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Soy Toba! El indio sin tierra no es indio

1 agosto, 2011

Un pequeño grupo de documentalistas de la Universidad de General Sarmiento (Hernán Montero, Mario Martinho, Eduardo Villar, encabezados por Maki Arranz),  se internan en el mundo de los indígenas americanos para presentarnos cinematográficamente la comunidad Toba. El documental: Soy Toba (2008) nos narra cómo esta etnia argentina ha sido orillada, despojada de sus territorios y de su dignidad. Guadi Calvo, nuestro crítico suramericano, nos da la información histórica suficiente para comprender, desde afuera, este drama y para interesarnos en el documental, que en este caso no solo es étnico, sino también de denuncia.


Cuando Ima-a-ta-ana  creó el mundo,
nos castigó al mismo con el frío, la enfermedad, la muerte, el hambre.

Historias del Gran Chaco.

Indios, aborígenes, indígenas, pueblos originarios, gente de la tierra, todavía ni siquiera existe un acuerdo a la hora de denominar a las etnias que habitan el continente americano desde antes de la llegada de los conquistadores europeos. La solución para muchas de las naciones que se fundaron sobre los territorios despojados a estos pueblos, ha sido la de no nombrarlos. Olvidarlos, marginarlos de la cultura oficial, disimularlos con vergüenza en las barriadas pobres de las grandes ciudades o encerrarlos en pequeñas parcelas, por lo general de tierras áridas o empobrecidas por la sobre explotación del hombre blanco.

Se cuentan por millares los testimonios del desprecio y el olvido en que han y siguen siendo sometidas estas antiguas etnias. Desde matanzas, como la sufrida en El Salvador en 1932 donde más de treinta mil campesinos indígenas fueron exterminados en unos pocos días por las tropas del General José Calderón; a su exterminio por sobreexplotación, como sucedió en las minas del Cerro Rico de Potosí, Bolivia, donde los indígenas muertos desde el comienzo del XV hasta hoy es inestimable.

En la Argentina, particularmente, donde a la población originaria se le ha sustituido su identidad a niveles impensados, todavía hay muchos habitantes de la ciudad que no conciben tener compatriotas que se asemejan tanto a los hombres y mujeres indígenas del continente. A tal grado llega la confusión y el desconocimiento, que las famosas Barras Bravas del fútbol a la hora de ofender a sus rivales los llaman “bolivianos o paraguayos”, ofensa vertida por argentinos a los que sería muy difícil diferenciar de cualquier hombre o mujer nacido en el Alto paceño o en el barrio Mbokajaty de Asunción.

Otro claro ejemplo de esa fuerte discriminación se puede ver en el documental francés Mondovino (2004) de Jonathan Nossiter, que relata un largo viaje por las grandes regiones productoras de vino del mundo. En el capítulo de Argentina entrevista a Arnaldo Etchart, un famoso bodeguero de la provincia de Salta, límite con Bolivia y zona de fuerte presencia indígena. Durante la entrevista Etchart rápidamente cambia el rumbo de la conversación, que es sobre vinos, para denigrar a los “indios” como “gente sin iniciativa”, “sin voluntad de progreso”, “por la raza de ellos”, agrega uno de sus hijos; “por sus ancestros, sin cultura” concluye Etchart. Todo esto lo podría decir cualquier señora de un barrio clase media de Buenos Aires; lo significativo en el caso de los Etchart, es la fuerte presencia indígena en sus rasgos y sus maneras, como si ellos mismos no pudieran verse y reconocer en si mismos a los “indios” que tanto desprecian. 

Se recuerda todavía con orgullo la boutade atribuida al escritor mexicano Octavio Paz: “Los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, los argentinos de los barcos”, una idea excesiva, para cualquiera que se tome el trabajo de caminar algunas cuadras por cualquier barrio de la muy blanca y europea cuidad de Buenos Aires, por ejemplo.  

En Argentina la presencia de descendientes de pueblos originarios, a la que históricamente se las ha tratado de minorías, es abrumadora, se interactúa con ellos permanentemente y así y todo siguen siendo invisibles.

La jerga argentina está repleta de palabras heredadas de lenguas autóctonas como: pilcha, cancha, pampa, mate. Y quizás el termino mapuche “Che” (hombre), ya convertido en el gentilicio por el cual los argentinos somos identificados en el resto del continente; además de ser casi el nombre propio del mejor de todos los argentinos. 

La presencia de descendientes de los pueblos originarios en la Argentina es tan mayoritaria como ignorada, al igual que en todos los países del continente. Son millones los argentinos que sin ser  puros, tienen mucha presencia indígena en sus genes y muchos de ellos cargan esto como una culpa, vergüenza o simplemente lo ignoran.

Los sistemas de poder han convertido a estas comunidades en invisibles, sus problemáticas son exhibidas solo por cuestiones mediáticas o intereses políticos. Jamás ha existido en la Argentina una política de integración y desde los mismos tiempos en que se declaró república  independiente, los indígenas fueron olvidados, sus territorios acaparados por los grandes terratenientes despojando a las comunidades de su hábitat, sus modos de sustentación y del territorio desde donde construyeron su cosmovisión. Sin territorio, sin sustento y sin las bases de su religiosidad, quedaron condenados a ser utilizados como mano de obra barata, obligados a una integración desigual, muchos empujados al alcohol, la desnutrición. Nunca fueron incorporados a los sistemas de educación y si lo fueron cayeron en manos de comunidades religiosas que terminaron despojándolos de sus Dioses y de su identidad cultural.

De la importante cantidad de naciones indígenas que conformaron el mapa de la Argentina (más de veinte etnias diferentes), muchas de ellas fueron exterminadas. Una de las más importantes demográficamente es la Toba, en su lengua los Qom (hombre); la comunidad se ubica en la región noroeste del país, en la provincia del Chaco, con aproximadamente cien mil integrantes.

Los Qom fueron los últimos en ser reducidos, y hasta principios del siglo XX resistieron en pie de  lucha; su último malón (ataque) fue de la tribu Mocovi, etnia emparentada a los Tobas, en abril de 1904, en la localidad de San Javier, provincia de Santa Fe. Malón proviene del termino mapudungun, lengua de la nación mapuche, maleu, malecua que significa: “hostigar al enemigo”.

En la mañana del 19 de julio de 1924, sufrirían su última y definitiva derrota. Cerca de 130 policías y un grupo de civiles, por orden del gobernador chaqueño Fernando Centeno, llegaron a la población de Napalpí, (Casualmente lugar de los muertos en lengua Toba) y durante 45 minutos las fuerzas del gobernador Centeno descargaron más de 5 mil balas de fusil sobre la comunidad. Cerca de 500 indios murieron por los proyectiles o los empalamientos, las mujeres fueron violadas; de los treinta y ocho niños que sobrevivieron, la mitad murió en el traslado hasta los pueblos de Quitilipi y Machagai, donde los sobrevivientes fueron regalados al servicio doméstico.

A pesar de la importancia cultural e histórica de estos pueblos, el cine argentino se ha ocupado muy escasamente de su realidad. En 1918, Alcides Greca realiza la película El último Malón, con algunos de los protagonistas de aquel malón de 1904, como el cacique mocoví Mariano López, líder del levantamiento.

Recién en 2008, un pequeño grupo de documentalistas de la Universidad General Sarmiento (Hernán Montero, Mario Martinho, Eduardo Villar, encabezados por Maki Arranz),  vuelven a ocuparse cinematográficamente de la comunidad Toba, para realizar el documental: Soy Toba.  

El documental transcurre entre dos comunidades Tobas separadas por más de 1300 kilómetros, la de Villa Río Bermejito, en Chaco, y la de Presidente Derqui, provincia de Buenos Aires. En sus traslados de locaciones el film muestra las diferencias y afinidades entre ambas comunidades, una instalada en un contexto urbano de Presidente Derqui y la otra netamente rural, la de Villa Río Bermejito. Enlazados ambos relatos por una jornada de pesca con arco, en los bañados de la comunidad de Bermejito, que es casi un acto ritual que nos remonta a los orígenes de la etnia formada esencialmente por cazadores, pescadores y recolectores.

Hoy la comunidad de Villa Río Bermejito, intenta sostenerse con actividades agropecuarias, enfrentando las dificultades de cualquier productor pequeño que debe competir con los grandes trusts,  además de la marginación y discriminación a la que siguen siendo sometidos por el estado y por los hombres blancos.

La comunidad está inserta en una zona de ciento cuarenta mil hectáreas entre bañados contaminados, altamente inundables y la vez la zona de grandes sequías. El relato de Laurencio Rivero, representante de las comunidades Toba de Río Bermejito, es claro acerca de su problemática. “Murió un bebe en Uriburu, no sé si estaba desnutrido, pero el chiquito murió ese día y querían trasladarse al cementerio, que queda a 3 Km. de acá y como estaban tan preocupados por la elección nacional, no había camioneta para llevar el cuerpo del chiquito”.

La marginación de la comunidad es absoluta, los entes oficiales por desidia o corrupción no activan políticas de integración dando una excusa que quizás sea simple: “total es para los indios”.

“Cuando viene la seca, estos animales empiezan a morir, porque no tienen agua, no tienen qué comer”. Algunos tienen muy poquitos animales, están criando algunos chivos, pero nosotros peleamos, sacando nuestras mujeres a trabajar en artesanía, y llevan a alguna ciudad,… cambian por ropa los canastos, entonces tenemos ropa, estamos vistiendo a nuestros hijos, pero nosotros desarrollamos así nuestra zona”. Explica en otro momento Clemente.

El perfil de la comunidad Toba de Derqui, por estar ubicada en un sector urbano, tiene mucha más movilidad y las problemáticas son diferentes como el peso del desarraigo. Su cacique, Clemente López  aclara: “decía mi abuela, el indio sin tierra no es indio. Que la gente entienda que nosotros no somos los dueños de la tierra, ninguno somos los dueños de la tierra. Nosotros somos parte de la tierra”.

La cámara de la realizadora, Maki Arranz, solo busca reflejar la realidad, sin estereotipos pretendidamente antropológicos y mucho menos utilitarios. Su cámara sirve como un mero instrumento para reflejar la realidad al modo de los grandes artífices del género, Joris Ivens o Jean Rouch, donde su mira siempre fue el hombre, desprovisto de toda ideología y en absoluta libertad frente a la lente. La directora solo deja correr las imágenes en absoluta libertad, para que quede tan claro como lo dice en su última intervención el cacique Clemente López: “Los tobas están vivos todavía, no murieron todos”.

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.