Tiempo y espacio en la obra de Alfonso Cortés y Jorge Luis Borges: un estudio comparado

1 febrero, 2023

En el presente ensayo estableceré un paralelismo que no se ha hecho hasta la fecha entre la obra poética de Jorge Luis Borges y Alfonso Cortés, dos autores latinoamericanos que nacieron en la última década del siglo XIX y murieron en la segunda mitad del XX, cuyas obras presentan similitudes sorprendentes. Si bien es cierto que la principal diferencia entre ambos es que, pese a que fueron contemporáneos, el prestigio de Borges crece todos los días en el mundo y el de Cortés no ha podido trascender su Nicaragua natal, no es menos importante afirmar que ambos transitaron caminos literarios donde se encontraron sin conocerse siquiera. En primer lugar, ambos poetas son hijos directos del modernismo y, aunque lograron separarse, cada uno con su peculiar estilo, de la impronta universal que dejó Rubén Darío en las letras castellanas, Cortés y Borges no dejaron de escribir dentro de la tradición finisecular del siglo XIX.

Lo que distancia a Cortés de Borges es algo meramente circunstancial, como se venía diciendo: el argentino tuvo la oportunidad, desde muy joven, de dar a conocer su poesía más allá de las fronteras argentinas; en cambio, la obra poética del nicaragüense pasa desapercibida en cualquier parte de América Latina ya que su vida se vio truncada por la locura cuando apenas tenía 34 años de edad. Un 18 de febrero de 1927, Alfonso Cortés tuvo su primera crisis de esquizofrenia y la familia nunca supo las causas de aquel trastorno que despertó tardíamente en la vida de un poeta que había empezado a escribir sus primeros versos antes de los diez años. Así lo declara Ernesto Cardenal, quien tuvo la oportunidad de conocerlo: “Alfonso Cortés me dijo que había comenzado a escribir a los ocho años y en un poema suyo dice que comenzó a los siete y que su alma se abrió al mismo tiempo a la literatura y a la locura” (Cardenal 15).

Desde entonces, la familia lo mantuvo encadenado en su casa para evitar una tragedia mayor. Una vez que no pudieron más con él, tuvieron que tomar la dolorosa decisión de trasladarlo al manicomio de Managua, donde nunca fue tratado dignamente. Ernesto Cardenal lo describe así en el prólogo de la Antología Poética de Cortés:

Alfonso Cortés se volvió loco una noche, el 18 de febrero de 1927 a medianoche. Su padre, don Salvador, había estado preocupado días antes por un artículo que Alfonso había publicado sobre temas religiosos y que para él era irreverente y también porque su hijo estaba bebiendo demasiado. Esa noche Alfonso despertó con remordimientos y hablando de cosas religiosas, muy excitado y ya desde entonces estuvo loco. Al principio pasó períodos de meses con los ojos herméticamente cerrados sin que hubiera fuerza capaz de hacérselos abrir, otros períodos con la boca herméticamente cerrada sin querer probar bocado y otros en que no dormía. Le daban crisis de furia y por eso tenía que estar encadenado. Así estuvo muchos años, hasta que fue llevado al manicomio de Managua. (Cardenal 27).

Alfonso Cortés, transición entre el modernismo de Rubén Darío y la vanguardia literaria que después lo combatió en toda Hispanoamérica, coincidió con Borges gracias al autor de Azul (1888) pese a que no se conocieron jamás. Si la obra poética de Borges bebe más de Inglaterra (Shakespeare, Kipling, Coleridge), entonces la de Cortés bebe más de Francia (Mallarmé, Baudelaire, Verlaine), pero la influencia común es Darío. Por otro lado, si Borges se parece más a un poeta sajón y Cortés a un discípulo del “centauro Quirón” (Bendaña 33), ambos tienen en común la inspiración de Cervantes y la métrica de Góngora y Quevedo. Sobre esto, Alfonso Cortés declaró, citado por Ernesto Cardenal, lo siguiente: “Yo soy más profundo que Darío Sarmiento, pero no más grande. Yo soy un poeta menor, como Quevedo” (Bendaña 30).

Borges, a través de Leopoldo Lugones (quien, a su vez, fue discípulo, amigo y continuador de Darío) se vio inspirado por las audacias sinfónicas del autor de Cantos de Vida y Esperanza (1905), quien alcanzó sus mejores momentos líricos en alejandrinos memorables donde introdujo la música de Francia al español. A continuación, veamos un ejemplo de la lírica borgeana, fuertemente influenciada por Darío:

AJEDREZ

I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian los colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito (115).

La poesía de Borges profundiza en cuestiones metafísicas, enfocadas en el tiempo, y utiliza pretextos recurrentes como la magia del ajedrez, la brújula, los espejos, las espadas, los atlas, las cosmogonías, entre otros hallazgos por donde no transitó la pluma de Alfonso Cortés, sin embargo, en ambos poetas predomina el simbolismo marcado por la idea de la inmortalidad. Lo eterno, lo imperecedero, el vasto universo de Borges también es infinito e inconmensurable como el de Cortés, quien lo demuestra en este poema autumnal:

FUGA DE OTOÑO

Aquí todo, hasta el tiempo se hace espacio.
En los viejos
caminos nuestra voz yerra como un olvido,
y a un éter lleno de recuerdos, se ha salido
de nosotros el alma, para vernos de lejos.

El cielo es como un fiel recuerdo de colores,
en que tú arremolinas, luz sonora, tus vientos;
la loca de la tarde hunde sus pensamientos
de luz, en la epidermis de seda de las flores.

Yo hilaré con el blanco vellón de los vésperos,
horas de amor sutiles, concisas y espaciosas
viendo venir las pálidas parejas amorosas
en la convalecencia feliz de los senderos.

Y si vas a fugarte, Otoño, dulce paje
de mi amada autumnal, húndete ante mis ojos,
acosado, en los llanos de los ocasos rojos,
por las ágiles piernas de una ninfa salvaje (78).

El mundo de los sueños es crucial para ambos, poetizar lo soñado, crear desde el inconsciente es una frecuencia en las dos poesías. Aunque el tronco común es el modernismo, en ambos hay separación de estilo, voz propia y marcada singularidad temática. Cortés canta el espacio sideral y escribe versos surrealistas, Borges, por su lado, es más erudito y enciclopédico, conoce las constelaciones acadias y visita viejos imperios: la Antigua China, la mitología nórdica, Babilonia y Alejandría, los artilugios persas, el inglés medieval, etcétera; sin embargo, ambos escriben desde la memoria de los sentidos, en ambos está la distancia remota de las cosas, los paisajes que van más allá del presente continuo, lo inefable.

Tanto Borges como Cortés son poetas mentales. Si Cortés es más olfato y oído, Borges es más tacto y vista (irónicamente, pese a la ceguera, Borges ve muchas cosas a través de la memoria de sus lecturas de infancia en la biblioteca de su padre). Por otro lado, ambos son pitagóricos. Alfonso Cortés lo certifica en estos versos de su Canción del espacio (1917):

Este afán de relatividad de
nuestra vida contemporánea —es
lo que da al espacio una importancia
que solo está en nosotros,
—y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros—
libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente (108)

El oído de Cortés resulta insólito por sus invenciones arcanas, brillando más desde las abstracciones que salen de su cráneo trastornado, pero al mismo tiempo lúcido, curiosa paradoja que podemos ver, escuchar y sentir en La danza de los astros:

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad (169).

El eje de la poesía alfonsina es el universo en continua expansión, cuyo concierto polifónico lo atrae mientras el cosmos gravita en torno a sus propias introspecciones espirituales; en cambio, el eje de la poesía de Borges se sostiene en el tiempo, en el paso inexorable del tiempo, en la sucesión de hitos e imágenes, en la teología de san Agustín, en Heráclito, en el diccionario filosófico de Voltaire, en los ensayos de Montaigne, en el idealismo platónico y en el pesimismo de Schopenhauer. Algo de esto podemos apreciar en la primera estrofa de su Arte poética:

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua (150). 

Sin embargo, tanto en Cortés como en Borges hay circularidad y simetría. La esfera contenida en la palabra poética es un comprimido semiótico cuyo campo semántico está lleno de repeticiones que giran y hacen énfasis en las preocupaciones estéticas de ambos poetas. Borges, por ejemplo, no puede evitar repetir los temas que lo obsesionan: su soneto sobre el ajedrez es doble, son dos sus poemas de los dones, no se cansa de citar pasajes de la Biblia, Hamlet, La Divina Comedia, Las Mil y Una Noches, El Quijote, y regresa obstinadamente en todos sus poemarios a Buenos Aires, ciudad fervorosa retratada en el siguiente soneto:

Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto (261).

Teosóficos, cabalísticos y ontológicos, ambos utilizan la rima posmoderna como recurso poético. Aunque Borges sea un poco es más “terrenal” que Cortés, ambos son profunda y sutilmente autobiográficos. Contrastemos ahora, por ejemplo, el fragmento de este poema de Cortés, escrito en 1918, con el fragmento de un poema de Borges que luego leeremos:

Si yo hubiera sabido las locuras
los desastres, las ansias, los dolores
en que iba a amortiguar sus resplandores
mi corazón cansado de aventuras;

si hubiera visto sus miradas puras
solo el alma del sueño y de las flores,
no los pálidos y altos sinsabores
del infinito que me cobra usuras (21)

Como ha de notarse, Cortés profetiza su propia locura en los versos anteriores. Tomemos en consideración que escribe dicho poema a los 25 años y pierde la razón a los 34. Ahora veamos el fragmento del Poema de los dones, donde Borges se ve a sí mismo en tono grave y autobiográfico:

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que solo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría (111).

Por mucho que haya transitado en las vanguardias que irrumpieron a principios del siglo XX, tal vez Borges sea el menos ultraísta de los ultraístas. Fervor de buenos aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martin (1929), son los tres primeros libros del argentino universal, todos menores en comparación con su poesía madura, particularmente la que se encuentra en El otro, el mismo (1964), donde llega la eclosión creativa de la lírica borgeana que lo hará trascender. En el camino para llegar al aforismo genial, al epigrama absoluto, al adjetivo inaudito, tanto Borges como Cortés apelan al Ideal modernista (aunque sin barroquismos), como puede verse en este poema titulado El sueño:

La noche nos impone su tarea
mágica, destejer el universo,
las ramificaciones infinitas
de efectos y de causas que se pierden
en ese vértigo sin fondo, el tiempo.
La noche quiere que esta noche olvides
tu nombre, tus mayores y tu sangre,
cada palabra humana y cada lágrima,
lo que pudo enseñarte la vigilia,
el ilusorio punto de los geómetras,
la línea, el plano, el cubo, la pirámide,
el cilindro, la esfera, el mar, las olas,
tu mejilla en la almohada, la frescura
de la sábana nueva, los jardines,
los imperios, los Césares y Shakespeare
y lo que es más difícil, lo que amas.
Curiosamente, una pastilla puede
borrar el cosmos y erigir el caos (557)

Los versos de Borges no abandonan la Tradición (Shakespeare, los Césares), en el fondo, su poesía es, hasta cierto punto, conservadora en cuanto al estilo, pero audaz en cuanto al contenido. Paralelamente, en el siguiente poema de Cortés, podemos ver cómo el Yo lírico se desnuda para entregarnos dos estrofas que dialogan con la obra borgeana (tiempo, espacio, soledad, sueño):

LA GRAN PLEGARIA

El tiempo es hambre y el espacio es frío
orad, orad, que solo la plegaria
puede saciar las ansias del vacío.

El sueño es una roca solitaria
en donde el águila del alma anida
soñad, soñad, entre la vida diaria (184).

Por muy “loco” que se encuentre Cortés, en sus poemas puede ser tan cerebral y lúcido como Borges. En ambos el contenido del poema sobrepasa la forma, resulta más innovador lo que se dice (escribe) antes de cómo se dice (escribe). Esto se puede ver en un poema de Cortés escrito en 1919, donde también encontramos reminiscencias del fatalismo de Darío:

IRREVOCABLEMENTE

Por donde quiera que escudriña la mirada,
solo encuentra los pálidos pantanos de la Nada;
flores marchitas, aves sin rumbo, nubes muertas…
¡Ya no abrió nunca el cielo ni la tierra sus puertas!
Días de lasitud, desesperanza y tedio;
no hay más para la vida que el fúnebre remedio
de la muerte, ¡no hay más!, ¡no hay más!, no hay más
que caer como un punto negro y vago
en la onda lívida del lago,
para siempre jamás (88). 

Es curioso que estos dos colosos del siglo XX, Borges y Cortés, sobrevivieran a su propia tragedia personal: la ceguera y la locura. Aunque a Borges su ceguera no lo apartó de las entrevistas, los premios, las tertulias, los viajes y el amor, sin duda lo sumió en estados de contemplación psicológica que lo llevaron a momentos de profunda melancolía, algo que se nota particularmente en el soneto El remordimiento, el cual aparece en uno de sus últimos libros de poemas, La moneda de hierro (1976):

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado (455).

En este sentido, Cortés fue incluso más trágico; luego de aquella crisis maníaca en la casa donde vivió Darío su sagrada infancia, casa que heredó la familia Cortés gracias a Francisca Sánchez, el joven Alfonso no solo fue encadenado en una habitación donde había una ventana por donde pasaba la luz tímidamente, sino también recluido en el manicomio de Managua, lugar que nunca prestó las condiciones necesarias para tratar a tan ilustre personaje. En aquella celda miserable donde pasó casi medio siglo de vida, hay que decirlo, Cortés continuó escribiendo sin receso, cada vez con más dificultad debido al deterioro de sus facultades mentales. Sin embargo, su genio fue siempre sorprendente e inesperado. Pocos años antes de su muerte, mermado el juicio, Alfonso pudo regresar a León y reencontrarse con su familia. En alguna de las entrevistas que les cedió a sus caros admiradores, entre ellos Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal, destaca lo que finalmente le confesó al sacerdote trapense desde su celda:

Esta es mi torre. La torre de Dios de la cual nos habla Sarmiento. Sin embargo, la iglesia me dice que es el sótano de san Pablo y Daniel. Humildemente comparto el criterio de mi amigo Sarmiento, porque desde esa ventana muchas veces he visto el horizonte inclinarse y desaparecer. Claramente lo he visto (…) Esta torre es famosa en todo el mundo. No es nuevo el espectáculo de un poeta encerrado. (Bendaña 31).

El amigo Sarmiento es, desde luego, Rubén Darío: el Libertador, según Borges. Se podría decir que, a partir de los aportes literarios que acabamos de estudiar, Borges y Cortés fueron una suerte de “obra póstuma” de Darío, cada quien, a su manera, por supuesto. Los ecos y las rimas insólitas de Sarmiento llegaron hasta la bóveda craneal de Alfonso Cortés, así como las ideas audaces y las imaginaciones poderosas de Darío dejaron escenas tentadoras en los ojos inquietos de Borges, quien comprendió finalmente que lo continuaba por la obvia incapacidad de combatirlo.

 

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Bibliografía:

  • Bendaña, Guy. Alfonso Cortés: Antología poética. PAVSA, 2004.
  • Borges, Jorge Luis. Poesía completa. Penguin Random House, 2018.
  • Mejía Sánchez, Ernesto. Estudios sobre Rubén Darío. Fondo de Cultura Económica, 1968.
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William Grigsby Vergara. 1985. Managua, Nicaragua. Maestro en Estudios de Arte por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y Licenciado en Diseño Gráfico por la Universidad del Valle de Managua. Colaborador de la Revista Envío de la Universidad Centroamericana (UCA) y catedrático de la misma en la Facultad de Humanidades. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Poesía Joven Ernesto Cardenal 2005. Ha publicado cuatro libros hasta la fecha: Versos al óleo (Poesía, INC, 2008), Canciones para Stephanie (Poesía, CNE, 2010), Notas de un sobreviviente (Narrativa, CNE, 2012) y La mecánica del espíritu (Novela, Anamá, 2015).