Ficción: Susana y el sol
1 junio, 2024
―¡Susana!
Sentada en el escalón de la puerta (¿ella?), Susana mira la calle (¡mírala!). Con sus ojos (¡ella!) recorre fachadas de edificios, andenes solos, autos que transitan de vez en cuando (¡descarada!). Luego sonríe para sí, levanta la cara y los hombros desnudos, cierra los ojos y se entrega (qué rico) al disfrute del sol. La mañana de domingo es luminosa, sorprendente para esta ciudad apabullada por casi dos meses continuos de nubarrones y aguaceros. Los deportistas de la cuadra fueron los primeros en notar el súbito verano y ya salieron rumbo a la ciclovía. En bicicletas, en patines, a pie, desfilaron solos o en grupos pequeños, provistos de tenis y sudaderas y cascos y cantimploras. Fueron los primeros, pero no los únicos. Un grupo de adolescentes (quiubo men) empieza a reunirse en la esquina, en actitud despreocupada. Discuten las opciones (salgamos, juguemos un picado, salgamos, vamos a la tienda, salgamos, hay sol, salgamos). Y de nuevo discuten las opciones (salgamos): o seguir la ruta de los deportistas, en jauría de bicicletas, o arriesgarse a explorar a pie las montañas que acechan la ciudad. La segunda opción gana por mayoría (montañas, sol, aventura). Cinco de ellos (ya volvemos) corren a sus apartamentos y regresan con cantimploras y morrales pequeños, donde se abultan naranjas, leche condensada, bocadillo de guayaba, paquetes chatarra. Los demás revisan vestimentas: tenis resistentes, ropa cómoda, cachuchas para burlar al sol, chaqueta impermeable (por si acaso). Sus risas llenan la cuadra (nos vamos). Pasa un largo rato antes de que todos se consideren listos y, por fin, suena la voz de mando (nos vamos).
Los pasos iniciales de la improvisada excursión, valientes, optimistas, vacilan cincuenta metros adelante, tropiezan, se empujan unos a otros, se detienen. La aventura se desdibuja de repente, al descubrir en esa puerta a Susana (¡Miren!). Y Susana se descubre observada. No alcanzaron a verla cuando estaban en la esquina (tan bella). Sólo ahora, al pasarle cerca (toda pulposa). No la conocían, pero saben lo que ocurre en ese edificio de cuatro pisos (¡UAU!). En alguna época debió tener apartamentos, pero hoy se encuentra (eso dicen) intercomunicado por puertas y escaleras y pasillos secretos y salones y habitaciones y saunas y bares (eso dicen), cuatro pisos con un solo propósito (no me digan). Por eso la miran (¡una de ellas!), comentan en voz baja (tan pálida), se tapan la risa (tan lanzada), se estremecen (tan bella), y ninguno se atreve todavía a dar el primer paso para dejarla atrás y retomar el objetivo inicial de las montañas (¡Qué mujer!). Los ojos de los muchachos empiezan a mirar a Susana desde abajo, desde los pies (tenis blancos, de niña), suben por sus piernas cubiertas por un pantalón rosado de sudadera (tan largas), descubren la blusa azul cielo con los hombros destapados (esa piel), donde ni siquiera la posición discreta, un tanto encorvada hacia delante, logra disimular el tamaño y la pujanza de los senos (¡UAU!). Allí se detienen, entre los hombros, que dan una idea del color de piel, y los senos (¿se los viste?). Sólo algunos llegarán más arriba (tan bella), al cabello oscuro, recogido por detrás en una moña, a la cara blanca y los ojos cerrados (no nos ha visto). Los ojos cerrados de cara al sol (lo que yo quiero son sus rayos).
―¡Susana!
A Susana, piel desgastada, sin maquillaje, expresión de disfrute total (qué rico), las miradas le resbalan. Desde que decidió sentarse a la entrada del edificio, veinte minutos más atrás, se sabe observada y no le importa. Los conductores de dos o tres automóviles, surgidos de garajes vecinos, la miraron con intensidad (al fin se dejan ver), por encima de las caras de esposas o hijos (¿quién es?). Igual algunas mujeres rumbo a Carulla (ahora sí nos fregamos), igual los niños (yo creía que allí no vivía nadie, mami). Igual los deportistas (mamita). Le (me) resbalan. Desdeñosa (lo que yo quiero es el sol).
―¿Dónde está Susana?
El edificio de cuatro pisos no se distingue de los demás en su aspecto exterior (si supieran). Salvo por un detalle sólo perceptible para los vecinos (¿te fijaste?): las oscuras cortinas cerradas día y noche. Corren rumores y quejas desde hace tiempos (que se vayan). Este tipo de establecimientos no debe funcionar en barrios decentes (tenemos niños). Recolección de firmas. Protestas del comité de vecinos (que se vayan). Panfletos en las paredes. Peticiones firmadas en manos de concejales, del alcalde local, del alcalde mayor, de autoridades nacionales. Un par de notas en los periódicos (sin fotos, por favor, no queremos esa publicidad). Nada ha valido: los autos lujosos, de vidrios oscuros, que entran al garaje, o que a veces se detienen enfrente unos segundos mientras desciende su ocupante (descarados también), proveen suficiente protección. Corren rumores sobre la calidad y la investidura de los clientes (así cómo). Nadie en la cuadra tiene tanto poder (eso dicen). Por eso, con el tiempo, ha imperado la costumbre. Y un acuerdo tácito, en beneficio de las partes: negar toda evidencia. Por eso las cortinas. Por eso las paredes y vidrios contra el ruido. Por eso el silencio lúgubre. Por eso la discreción para entrar o salir, tanto de clientes como de muchachas (si supieran). Por eso pocos notan sus apariciones, cubiertas por gafas y abrigos oscuros, siempre en taxi hasta o desde la puerta, nunca un recorrido a pie por esta calle. Por eso el horror (nos jodimos), el escándalo pintado en tantos ojos, ante el atrevimiento de Susana (lo que yo quiero es el sol).
―¡Susana!
La luz artificial, el maquillaje, el humo del cigarrillo, las sonrisas fingidas, la saliva, el semen, el sudor, las cremas, las caricias sin amor, las uñas, los mordiscos, las palmadas, el cansancio, el licor, las sábanas, los espacios opresivos, resecan la piel, la cubren de pliegues mínimos, impensables para sus veinte años (lo que yo quiero es el sol). Demasiado tiempo en ambientes cerrados. Demasiados alientos. Demasiados ojos. Demasiados dedos. Demasiados labios. Demasiados gemidos falsos.
―¿Dónde se metió Susana?
A esta hora de la mañana la luz del sol llega plena hasta la puerta del edificio. Susana la siente (¿ella?), la disfruta (qué rico). No le importan las miradas de los muchachos (¡UAU!) que no lograron avanzar en su excursión y formaron un pequeño tumulto en diagonal a ella, ni tan cerca para evidenciar su interés, ni tan lejos para no perder detalle (es linda). Levanta más la cara, con los ojos cerrados, y la ofrece a esos rayos (¿puedes creerlo?). Cada movimiento suyo (¡Nos jodimos!), por mínimo que sea, suscita un suspiro, una sonrisa, un coro de rumores (tan bella), entre los muchachos, y nuevas señales de rabia entre los demás vecinos de la cuadra (¡descarada!). Susana siente el calor en su piel (cuánto tiempo sin sus rayos). Quisiera exponer más, ofrecer el pecho, el ombligo, las caderas, las nalgas, las piernas, las rodillas, los pies, toda esa piel blanquecina, desgastada, transparente. Sabe que no puede hacerlo. No debe. No se atreve. Al menos la cara y el cuello, al menos las ojeras y los hombros y los brazos, y de ñapa las manos. No logra evitar una sonrisa (nos recontrajodimos).
―¡Susana!
La voz gruesa de mujer resuena desde adentro del edificio y alcanza por fin a Susana (¡por fin!). Susana da un brinco (¡no!), abre los ojos (se nos va), congela la sonrisa (qué pesar). Intenta una disculpa (menos mal), que se diluye bajo una ráfaga de palabras de la otra mujer desde adentro (ya era hora). De mala gana, se levanta (¡No!). Lo hace despacio, a propósito, procurando alargar los segundos de sol sobre su cuerpo (al menos lo sentí en mi piel). Antes de entrar lanza una mirada a la calle. Sonríe a los muchachos (¡Nos vio!). Una sonrisa de quince años (tan bella). Se da vuelta, como una reina de belleza (nos super-recontra-jodimos). La cuadra entera la mira, expectante (¡Se nos va!). Las miradas tal vez no le resbalan (¿Y ahora qué hacemos?). Lamenta el sol, ese sol limpio y mañanero (¿Las montañas? ¡Para qué!). Es lo único que quiere extrañar (¡Por fin! Qué pesar. ¡Descarada! Se nos fue. ¿Quién era, mami? Tanto tiempo sin sol. Una aparición, viejo men. Bellísima. Buenísima. ¿Viste sus ojos? Una perdida. La perdimos. ¿Y ahora qué hacemos? Adiós). Es lo único que quiere extrañar, cuando cierre la puerta y deje respirar al barrio.
Comunicador Social Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Texas en El Paso. Docente de larga trayectoria en el campo de la creación literaria, tanto en los programas de la Universidad Central como en los talleres de Idartes y otras instituciones. Actualmente es el director de los programas de pregrado y maestría en Creación Literaria de la Universidad Central. Ha ganado diversos premios literarios en los géneros de cuento y novela, el más reciente de los cuales fue el Premio Ñ Ciudad de Buenos Aires, obtenido en octubre de 2019 con la novela Te acuerdas del mar. Ha publicado las novelas Duelo de miradas (2000), El arreglo (2008), Once días de noviembre (2015), Te acuerdas del mar (2020) y Los aparecidos (2022) y el e-book de cuentos Desde mi ventana (2017).