portada Ulises y los juguetes rotos

Ulises y los juguetes rotos (fragmento)

6 febrero, 2022

Reproducimos un adelanto de la novela Ulises y los juguetes rotos (Seix Barral, 2022), del escritor ecuatoriano Ernesto Carrión, la cual comienza a circular en librerías el 23 de febrero. Agradecemos a la editorial Planeta Colombia.


VIII

Hay una velocidad diferente que nada tiene que ver con la de los seres y objetos en movimiento perpetuo. Ajena por completo a las leyes de la física. Una velocidad que se alcanza únicamente en el interior de un mundo galopante. Una velocidad ilimitada que ocurre en la mente de un creador cuando se abstrae por completo. Y frente a él empiezan a emerger las formas ondulantes del pasado, presente y futuro. Chorros múltiples de una luz que se materializa guiada por el corazón y el impulso de una razón en parcial o completo desacuerdo. Y donde todo cambia, dejando por detrás un abismo de dudas. Una velocidad que solo es alcanzable desalojando el cuerpo. Incluso, a veces, moviéndose en un sentido opuesto al mundo. Y esa es la eterna velocidad que Ulises sueña alcanzar, pero que aún no se revela ante él. Toma asiento otra vez frente a su escritorio. Trata de organizar sus ideas, sus nuevos materiales. Piensa en los árboles de México. En la historia de un árbol como un ajuste de cuentas con el ecosistema. Ojea con celo el libro de árboles ancestrales que compró recientemente. Fastidiado, se levanta de la silla y se echa sobre la cama donde se queda mirando por un buen rato, abriendo mucho los ojos y sin pestañear, sus diez leyes sobre la pared. Como si al hacerlo aflojara unas correas invisibles que no le permiten navegar hacia algún sitio en sombras. Tarda un cuarto de hora imaginando que fracasa en la beca y vuelve a su país en calidad de abogado.

Divaga su mente hasta que retorna a la idea de ese departamento donde lleva viviendo por casi un mes. Cómodo hasta cierto punto. Porque tampoco es un hotel con servicio de restaurante a la habitación. Además, ahora esa fotógrafa española tiene ocho días instalada allí. Sin promesa de partida. Y sus quejidos escandalosos sobreexcitan su ánimo. Aterriza en la conclusión de que esa mujer disfruta menos del sexo que lo que finge que disfruta del sexo. Grita para hacerlos cómplices de lo que ocurre en su cuerpo. Como si se necesitara de testigos para reafirmar una emoción.

Aunque siempre cabe la pequeñita posibilidad de que realmente esté gozando.

Decide abandonar el departamento e internarse por las calles de Veracruz para ver si así, dejándose invadir por los olores del puerto, el milagro de la escritura resucita. Se viste rápidamente y se aplica protector solar. Cuando cruza la sala no se topa con nadie. Las otras dos habitaciones están en total silencio. Un poco antes de abrir la puerta para bajar las escaleras, con el rabillo del ojo ataja una silueta que pasa tras de él en camino hacia la cocina. Se voltea y lo que mira es la espalda de una mujer, de cabellos claros, circulando con decisión. Piensa que Lollipop se ha cambiado de color de pelo, y como no le gusta quedar como mal educado, se da la vuelta y la sigue por la sala para saludarla. Pero cuando entra en la cocina la mujer se desvanece frente a sus ojos.

Aturdido, se queda congelado por unos segundos con las manos atrapadas entre ellas, anudadas por los dedos, como una sola correa de tegumento. Se sacude y corre hacia las otras dos habitaciones a golpearlas. Necesita comprobar que todos están en sus cuartos. Y que ha visto lo que ha visto. Necesita comprobar que no está volviéndose loco.

—Te lo dije pero no quisiste escucharme, Ulises. Yo vi a una mujer con dos niños en mi cuarto. Y ese par de niños estaban brincando sobre mi cama.

—¿Y la mujer?

—La mujer estaba de pie mirándome con odio. Sentí que quería que me largara de la habitación. Incluso vi el vacío dentro de las cavidades de sus ojos. Fue horrendo, bróder.

—Yo solo he visto a la mujer.

—¿Tú también, Madre? ¿También la has visto? Puta,

¿y por qué no decís nada?

—Porque paso fumando mota, hueón. Y si te decía algo te ibas a burlar.

—¿Y cuándo la viste?

—¿Te acordai cuando el Calibán se perdió como dos noches y se quedó en casa de las bailarinas?

—Habla más bajo, bróder, que esta man está durmiendo y puede levantarse.

—Lo recuerdo.

—Pues el hueón regresó esa tarde hecho mierda. Pero mierda de verdad. Y se quedó tumbado con la lámpara del escritorio encendida. Cuando yo regresé de la calle, entré a mi habitación; y desde mi ventana se ve, pues, la ventana de este hueón. Las cortinas estaban abiertas, la lámpara encendida, la laptop sobre el escritorio. Hasta la música gay que escucha este negro se podía oír. Ya sabes: Pet Shop Boys. Seguí en lo mío: escribiendo. Y cuando se puso el sol, tipo siete, me da por mirar hacia su ventana, y allí estaba esa mujer. Sentada a su lado. Solo la vi de espaldas. Lo miraba dormir. Me aterré y cerré las cortinas.

Toda esa historia obliga a Ulises a pensar en el nombre de la calle en la que vive: Víctimas del 25 de junio. Toma un bus y llega hasta el Centro Veracruzano de las Artes “Hugo Argüelles”, donde pide que le permitan hacer uso de la biblioteca. Allí encuentra un libro titulado Mátalos en caliente, que reconstruye los hechos del 25 de junio de 1879.

En resumen: se trató de una rebelión de personajes fieles a Sebastián Lerdo de Tejada, cuando empezó el gobierno del General Porfirio Díaz. Sin embargo Porfirio Díaz anticipó la jugada y, por medio de Luis Mier y Terán, apresaron a los implicados en sus viviendas. Una vez hecho esto, Mier y Terán esperó por la orden de Porfirio Díaz, que fue remitida en un telegrama que rezaba, precisamente, así: Mátalos en caliente. Por lo que se procedió a fusilar a nueve de los doce prisioneros y arrojarlos a una fosa a las afueras del puerto. Sin embargo, esos asesinatos implicaron un alto costo político para su gobierno.

La frase Mátalos en caliente sigue retumbando en los oídos de Ulises cuando abandona el sitio y empieza a deambular por las calles de Veracruz. Pasa, empapado en sudor, junto a una nevería y otros negocios como restaurantes de mariscos y bares. El sol destiñe puertas y paredes sin clemencia. Se detiene junto a un quiosco donde ofrecen aguas de sabores. Se sitúa frente a los grandes vitroleros de cristal donde mantienen las bebidas con hielo. Pide rápidamente un agua de horchata y timbra su móvil. La Madre le comunica que todos los becarios mantendrán una reunión urgente con los funcionarios del FONCA que acaban de llegar desde la Ciudad de México para ayudar con sus nuevos inconvenientes con las residencias. La cosa ha reventado, como esperaban, desde que se quejaron por la bonita vida de hotel del becario fantasma.

La cita tendrá lugar en el bar del Hotel Emporio.

Cuelga y se bebe el agua de horchata consciente de que ha llegado la hora de mejorar las condiciones en las que escribe. La Madre y él han urdido un plan para dejar ese puerto variopinto que, como cualquier otro puerto, alberga duros contrastes por cualquiera de sus avenidas. Lujos y podredumbre en una celda de calor reñidor. Sin arte ni actividades culturales de recreación. Ofreciéndole muy poco a la vida de un escritor como el que él quiere ser.

Ni lo piensa dos veces y toma un taxi. Desde el asiento trasero, acompañado por una cumbia melancólica, mira con raro apego esas calles en cámara rápida esperando no tener que volver a verlas. México y sus fantasmas. Veracruz y sus fantasmas. Una franja de malecón llena de hippies y pinches mariguanos que ofrecen sus artesanías. Se le aparece fresco el recuerdo de su llegada a una primera ciudad, cosmopolita, con un clima más amable, invadida de parques, tiendas y cafeterías. «Un departamento amoblado en Ciudad de México, en una zona muy bonita como la Colonia Condesa», piensa en voz alta. «Un lugar donde la decadencia se extravíe en barrios lejanos».

«Vale la pena soñar así», se dice a sí mismo, cuando advierte la presencia de tres grandes vehículos Chevrolet Suburban negros con vidrios polarizados, al pie del Hotel Emporio. Quien baja del vehículo del centro, escoltada por agentes de seguridad, es Olga Ciprián, la Directora del Todopoderoso FONCA.

Ulises no se aproxima; espera que la comitiva entera cruce por la recepción del hotel y encuentre el bar donde ocurrirá la reunión.

Justo antes de ingresar la Madre manotea su espalda.

—¿Estamos listos para las exigencias, Ulises?

—Más que listo. Soy abogado, no lo olvidés, Madre.

—Apenas sea nuestro turno, entonces hablai tú, hueón. Pide que nos lleven al DF.

—Dalo por hecho.

En el vestíbulo, junto a la recepción, están Lollipop y Calibán alterados. Se hablan al oído, beben mezcal y fuman sin permiso. Cuando alguien les pide que se retiren hacia el bar, se ponen agresivos. Son como Nancy Spungen y Sid Vicious. No les importa un poco de alcohol, sangre o vómito sobre la ropa. No les importa alzar la voz ni besarse apasionadamente delante de todos. Apenas le hacen una mueca a Ulises cuando éste los saluda con la mano en el aire.

El bar nunca fue el espacio para reunirse. El bar había sido la opción que Calibán dio cuando lo citaron por teléfono. Ulises y la Madre caminan lentamente hacia el restaurante del hotel. La comitiva ha hecho preparar una mesa larga, al fondo de todo, que da a los vitrales por donde puede mirarse una piscina oval, llena de turistas. Mujeres y hombres en trajes de baño bebiendo margaritas y cervezas hasta reventar.

Olga Ciprián, bajo unas gafas cuadradas de carey, no esconde su molestia: la han obligado a viajar hasta Veracruz por la amenaza de que ninguno de los escritores se presentará a las tutorías del día siguiente.

Poniendo así en jaque al FONCA.

Ahora están los becarios sentados frente a siete funcionarios enfurruñados.

—Bueno, ¿quiero saber qué chingados pasa aquí?

—dice la directora.

—Y lo que nosotros queremos saber es por qué Leonardo Rojas puede pasar cuatro meses hospedado en un hotel —pregunta o reclama Ulises tragando saliva.

—Sí pues —emula su queja la Madre— ¿cuánto es lo que cuesta hospedar a ese hueón peruano?

—Eso no es de su incumbencia.

La seguridad de Olga Ciprián junto a los choferes de los autos, acodados en una mesa aledaña, miran inmediatamente a la mujer, la que con un rápido gesto transparenta su voluntad. Entonces uno de ellos se dirige a dos meseros para que pasen la carta.

—Vamos a hacer esto despacio —resume Ciprián—, pidan primero lo que deseen de la carta. Luego se me quejan de sus departamentos. Y de allí exploramos soluciones. Comamos y bebamos primero. Somos gente civilizada, ¿o qué?

Whiskies, cervezas Negra Modelo, tequilas y un agua de horchata, como materiales de tregua, aparecen en pocos minutos.

—Nosotros tenemos otro problema —habla Calibán sin deseos de prolongar más la reunión. Sin interesarle realmente las necesidades de los demás becarios.

—¿Y a ti qué te ocurre? —se asombra Ciprián deteniendo los rebotes que hace con un sorbete dentro de su vaso ondulado de Piña colada.

—Esta man está preñada. Y queremos tenerlo.

La mujer se retira las gafas, sus ojos parecen más pequeños de lo que realmente son, y se toma rápidamente la cara con ambas manos, tropezando con su movimiento el vaso de Piña colada. Salta el funcionario, sentado a su derecha, y trata de ayudar con unas servilletas para que no acabe desbordándose todo sobre su jefa.

—¿Quéeeeee? ¿Pero de qué habla este cabrón?

¿Qué… quéeeeee?

La mesa ha quedado en total silencio.

Ulises y la Madre sienten cómo algo de sangre empieza a hervir en sus rostros. Calibán se pasa un tequila y besa mecánicamente en la mejilla a la mujer de pantalones negros de cuero que está a su lado, a Lollipop, que algo ebria se carcajea, enciende un cigarrillo, se acomoda las gafas amarillas y, luego, dice:

—¿Qué no se entiende qué? ¡Joder, que me he quedado preñada y quiero tener a mi hijo mexicanito, aquí, en México!

Olga Ciprián, en lugar de torcer la boca, abre los ojos lo suficientemente como para expresar su anonadamiento. Su deseo de que todo se trate de una vil broma. Sin embargo, sus ojos continúan empequeñeciendo.

—¿Me estás hablando en serio, Inés? ¿Es qué te has vuelto loca? ¿No llevan ni un mes en México y ya andan en esas corridas?

—Como habéis oído, figura. Que estoy bien preñada y contenta. Y vosotros tenéis ahora que hospedarlo a él, que es el padre, conmigo en la puta montaña de San Agustín Etla. ¡Que tengo derechos! ¿No te jode?

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Guayaquil, Ecuador, 1977.
Poeta, novelista y guionista. Ha merecido, entre otros, el Premio Miguel Donoso Pareja de Novela (2019); el Premio Lipp (versión hispana del Prix Cazes – Brasserie Lipp de París) de Novela (2017); Premio Casa de las Américas de Novela (2017); Premio de Literatura Miguel Riofrío de Novela (2016); Premio Único Bienal de Literatura de Poesía Universidad Católica Santiago de Guayaquil (2015); Premio Pichincha de Poesía (2015); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2013); becario del Programa para Creadores de Iberoamérica y Haití en México (Fonca-AECID) (2009); Premio de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008); Premio Latinoamericano Ciudad de Medellín del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2007); Premio de Poesía César Dávila Andrade (2002). Algunos títulos de sus obras son: «Cementerio en la luna», «Un hombre futuro», «Incendiamos las yeguas en la madrugada», «El día en que me faltes», «Cursos de francés» y «El vuelo de la tortuga». Su última novela, «La carnada», fue publicada por Seix Barral. En poesía escribió el tratado lírico titulado «Ø», que reúne 1.500 páginas de poesía en tres tomos: «La muerte de Caín», «Los duelos de una cabeza sin mundo» y «18 Scorpii».