jorge eliecer rothschuh

Tríptico mexica

29 enero, 2015

Jorge Eliécer Rothschuh

El poeta nicaragüense radicado en México, Jorge Eliécer Rothschuh, comparte un tríptico escrito en base a la interpretación que hace el muralista mexicano Guillermo Ceniceros sobre la fundación de Tenochtitlan, obra que se encuentra en la estación del Metro Tacubaya de la Ciudad de México, ilustraciones que también compartimos.


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A Guillermo Ceniceros

Del códice al mural
(Fundación de Tenochtitlán)

Con la luz bajo los cielos vimos la hierba,
el árbol manchado de sangre. Matorral y espera.
Vimos la estrella desterrar la memoria,
hacer reposo en la palabra.
El ojo entró en el día y encontró
al sol enrojeciendo el cabello de la tierra.

¿Huitzilopóchtli trasnochado vive sobre Coatlicue?
El pintor lo deshizo en calor, estro, placer.
Ese es el templo y aquélla es la luna. Abajo queda
el agua lumbrera que lava el rastro amanecido.
Su dedo señala el camino y conduce peregrinaciones.
Guillermo Ceniceros incendió los muros de Tacubaya.
Lamento y victoria del ayer. La fundación y el rito.
¿Resguardan la cara del Señor de Palenque?
Eterno mexica como el etrusco pétreo.

Sin prisa caminamos y llegamos a la pared
de enfrente. Gozamos
el centro del paisaje: águila, nopal, risco, lago.
Seguimos el orden: Moctezuma, Cuitláhuac
y Cuauhtémoc posando sus narices, quietos
al ceremonial que husmea su propia carne de guerrero.
El mural es el códice desenvuelto en granito
que resguarda el santo y seña a nuestros hijos.
Texto ideográfico, sueño, calmécac, espejo, huella.
Maguey amado. Amate de largos pies y muchos codos.
Friso que descuelga musgos y lágrimas de Tláloc.
Sesgo, danza de Quetzalcóatl sonando el cascabel
cuando Xilonem destrenza su olorosa cabellera.
Casa para que entren la deidad y el perdón.
Línea y mano.
Acrílico.
Firma: Guillermo Ceniceros.


Huitzilopóchtli
(Nacimiento del sol)

Cuarenta versos deberán ser cuarenta gradas,
subirlos y ofrecerte en lengua de fuego mi canto,
en garras y gritos de fuego entregarlos, mi Señor.
El ojo observe mi camino bajo tu luz abierta,
igual que vuestra mano conduce el día en que nacimos.
Descaminar el sueño. Andaremos tu templo sin tropiezo.

Treinta y tres versos arrimaré para que nombres
al caracol, al nopal, al viento y sus estrellas.
«Bájese la palabra caída del cielo».
Y que la sombra tiemble cuando despiertes encantado
por el cenzontle y el deseo de tus vírgenes
que gozan el calor entre tus brazos.
¿Tu mañana es mariposa que trajo desde Texcoco
algunos ensueños de Netzahualcóyotl?
Ayer oímos el agua bajar hacia los huertos. Vimos
las piedras sostener la calzada, iluminar la pirámide.
Siempre el poeta levantó su voz más alto que la guerra.

Veintidós versos me quedan cifrados en águilas,
ocelotes, quetzales, serpientes y jaguares:
hijos de la guerra tan ligeros como el viento.
Los mexicas somos tuyos. ¡Guerreros del sol!
Ya ofrendados la rodela comunica tu pasión.
En nuestros corazones batallan las aguas de Tenochtitlán.
La sangre eterniza el poder; salpica la cara de los reyes.
«El que pierde el pueblo se lleva la amargura de mi canción».

Catorce versos sacrifico para honrar a Coatlicue.
Madre y mujer nuestra. Engendradora del mito.
Génesis.
En Coatepec naciste de vientre sano,
acechado por Coyolxauhqui y los vientos del sur.
Allí ganaste un lugar en la tierra.

Ocho versos te usurpo para mi contento.
Es mayo. La diosa Centéotl nos invita a su fiesta.
Vamos Huitzilopóchtli a beber pozol en jícara fresca.
Baja a hablar con los hombres. Escúchalos a tiempo.
Si vives es porque la edad te consume en nuestros ojos.
Sube al templo, poeta, aquí celebrarás mi nacimiento.
Sube para que toques al sol con tus propios dedos.
Desde el teocali pude ver cómo el Dios poseía a la tierra.
Coatlicue se dejaba engendrar como hembra pródiga.

Coatlicue
(Parto último)

La de la falda de serpientes es Coatlicue,
doméstica deidad, habilidosa y fértil.
Mujer como la mía cumplida ésta en la diosa.
Todo rito es obsceno, riña de alcoba.
Sus errores son mis errores. Nuestros errores.
La sombra de Coatlicue cura mis llagas.
Entre las pocas cosas que pongo a sus pies
está mi vida. Mi cuerpo limpio ofrezco.
Mi diosa es de jade embijada de achiote.
Yo siempre hijo suyo me acerco para amarla,
me duermo con la tarde en su cuerpo de roca.
Coatlicue vivía alegre con hijos indomables.
Madre al fin, alcahueta, les entregaba el pulque,
el nixtamal, el aguamiel y las doncellas.
Pero cada noche puso en su lengua el oído
y los astros descifraron el vuelo del águila.
Y mientras Tenoch trazaba la ciudad, ella
cultivaba luceros entre el juncal del lago.
Coatlicue crecía hermosa con sus pechos hermosos.
En los patios del valle bajo el ahuehuete parió
sin llanto a los que llegaron a posarse en el trono.

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Juigalpa, Chontales, Nicaragua, 1950.
Ha publicado en periódicos y revistas nacionales y extranjeros; aparece en varias antologías. Ha obtenido entre otros reconocimientos y premios, Mención Honorífica en el Premio Nacional de Poesía Jaime Sabines (Instituto Chiapaneco de Cultura/Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1989); Primer Lugar en el Premio Nacional de Poesía Balún Canan (Instituto Chiapaneco de Cultura y Casa de la Imágenes / San Cristóbal de la Casas, Chiapas, 1992) y Mención Honorífica en los Juegos Florales de la Primavera San Marcos, Chiapas, 1994.

Ha publicado Influencias y confluencias (1976), Otras después de Eva (1991), Hospedaje de la Pirámide (1992), Residencia Cautiva (1995), Vecindad entre ruinas (1996), Somos habitantes de un mismo sueño (1996) y Juigalpan Tierra de caracoles (2010).