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Texto después de Incurable, de David Huerta. No me buscarías si no me hubieras encontrado

1 agosto, 2011

David Huerta tiene en Incurable una de sus creaciones poéticas de mayor envergadura. Poeta de los sucesos internos del ser, David ha realizado con este libro un profundo ejercicio mayéutico. Incurable puede ser caída a los infiernos de la existencia, también redención, pero sobre todo: tránsito por la vida. El poeta Corea Torres después de compartir un seminario con Huerta, y el crítico y narrador José Prats Sariol, a propósito de la obra de David, en la Universidad de las Américas en Puebla, México, escribió este texto, producto de una atrevida exploración a Incurable. Aquí en Carátula, ahora, ofrecemos su desmenuzada perspectiva.


“…Por el resquicio del día
entro en mi repleta soledad…”

David Huerta.

Desde las entrañas de la piedra. De la minúscula partícula de ella, donde está el ojo de agua del que mana la creación. Desde ese centro, nace el deseo por la expresión. Creo que no habría otra forma de escribir Incurable, el poema largo de David Huerta, si no es desde ahí, con la posesión entrañable de la lengua.

Una orgía de palabras de las que dispone el poeta para transponerlas más allá de sus sencillas connotaciones, pese a que en sí mismas, por sí mismas, su significativa forma y sentido estén también frente a nosotros con su multiplicidad de acepciones, dotadas de  sensualidad, negociadoras de la interpretación, otorgando vitalidad a un cuerpo poético ingente.

Poema por demás extenso y arriesgadísimo es Incurable, se significa como una empresa que nos arrima al referente del poema de largo aliento escrito en español.
Su lectura demanda el concurso del mayor número de acepciones y definiciones cuya sustancia fortalezca el entendimiento y entrar a la razón de ser, contenida en el corpus poético. Exige bagaje, reflexión, recursos de naturaleza gramatical al igual que literarios, porque quedarse en lo literal disminuiría el aserto, reduciría el territorio caminado por el poeta.

¿Cómo poder olvidar El archipiélago, de Friedrich Hölderlin; Canto a mí mismo, de Whitman; El cementerio marino, de Valéry; Canto Cósmico, de Ernesto Cardenal; El guardador de rebaños, de Pessoa; Altazor, de Huidobro; Muerte sin fin, de Gorostiza; El canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos, sin tener en cuenta Incurable?

De pronto, en su magnitud, guardando ciertos toques gongorinos: como un embadurnamiento al misterio para que el lector, aún el lector de poesía, se detenga a investigar, a seguir los caminos propuestos por la hermeticidad y desempañar el sentido, esa “…arca donde las vísceras conectan en parejas y se derraman y se complementan como legiones meticulosas o como púlsares en un abrazo que se enciende en universos infinitesimales” (pág 16 Cap. 1 Simulacro).

El deseo de mantener el lenguaje en su elemento: la palabra como la protagonista del poema. Cuando se ha leído a Lezama Lima, ya poeta, ya narrador, quiero decir: siempre poeta, me hace pensar en una relación mucho más allá del influjo del escritor cubano sobre David, permeada en la amistad de su padre Efraín Huerta. Ambos –David y Lezama- se aventuran a asir el lenguaje por los cuernos y luchar solos, en la pradera, sin ojos extraños, forcejeando para sonsacar las palabras que necesitan, y cuando ya las han conseguido devenir en el regodeo, la caricia, en ocasiones las arideces, los exabruptos, pero ellos las amansan sobándoles el lomo, haciéndolas comprender su destino, la permanencia en la música y el sentido que demanda toda obra poética, como sucede en Incurable.

Sí, Lezama Lima y David Huerta entienden que el protagonismo no es el del creador, sino de ellas: las palabras. Ya las hicieron chillar.

El yo lírico de David, que habla a lo largo y ancho de Incurable, funciona como vehículo para realizar una práctica de la lectura de la vida y trata de resolverla a modo de memorial, búsqueda asociada a la construcción de un lenguaje lo suficientemente flexible para aclarar las oscuridades y las tenebras que pudieran ocasionarle la intensidad del poema.

Incurable es tránsito donde se desbrozan una serie de aproximaciones. David, persevera, lo hace alumbrado, alucinado por descubrir un misterio que anticipa y tal vez no entienda, es decir: intuición que no es entendimiento, porque la intersección de complejidades armadas lo induce en cierta medida a ¿violentar?, ¿provocar? el lenguaje, llevándolo a expresar lo que en situaciones que llamaríamos normales no expresa, o sea “haciéndolo caer en cuenta”, según diría José María Espinasa en un breve ensayo a propósito de la traducción de Variaciones sobre un tema, de Mallarmé, escrita por Jaime Moreno Villareal.

¿Y entonces por qué lo leo si no es para convertirme en una suerte de intérprete de sus palabras, de las ideas de un poeta que no tiene cura? ¡Ah! porque la poesía es un opio, jardín de delicias y de horrores que mina, a veces lenta y otras rápidamente, el alma de quien la encuentra. Y entonces febril recoge las imágenes de otro universo paralelo. ¿Mirada enferma? Tal vez, porque toca las cosas desde la calentura, las ve duplicadas, con raros fulgores y una luz diáfana, es decir, una realidad real y otra perturbada.

Soportado en nueve capítulos (Simulacro, Residua, Puerta de vidrio, Fragmento, La mañana, Los ídolos y las pasiones, Incurable, Alguien puede llegar y Rayas), David ha conformado un sólo poema. Cada cual ofrece una serie de estrofas largas que funcionan cual entes autónomos, separados entre ellos por un doble espacio, como para dar respiración y permitir girar temáticamente dentro del todo del capítulo.

En el periplo de Simulacro, la primera parte, el yo poético en contubernio con el tú derivan en una tercera expresión, contenidas en un mismo sujeto: trinidad que se observa en el espejo de lo cotidiano. El sujeto poético recorre la ciudad con la querencia por el lugar de origen, hay en ello una insobornable evolución, aunque mínima, del ser ante el embate del día. La tarea permanente de cuestionarse sobre el génesis personal y la permanencia, es decir, sobre el ser y el quehacer: ¿De dónde vengo? ¿Quién soy? ¿Qué hago en esta metrópoli en donde parezco espectro del hombre que camina a diario por sus calles destilando sueños?; acaso un ser que esgrime la búsqueda del significado del lenguaje para descifrar lo que tiene enfrente: “Si el mundo es la mancha en el espejo, el lenguaje y la/ escritura son la materia que lo contesta, agregándolo a sí mismo/ en sonoridad o grafía…” (pág 47. Cap. 1 Simulacro). 

El poema pues, en Simulacro, es una abertura por donde se observa cual aleph borgiano al hombre que camina con la enfermedad del anonimato, el sueño, su cuerpo, la escritura, la voz, llegando a alcanzar grados de intensidad plena cuando acude al oscurantista para confesar su ineptitud con aquello que a veces no puede expresar, y en donde conjetura, más adelante, que si no se juega con la verdad se juega al contrasentido: “En el peso de todo simulacro asoma el naufragio de cualquier/ escritura dispuesta a convertirse en su propia hoguera” (pág 47. Cap. 1 Simulacro).

Esa intransigencia por la búsqueda de la voz que lo distinga, será, a decir de Ignacio Solares, el rasgo característico (tal vez más doloroso) de un poeta, “será la deidad personal (el demonio socrático) que de alguna manera le dictará cuanto escriba”. En este sentido parece que David encontró en la expresión de largo aliento de Incurable su manera de manifestarse. Versificación a lo ancho de la página y el poema como teatro de la narración.

La necesidad por expandir y ampliar el lenguaje hasta sus últimas consecuencias lo lleva de pronto a caídas irremediables que pueden observarse en Simulacro, por ejemplo, la repetición exhaustiva de la palabra “todo” en la estrofa donde habla de las “hordas de mí” (pág. 19), también el abuso en algunas partes del enumeramiento como elemento sustantivo de la construcción, ese inventariar las cosas tratando de implantar contextualidades, -aquí se hace necesaria la referencia de Walt Whitman y descubrirlo como el gran enumerador de la poesía del siglo XX a la vez influjo de Neruda y Borges en la literatura latinoamericana-. Me pregunto ¿otro homenaje?

Minucias aparte, tales debilidades no desgajan las ramas del árbol, que a propósito de arborescencias remite al homenaje explícito de Huerta a Lezama Lima cuando lo alude directamente: “todo un vacío adornado con arcos invisibles de Viñales”, o en otra zona de Simulacros desde donde acude a las estribaciones del curso délfico lezamiano: “las palabras que suenan/ como legión desde mi paladar hasta las teclas de tu lectura” (pág. 18. Cap. 1 Simulacro)Básteme decir que por sí mismo Incurable contiene ese reconocimiento al creador cubano desde que David decide emprenderlo con semejante cantidad de palabras: ¿barroco? ¿manierista? ¿perturbación que otorga la mirada del enfermo?

Vale la pena atreverse a mirar el lenguaje de la ciencia atribulado por la persistencia de David en entablar con ella diálogo constante y sonante, así la utilización de conceptos de la física mientras menciona la materia, se hace presente: ängstroms, litros cúbicos, años luz: “púlsares en un abrazo que se enciende en universos/ infinitesimales…” (pág 16. Cap. 1 Simulacro).

El poeta es otro después de su escritura, pasando Simulacro, Huerta accede a otro estadio en Residua, segundo capítulo de Incurable, en esta parte se refleja con mayor brillo lo que eran barruntos al inicio: la plaga de las construcciones grandilocuentes de súbito arquean el cuerpo del texto, lo hacen trastabillar, de tal suerte que acopia en su estructura grietas de suyo advenedizas, sin cuyo concurso no reflejarían la humanidad de su autor: “oscurecido segmento de la interrupción”; “…germen fracturado de la existencia”; “…espinetas excesivamente afinadas”; “…pared oscura de las muchedumbres”; “…el confuso mármol de los estípites y las estrías”… (pág. 65 Cap. 2 Residua).

Residua, así en femenino, lo que queda después de recorrer los vericuetos del día, no lo límpido que traspasa el cedazo, no lo filtrado en la destilación, sino la charbasca. El poeta nos sitúa ante esas dos porciones.

Vuelve a aparecer con alterada periodicidad, la constante preocupación de David Huerta por intimar su vida con la escritura, algo que encontraremos también en el siguiente capítulo: Puerta de vidrio. En Residua  nos percatamos que no sólo la memoria es la materia a poetizar, subyace en su discurso el “delirio por nombrar a las cosas”, expresión del italiano Montale que le queda como anillo al dedo.

Residua recoge en su porción la inquietud por expresar esa manera actual de estar vivo, es decir, presuponer que “la persona es una red que se une al mundo con un paso terráqueo, sordo y formidable como la creación de un acantilado”, con una mirada que pareciera explicarle la fenomenología de las relaciones cotidianas con el otro y con el entorno, usando palabra duras, esas que no siempre se dicen por atender lo políticamente correcto: culo, verga, nalgas, el recto del homosexual, el clítoris de la lesbiana, entre otras, pero que el poeta acoge con desparpajo, en un ejercicio sobrio para expresar que no hay malas palabras, sino sencillamente palabras.

El hombre, el andrógino, el licántropo que somos, se pasea entre los dos segmentos de la filtración. La expresión del tú, explicado según mi entendimiento de esta manera: Un yo poético viéndose representado a imagen en el tú y a través de ese observarse en su complejidad, pero también en su simplicidad, comprenderse. Un ser como todos, supeditado a miedos y vicios. El que buscaba, encuentra a Alguien, que es él, somos todos, habitando la ciudad, recorriéndola, haciéndola suya, a sabiendas de que es un espejismo necesario, un extravío, por eso le habla, por eso le platica, casi una necesidad, porque es lo único que sabe hacer, sembrar en sí mismo las palabras que le servirán cual conjuro contra los enigmas que fosforecen al fondo de los pasillos. Es entonces donde colegimos, quizá, una de las motivaciones de Incurable: encontrar una forma apropiada de hablar, de escribir, sí: “La playa humana me recogió, me sembró con palabras enormes  y me dio una respiración, una sombra, un pan, que debo compartir” (pág.88 Cap. 2 Residua).

El poeta continúa traspasando espacios, se le da estar en el borde, aunque conjeturo, que él trata de ponerse en ese filo, con aquella sensación del jugador: no le interesa ganar, no le importa perder, el éxtasis lo alcanza en el momento justo cuando se decide la victoria o la derrota: una puerta de vidrio. En ese ubicarse ante ella para cuestionarse si procede entrar o no, magnifica el infierno interior y la dramatis personae acaece.

La puerta de vidrio se consolida como acceso, acaso frontera entre lo vivido y lo que viene, con la ventaja (si así se le quiere ver), de contar con las experiencias que han permeado su existir, una suerte de residua, así en femenino, ya alejada, y ahora plasma del ser. Plantado en el umbral, detenido, reflexiona antes de encontrarse con el adivinado futuro, ese cuaderno de los apuntes donde guarda la relación de los desasosiegos que le produce el continuo mirar a la pantalla en que se ha convertido la puerta de vidrio, allí donde dicha puerta es: “hipnótica a la manera del mar” (pág. 93 Cap. 3 Puerta de vidrio), donde se arremolinan los sentimientos que le depara el amor con su espesa dolencia, el espacio al cual aspira después del océano de transparencia del vidrio.

La puerta le cuestiona sobre el misterio delgado y sanguíneo de las emociones, pregunta sobre su tránsito en este mundo, en el aquí y ahora del poeta, una clara alusión a la magdalena proustiana, más aún, al referente tabáquico de Tu más profunda piel cortazariana. Re-inventa el recuerdo, lo hace escribir, mantener el cuaderno memorioso de los apuntes del cuerpo, de la imagen, de las fantasías, con palabras trasegadas desde su nacimiento en la mitad del siglo XX, frases que sólo se detienen cuando la puerta de vidrio le inquiere.

Creador construido protagonista, ese yo quien escribe Incurable, el resucitado después de los equívocos de un lenguaje aprendido (y por aprendido, apresado en la cárcel monótona de la rutina), voltea a ver al lenguaje consistentemente para darle la vuelta, aplicarle ciertas dosis de escatología y así sacarlo del marasmo que pudiera ocasionar el océano de vidrio, la torrencialidad de la escritura, donde navegan personajes extraídos del hermetismo íntimo de Huerta. ¿Quién es Víctor? ¿A qué se refiere con Igumenitsa? ¿Qué con la inclusión del mito de Narciso en el discurso? ¿Acaso la posibilidad de mantener el defecto de la egolatría en el hombre quien se cree centro del universo y con ello conferirle mayor humanidad?

Huerta se convierte, de repente, en una vitrina espléndida de reconocimientos. Como ya le encontramos dejos de Proust, de Cortázar y Lezama, efectúa en La puerta de vidrio otro alusión loatoria al influjo rulfiano, mencionando tal cual: “llano en llamas” (título de libro de Juan Rulfo, pág. 121 Cap. Puerta de vidrio), pero no se queda nada más en la pura mención y va más allá cuando mienta la muerte repetidamente, pensándose desaparecido, fantasma, o al menos viéndola como una especie de situación para desgajar la nostalgia por lo tenido.

Fundamentada en las propias palabras del poeta, vislumbro Puerta de vidrio como el traspaso de un estadio a otro después del recorrido de un tramo de su vida, donde confluyen recuerdos, dolencias, la búsqueda del yo y la percepción de la muerte. Experiencia que traduce como escritura, no tiene de otra, ese ha sido su signo y lo será pese al sufrimiento, a la angustia que pudiese envolverlo en tanto queda mudo. Entonces la Puerta de vidrio se significa para él, en ser y manera de ser, adensado en las palabras, sustentado por el idioma, con la reflexión del yo inevitablemente unida a la escritura: “porque ese soy y no otro”.

Si así como los narradores buscan la novela total, el poeta buscará el poema total, pero ¿Por qué esa vastedad en tiempos de concisión?

Sobrepasado el dintel David Huerta continúa con Fragmento otro capítulo de Incurable, ahí acepta el reto de confrontarse con su escritura, de establecer la crítica y la autocrítica pese a los desencantos y heridas que pudiesen infringirle dichas reyertas. Pero más allá de descubrir debilidades o defectos en la expresión, más allá del dolor ocasionado por la destrucción del texto cuando lo corrige, David se ensimisma en su escritura para llegar a comprender que la búsqueda de la perfección es necesaria, en el entendido que no la logrará nunca.

La reflexión acerca de su ars lo deja perplejo, ávido por continuar, porque sabe que al escribir asiste al encuentro con el prójimo, el otro que lo espera: “Al escribir me acerco a la persona, al Viviente, toco sus manos/ y su latido y/ el sistema de sus colocaciones  y su luz sobria” (pág.155 Cap. 4 Fragmento).

En el diálogo el objetivo a perseguir es establecer el vínculo con lo que le acontece, y con lo vivido. El tú que busca el poeta es el poema, su escritura. La complicidad de ambos resuena en los pasos del recuerdo. El poema, el poeta, ahora son uno solo, compinches que se aventuran por el lado onírico. En este territorio el poema abandona al sujeto poético quien, enraizado al sueño enfrenta -entre otras cosas- a su ciudad. Pareciera una reunión de ambigüedades que elevan la temperatura del enfermo. Sí, la ciudad como teatro de las acciones del sujeto poético.

El poeta se desdobla, hace al lector su cómplice, sale a cazar nuevos asombros penetrando en el mundo con “ojos frescos y llameantes por el solo contacto con la palabra” (pág. 162 Cap. 4 Fragmento)). Usa todos los  recursos que lo auxilian a fin de mantener atado al lector. Por ahí se asoman de nueva cuenta la enumeración, el abuso del gerundio, los inventarios, la prolijidad de explicaciones.

En su indagatoria por aprehender a la imaginación, acude al viaje por otras ciudades, se sale de la aldea, arriba a Amsterdan con sus mujeres y sus borracheras con cerveza. Tú poesía. Tú mi expresión literaria. Tú Incurable concretízate, parece espetarle al númen, empecinado en asirla, y vuelve a sonar Lezama Lima con las vivencias oblicuas, y regresa de nueva cuenta al recuerdo, al sueño, a los soliloquios en la madrugada: escribir, escribir, escribir, se torna la idea y la reflexión circular en Fragmento.

El yo desdoblado continúa,  juntos transitan el corredor por donde pasa el mundo y sus cosas, parece que llegan al final, a una zona en donde quizá como en La puerta de vidrio se reconozcan aunque nada sepan de cierto al término del viaje, aparecen los reflejos, sigue el yo desdoblado, ahora como el gemido de un dios, digamos una emanación que se apropia del ser para verificar el fenómeno de la sinestesia, no sólo como una palabra sino viviéndola, y así tocar de nueva cuenta al mundo que a su vez lo engulle, en una suerte de antropofagia vital para enredarse y observar lo distinto en la rutina.

La función acaba, poeta y poema saben que tienen que despedirla, entrar de lleno a las calles eternas, acaso el poema desea reiterar su influjo y escribe el texto que refiere el ser del poeta:

…”Pues no estaba dormido ni despierto sino que sobrevivía
locamente
o quizá moría un poco y quizá también mi vida era
peligrosamente abundante, de una riqueza insaciable
o de un afilado y abismal esplendor, yo no lo supe, mas lo que
era necesario para mí –y para ti, que ahora
            escuchas o lees las inseguras palabras de esa historia
                        metafísica y sentimental-
            era subsistir, subsistir, con ese solo dedo índice señalando,
                        con una hipnotizada insistencia,
            un punto sensible para mí, para tí, para nuestra vida, en la
Membrana del aire dominical”… (pág. 174 Cap. 4 Fragmento)

Poeta y poema re-inventan otra función y Lezama de nuevo suena.

Lo referí al principio hay momentos de intensidad muy luminosos en Incurable y así como en Simulacros tuvimos al oscurantista, en esta tercera parte, estamos ante la alta poesía cuando el tramo que comienza Si me escuchas, levanta la cabeza, estoy aquí…de la página 177 a la 178, se siente, y lo digo con palabras de David:…un fulgor y una/ abundancia puestas en la concentración de un milímetro/ pero durables y colocadas en la eternidad de la memoria/ instantánea…

Confieso que es una tarea ardua entrar a la razón de un poema, es decir, entenderlo. Pero también agregaría: una praxis gozosa. Según lo que se tiene por cierto en el imaginario de la gente en la época actual. La poesía es puro sentimiento, se olvidan de la razón, del significado, de lo que subyace en el interior del texto, de las complejidades filosóficas o reflexivas internas, de la comunicación estética pretendida por el poeta. Se acercan a la obra con la inquietud nada más de sentir y se alejan de cualquier esfuerzo intelectual -por fortuna no todos, pero sí una gran parte de público-, cuando que justo el descubrimiento de ese inmenso mundo de referencias, su pesquisa, penetrar en lo que quiere decir el poeta significa el verdadero atrevimiento.

Antes de darle los buenos días a La mañana, el quinto apartado de Incurable, me declaro prosélito de esa idea: Sí a entender el poema, aunque sea necesario acotar. La manera más sencilla sería entrarle por el lado de la música, del sentimiento, para después arribar al estadio del entendimiento. En algún momento David Huerta escribió un ensayo en la columna Anclajes de la revista Tierra adentro, en su punto número ocho expresaba:
“…Entender un poema puede no ser fácil, sobre todo si, como en el caso de Sor Juana o de Góngora, se trata de un texto barroco, que por definición está cargado –sobrecargado, se diría- de riquezas conceptuales, juegos formales, pequeñas y grandes proezas sintácticas y eufónicas. Para entenderlo hay que acudir a lo que podríamos llamar textos paralelos: exégesis, prosificaciones, notas, aparato crítico. Esta operación, según algunos, priva a los lectores del gusto de hacer ellos mismos los descubrimientos esclarecedores que les abrirían las puertas del entendimiento”.

Esa hermenéutica tiene el afán de hacerse del poema con el abrazo del sentir y el cobijo del razonamiento.

Es acaso La mañana, con la llegada del poema, cuando el poeta se siente libre, suelto de otras ideas que lo condicionan. El logro de la emoción estética y la irrupción de la luz poética que tanto busca y espera (cual premonición), el advenimiento de los influjos de sus maestros, indetenibles en el correr de la pluma, ya Rimbaud, Resnais, Lezama, Robbe Grillet, Quevedo, Paolo Ucello.

“El tokonoma era el vaciadero de la Mañana” (pág. 196 Cap. 5 La mañana).
Es decir La mañana como el nicho, a la manera japonesa en el fondo de la habitación, que es el imaginario de David donde guarda su Arca de la Alianza, tesoro, talismán del sonido, a decir de Haroldo de Campos cuando se refiere al uso del tokonoma por parte de Lezama Lima “ese libidinoso de los vocablos extraños en El pabellón del vacío”. 

La mañana como punto de partida para la creación: Letra capitular del día (pág. 202 Cap. 5 La mañana). Símbolo de un espacio donde se hará el milagro de la aparición del númen para la escritura del texto. Transitarla no le es fácil, porque la más de las veces se convierte en desierto, en vacuidad, en reiteración de la idea. De ahí el plasmar con insistencia las enumeraciones, hasta que se da el encuentro con el antídoto. Entonces provocar la imaginación podrá regresarlo al camino.

La mañana se disuelve con el He aquí, situando su visión en un presente desenmarañado por la pulsión de la poesía sino de un impositivo subjetivismo ataviado de lo indecible, que recrea, que ejerce fascinación sobre la criatura literaria, que piensa, que somos. Tal vez el He aquí representa una de las enumeraciones poéticas más largas que se dan, al menos, en el idioma español, se siente como la queja, el lamento por lo que falta y lo que se ha dejado de hacer.

Con todo lo fresco de La mañana, a pesar de su aire esperanzador, los demonios se sueltan, ídolos y pasiones se fusionan, inducen al poeta a preguntarse ¿A qué venimos a este mundo? Quien a su vez contesta a “vernos por dentro”, pero adentro encontramos meras cosas sin adentro ni afuera. Las pasiones son la guía, los ídolos, la representación de nuestra humanidad en la granítica forma de la creencia.

A David se le aparecen los objetos, las ciudades, el poeta Lezama repetido, el Borges de El otro en El libro de arena, como sus ídolos, como las máscaras que usa según lo conducen las pasiones, y el cuerpo resulta a fin de cuentas el soporte de su escritura donde ni el viento del olvido que acecha agazapado lo arredra.

Suma de pasiones y máscaras que ocupamos en el momento justo de la necesidad, eso somos, y nuestro cuerpo es, el exterior, el soporte de los acaecimientos, acaso la escritura memorial de los actos terribles o excelsos de los que somos capaces.

Un papel, un demonio. Ídolos y pasiones se siembran en mi boca, a ellos sobreviviré, acogido en la inextinguible cantidad de mis escrituras, así espeta el poeta de lo Incurable.

La mañana punto de partida para la creación: “Letra capitular del día” (pág. 202 Cap. 5 La mañana). Pero también está La mañana como el descanso de la ballena después de la peda diaria, mañana de cruda, resequedad en la garganta, el dolor de estómago, vómito a flor de labios, arcadas recurrentes, el alcohol otro ídolo que el poeta ha derramado. Un enfermo incurable se enfrenta a su padecimiento.

Mas no seamos omisos. En Incurable -el capítulo 6 Los ídolos y las pasiones– las vísceras del alcohólico metido en su vicio ¿en su enfermedad?, me parece, acaba siendo vehículo de redención para sobrevivir al amor. La alusión a dicho padecimiento elevado a motivo poético, sugiere en cierta medida uno de los génesis de su escritura, a la manera de Allan Poe: delirium, visiones filiformes, alargadas y oscuras, tornarse en suficiente, buscar la catarsis para darle crack al cuello de la brevedad. Explorar los espacios con el objetivo de desprenderse del lodo, emerger por sobre la superficie del delirio, alejarse del abismo, porque ha percibido que juega con la muerte. La delgada figura lo tienta, lo provoca, le hace gestos para que la vea y asuma una posición ante ella.

El influjo de los vapores etílicos lo inducen a una muerte soñada y en ese sueño pensar la tristeza del abandono, hombre íngrimo bajo la tierra, desde donde escucha los murmullos dolientes de los demás: coro que canta Incurable, y la realidad afuera revolviéndose. Aunque la escritura le resulta difícil, el infierno interior está en efervescencia. El poeta no sabe si eso lo induce, pero verse detrás arrinconado por la enfermedad  lo lleva al túnel donde pregona: “Mi sola voz lunar bajo las acumulaciones diurnas revive con el retroceso” (pág. 278 Cap. 7 Incurable). Dos pasos atrás a veces significa adelantar y así transita buscando el “posible lenguaje con el mundo” (pág. 278 Cap. 7 Incurable), y con ello emerger por debajo de la ceniza.

Este capítulo Incurable –que da título al libro-, me rememora el universo dantesco. ¿Buscará redención en la afirmada enfermedad?

El Incurable, un Dante redivivo, a la mitad del camino de su vida, extraviado de la recta senda vino a perderse en un oscuro bosque de donde es sacado por el alma de Virgilio –la poesía- gracias al encargo de Beatriz –el amor, la teología-. La poesía ofrece guiarlo hasta el lugar donde los espíritus dolientes de los condenados llaman eternamente con desesperados aullidos –el infierno, escenario de los reverberos mentales del alcohólico-, a la segunda muerte y a otro lugar: el Purgatorio. Ahí supuestamente sufrirán con las llamas de la alegría, aguardando el mejor momento de alcanzar un puesto entre los bienaventurados que serán guiados al cielo.

El incurable acompañado de la poesía –Virgilio- llega a la puerta del recorrido infernal. La sola inscripción los asusta: “Por mí se va a la ciudad del dolor… ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”, (pág. 25 Tercer canto, La Divina Comedia, ed. Época 1982). Torturado por el remordimiento el incurable navega el Aqueronte, observa los nueve círculos diabólicos y los siete del Purgatorio.

El paralelismo que encuentro con los pasajes de la Divina Comedia se reafirma cuando al final del capítulo Dante, perdón el incurable, desea el amor, tiene nostalgia por la amada. Después de que Beatriz lo ha reconvenido y él confiesa sus culpas, se purifica en las aguas del Leteo, puede ya ascender a las estrellas –el amor que lo redime-, es decir el Empíreo, el deseo de sanar del incurable a través del amor: “Por eso escribo, amor; y en el alcohol que me llena las venas/ miro ya tus imágenes, el alma/ que me diste, claro monstruo cuya guirnalda es mía…¿Quién habrá de curarme, amor, amor? (…) ya estoy vivo ahora y te/ escribo a ti, amor, amor” (pág. 293 Cap. 7 Incurable).

Es cierto, hay esperanza en el lamento y seguidamente al capítulo Incurable, el personaje continúa solo. El regreso al recuerdo, a algo deseado, a la casa tal vez, se desencadena. Presiente el arribo de alguien un ¿ser imaginario? ¿monstruo? ¿redentor? Alguien de quien no sabemos ni tenemos referentes ¿será el lector? Cómo saberlo. Mientras tanto se revuelve en la auto-conmiseración, un hacerse chiquito ante las consecuencias de su examen, victimizarse, acude hasta a la alusión de Vallejo para trasladarnos a la tristeza, a la sensación de lástima por alguien que padece el abandono: “Nadie te quiere”.

En Alguien puede llegar, el penúltimo capítulo de Incurable, la cruda continúa. Los efectos etílicos trasponen los vapores, el sujeto poético se ubica “in the middle of nowhere” (pág. 327 Cap. Alguien puede llegar), jueves donde le sobreviene la locura, pero le quedan arrestos para plantearse a fin de cuentas salir de la cueva donde se encontraba guarecido contra los acontecimientos del día. Ese Alguien puede llegar lo incita a desprenderse de las obscuridades. Empieza a beber la luz de afuera y sonríe, los lenguajes del exterior crecen, lo cubren y confieren calidez, es una sombra mágica que alivia: “He bebido la luz y empiezo a sonreír al dar los primeros pasos, hacia allá, hacia afuera”. 

David Huerta cierra su largo poema Incurable con el capítulo Rayas, a las que designa como el advenimiento del signo de la escritura, pentimento que bien puede consolidarse o sencillamente desaparecer del manto blanco de la hoja después de comprobar la miseria de lo escrito.

Rayas funciona en una parte, como mayéutica integrada en una larga enumeración de casi tres cuartillas que dan cuenta de motivaciones y obsesiones, para encauzar el camino hacia la desembocadura del significado toral del fenómeno poético para el espíritu de David: “mi emplumado nubarrón/ de plumas ligerísimas; mi silueta de espuma,… Mi medicamento cuando soy sólo cuerpo,… mi ciervo y mi puño, junto al anochecer…mi vestidura más rasgada…mi para qué, mi cuándo, mi cómo, mi por qué…mi espíritu, una y otra vez, cuando yo haya muerto, cuando yo haya amado” (pág. 386 Cap. 9 Rayas). La aseveración le parece clara: la poesía es su razón de ser y estar en el mundo, y la escritura de Incurable lo manifiesta: “Todo lo que yo sé está aquí, todo confuso, algebraico, en poesía” (pág. 387 Cap. 9 Rayas).

Incurable me ha enseñado la médula de la incertidumbre, esa tranquilizadora ausencia de certezas. Nadie es dueño de la verdad absoluta, no nos rindamos ante la evidencia, dudemos siempre, verdad tan repetida que no incomoda encontrar. Me deja exhausto con su obsesión por la vastedad en la que podría circunscribirse la caligrafía del caos que salva gracias a su amorosa relación con las palabras. Ya no se quedó en pura imagen, en cultivo exquisito de metáforas, sino que se arriesgó de tal manera en extensión, en enumeramientos, en construcción de grandilocuencias en ocupar el espacio poético para narrar, que consiguió revivir en nosotros esa idea de la disgregación de las artes de Nietzshe: “el arte absoluto es indicio de que el árbol no es ya capaz de sostener los frutos: a la vez decadencia de las artes. La poesía se convierte en política, en discurso. Comienza el reino de la prosa. Antes había poesía incluso en la prosa. Heráclito, Demócrito, Empédocles”, con lo cual asumió la certidumbre y la pasión por su oficio de poeta.

Incurable no se agota, se abre a los ojos, creación ensimismada en el lenguaje que renace en el imaginario de los lectores de poesía.

¿Es Incurable el resultado de la introspección, la búsqueda del conocimiento de la propia personalidad? Parece que así es, y contrastarse con lo que se supone es el poeta conlleva cruz. La cura tal vez sería el ejercicio de la palabra, de la escritura.

La introspección fecunda y el descubrimiento de los defectos, más que las virtudes, tunden al espíritu. La indagatoria del universo propio, el ¿cómo soy? ¿Será la pregunta que resuelve el tramo transitado y escrito en el poema Incurable? Tal vez. De cualquier forma para David no hay vuelta de hoja: “El mundo me dice lo que tiene que ser. Hay una llama viva./ Tendré que decir lo que tenga que decir –o callarme”.

*El título No me buscarías si no me hubieras encontrado, fue tomado de Incurable, pág. 326 Cap. 8. Alguien puede llegar. Seminario acerca de Incurable, de David Huerta con el maestro José Prats Sariol. UDLA. Cholula. Puebla. Diciembre 2007. Remasterizado julio 2011.

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).