Tambor Olvidado

1 junio, 2007

El escritor y periodista Mario Urtecho, reflexiona sobre la llamada de atención de Sergio Ramírez hacia uno de los silencios más persistentes de la Historia de Nicaragua: su herencia negra y africana. Con el tiempo, más que un silencio, ha sido una negación, y con trabajos como Tambor Olvidado se quiere destapar una verdad evidente que aún se niega: que Nicaragua es negra, también.


“Lo negro sigue siendo intolerable, en un sentido tácito. De eso no se habla. Un silencio sepulcral cae alrededor de su presencia en nuestra historia, y en los elementos culturales que componen nuestra vida diaria, al punto que, todo aquello que proviene de la herencia africana es disfrazado como indígena” -asevera Sergio Ramírez en Tambor olvidado, su última obra-, la que por la complejidad y el dramatismo que circunda a los acontecimientos históricos referidos, la hacen parecerse más a una de sus excelentes novelas, que a eventos de una realidad sorprendente, que en esta América nuestra, en numerosas ocasiones, supera sobradamente a la ficción.
 
Con la mira de provocar la discusión sobre la formación de la identidad nicaragüense, y sustentado en su excelencia literaria, Sergio Ramírez, muestra y demuestra, la presencia y persistencia de la influencia de la raza y la cultura africana en la formación de nuestra identidad. Sobre este tema, convertido por particulares intereses en estigma y anatema, no se habla. Es más, ha sido soslayado y ocultado por historiadores contemporáneos. Sobre ello debatió el escritor con medio centenar de nicaragüenses y extranjeros, de oficios, disciplinas académicas y visiones heterogéneas, convocados del 9 al 11 de mayo por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centro América (IHNCA).

“La mezcla de culturas entre los conquistadores y colonizadores españoles con los pueblos aborígenes que poblaban Nicaragua -aseveró Ramírez- ha recibido siempre un carácter de exclusividad para explicar el mestizaje, el que ha servido como señuelo, y como fetiche, para explicarnos a la vez como país. De allí resultan, se afirma, el castellano que hablamos, nuestra música anónima, nuestro catolicismo practicante, nuestras tradiciones populares, nuestra cocina, y hasta nuestro modo de ser como pueblo de ingenio marrullero”.

Sin embargo, -acotó- “casi nada se ha hablado del tercer componente clave, el africano, presente de manera no sólo perseverante durante ese período, sino abrumadora, tanto que para finales del siglo XVII, la población de Nicaragua en la franja del Pacífico, estaba compuesta en su mayor parte por negros, zambos y mulatos. Sólo los mulatos -surgidos de la mezcla entre españoles y negros, o entre mestizos y negros- tenían cotas demográficas superiores a las de los mestizos resultantes de la mezcla entre españoles e indígenas, y ya no se diga las de los indígenas mismos, que en determinado momento casi desaparecieron”.

El escritor mostró las rutas marítimas utilizadas desde 1516 por tratantes de esclavos genoveses, portugueses, holandeses, franceses e ingleses, como la South Sea Company, que en 30 años (1713-1743) embarcó desde África 150,000 esclavos. Se calcula que durante los siglos de la esclavitud cerca de 20 millones de personas fueron desarraigadas y sometidas a las travesías de África a América, pavorosa odisea que provocó el más grande holocausto cometido contra la humanidad. Uno de cada tres, sucumbían en el viaje, lo que equivale a que 7 millones de almas quedaron en el mar. El tráfico de esclavos en territorios coloniales, creó un inmenso triángulo mercantil: en Europa, los navíos cargaban géneros de lana y algodón, baratijas, aguardiente y metales destinados a África; allá, embarcaban esclavos a ser vendidos en América; y de aquí, se llevaban metales preciosos, oro y plata, o materias primas, algodón, azúcar, añil, cacao y tabaco, para ser elaborados en Europa.

En las tres sesiones de trabajo en que fueron distribuidas las ponencias, nos asomamos a los orígenes de los negros ladinos y negros bozales; a los procesos de inmigración negra en el Caribe y en el Pacífico; a la participación demográfica y social de los esclavos negros, y libertos, en el proceso de mestizaje durante la Colonia, y a los rasgos característicos de los colonialismos inglés y español, en tanto marcas de procesos culturales distintos.

Además constatamos, que igual que en el resto de Centroamérica, la sociedad nicaragüense fue dividida en castas: chapetones, criollos, mestizos de sangre española e india, indígenas, negros y derivados; y que el pase de una escala a otra era vigilado con celo por las leyes coloniales. Los criollos debían probar ante las autoridades, con documentos y el testimonio de seis vecinos honorables, que el solicitante y sus abuelos, en tres generaciones contadas hacia atrás, eran españoles de limpia sangre, sin mezcla de moros, judíos, esclavos, ni de los recién convertidos a nuestra Santa Fe, ni penitenciados por el Santo Oficio.

Sin embargo, numerosas familias de comprobado origen mulato, mediante ardides y dinero,  lograron blanquearse, alcanzando así su sueño, al menos en papeles, de parecerse a los europeos. Para los mulatos descendientes de esclavos, la manera de escalar era instaurando el silencio alrededor de su procedencia, y dar a ese silencio un carácter social, de modo que el triunfo estaba en volverse invisibles. Lo mejor era desaparecer y callar. No es de extrañar entonces -afirma Ramírez- que la herencia africana haya estado siempre bajo represión, y pasara a convertirse en un mudo estigma.

Que los mulatos fueron los primeros en alzarse contra la Colonia, antes de los movimientos por la independencia, está entre los acontecimientos silenciados. Refiriéndose a la rebelión de 1725, Ramírez reseñó que los amotinados “no quisieron comparecer ante el Gobernador, como se les mandó, y fueron a reunirse en la plaza del barrio San Felipe, de mayoría mulata, como lo eran los de Laborío y Zaragoza en León. Estaban bien apertrechados, porque cuando depusieron sus armas, les fueron recibidas: 3 botijas de pólvora, 417 fusiles de buen servicio; 64 mosquetes y arcabuces; 318 bayonetas; 6 piezas de artillería; 2 falconetes montados con su lanada y atacadores; 3,506 balas de fusil y 24 de artillería.

Además, el pueblo, que acompañaba a la milicia, estaba armado con machetes y lanzas, y las tropas que defendían al gobierno, estaban dispuestas a unirse a los alzados. Rebelión similar ocurrió en 1740, jefeada por el mulato Antonio Padilla, cuyo cuerpo, después de ser ahorcado, fue descoyuntado -como el de Tupac Amaru- y sus miembros exhibidos en calles y caminos, para escarmiento de los mulatos levantiscos. Se sabe que sangre mulata circuló en las venas de Cleto Ordóñez, Ponciano Corral, Luis Mena, José Dolores Estrada, Augusto Sandino y nuestro “paisano inevitable” Rubén Darío, nieto de “mulatos de este vecindario”.         

El componente negro está en todas las manifestaciones de nuestra cultura. En la música se le encuentra en la marimba y en instrumentos de percusión, maracas, juco, quijongo, tambores y atabales; en bailes y bailetes callejeros de chinegros, negros, negritos, negras, diablos y diablitos, dentro de la mixtura del Caribe africano; y como manifestaciones populares, en las fiestas de los santos patronos en Nicaragua, donde se ha producido un sincretismo religioso triple, al ser trasladados y encubiertos los dioses indígenas y africanos en los altares y al santoral católico. De allí la presencia de Cristos negros en varios pueblos, productos de una inteligente estrategia colonial para catequizar negros, mulatos e indios.

Los ensalmos, conjuros, oraciones mágicas, ritos de embrujamiento y hechicerías también están en esta mezcla de culturas, comparándose y estableciéndose similitudes en oraciones usuales que, la gente utiliza en diferentes partes del Caribe y Nicaragua para mejorar su suerte, inutilizar rivales o alcanzar amores erráticos o casi imposibles.

Producto de esas tres vertientes es gran parte de nuestra cultura culinaria, en particular, los platos insignias, cuyas raíces están y/o tienen influencias africanas: la carne en vaho, el vigorón, el mondongo, el gallo pinto y el curbasá. También de la tradición africana e indígena provienen los cuentos de camino, que tienen animales como personajes, usuales en Nicaragua, como el Tío Coyote y el Tío Conejo; y por supuesto, la presencia africana vive y se reproduce en nuestra habla cotidiana, poblada de una cantidad de palabras de origen africano: banano, burundanga, cabanga, cachimba, guaro, macuá, macumba, mambo, marimba, marrulla, tanga, zambo, zarabanda…

Con seguridad, este nuevo libro del consagrado escritor Sergio Ramírez, no sólo provocará discusión sobre la formación de la identidad nicaragüense, sino que -su valiosa y numerosa información- lo hará un referente necesario para historiadores, actuales y venideros, y para estudiosos de diversas disciplinas, en su ingente oficio de descubrir, desempolvar y articular eslabones, que evidencien y visibilicen los verdaderos sustratos sobre los que está construida nuestra nicaraguanidad. 

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Diriamba, Nicaragua, 1954.
Autor de Voces en la Distancia, ¡Los de Diriamba!, Clarividencias, Los nicaraguas en la conquista del Perú, Mala Casta, La mujer del padre Prado y otros cuentos y 200 años en veremos. Editó la Revista Literaria El Hilo Azul y ha revisado obras de prestigiados novelistas, cuentistas, poetas, y ensayistas, incluidas la antología Pájaros encendidos de Claribel Alegría y la poesía completa de Leonel Rugama y Ernesto Cardenal. Cuentos, ensayos y artículos suyos han sido publicados en diarios nicaragüenses y de otros países y en la Antología del Cuento Nicaragüense de Fernando Silva, Revista y Antología de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Revista Cultural Centroamericana Carátula, Editorial Alfaguara, Revista Cultural El Golem, México, L ́Ordinaire Latino-américain (Toulouse, Francia), Editorial Nuevo Ser (Argentina) y Memoria del Encuentro Internacional Rubén Darío en el centenario de su muerte.