Subir la droga lo más posible: fronteras y prácticas transnacionales en Centroamérica
1 junio, 2014
Este trabajo es parte de una investigación más amplia sobre la frontera y las prácticas transnacionales en la región centroamericana a la luz de los flujos de mercancías y personas que el narcotráfico pone en marcha a lo largo y ancho de la región. En este artículo me ocupo únicamente de un campo temático de la investigación en el que me intereso por estudiar cómo los flujos transnacionales del narcotráfico dibujan y desdibujan las fronteras nacionales. Para ello me apoyo en la crónica periodística y la producción literaria, y estudio los casos de Nicaragua, Honduras y Guatemala.
“Todo bajo la lógica de avanzar,
Oscar Martínez
de entender que el negocio de un narco
centroamericano es subir la droga lo
más posible, porque los kilómetros son dólares”. (275)
Crónicas Negras, desde una región que no cuenta
Sala Negra de El Faro
Empiezo preguntándome cómo las prácticas del narcotráfico y el crimen organizado ponen en marcha el concepto de frontera, cómo lo dibujan y desdibujan. Al respecto veremos cómo los sitios fronterizos nacionales de los países centroamericanos que estudiaremos, son lugares estratégicos desde los cuales se configura la región como corredor transnacional. Localizamos dos rutas específicas: una a lo largo de la costa pacífica y otra de la atlántica caribeña. La crónica periodística nos informa que la primera está controlada por grupos mexicanos y la segunda por colombianos.
También pongo atención a cómo las redes del narcotráfico están produciendo una (re)valoración de las geografías y los paisajes fronterizos. Estas prácticas transnacionales revaloran las geografías antes marginadas por los estados nacionales. Para el narco, los territorios despoblados, no tan productivos, desérticos incluso, resultan de alto valor. Producen, por tanto, un registro topográfico. A la par de las características topográficas encontramos una reconfiguración de lo local.
Trabajo con la crónica periodística por ser un género cultural que nos informa cómo Centroamérica es un corredor transnacional del crimen organizado y el narcotráfico. Oscar Martínez, periodista de El Faro, un periódico digital con sede en El Salvador, es uno de los periodistas de la región que ha explorado más a fondo los mundos sociales conectados y configurados por el narcotráfico en el istmo. Como veremos, gran parte de las reflexiones que aquí elaboro se informan de sus crónicas, porque me ubica exactamente en la ubicación geográfica que me interesa: la frontera. Gran parte de sus crónicas son informes localizados en los márgenes fronterizos de los estados nacionales centroamericanos. Sitios que, como veremos, eran la periferia y los residuos de la nación, pero que en los últimos años empiezan a llamar la atención, no precisamente por actividades económicas legales, sino por su contrario, por redes y actividades ilícitas. Estudio también, aunque en menor medida, la novela El cielo llora por mí, de Sergio Ramírez (2009).
- Nicaragua: división transnacional de la narcolabor
Inicio el recorrido fronterizo de sur a norte con el caso de Nicaragua. La frontera sur-pacífica del país tiene a Costa Rica como país vecino. Este paso fronterizo lleva por nombre Peñas Blancas y de ella crece una larga costa que se extiende sobre todo el pacífico nicaragüense. Cerca de ella crecen departamentos cuyas economías, como podemos imaginar, se sustentan en buena parte de actividades pesqueras y turísticas.
La ciudad de Rivas es el centro urbano más importante de esta zona y, como informa Martínez, también es “la entrada de la droga colombiana a Nicaragua por este lado del mapa” (268). La entrada de droga por esta frontera cuenta con una ventaja estratégica: se trata de una frontera con más de 80 puntos ciegos, según han documentado investigadores como Roberto Orozco, consultor en materia de políticas públicas de seguridad. La frontera es realmente un corredor por el cual transitan mercancías ilícitas y redes crimino-laborales que nos conducen a otra geografía continental: México. Veamos qué nos dice Martínez al respecto:
También es [Rivas], según la Policía Nacional, la ruta de los mexicanos, por donde los cárteles de Sinaloa, del Golfo, Juárez o la Familia Michoacana trasiegan su cocaína, a diferencia de la costa caribe, donde los colombianos siguen dominando el tráfico para, más al norte—en Honduras o Guatemala—, entregarla a los mexicanos y quedarse con una mejor tajada por sus servicios de transporte. (268)
En esta misma cita Martínez nos traslada geográficamente al Atlántico caribeño del país. El giro es abrupto pues se trata de una diferencia de cientos de kilómetros. Se trata, también, de dos zonas con grandes diferencias culturales. Si la mención de la costa pacífica nos trasladaba a las familias y cárteles mexicanos, la caribeña lo hace a Colombia, al sur del continente. También podemos notar una división transnacional de la narcolabor: los colombianos depositan la cocaína en el triángulo norte de la región, donde la recogen los mexicanos y la suben al norte. Lo anterior nos confirma la naturaleza transnacional, así como una especialización en la fuerza de trabajo.
Las diferencias entre Atlántico y Pacífico no solamente tienen que ver con estos dos grupos distintos o con una historia pasada diferente, sino también sobre cómo sus diferencias demográficas y topográficas inciden en la configuración de sus territorios como corredores de tránsito. Leamos cómo Martínez nos da más información al respecto:
La diferencia entre el pacífico y la costa caribe es que esta última ruta es una autopista marina, donde las lanchas con motores de 800 caballos de fuerza pasan zumbando y, cuando mucho, se detienen para recargar combustible. En cambio, por el lado de Rivas, un buen porcentaje de la droga pasa por tierra, para aprovechar el movimiento que caracteriza al gran lago, y así llegar con facilidad hasta Granada o a Managua, la capital.” (Martínez, 268)
Corredor terrestre por el pacífico; corredor marino por el atlántico. Pongamos atención a cómo ambos atributos topográficos son utilizados como ruta de tránsito de la droga y las sociabilidades involucradas en este emergente y poderoso eje de producción y acumulación de capital. A estas actividades las podemos calificar como prácticas transnacionales desde abajo, pues como señala Vertovec, estamos entrando al estudio de los vínculos establecidos entre actores no estatales que cruzan las fronteras nacionales (Vertovec, 29).
Es claro que no estamos frente a un desplazamiento geográfico en el cual lo nacional brinda sentido o lógica a tales desplazamientos. Tampoco lo hacen categorías como multinacional o internacional. Las redes crimino-laborales nos permiten explorar el transnacionalismo como expansión capitalista, pero desde abajo, ya que las conexiones sur-norte no están realizadas por redes ni actores estatales, ni a través de instrumentos legales y económicos brindados derivados de los estados nacionales. Por el contrario, las alianzas e intercambios al margen de las legalidades establecidas por los estados nacionales; su terreno es subterráneo, aún si en muchos países se infiltran y hacen uso de las estructuras institucionales estatales. Lo que me interesa subrayar es que son prácticas que no transitan la frontera en calidad de ciudadanos de un país, sino como redes crimino-laborales que más bien la evitan y para quienes ésta es como un ‘zaguán abierto’ por el cual puede pasar el 90% de la producción, como bien señala Orozco, el investigador que ya antes mencioné. Tales actividades sugieren, por tanto, una artificialidad de las fronteras políticas nacionales.
Contrario a la visión oficial de la policía, en la que las fronteras nacionales sí operan en el modo tradicional, la crónica periodística recoge testimonios de personas involucradas en los que prácticamente se desdibuja la frontera nacional para transmitirnos la idea de un corredor sin ningún tipo de intervención estatal:
—aquí pasan de todos, de la familia Michoacana, de Sinaloa, del cártel de Zacapa, Guatemala…Aquí vienen paisanos tuyos, y los ticos. No solo son los locales. Eso sí, al local siempre lo contacta un extranjero. (Sala Negra de El Faro, 272)
La voz de esta cita es la de un narco rivense y la misma recorre de sur a norte el istmo centroamericano y hasta México. Si hablamos con el lenguaje ritual del estado nación diríamos que el recorrido trazado empieza en Costa Rica, subiendo por Nicaragua, pasando por Guatemala, hasta llegar a México. Pero no es este el tono de su intervención. Si bien señala en un par de ocasiones nombres de países, más que un recorrido por naciones soberanas parece dar cuenta de una ruta geográfica anterior a la independencia política de España en el siglo XIX. Su mención a familias, cárteles y regiones no está determinada por las geografías y nombres nacionales. Lo regional, por ejemplo Zacapa y Sinaloa, y lo familiar devenido en cártel, significan mucho más y tienen más peso que el de las naciones. Este es justamente uno de los atributos de las prácticas transnacionales: enunciar desplazamientos y nuevos sentidos geográficos comunitarios sin pasar necesariamente por la mediación de los estados nacionales.
La voz de este ‘narco hecho en Centroamérica’ también nos invita a poner atención a la dimensión del sujeto local y la naturaleza de su integración a estas dinámicas y redes transnacionales. Leamos más en detalle sobre esto:
Aquí podrán venir sinaolenses, pandilleros o centroamericanos que conozcan como la palma de su mano este departamento, pero la importancia de ser de aquí seguirá pesando. No solamente conocer aquí, sino ser de aquí es el valor en el mercado de un agente libre. Aquí es un pueblo. El interior de los países centroamericanos es un pueblo. Los países centroamericanos son una capital rodeada por varios pueblos con título de ciudad. Y en los pueblos todos se conocen. (Martínez, 274)
Esta cita nos informa sobre la convergencia de distintos actores en una localidad que en este caso es Rivas. Lo que más me interesa, sin embargo, es el discurso que este sujeto—miembro él mismo del engranaje sociocultural que estudiamos—elabora en torno a lo local y al valor del sujeto local dentro de participaciones transnacionales. Al respecto nos informa sobre una valoración particular que se produce en torno al sujeto local. La misma responde al conocimiento topográfico del territorio, pero más que eso a las redes sociales que éste posee en la localidad, difícil de igualar por alguien ajeno a la misma, aún cuando logre conocer bien el lugar. Nos encontramos entonces con otro de los conceptos claves para las prácticas transnacionales: redes sociales. Teóricos del transnacionalismo como Vertovec, por ejemplo, hablan de red para ilustrar cómo cada persona se convierte en un nudo vinculado con otros. En la cita que estudiamos, el sujeto local está conectado a los agentes transnacionales y también a redes locales. Sin embargo, posee un capital social particular, ya que tiene habilidades instaladas para consolidarse como miembro estratégico de redes y estructuras.
Desplacémonos ahora de Rivas, departamento del pacífico nicaragüense, al territorio caribeño. El paisaje aquí es de costas blancas y extensas. Por dar un ejemplo, solamente la de Puerto Cabezas, una de las principales ciudades del atlántico, tiene más de 500 kilómetros de costa. Aquí sobresale una exquisita gastronomía marina, poblaciones que sobreviven de la pesca y, en las últimas décadas, el paisaje tiene un nuevo color: el blanco de la cocaína. Martínez sintetiza este paisaje en el título de su crónica, Langostas, pangas y cocaína (Sala Negra de El Faro, 2013).
Esta zona está oficialmente declarada como la principal ruta marítima para el tránsito de cocaína hacia el norte del continente. Su realidad de grandes cifras—grandes son las cifras de kilómetros costeros, grandes también las de toneladas de cocaína—contrasta con la capacidad de respuesta del estado nacional y su débil infraestructura para el llamado ‘combate al narcotráfico y crimen organizado’.
Tanto la crónica periodística como la producción literaria sirven como archivo que da cuenta de esta precariedad. En las investigaciones periodísticas de Martínez podemos ver la pobreza en tecnología de la capitanía policial de Puerto Cabezas: “la capitanía de Puerto [afirma él] no tiene un generador eléctrico” (240). Similar es la situación que encontramos en la novela de Sergio Ramírez, El cielo llora por mí (2009). En esta novela la infraestructura estatal de Nicaragua para el combate del narcotráfico es pobre tanto en el atlántico como en el pacífico del país. Relativamente tétrico es, por ejemplo, el panorama de las oficinas de la Dirección de Investigación de Drogas. Veámoslo:
La ventana de la oficina del inspector Dolores Morales en el tercer piso del edificio de la Policía Nacional en Plaza del Sol, ocupado por la Dirección de Investigación de Drogas, permanecía siempre abierta porque el aparato de aire acondicionado no funcionaba desde hacía siglos. No lo cerraba ni cuando llovía, y la cortina de cretona, recogida en un extremo, era un guindajo apelmazado de humedad y polvo. (Ramírez, 11)
La contraparte del inspector Morales en el atlántico del país es Bert Dixon—llamado también Lord Dixon—, subinspector en la estación policial de Bluefields. Más adelante tendremos la oportunidad de conocer más sobre la biografía de estos dos personajes, claves ambos en la novela de Ramírez. Por ahora basta mencionar que a través del segundo de ellos, Dixon, viajamos a las otras geografías del país, a las costas caribeñas. La pobreza tecnológica aquí no cambia sino que más bien se agudiza. Escasos son los recursos para la movilización. Tanto así que Dixon debe pedirle dinero prestado reiteradas veces a su tía para costear los boletos de avión y poder presentar evidencias del tránsito de narcos y yates colombianos por las costas atlánticas en las oficinas de Managua, la capital del país y sede de las oficinas centrales de la policía. Contrario a la falta de recursos de la policía y otras instituciones estatales, los grupos narcotraficantes recorren el país con la más moderna tecnología. Eso queda ejemplificado con el hallazgo de un yate abandonado en Pearl Lagoon, un territorio selvático de tierras bajas al norte de Bluefields, la cabecera de la Región Autónoma del Atlántico Sur, donde los ríos que corren de manera arbitraria se enlazan con caños, canales, lagunas y lagunetas, y son de esta manera las únicas vías de comunicación entre los poblados ribereños. (Ramírez, 15).
No dejemos de poner atención a la naturaleza de estas geografías, porque nos informa sobre la manera en que los territorios son racionalizados por estas actividades económicas y por quienes las ponen en marcha. Pero es el yate abandonado lo que más interesa. El subinspector Dixon se movilizó inmediatamente al sitio del hallazgo y confirmó su procedencia “a todas luces extranjera” (Ramírez, 17). No dudó, ni por un instante, que era propiedad de narcos, dato prácticamente de sentido común porque, “¿quién más que los narcos puede darse el lujo de dejar abandonado un yate de medio millón de verdines?” (Ramírez, 17). Las fotos tomadas en el terreno por el subinspector con una vieja cámara Polaroid confirmaron la naturaleza lujosa del yate:
Según las fotos, se trataba, en verdad, de un yate impresionante, de unos cincuenta pies de eslora. Su torre de proa, con barandales de aluminio, sobresalía por encima de la vegetación de la orilla, donde había quedado encallado. Pero cada toma mostraba que era sólo un cadáver inservible, carneado hasta la saciedad. Los dos motores habían desaparecido de los arneses, 160 caballos cada uno, por lo menos. También, según el informe de Lord Dixon, habían desaparecido el GPS, el sonar, el radio, el timón, los salvavidas, igual que la bitácora y toda la documentación; y aunque el nombre en la proa había sido raspado con apresuramiento, seguramente a cuchillo, en la fotografía podía leerse Regina Maris con bastante dificultad. La placa de registro de fabricación también había sido arrancada. (Ramírez, 19)
Esta escena nos habla no solamente del tipo de tecnología de los grupos transnacionales del narco, sino que también nos ofrece la entrada en escena de las poblaciones locales y las formas en que se involucran en estas dinámicas. Me refiero a la obtención de materiales que los narcotraficantes van dejando en el terreno, que para ellos son residuos pero para las poblaciones objetos de alto valor. En la cita de arriba podemos ver cómo los pobladores llegan primero que la policía y rápidamente operan bajo el dicho de ‘todo es ganancia’, principio que aplica en sociedades donde los bienes mínimos para una vida digna al día de hoy no logran ser gozados por la mayoría de los habitantes.
Vale la pena destacar cómo novela y crónica ponen atención y registran con detenimiento esta carencia de recursos en las instancias gubernamentales. Tomemos como otro ejemplo lo que dice el capitán de fragata Wilfredo Castañeda, entrevistado por Martínez en su crónica:
Todo eso falta, dice, para poder atrapar a los rápidos colombianos que se deslizan todas las semanas en sus potentes pangas con cuatro motores fuera de borda de 200 caballos cada uno, con más de 500 kilogramos de cocaína invariablemente. (Martínez, 240)
Castañeda no solamente reconoce esta realidad sino que también hace alusión a la problemática (in) capacidad de la policía frente a los flujos transnacionales:
Aquí no hay suficientes pangas, ni motores, ni balas para hacer nada de eso; más bien, lo que hay es un intento modesto de contener un flujo salvaje. Más bien, lo que hay es un pacto tácito; pasa sin molestar, navega con discreción. (242)
Si comparamos la afirmación de Castañeda con los discursos oficiales del gobierno, la diferencia es grande. Recordemos la afirmación de la primera comisionada de la policía nicaragüense que citamos arriba. Ella negaba la presencia de grupos transnacionales en el país. Las palabras de Castañeda la desdicen y dan la imagen de una nación que no puede detener los flujos de gentes y mercancías ilícitas y que más bien ha pactado y cedido a la conversión del territorio nacional únicamente como corredor, ruta de tránsito. La duda que queda es, ¿quiénes hicieron el ‘pacto tácito’ del que habla Castañeda?
Continuemos leyendo la crónica de Martínez y veamos cómo en su análisis nos queda claro la configuración de estos territorios como geografías ‘perfectas’ para estas actividades:
No es un secreto que toda la región está atestada de pistas clandestinas de aterrizaje. Esta es la zona más pobre de Nicaragua. El departamento de la RAAN que menos pobreza extrema tiene es Bilwi, donde casi el 64% de los habitantes están bajo esa línea, según información del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (IEEPP). Hacia el mar hay relativa vigilancia del estado; hacia el interior, por tierra, hay una franja de selva salpicada por asentamientos a los que se accede por tortuosos caminitos de tierra o remontando ríos en panga. Territorio perfecto para construir pistas de aterrizaje. De hecho, en una ocasión, hace poco más de dos años, un helicóptero repleto de cocaína se estrelló casi en la frontera con Honduras. Cuando los militares llegaron encontraron no solo el vehículo, sino también tractores y camiones de volteo que construían un complejo de pistas de aterrizaje. ¿Cómo llegaron los camiones hasta ahí? “solo por aire los pudieron haber trasladado”, me dijo el capitán Castañeda. Los vecinos de aquella zona no quisieron devolver ni los camiones, ni los tractores, ni mucho menos la cocaína. Así es esto, aquí se negocia con los indígenas misquitos, mayagnas, ramas o garífunas que habitan la RAAN. Si estos dicen que no, pues no. (Martínez, 243).
Quedémonos especialmente con la frase ‘territorio perfecto’ como la que sintetiza la revaloración de geografías fronterizas y costeras, por muchos años marginadas por las lógicas del centro nacional. Son territorios que fueron vistos como muy poco útiles a las oleadas productivas nacionales como el café a finales del siglo XIX o el algodón a mediados del XX, y que eran considerados como fronteras pobladas por poblaciones ‘incivilizadas’ que lo único que sabían hacer era sobrevivir de la pesca. Como podemos ver, ahora son dibujados como lugares estratégicos para la infraestructura del tránsito de la droga. Justamente a esto me refería al inicio del trabajo cuando hablaba de cómo estas actividades (re) dibujan la frontera.
Vale anotar que el caribe nicaragüense tiene una característica más a la cual el tipo de actividades que aquí estudiamos debe guardar un alto aprecio: es un territorio en el cual quedó mucha población armada después de la guerra de la década de los 80 del siglo pasado. En este territorio, hoy conocido como Regiones Autónomas del Atlántico (RAAN y RAAS), no hubo procesos de desarme como sí sucedió en el pacífico. Como bien explica Martínez:
durante la guerra civil nicaragüense y unos años después, desde aquí operaron dos grandes grupos de la Contra que se oponían a la revolución, unificados en el Frente Indígena. Los FAL y AK-47, armas que escupieron la muerte en las guerras centroamericanas, con las que dispararon los habitantes de Walpasiksa, no vinieron en lancha desde Colombia. Estaban aquí desde la década de los 80. (244)
Con los sucesos de Walpasiksa, Martínez hace mención a una balacera entre pobladores de este municipio y el ejército nacional en el 2009. Este ‘encuentro’ sacó a luz pública y mediática que desde un par de años antes de esta balacera, “Walpasiksa fue territorio de colombianos vinculados al cártel de Cali” (Martínez, 244). Anotemos, para los fines de esta reflexión, que en esta cita encontramos mención a la capacidad desarrollada por grupos transnacionales para generar redes sociales en territorios locales y, más aún, de configurar estos territorios y sus gentes en torno a las lógicas de su oficio. Tal cosa es lo que queda confirmado con la siguiente cita:
desde inicios de este siglo hay registro de redes sociales de las comunidades de la RAAN, como Walpasiksa, que han servido de apoyo logístico a los colombianos que utilizan este caribe—a diferencia de los mexicanos que se deslizan por el pacífico. (Martínez, 245)
Walpasiksa no es el único sitio de esta región bajo un alto nivel de control de grupos transnacionales. Veamos, para citar otro ejemplo, cómo se refiere Martínez a Sandy Bay:
ahí mandan ellos, los vinculados a los narcos. Tienen el poder económico y armado. Ahí operan colombianos, jamaiquinos, ticos, hondureños. Llegan, se están cuatro días, ocho días, hacen sus contactos, salen (Martínez, 253).
- Honduras: ¿De quién es la frontera?
La documentación y exploración que la crónica periodística centroamericana ha realizado de las fronteras de la región no se limita al caso nicaragüense. Movámonos un poco más al norte de Centroamérica. Uno de los más interesantes casos es el de Honduras. En esta documentación la frontera continúa emergiendo como sitio de inteligibilidad de los flujos transnacionales que venimos estudiando. Tanta es la importancia de la frontera para las actividades del narcotráfico, que éstas han dejado de ser calificadas como fronteras nacionales y han pasado a ser llamadas como ‘las fronteras de los señores’, haciendo alusión a los varones que controlan este negocio y a través de él también el territorio.
Cuando aquí hablo de la frontera me refiero al territorio que conecta Honduras con Guatemala. Nombremos un sitio local: El Paraíso. Si de algo no podemos dudar es que aquí hay imaginación para nombrar los lugares. Digo esto porque, como documenta la crónica periodística, la realidad geográfica de estos sitios resulta ser completamente contraria a lo que su nombre evoca. Leamos entonces y pongamos nuevamente atención a las características físicas del territorio:
Así, El Paraíso es un fiasco. Es obvio que los vigilantes de este lugar nos detectaron desde que descendíamos entre precipicios por la vereda lodosa y turbulenta que conduce a El Paraíso, este municipio hondureño que hace frontera con el departamento de Izabal, Guatemala, y que es señalado como la puerta de oro de la droga entre estos dos países. (Martínez, 306)
Si antes de conocer este lugar teníamos una concepción muy occidental del paraíso, ya la podemos dejar de lado. Sin embargo, ese calificativo de ‘fiasco’ resulta, a ojos del narcotráfico, atributo positivo para convertir este sitio en puerta abierta al tránsito de droga. Vale preguntarnos también qué nivel de presencia puede tener el estado hondureño en un sitio fronterizo como El Paraíso. En la misma crónica que citamos antes podemos encontrar respuesta:
En esos lugares, cerca de ese pueblo, el Estado no tiene fiscales asignados exclusivamente para esa región, tiene pocos policías y ninguno de investigación, de unidades especiales. Esa zona, el Gobierno ha decidido entregarla a los señores—complementó el fiscal. (Martínez, 307)
Sumemos esta afirmación, realizada por un investigador e informante, a lo que Castañeda dijo sobre Nicaragua. Recordemos que este último aludía a que la policía realmente no puede combatir el narcotráfico, y que opera bajo un pacto implícito de permisividad. Encontramos algo muy similar para la frontera de Honduras con Guatemala, aunque aquí aún más acentuado porque, no es solo que el estado no tiene presencia que pueda combatir sustantivamente el flujo de mercancías ilícitas, sino que, además, el informante nos sugiere que el territorio fronterizo ha sido entregado al control de ‘los señores’.
Esta situación no es particular de esta frontera. En la frontera que conecta Honduras con Chiquimula, municipio de Guatemala, y con Chalatenango, municipio de El Salvador, parece presentarse la misma situación ya que allí mismo inician los dominios del cártel de Texis. En realidad estamos hablando de un mismo territorio que inicia desde la frontera de Nicaragua con Honduras y sube hacia el norte hasta llegar a Guatemala, terminando en Atlántida, departamento centroamericano declarado como el más violento de la región. A esta ruta se le conoce popularmente como ‘el corredor de la muerte’, y es la ruta por excelencia del tráfico de cocaína.
La crónica periodística de Martínez nos confirma la presencia de grupos y cárteles mexicanos en estos territorios:
En Copán todos saben quién manda. Ese es territorio de gente vinculada al cártel de Sinaloa, aunque no son exclusivos de ellos. Operan como agentes libres de quien pague, pero tienen una estrecha relación con Sinaloa. Incluso tenemos una alerta constante porque sabemos que (Joaquín) El Chapo Guzmán (jefe del cártel de Sinaloa) suele venir a los municipios fronterizos con Guatemala. Este año hemos detectado presencia de Los Zetas. (Martínez, 309)
Como podemos ver, hay movimiento en la frontera. Una frontera que, vale la pena aclarar, no tiene aduana; es “frontera en pleno monte” (Martínez, 310). Aunque en los últimos años no había duda de que Guatemala estaba a la cabeza en cuanto al transporte de cocaína a los Estados Unidos, aparentemente, esto viene cambiando debido al pujante poder de negociación de cárteles en presencia en Honduras, sobre todo los asentados en sitios turísticos como las de Santa Rosa de Copán. Según confirman fuentes periodísticas, estos grupos hondureños están adquiriendo capacidad de negociación e intercambio con cárteles mexicanos sin pasar necesariamente por la mediación de los grupos guatemaltecos.
Volvamos a El Paraíso. En la crónica sobre este sitio, titulada La frontera de los señores, podemos ver cómo la geografía y los territorios de frontera adquieren valor de nominación topográfico y económico por constituirse en corredores de la droga. De lo contrario, son sitios sin valor alguno en las cartografías económicas internacionales y nacionales. Lo mismo podemos decir de las gentes que los pueblan. En su crónica, Martínez es enfático en recordarnos que, “El Paraíso es un municipio refundido en la frontera, refundido en Honduras, con acceso de tierra, de lodo” (313), y en darnos pruebas de que sus fuentes no mienten cuando aseveran que ‘los señores’ tienen el control. Varios son los ejemplos que nos da pero tomemos el siguiente como ilustración:
-Hay cosas que todos sabemos. Como que en El Paraíso, para las elecciones de alcaldes y diputados del 2009, las urnas se cerraron a las once de la mañana con ayuda de hombres armados, que repartieron tres mil lempiras a cada delegado del Partido Liberal y los despacharon. Se llevaron las urnas y las terminaron de llenar—me dijo el exalcalde en el desayuno. (Martínez, 313)
Si para la policía este lugar no merece ser llamado El Paraíso, podemos estar seguros que para otros sí lo merece. Si no, ¿cómo explicar semejante poder de convocatoria saliendo de un pueblito de calles de lodo como nos explica Martínez aquí?:
—con todo y su mala fama, Ardón es el alcalde de un pueblito perdido, pero es capaz de convocar, como lo hizo para la inauguración de su palacio municipal con helipuerto, a los políticos y empresarios más importantes de este país. Es un hecho. (…) porque uno de los mecanismos más eficientes para asegurarte tu tranquilidad, tu bienestar como señor de la frontera, es financiar campañas políticas departamentales y nacionales. (314)
Subrayo lo de ‘palacio municipal con helipuerto’. Podemos notar una curva en cuanto a la manera en que se hace de la frontera un sitio de enunciados. Primero nos encontramos con la frontera como lugar precario, con la mínima infraestructura para la vida social. A continuación, emerge la frontera con el signo de la abundancia: helipuertos, capitales, miembros de la élite política, empresarios. El tráfico de mercancías ilícitas y las prácticas transnacionales desde abajo producen esta curva; de representar la frontera el último rincón del país, pasa a ocupar un lugar central de atención cuando “es considerada la principal puerta de salida terrestre de esa droga hacia Guatemala.” (Martínez, 316)
No podríamos cubrir la región centroamericana si no mencionamos los roles que desempeñan una de las principales redes establecidas por los grupos transnacionales en el terreno. Me refiero a las maras y las pandillas. El trabajo periodístico de Daniel Valencia Caravantes, otro de los periodistas de El Faro El Salvador, nos brinda información al respecto. En su crónica titulada Se hunde Atlántida—recordemos que antes hicimos alusión a este sitio como el más violento de toda Centroamérica— menciona que, el papel que interpretan las pandillas en la región es claro: consiguen tratos para abastecer sus mercados en San Pedro Sula y Tegucigalpa, defienden territorio y permiten que los reyes del narcomenudeo crezcan en la costa, siempre y cuando paguen un tributo a la Mara Salvatrucha, en la ciudad de Tela, y al Barrio 18, en La Ceiba.” (Caravantes, 339)
- Guatemala: (re) configuración de la vida y cultura de sobrevivencia
Subamos un poco más la frontera y situémonos en Guatemala. La frase que viene a continuación, de la crónica Guatemala se escribe con zeta, es una excelente entrada para analizar este caso de la región:
Si se asume la sonada frase de que, en tema de drogas, México es el patio trasero de Estados Unidos, bien se podría asumir que Centroamérica lo es de México. Un patio sucio y descuidado, conectado a México por una única puerta trasera. La frontera con Guatemala sería lo más parecido a esa puerta. (Martínez, 165)
Nos encontramos nuevamente con dos corredores principales: uno que se desarrolla por el pacífico y otro que lo hace por el atlántico. La metáfora de la puerta trasera merece ser detallada en su extensión. Es una puerta de 950 kilómetros de línea fronteriza, algo nada desdeñable para poner en marcha ese conjunto de movimientos que aquí vemos como prácticas transnacionales desde abajo y en la ilegalidad. Y es que en Guatemala se encuentran los grupos con mayor tradición de la región, familias consolidadas desde la década de los 70, cuando los tambores de guerra civil sonaban por toda la región.” (Martínez, 165)
Una de las noticias más recientes nos lleva justamente a reafirmar nuestra tesis de que en la región se están fortaleciendo prácticas y redes transnacionales. Se trata de la entrada del grupo mexicano Los Zetas. Pero no una entrada intermitente, de entrada por salida. Su aparición es en primer plano, eligiendo una región guatemalteca como base de operaciones. Leamos un poco al respecto y pongamos atención a la recurrencia de la frontera en la racionalización del territorio de operaciones:
A finales de 2008, Los Zetas eligieron Alta Verapaz como base de operaciones para Guatemala y, dicen algunos, para toda Centroamérica. No hacía falta ser un genio para escoger este departamento. Alta Verapaz es el cuello de botella de Petén, un departamento que casi duplica en extensión a El Salvador, que acapara la mayor extensión de la frontera con México, y que tradicionalmente ha sido punto de trasiego de armas y drogas. Para llegar a Petén, Alta Verapaz es un paso casi obligado, y ofrece la ventaja de que se encuentra a tres horas en carro de la ciudad de Guatemala. (Martínez, 168)
Lo anterior queda confirmado en otra crónica de Martínez. En su trabajoSer nadie en tierra de narcos, nos brinda la perspectiva de las autoridades militares guatemaltecas sobre los movimientos de la frontera:
Las autoridades militares guatemaltecas tienen claro que este es el tramo de frontera más problemático del país. La fórmula que aplican es que mientras más cerca está la frontera al océano pacífico, más se puede hablar de migrantes, de contrabando de mercaderías, de grupos criminales locales, de prostíbulos, de la trata, de machetes y de pistolas; en cambio, mientras más cerca de Petén está, más se habla de grupos transnacionales, armas de asalto y vínculos políticos. (Martínez, 211)
En su análisis, él trata de comparar la situación del estado mexicano de Sonora con la del departamento guatemalteco de El Petén. Para nuestro análisis es útil que no considera solamente el hecho de ser sedes del crimen organizado en cada uno de los países, sino que además considera las características demográficas. Leamos qué nos dice al respecto:
Las similitudes entre Petén y Sonora no se limitan a ser sedes principales de las grandes ligas del crimen organizado de los respectivos países; también se parecen por sus características demográficas: terrenos con zonas solo accesibles por aire o en poderosos vehículos y, por tanto, despobladas. La región sur de Petén es zona de, cada vez más, amplias extensiones privadas elegidas por empresas transnacionales para sembrar caballerías y caballerías—medida de superficie que equivale a 64 manzanas o a 45 hectáreas—de palma africana. (…) Justo en la franja central del departamento, delgada en proporción con el resto, se extiende de sur a norte una tira urbana, despoblada en sus extremos laterales, que deja paso a lo verde e indómito y a las caballerías de familias acusadas de estar vinculadas con el crimen organizado (Martínez, 211)
Las crónicas y la producción literaria hasta aquí estudiadas informan mi tesis de Centroamérica como corredor transnacional del narcotráfico; ruta de tránsito de mercancías y personas de múltiples nacionalidades involucradas en procesos de intercambios económicos y simbólicos transnacionales. Se trata de procesos que están (re) configurando la región, la vida y cultura de sobrevivencia de sus poblaciones, y que también nos hablan de nuevos ejes de conexión mercantil.
Vimos también cómo emergen tres conceptos importantes en el estudio de dinámicas transnacionales, a saber, 1) transnacionalismo desde abajo, 2) el redimensionamiento y valoración de lo local, 3) y las redes sociales. Mientras el primero de ellos nos informa sobre la dimensión subterránea y el estatus de ilegalidad bajo el cual se desarrollan las actividades del narcotráfico, la segunda y la tercera operan post facto, es decir, nos dejan claro el nivel de inmersión que tienen sobre el tejido social y su capacidad para generar nuevos códigos de intercambio sociocultural.
Licenciado en Ciencias Jurídicas por la Universidad Centroamericana (UCA) y Maestría en Ciencias Sociales por el Programa Centroamericano de Postgrado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).
Actualmente es investigador y profesor del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, Universidad Centroamericana (IHNCA-UCA).