángeles, en la que actualmente estudia el doctorado en Lengua y Literaturas Hispánicas.

Desde el 2004 trabaja como traductor independiente, profesor de español y corrector de ensayos académicos.