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Un movimiento contínuo

1 agosto, 2013

Según Oswaldo Zavala (Confabulario de El Universal, 140713) 2666 ofrece “Una aguda representación crítica de los primeros años del siglo XXI en México”, para Manuel Obregón, 2666 es “Una historia que envuelve otras historias, como un río caudaloso que se ensancha porque se alimenta de tantos afluentes, que al final, aunque es un solo río, en realidad son muchos ríos” y en donde Roberto Bolaño se adentra en los laberintos del poder oficial para descubrir el fenómeno del narco y toda su cauda de violencia, corrupción y degradación humana, con todo la tragedia y drama que eso conlleva.


Concluyo el año 2009 cerrando con la lectura de una novela que me ha dejado pensativo, como cuando hemos terminado una jornada larga, (no exhausto), pero sí perplejo, lleno de sorpresas y satisfacciones. Me refiero a la hiper-novela, 2666, de Roberto Bolaño.  En realidad es un parto de quíntuples, porque se trata, no de una novela, sino de cinco.  Todo en un solo volumen (Ed. Anagrama S.A. 2004, 1,119 páginas).

Siempre que me enfrento a una obra, de esta magnitud, suelo no prejuiciarme leyendo de previo la crítica sobre el libro, eso lo hago hasta el final, una vez que ya me he formado mi propio criterio.  Es como querer llegar primero y deleitarme del paisaje, otear el horizonte, apreciar los riscos y la luz; lo demás, la crítica profesional, es complementario. Sorprende la simplicidad, no solo del título general sino también de los títulos particulares de cada libro. El título general resulta enigmático, 2666, así a secas. No sabemos de dónde viene ni a dónde va. Pero eso, dejémoslo, aparte. La división de estos libros, que en realidad pueden pasar la prueba de leerlos por separado, en cualquier orden (yo prefiero el secuencial) se parece más al estilo del ensayo, o de la exposición didáctica que a una novela. Se divide en cinco partes: La parte de los críticosLa parte de AmalfitanoLa parte de FateLa parte de los crímenes y La parte de Archimboldi.

La interpretación o la comprensión de una obra, los símbolos que de ella se desprenden, suelen ser disímiles, diferentes para cada lector. Tanto se nos queda de una obra, como lectores existen. Cada lector selecciona su propia obra. No puede ser de otra forma. Los rayos de sol pueden ser los mismos pero nos calientan de manera distinta.

Dije que prefiero la lectura secuencial porque me permite ver las interrelaciones, los ligamentos, las líneas, los amarres, entre un libro y otro. Una visión global. Son los pesos y contrapesos lo que nos permite sentir el balance y la mano o pluma del autor. Dónde pone el énfasis y cómo se sirve de los elementos para forjar una historia, que al final resulta ser, su propia historia.

Para empezar, diré que me parece una obra, toda ella en general, pensada y escrita no para lectores comunes y corrientes, (cada quien habrá de clasificarse donde mejor quepa), pero me queda la impresión de ser una obra a veces difícil a veces oscura, una novela de novelas, que sobrepasa la media del lector y por lo tanto exige de éste un nivel más alto. Una novela culta. No quiero decir que sea rebuscada, ininteligible. Tal vez lo contrario. Es sobria, escrita sin pretensiones literarias, con una prosa limpia, directa, sin abuso de adjetivos ni de metáforas. Pero sí, de mucho nivel, casi una novela para novelistas. De repente muy intelectualizada. Una novela para estetas. Se desborda una imaginación portentosa, envolvente,  con intenciones  de abarcarlo todo, o casi todo, la novela total que no quiere dejar resquicios sin explorar, una especie de testamento literario, una galaxia donde todo cabe, donde la tarea de escribir se vuelve, lo que verdaderamente es la literatura: libertad de imaginar, de entretejer y contar historias, que a pesar de ser ficción, sentimos que sobrepasa la realidad cotidiana,  que la deja de lejos, que se vuelve una realidad distinta, ennoblecida por esa  magia, con la cual nos identificamos y queremos poseerla, que nos cautiva.

Una historia que envuelve otras historias, como un río caudaloso que se ensancha porque se alimenta de tantos afluentes, que al final, aunque es un solo río, en realidad no lo es, son muchos ríos, aunque éste se llame Amazonas, Mississippi, Volga o Dniéper.

El lenguaje es franco, pulcro, sesgado al coloquio intelectual, muy cuidado sin caer en el remilgo, con dominio, maduro, adaptado al entorno, castellano desnudo, auxiliado con modismos según sea  el caso, una jerga rica y con gran conocimiento de los ambientes, sea España, sea México, adaptado al relato, lenguaje policial cuando se trata del tema, lenguaje forense, filosófico, crítico, irónico, con inventiva de nombres y  lugares, repetitivo cuando quiere sobresaltar algo, obsesivo con ciertos detalles, corto en la expresión. Raras veces se expande en parrafadas, directo, más verbal que, contradictoriamente, literario.

La característica sobresaliente es la “digresión”, recurso que sin entorpecer el relato central le permite la construcción de otras historias, derivadas o conectadas con la primera, nuevos causes que nos llevan a otras novedades, a otros personajes, a otros tiempos y espacios, a otras experiencias. Eso hace que la novela se alargue, pero a su vez la refuerza, nos invita a conocer otras vidas, compartir otros sentimientos, otros conflictos. Tal vez, y esto es un supuesto, el mismo título 2666, obedezca a esa infinitud del lenguaje, a ese poder de expandirse y prolongarse. En realidad bajo estos parámetros, ninguna historia termina, ninguna podría tener fin. Siempre un engranaje conectará con el siguiente y el movimiento se vuelve, y eso sólo lo logra la ficción, un movimiento continuo.

La parte de los críticos

Libro I

Los críticos (literarios), tres hombres y una mujer, profesores de literatura, se distraen en conferencias internacionales, divulgando sus conocimientos en otras universidades a las que son invitados y donde encuentran un placer casi hedónico. Todos ellos, atraídos por un solo imán, desean conocer personalmente a Benno von Archimboldi, intelectual alemán de renombre, están familiarizados con su obra, pero nadie ha tenido la suerte de verle y estrecharle la mano, aunque sea ocasionalmente. Siguen las pocas pistas de que disponen, pero cada paso que dan los aleja de su objetivo, y sus pesquisas están destinadas al fracaso. En la solapa de esos libros no hay fotos, no hay reseña que los lleve a un domicilio, a una dirección, a ningún teléfono.   Solo hay pisadas vagas, a las que se aferran en una hermandad solidaria, sólo hay rastros y no escatiman esfuerzos por seguir esas huellas, pero jamás logran descifrar el enigma. Viajan incansablemente, visitan editores, discípulos que supuestamente los llevará a conocer al maestro, ciudades del continente europeo, de América, lugares extraños donde se supone no deberían ser frecuentados por hombres de letras, pero insisten,  hacen comentarios, se intercambian puntos de vista, se citan en hoteles, indagan cuanto pueden pero, igual, sólo encontrarán lugares sórdidos, donde impera el crimen y la droga, pero de lo que buscan, nada, tarea infructuosa de encontrar una aguja en un pajar.  Imposible, solo hay especulaciones.

Como es de esperarse, esa mujer del cuarteto, pronto entrará en relación amorosa con más de uno de ellos, surgirán conflictos que terminarán arreglándose como buenos camaradas, y todo seguirá igual. Ese aislamiento, esa vaguedad, ese misterio sólo lo vendremos a comprender en, llamémosle, el quinto libro: La parte de Archimboldi.

Todo cabe en la literatura, el libro se desgaja en racimos, con historias múltiples que se encadenan en un afán de hacernos ver la continuidad de los hechos, que no derivan sólo del mundo real, sino, y a veces más notorio, de la imaginación.  Estamos hechos de sueños, de visiones, de conflictos, de recuerdos. Todo ese tejido que en el fondo es un conjunto de vivencias, o que pretendemos que sean vivencias, es lo que nos da el sentido de ubicación y nos hace sentirnos humanos, confortables algunas veces, felices, disgustados, inconformes, otras.  Hay una ilimitada capacidad narrativa que resurge como el borbollón de una fuente que fluye sin agotarse.  En el fondo los críticos no buscan realmente conocer a Archimboldi, que obviamente es un seudónimo, ni al personaje de carne y hueso; más bien, esa persistencia podría interpretarse como la justificación de encontrar un derrotero, una causa, una razón de ser de sus vidas, que aunque maduras y experimentadas, tienen el vacío que sólo deja la soledad y el desarraigo.  Es la aceptación de que vivimos en un mundo en donde hay más preguntas que respuestas. Somos protagonistas de nuestra propia novela aunque no la escribamos y tan solo, estoicamente, la vivamos, cada quien a su manera.

La parte de Amalfitano

Libro II

Esta vez se trata de historias de inadaptados, locos de solemnidad. De seres humanos sumidos en la tristeza. Creo firmemente que este es un libro, en particular, sobre la soledad. Nadie parece estar contento con sus vidas. Buscan desesperadamente algo que no encuentran. Regresan derrotados a sus casas y se encierran como la crisálida.

Esa ironía, del destino o de la vida, que a unos los lleva por caminos rectos y a otros por caminos torcidos, invita a la burla y al desquite. Se empiezan a cuestionar los mitos y los valores establecidos. Aparecen las máscaras con las que se tiene que enfrentar el destino. Hay que engañar al mundo de alguna manera. La propia historia de Chile, país del autor, le parecerá poco y hay que parodiar a sus próceres.  Es un libro ácidamente crítico. Saldrán siempre mal parados, no podría ser de otra manera, los políticos, los diplomáticos y los militares. También serán fustigados los intelectuales que comparten las mieles del poder, los abogados tramposos y los médicos corruptos. Esa burla castiga tanto a Chile como a México.

Un dislocado profesor de filosofía, de origen barcelonés, imparte clases en una universidad del norte de México, aquí hará tertulia con sus colegas y con el rector de ese centro superior. La universidad de Santa Teresa, en el Estado de Sonora. Allí se traslada con su hija Rosa, tras haber sido abandonado en España por su esposa Lola, quien va en busca de su amante, un poeta idílico y trastornado, a quien después de una azarosa búsqueda, logra encontrar en un apartado manicomio de la provincia. Lola en su soledad y abandono buscará toda clase de trabajos difíciles y mantendrá informado al infortunado profesor, a través de una absurda relación epistolar. Santa Teresa, como veremos más tarde, es el santuario del narcotráfico en México, y nido de crímenes contra mujeres, tema que será abordado en el libro IV (La parte de los crímenes). 

El profesor Oscar Amalfitano se distrae de dos maneras: con la geometría y con la filosofía.  Ama los libros, pero no soporta o no entiende por qué entre las cajas que trajo de Barcelona aparece un extraño libro, el cual no recuerda haber empacado y duda que le pertenezca Testamento Geométrico,de Rafael Dieste y por más que preguntará a su hija ésta le responderá que no es suyo, lo cual lo sumirá en otros distraídos pensamientos. Dispone, finalmente, someter al libro a un suplicio, sujetarlo en la cuerda de tender la ropa, donde tendrá que soportar la intemperie, según el profesor, “para que aprenda cuatro realidades de la vida”. Así es la literatura, esa idea, que según confiesa no es suya sino de Duchamp, le permitirá mitigar su neurosisLa otra, la filosofía, lo llevará a elucubraciones sobre autores y sus distintas escuelas, dibujando distraídamente figuras geométricas en cuyos vértices acomodará los nombres de los filósofos, clasificándolos por categorías.

Cabe preguntarse, es la neurosis otra forma de explicar el mundo y sus contradicciones. Es posible. Es ésta una reacción de disconformidad con el estado de cosas, el “Establischment”, será esta condición controlable o necesariamente conducirá a estados más desarrollados de demencia. No lo sabemos. La verdad es que las contradicciones perduran y el hombre sigue sin entenderlas. Me pregunto, y esto es muy particular, ilustrará esta historia el Síndrome del judío errante chileno, que tras la negra historia de dictaduras militares, toda una generación tuvo que emigrar por  el globo, en la más absoluta desgracia y cargar con el dolor del desarraigo. Todo sufrimiento lleva a la soledad.

La parte de Fate

Libro III

Aquí cambia el estilo. Nos da una lección de crónica periodística. Hace alarde de modernidad, de frases cortas, de bifurcación lingüística. De desdoblamiento de frases y de historias minúsculas que se vuelven infinitas. Imaginación que se desborda en la composición para dar cabida hasta el último participante que tiene algo que decir, opiniones diversas sobre la vida cotidiana, críticas, manías, frases convencionales u observaciones venenosas.   Utiliza el recurso de la distracción mental o el sueño para divagar y entrar en un nuevo sendero de la narración. Estas constantes digresiones dan lugar a diálogos casuales y nos hace partícipes de las pláticas de los otros, poder escuchar sus historias a través del aprender a oír, de la observación, de los gestos, de sus destinos encontrados, historias las más de las veces infelices.  Una distracción como en la vida infantil, donde no hay concentración duradera, sino pensamientos, recuerdos, acciones rápidas, movimientos imprevisibles, fatiga o simplemente laxitud y reposo. 

Una novela eminentemente urbana. Es el enfrentamiento al miedo, a los mitos y a las desgracias de vivir en una sociedad donde perdura la inseguridad y la sospecha. Pretexta cualquier situación para poner en ridículo valores culturales que distorsionan a una etnia o a un grupo social. Es como referirse a la insensatez de la conducta mediante la cual afloramos complejos o exhibicionismos inútiles.

Cuando nos referimos, al principio, de ser una novela intelectualizada, es porque hay paralelismos entre los personajes de ficción y autores y obras de artistas reconocidos de la vida real, vivos o difuntos, y en otros casos de acontecimientos históricos que están en la memoria colectiva. Fate, debemos entenderlo por su sentido en inglés, de destino.

Oscar Fate es un periodista afro americano de Nueva York encargado de entrevistar a Barry Seamen cofundador de Las Panteras Negras en Detroit y más tarde de hacer la crónica en Santa Teresa, Sonora, de un encuentro boxístico entre el americano Count Pickett y el mexicano Marcelino Fernández. En el primer caso asistimos al discurso testimonial de ciertos grupos políticos que toman la forma de sectas religiosas y en el segundo a la jerga bulliciosa y relajada de los encuentros deportivos. Barry fustiga los comportamientos que tienen que ver con “el peligro, el dinero, las comidas, las estrellas y la utilidad”Temas en los que no queda en pie ninguna estatua, sean éstas de políticos venerados u opiniones destructivas sobre países, que pudieran juzgarse discriminatorias u ofensivas. Expresiones como “Me hierve la sangre, dijo, cuando veo a un chulo de putas paseándose por el barrio a bordo de un Lincoln Continental”. De los mexicanos opina que “son enanos que se casan con gringas tontas para mejorar la raza y de paso blanquearse”. En otras, observa, atinadamente, que vivimos en un planeta de locos.

Se lamenta de cómo han ido desapareciendo aquellas viejas y hermosas salas de cine para convertirse en la actualidad en supermercados y templos evangélicos. Con cierta nostalgia agrega que “esos teatros enormes que cuando se apagaban las luces a uno se le encogía el corazón”.

Más que una novela es una larga conversación. Es una prosa conversada. Una prosa que se sale del texto y se burla de la sintaxis para entrar en el juego de las palabras y del ambiente. De repente estamos en el parque, la cafetería, la peluquería, la   calle, la farmacia, y disfrutamos de lo que ahí se conversa. Esa conversación que a veces se vuelve interminable y que queremos continuarla el día siguiente. Roberto Bolaño es un gran creador de paisajes.

Ya comentan entre periodistas lo peligroso que es Santa Teresa, donde se dan asesinatos en serie de mujeres. Aquí conocerá Oscar Fate a Rosa Amalfitano, hija de Oscar Amalfitano, el filósofo barcelonés dislocado que se desquitaba con un libro de geometría, abandonándolo a la intemperie.

La parte de los crímenes

Libro IV

Una prosa directa donde todo es nombrado por su nombre, de escasas metáforas y sin rebuscamiento. Una prosa verbal. La crónica policial que tiene que ser contada con detalle forense. Santa Teresa es la cuna del crimen en México. Léase para nuestro entender Ciudad Juárez, donde se combina de manera perversa el crimen y la droga.

Algo curioso, la mayoría de los crímenes quedan sin resolverse, síntoma del alto grado de corrupción en todos los niveles.  Todo termina en unos olvidados expedientes que nadie tiene interés en desempolvar. Los casos se dan por cerrados y punto.

Estribillos al inicio de cada caso, -“a principios del mes, en ese mismo mes, en el mes siguiente”- con encanto por usar nombres de mujeres con cierta musicalidad, con descripciones similares, casi todas de pelo largo que les llega a la cintura, todas muertas y violadas siguiendo un mismo patrón. Meseras, prostitutas, empleadas de maquila, empleadas de tienda, la mayoría de ellas solteras. Habla de la brutalidad de cómo son tratados los inmigrantes en territorio USA. Conocedor de la técnica judicial en el seguimiento de los crímenes. De los bailes en las discotecas, casi siempre abarrotadas por obreros y mujeres que buscan diversión, donde se escuchan boleros y tristes danzones del sur.

Abundan las descripciones con detalles de las mujeres asesinadas, direcciones, relaciones familiares, pesquisas para conocer los últimos días de vida de la víctima. Utilización de nombres de próceres mexicanos para señalar calles y avenidas, de poetas románticos y hasta de nuestro príncipe de las letras castellanas Don Rubén Darío,  que tuve la curiosidad de contar, y que se  enumera diez veces  en este libro,  ya sea para nombrar una  calle o una colonia.

La originalidad va de la mano. Con gran facilidad se inventan nombres de calles, ríos, de ciudades, de carreteras, de personas, que nos hacen creer que la historia es verdadera. Se inventan marcas de vehículos, modelos, se enumeran enfermedades, fobias, nombres de alimentos, medicinas, nombres comerciales de las empresas maquiladoras, apellidos auténticamente mexicanos. Insiste en darnos medida y talla de las víctimas, y la repetición de que buena parte de ellas son muertas por estrangulación y fractura del hueso hioides.  Se lamenta de que “estos putos judiciales siempre dejan las cosas sin aclarar”A veces, de manera cruda, se torna en un crítico de la sociedad mexicana. No evita decir que es una sociedad clasista y excluyente.

La parte de Archimboldi

(El cojo y la tuerta)

Libro V

Este es mi libro preferido. Aquí está lo esencial, aquí está la carne. Roberto Bolaño nos pone al desnudo, a través del recurso de la literatura, el crimen más horrendo de la humanidad que irrumpió en la primera mitad del siglo XX. Tiene nombre y apellido: el nacionalsocialismo alemán que quiso imponer una doctrina racista y totalitaria, pasando por las mayores atrocidades contra el pueblo judío, tal vez solo superado por la locura de un José Stalin en la Rusia revolucionaria.

Es la historia de Hans Reiter, nuestro buscado escritor del primer libro, Benno von Archimboldi, de cuyo seudónimo se burlara su editor el señor Bubis, quien desde un inicio, cuando nadie cree en él como escritor, se decide apoyarlo y editarle sus libros. El padre de Hans es un viejo cansado que regresa de la guerra hecho un guiñapo, sirviendo al káiser Guillermo II último emperador alemán, triste, pobre y sin una pierna. Cuando llega a su pueblo lo primero que hace es preguntar por la tuerta, su mujer, quiere saber si no se ha casado. Cuando le dicen que no, se crece de orgullo y corre hacia ella para abrazarla, no le importa que venga desastrado, qué más da, lo que quiere es ver a la tuerta, su mujer. Se funden en un solo cuerpo y el cojo empieza a pregonar que en ese pueblo todos están ciegos y que la tuerta es su reina. 

Sabemos que eso ocurre poco antes de 1920 que es cuando, de esa historia de amor, Hans Reiter viene al mundo. De ahí en adelante Hans se referirá a ellos, en persona y en sus escritos, como el cojo y la tuerta.

Hans, nuestro personaje, se sabe que desde niño era un poco raro, en nada parecido al resto de los mortales. Era alto y flaco como una anguila y sólo le gustaba bucear, al principio en el barreño donde lo bañaban y después, a los seis años se lanzó a las profundidades del mar. Aprendió a leer con su propio esfuerzo en un libro que había robado en la escuela, la que abandona a los trece años, y que llevaba el raro título de “Algunos animales y plantas del litoral europeo”.  Desde pequeño mostró desinterés por los estudios formales, distraído e indisciplinado. El director recomienda a los padres que lo mejor será que le busquen un oficio. Tras ensayar varias ocupaciones en las que nunca mostró interés, finalmente lo llevan a trabajar con su madre en una casa de campo, propiedad de un barón prusiano donde la tuerta hace la limpieza. Este afortunado Barón visita esa casa sólo esporádicamente, no así su sobrino, un tal Hugo Halder, y su hija la varonesa Von Zumpe, quienes irrumpen el silencio del campo con sus fiestas y conductas disolutas.

De ahí nacerá una amistad, entre el sobrino del barón y Hans, que perdurará de por vida. H. Halder resulta ser un ladronzuelo que aprovechaba las estadías temporales en la casa de campo para llevarse cuanto objeto de valor podía y después venderlo o regalarlo en sus fiestas y orgías con mujeres. Hans en ese tiempo era un niño, accidentalmente lo descubre y se hace de la vista gorda.  Esa amistad y complicidad le permite a Hans hojear los libros de la biblioteca donde irá conociendo a los clásicos, que al principio no entenderá del todo, pero que en un futuro le marcarán su vida, probablemente, de escritor.

La vida de Hans es errante. De chico deambula por las calles sin oficio ni beneficio. Es una especie de Pedro Páramo en su infierno de sueño. Visita, en la fantasía de la literatura, El Pueblo de los GordosLa Aldea de las Mujeres AzulesLa Aldea de los Hombres Rojos y otros nombres raros como la Aldea Huevo y la Aldea Cerdo. Su padre le había metido en la cabeza que todos los pueblos de la tierra son condenados a comportarse como cerdos. La guerra lo endureció y le inculcó siempre de no confiarse de nadie.

Meterse en la novela es meterse en un mundo insano. Todos tienen un motivo para quejarse de la vida. Ésta no le ofrece felicidad a nadie. El espectro de la guerra lo domina todo. Por algo el principio de la narración es cruda y sin eufemismos.

“Su madre era tuerta. Tenía el pelo rubio y era tuerta…Su padre era cojo. Había perdido la pierna en la guerra y había pasado un mes en un hospital militar cercano a Düren, pensando que de esa no salía”.

Hans nunca dejará de ser un niño extraño. Cuando tiene 10 años nace su única hermana Lotte. Más tarde confesará que ésta es la única persona que le interesó y conmovió en su vida. Definitivamente Hans era raro, tan raro como el título del libro hurtado en la escuela y que él le daba vida imaginando todas las especies de plantas y en su fantasía buceaba y buceaba y describía cada una de sus particularidades, inclusive su nombre científico, cosa extraordinaria.

El año en que abandona la escuela, simbólicamente, es el año en que Hitler llega al poder. En una especie de distracción infantil sorprende a los adultos cortando las sílabas cuando conversa, una manía que lo hacía diferente; en otras, jugaba como hablando al revés. Ya libre de una educación formal, hace de todo, pero siempre lo despiden por gandul, hasta que su madre lo lleva a esa casa de campo, en medio de un bosque espeso, donde encontrará amistad y sosiego. Esa paz le durará poco, pues el Barón cierra la casa y Hans busca trabajo en Berlín, donde localiza a su amigo H. Halder quien le recomienda para desempeñarse como ayudante en una papelería. Luego, tras la enfermedad de su amigo Fücher, triste compañero de cuarto, éste le recomienda en el puesto de vigilante nocturno en una fábrica de armas.

La amistad con su amigo H.Halder le permite relacionarse con gente de mundo, con la notoria diferencia entre un rudo muchacho de campo y la gente de la ciudad, con hábitos y culturas distintas.  Es precisamente en la casa de Grete, amiga de Halder, que Hans conoce a un músico extravagante y bohemio que le habla por primera vez, y con cierta desconfianza, de la Cuarta Dimensión y se sorprende de la respuesta de Hans que ridiculiza esas ocurrencias, refiriéndose a una quinta y una sexta, como para sustraerlo de semejantes divagaciones inútiles, intelectuales o musicales, da lo mismo.

En 1939 Hans es llamado a las filas del ejército de Hitler donde terminará siendo aceptado como recluta en la infantería de hipomóvil, muy a su pesar de no quedar en la marina que era su preferencia.  Aquí realmente empieza lo interesante. La guerra ha comenzado y con ella toda una desgracia. El desarraigo de la vida familiar, el alejamiento de sus amigos y la vida de privaciones y peligros que le espera.  Su partida es solitaria. Lo despide Ana, una prostituta comprensiva con la que el día anterior ha perdido su virginidad.

Desde un principio da muestras de un valor inusitado. Nada le da miedo y a pesar de su estatura es arrojado a las tareas más riesgosas sin precaver que ésa, su altura, es una desventaja. No le teme al frío ni al hambre. A él sólo le gustaba pensar.

Ignora que le espera una historia de pesadilla. Recordará a sus compañeros de tropa y se afectará de sus miedos, no del suyo, pero sí del dolor de los otros. No olvidará a su amigo Gustav que padece de esquizofrenia auditiva y alucina, que no pudiendo soportar sus crisis termina colgándose de un árbol. Para darse ánimo en ese infierno, Hans, clandestinamente, se alejaba de su covacha y se iba, por las noches, a contemplar el mar.
En el castillo de Drácula, los generales conversan a sus anchas, opinan de todo, en un alarde de erudición enciclopédica, de Jesucristo, del historiador Flavio Josefo, de filosofía, de teorías matemáticas trasnochadas (los números ocultos) y de sexo. Hans sirve de camarero en esa noche de juerga y no deja de sorprenderse cuando ve llegar junto al alto mando a la Baronesa Von Zumpe, a quien conoce desde niño. Llevado por la curiosidad, atisba, junto a otros soldados, cuando el general Entrescu lleva a la cama a la baronesa, y la embiste haciendo alarde de su arma personal de 30 centímetros de largo, orgullo del ejército rumano, muy por encima de la media alemana.

Cuando le dan dos días de licencia, Hans aprovecha para visitar a sus padres y buscar a su amigo H. Halder en la ciudad berlinesa, tarea que se le hace difícil y en esos menesteres conoce a una mujer loca de remate que le promete decirle como llegar a su amigo, siempre que le dé un beso y que le jure que no la olvidará jamás. Él le sigue el juego no sin antes estar sabido de que, por exigencia de la joven, llamada Ingeborg, de apenas dieciséis años, no debe jurar por Dios (le advierte que ella no cree en Dios], ni por su batallón, ni por su regimiento, pues ella dice no creer en nada: ni en el amor, ni en la honestidad ni en las puestas de sol.  Afirma que ni mucho menos en los libros. En mi casa dice, con resignación e incomodidad, solo hay” libros nazis, política nazi, historia nazi, economía nazi, mitología nazi, poesía nazi, novelas nazis, obras de teatro nazis”en una aversión totalal totalitarismo que estaba en marcha y que acabaría con los vivos,  y con los sobrevivientes, porque en adelante todo sería distinto, y la nación alemana terminaría arruinada, física y moralmente.

La muchacha lo hizo jurar al final, sólo por dos cosas por las que ella daba por bueno un juramento: por las tormentas y por los aztecas. Finalmente él juró por los aztecas, después de que ella le dio una lección de quienes eran los aztecas, con sus sacrificios humanos y sus obsidianas. Le explicó cómo vivían en una ciudad lacustre, y le hizo un mapa para que entendiera, algo así le dijo como el lago Leman, con sus ciudades adyacentes de Ginebra y Montreaux y muchos otros pueblos que le rodeaban. Esa providencial muchacha sería la misma que años después, pasada la guerra, llegaría a ser su mujer, y la amaría y cuidaría hasta su final enfermizo y desventurado.

La compañía a la que pertenece Hans resiste a la invasión rusa y participa en la evacuación de civiles. En tres ocasiones ve la muerte de cerca y es herido en la garganta. Su personalidad inquieta y reflexiva se verá estimulada, accidentalmente, por el hallazgo de unos papeles que son encontrados dentro de un viejo edificio derruido, y al hojearlos verifica que se trata de los manuscritos de un soldado llamado Boris Abramovich Ansky que había estado en Siberia donde relata sus experiencias de servicio en ese lugar y su amistad con un tal Efraín Ivanov, intelectual destacado del mundo literario ruso. Hay todo un discurso sobre la literatura rusa, de cuyos autores, se dice, eran engreídos e insoportables, sobre todo, entre los jóvenes. Hay párrafos filosóficos donde Ansky le cuenta a Ivanov sobre como imponer el deseo a la realidad y sobre la absoluta inconsciencia de aquello que la gente llama destino. Ridiculiza los argumentos de algunas novelas adictas al poder en un afán estrictamente propagandístico y populista. Abundan las conversaciones extravagantes, diálogos con extraterrestres y las consabidas preguntas: cómo se crearon las estrellas, en dónde termina el universo y en dónde empieza.

No se escapa esa época de una ácida y ponzoñosa crítica de la literatura rusa donde se cantan los valores patrios, se bendice la guerra, y se cubre la mediocridad bajo el paraguas de la “Asociación de Escritores Proletarios” y demás dobleces.  Vienen reflexiones sobre el miedo del escritor por someterse y caer en la alabanza patria y la adulación. 

Es posible que sea en estos papeles donde Hans Reiter se verá en el espejo y se armará de fortaleza para no caer en el futuro, cuando él decida iniciar su obra, en las mismas mentiras, en la falsa gloria y la propaganda oficial. Para no perderse, como él mismo medita, en un falso o mal escritor.

Aquí veo yo, como lector, desde el ángulo de la ficción literaria, la cimiente de tejer una novela, dentro de otra novela, [la que estamos leyendo] y hacernos creer que esa otra obra intrusa, [la que más tarde se conocerá, la prolija obra de Benno von Archimboldi], con todos sus títulos, realmente existió, cuando sabemos que nunca llegamos a conocer su contenido. Excepción hecha, de las últimas, El Rey de la Selva, que es la que lee su hermana Lotte cuando vuela de Los Ángeles a Tucson, y descubre que su hermano desaparecido todavía vive, y que lo que realmente está leyendo es parte de su infancia. Aquí nos imaginamos que no sólo existen esos libros, sino que, nos quedamos con las ganas de leerlos, creyendo que en cada uno de esos títulos se encierran historias arto interesante.  Esa es la magia de la literatura, dar vida a lo que no existe, y llenarnos de fe en que de alguna manera, para nosotros simples lectores, sí existen.

El retrato está vivo: en 1935 Ivanov es humillado y sus libros, antes elogiados por el régimen, ahora son retirados de las librerías, es detenido y lo acusan de apestado. En ese año y en el siguiente todo es indefensión para el pueblo inerme.  Todo da miedo. Esa es la dinámica de la barbarie, alemana y soviética. El engendro del nacionalsocialismo y de la dictadura soviética. Los seres humanos de repente se deshumanizan y se ven empujados a actuar de forma desesperada, incluso hacer el amor es una fuerza compulsiva, que más que derivar placer, es una manera de defenderse frente a la muerte. Toda una generación sin alas y sin esperanza. Esa fue la Alemania de Hitler y de la Unión Soviética, de Lenin y Stalin. O se afiliaban al partido o eran expulsados y humillados. 

Se pierde el sentido de hermandad y solidaridad. La traición se da aun entre amigos. Sólo así se explica que una soldadesca borracha crucifique a su propio general, y se lo entregue como trofeo al enemigo. Ese fue el fin del general Entrescu.

Otra historia que le conmueve a Hans es la que le cuenta el soldado Zeller, que en realidad se llama Leo Sammer, que después de perder a toda su familia en la guerra, se resigna y no culpa a ésta, para caer después en contradicciones, pues resulta ser todo mentira y Sammer no es más que un doble agente capaz de las mayores atrocidades. Le confiesa que en la guerra se deshizo de un tren cargado de judíos enviándolos a trabajos forzados a cavar sus propias tumbas, ayudados por niños borrachos de la vecindad que fueron contratados para esos diabólicos propósitos. Después sabremos que es el propio Hans quien estrangula a Leo, ya que no puede soportar que haya seres tan monstruosos y que sus crímenes queden impunes.

El narrador nos cuenta que ya terminada la guerra en mayo de 1945 Hans Reiter regresa a Alemania cuando tiene solo 25 años y encuentra trabajo en un bar en Berlín.  Aquí topa con su ex -novia Ingeborg Bauer, aunque piensa que esta mujer está loca. Se la lleva a vivir a una buhardilla y desde entonces se vuelve desconfiado de todo. Piensa que la guerra los ha dejado más heridos de muerte de lo que fue la propia guerra. Ya nadie podrá ser igual. Es entonces cuando concibe escribir su primera novela en los ratos de ocio que le deja su pobre empleo nocturno y su enfermiza mujer.

Hans raya en lo supersticioso cuando sigue las recomendaciones que le da una adivina de cambiarse el nombre y le regala una chaqueta de cuero negro. Cuando Hans alquila la máquina de escribir a un viejo ex -escritor, que resulta ser todo un hombre de vida y decepcionado de la literatura y sus fines, le dice que se llama Benno von Archimboldi.  La famosa chaqueta resulta ser exacta a la del médico inglés que atiende a su mujer, a la que le han diagnosticado solo tres años de vida. Dicho médico es aficionado a la famosas chaquetas de cuero hechas por la Mason and Cooper de Manchester y hay todo un diálogo sobre esta prenda, ambas parecidas, aunque la de Hans era de la casa Hahn and Förster.

Las atinadas reflexiones que le hace el ex escritor, dejan pasmado a Hans, que entre otras cosas le dice que escribir es “sólo un juego y equivocación”, que el esfuerzo de escribir no es un esfuerzo de estilo o voluntad sino por  un ejercicio de ocultamientoy que el gran dilema al que se enfrenta todo escritor es «si tiene o no la capacidad para escribir una obra maestra”Esto último es lo que tortura a todo verdadero escritor. Añade que la “lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas.  La escritura en cambio suele ser vacío. En las entrañas del hombre que escribe no hay nada”. Eso lo dejó meditando por varios días.

Este personaje le confiesa que el acto de abandonar o retirarse de la literatura no le ha causado ningún trauma, que por el contrario, le ha producido el efecto de “liberación”. Que no se refiere a dejar de leer, sino a dejar de escribir.  Le cuenta que cuando joven alguien lo invitó a un depósito de cadáveres en un hospital y que cuando se encontró con la mirada de un empleado que manipulaba los cadáveres en el cuarto frío le pareció ver los ojos de un famoso escritor al que él deseaba conocer y admiraba y que la otra persona ni se inmutó. Pensó, tras ese incidente, que este personaje que manoseaba cadáveres, debía tener, al menos, una idea “de la futilidad de los empeños mundanos”.Pero eso no sucedióEso también lo dejó pensativo por un tiempo.

Aquí viene una teoría literaria, o más bien una divagación literaria, que derivo como lector, y que nada tiene que ver con la narración. De dónde se nutre el escritor para escribir; todos suponemos que de sus experiencias, de sus vivencias, “que en todo escrito hay parte de la vida personal”, eso es cierto pero no lo es del todo. El escritor abarca más allá. No tiene límite en realidad. Su fuente no es única sino multidimensional. Es su imaginación, es ésa capacidad de imaginar la que hace al verdadero escritor, por lo tanto, no tiene límite. Es, en teoría, infinita.

En el caso de Hans Reiter, que ya sabemos que es ficción, viene de la guerra. Toda guerra es traumática. Eso no dice mucho, pero cuando se trata de la segunda guerra mundial que cambió el mapa del mundo, eso es bastante. Más todavía. La secuela de esa guerra no termina. Hasta hace poco fue tumbado el muro de Berlín. Ya sabemos que eso dividió a Alemania, y no por tirarlo todo quedó reparado, al contrario, las heridas aún subsisten, y moralmente Alemania sigue todavía dividida.

Ése es el poder de la escritura. Quedamos convencidos de que Hans Reiter se inspiró es ese holocausto y que sus obras reflejan ese dolor y ese miedo, sin dejar a un lado que desde niño, ya era extraño. En cierta manera quedamos bajo la impresión de que ya conocemos los desenlaces, porque la obra de Hans, es su propia vida, atropellada, desventurada, temerosa, incierta, desarraigada, amputada y sin redención. Repito, esa es la ubicuidad de la literatura. Puede estar en todas partes. Es la novela dentro de la novela, donde el verdadero mago no son los actores, los personajes, sino quien los imagina: el verdadero mago es Roberto Bolaño, el narrador, el cuenta cuentos, el tejedor de historias, el que se mueve sin espacio ni tiempo, porque él y sólo él, es el que fija los límites o los extiende hasta el infinito.

La guerra destruyó los edificios, las instituciones, el manejo diarios de las cosas, como un ciclón que aparece y vuela todo por los aires. Las personas que tuvieron suerte de no morir, de alguna manera también mueren. Dejan de ser lo que fueron, para encarnar otro ser, decaído, incrédulo y en cierta manera impotente. De esa desgracia nace la primera novela de Hans, Luke será su primer parto, después vendrán tantos, pero suponemos todos llevarán el sello de casa: sufrimiento, desamparo, soledad. Las dos copias de su primera obra empezarán a recorrer su calvario. Nadie quiere publicar. Todos o casi todos están más interesados en otras cosas, escribir, de alguna manera, sobra. Esa primera experiencia le parece repugnante. La arrogancia, la envidia, y la ignorancia de los editores, insoportable.  Hans se burla diciéndoles que creen “que están haciendo historia” y añade,  “cuando es bien sabido que la historia, que es una puta sencilla, no tiene momentos determinantes sino que es una proliferación de instantes, de brevedades que compiten entre sí en monstruosidades”.

Mickey Bittner, el presunto editor, le da una excusa pueril y desesperanzadora, “en Alemania ya no se lee como antes, ahora hay cosas más prácticas en las que pensar”. El narrador (que es Bolaño) detrás de su cortina de seda, solitario con su magia, no desperdicia ocasión, en cada encrucijada, en cada escollo, encuentra un nuevo pretexto para inventar. En uno de los encuentros con el editor, sus empleados, unos paracaidistas que pelearon en la guerra se cuentan cosas y ahí le narran a Hans un episodio de la guerra que de seguro toma para llevarlo a una de sus tantas novelas, no lo dice, pero los que seguimos las huellas de su pasado, sabemos que, estamos seguro que será incluido. Es la historia del soldado herido que queda sepultado en una montaña de cadáveres, y permanece en esa inmovilidad por días, todo lo tiene perdido, menos su sexo. Para sentir que está vivo, se masturba y cuando lo rescatan sus compatriotas todos lo celebran, pero hay algo raro y extraño, sienten sus compañeros que este soldadito no huele a orines ni a podredumbre como era de suponerse, por el contrario, creen que huele bien, tal vez a perfume barato de gitanos, un poco fuerte, pero huele bien. Quién iba a pensar que esa esencia era su propio semen.

Y el soldadito rescatado apenas puede caminar, listo, y esa es la ironía, para ir a dar al manicomio, premio que le da, gratuitamente, la patria. Y los paracaidistas hacen un comentario mordaz “que durante la segunda guerra mundial había motivos más que sobrados para suicidarse”.

Por fin Hans encuentra editor, una rara avis, de esas que sí conocen y no sólo conocen, si no que aman su oficio. Un editor de Hamburgo, de los viejos que tuvieron que salir al exilio durante la guerra, y que luego regresan dispuestos a levantar de nuevo su negocio. El señor Bubis, que se dedica a esa “aventura de imprimir libros y vender”. Lo primero que le sorprende al señor Bubis es el nombre, que de principio asume que es un seudónimo, eso de Benno von Archimboldi le parece un disparate.  Cómo es posible le increpa que se pueda llamar de esa manera, no será le dice por Benito Musolini, no, no, se apresura a confirmar Hans, e ingenuamente, en una actitud meramente defensiva le dice, me pusieron así por Benito Juárez.

Por cosas del azar la esposa del señor Bubis es la baronesa Von Zumpe, que aunque es mucho menor que el maduro editor, es la que lleva los contratos.  Surge de ahí, como es de suponerse, un reencuentro, una relación amorosa, y un mecenazgo entre Hans y la Baronesa.

Se desgranan otros libros, La rosa ilimitada, La máscara de cuero, Ríos de Europa, y uno a uno, fueron editados por Bubis.  La nobleza de este editor hace pensar en que al verdadero editor lo lleva, en primer lugar, el amor al arte. En segundo término estará el negocio, en todo caso, un fin secundario.

Hay un elogio, más bien una digresión, hacia la mitología griega. Es hermoso como trata de demostrar que la piedra que Sísifo tiene que subir a la montaña, no es tanto para imponerle un castigo, sino más bien para entretenerlo y evitar que desarrolle su astucia y escape. Como finalmente lo hace engañando a Tanos, que es ni más ni menos que la muerte.

Hay toda una recreación de ese mundo del editor, rodeado de libros, primeras ediciones dedicadas de autores favoritos, de la comparación de viejos y nuevos valores.  De reír y sonreír con la lectura de una buena obra. De hecho Bubis se deleita con sus autores favoritos: Döblín y Kafka y su muerte es inesperada, después de una carcajada causada por la lectura de algún pasaje   que le habría causado gracia, y el narrador nos dice que esa euforia en la lectura se escuchó a distancia de su oficina y nadie le dio importancia, hasta que el personal de la editorial se percata de que, Bubis, el jefe, ha muerto.

Junto al peregrinar doloroso de su vida, está el padecimiento de Ingeborg, que ya para morir le pide a Hans la lleve de paseo por varias ciudades de Europa. Aquí se revela otro tema, suficiente para otra novela, que es la historia de amor de la pareja. Para ello Hans tiene que ejercer otros oficios según las circunstancias. Extrañamente hace hasta de jardinero en Venecia. Finalmente su amada, como estaba diagnosticada, muere y Hans cae en un estado depresivo, nace una nueva obra: Herencia.

Dentro de ese mundo de editores hay una alusión a los lapsus cálami, y se da una larga lista de errores notorios de muchos autores famosos y se citan sus obras. La ediciones se suceden de otras obras: Santo Tomás, La ciega, El mar Negro, Letea, El vendedor de lotería, El Padre, El regreso, Bifurcaria Bifurcata, Ríos de Europa y El rey de la selva. Ésta última serála que su hermana Lotte lee en el vuelo a Tucson   cuando va a visitar a Klaus Haas, su hijo, quien está detenido en Santa Teresa, Sinaloa, por presunto asesinato de mujeres. De esa manera surge un nuevo reencuentro con su hermano a quien lo consideraba ya perdido.

En ése estado de desánimo se refugia en Venecia donde lo llegará a visitar su amiga la Baronesa y lo encontrará viviendo como siempre de una manera frugal, tan solo con una pequeña maleta donde cargará tres libros que estará leyendo, 500 hojas de papel en blanco y la máquina de escribir Olivetti que le había reglado su editor.  Cómo no recordar a estas alturas de la historia aquellas 500 hojas en blanco que Oscar Mazerat, el personaje de El tambor de hojalata, de Grass cuando envía a su amigo enfermero del sanatorio donde está recluido para que le compre ese precioso encargo que es donde dejará escrita su historia conmovedora.

Llega la época de internet y Hans tiene que relevar su preciosa Olivetti por una laptop. Este invento le fascina, a pesar de su incredulidad por la modernidad. 

Siempre inquieto sobre qué habría pasado con el Secretario Hermes Popescu, quien era el segundo del general Entrescu, que como ya se dijo murió crucificado por su propia tropa, se lleva la gran sorpresa -y ese milagro lo hace la Internet- en la biografía recogida se entera de que el verdadero traidor había sido su secretario, que fue quien fríamente lo asesinó para entregárselo a los húngaros.  Todo eso lo está leyendo Hans con fondo de música de Juan Sebastián Bach. Después en la posguerra Popescu se casaría con Asunción Reyes, una centroamericana de Honduras, país éste al que caracteriza de la manera más grosera posible. Dice que los hondureños son “gente simpática y degenerada” y afirma que ahí sólo hay tres clases: los indios, los enfermos que constituyen la mayoría y los blancos que ostentan el poder. Es Asunción Reyes la que propone en una fiesta con el presidente de la república de Honduras que por qué no invierte en ése pobre país, donde todo es posible. Así, después de múltiples estudios donde cada quien saca su tajada, nace el proyecto, a todas luces descabellado, de construir un metro en Tegucigalpa como el de París, en un lugar donde sólo habían, como medio de transporte, mulas y camiones destartalados, donde la gente era feliz,  sí conseguía, al menos, algo para la comida del día. Por supuesto la obra nunca se inicia pero cada quien sale beneficiado con los enjundiosos estudios de pre factibilidad.

Los escritores como Hans seguirían reuniéndose anualmente para contarse sus experiencias, a manera de congresos, en hoteles o centros de escritores.  No deja de ser anecdótica la broma de uno de sus colegas cuando lo invita a que se alojen en el refugio para escritores desaparecidos de la posguerra que es donde tendrá lugar la reunión.  Se deja llevar por su amigo y al notar Hans que todo lo que ahí ocurría era extraño, viene a dar al final de cuentas de que lo han llevado a un manicomio.

Se acerca el final de la historia, y ésos seres inventados, a quienes le hemos ido tomado cariño están próximo a su fin. Hemos llegado a la hora de la verdad.  Muere el cojo, el padre de Hans, y el destino hace imposible su deseo que le expresó un día a su hija Lotte de que lo enterraran con honores militares y le recordaba que por algo había peleado al lado de las tropas de Guillermo II, el Káiser. Todo era puros deseos, pues la realidad, que es terca, hizo que sus restos fueran arrojados a la fosa común del cementerio de Pancerborn de donde era originaria su mujer, la tuerta, donde pensaron encontrar a su cuñado, hermano de la tuerta, pero que cuando llegaron ya éste había muerto.

Conmovedora la frase de la Baronesa Von Zumpe, que cumple los 80 años al frente de la editorial del señor Bubi y con mucho éxito. Exclama la baronesa de que ella no se morirá nunca “o me moriré a los noventaicinco, que es lo mismo que no morirse nunca”. Hans continuará escribiéndose con su amiga pero cada vez con una letra más vacilante y las cosas que se cuentan sonarán cada vez más repetitivas, como todo anciano que va perdiendo la memoria.

La verdad es que el libro es una reserva de historias que el autor no tendrá tiempo de contarnos, pero nosotros que hemos seguido las huellas, nos imaginamos. Pero nos gusta que nos la cuente otro, queremos seguir poniendo atención aunque sabemos que todo tendrá que llegar a un final. La historia de su hermana Lotte es como para reconstruirla. Ella es la única en la casa que nunca olvidó a Hans, siempre lo esperó, como ella misma decía, que se acercara con sus pasos de gigante y a cada regimiento que encontraba en la calle le preguntaba si conocían a un soldado llamado Hans, alto y flaco como una anguila, y todos le respondían historias diferentes, solo para molestarla o complacerla. Unos le decían que era un valiente y otros que era un cobarde.  El día de la alegría es el día que se anuncia oficialmente que el dictador Adolfo Hitler   ha muerto.  Eso significaba el fin de la guerra. Ese día a Lotte, ese día precisamente, le bajó por primera vez la regla.

La tuerta muere cuando su nieto Klaus cumple los doce años, en el mismo pueblo donde decidió terminar sus días al lado de un buen hombre, propietario de un taller de mecánica, quien decide casarse con ella, y de quien enviudará por segunda vez.

A los diecisiete años Klaus Haas se verá en problemas con la policía de Santa Teresa, Estado de Sinaloa en México, donde está al frente de un negocio propio de computadoras y donde lo acusan de presuntos crímenes contra mujeres. A Lotte tampoco le habría ido bien, pues su marido Werner muere aun siendo joven y Lotte decide viajar para pasar la pena a los Estados Unidos, donde contrata a un detective para encontrar a su hijo Klaus. En ese viaje histórico es cuando Lotte, ya hemos referido en otra parte, se da cuenta que lo que va leyendo en el avión es su propia historia contada por su hermano, que a esas alturas ignoraba que estuviese vivo y que fuese escritor.

Se puede decir que donde termina una historia empieza otra. Victoria Santoyana es la abogada mexicana defensora de Klaus y naturalmente de esa relación nace una relación también amorosa digna de ser contada. Para proteger a su hijo, Lotte hace varios viajes a México, pero, claro también irá envejeciendo y ya no le permitirán las autoridades mexicanas conducir el coche de alquiler que habitualmente la llevaba a Santa Tersa y ahora lo hará en taxi.

Como es de esperarse Lotte se reencuentra con su hermano a través de la Baronesa que servirá de intermediaria y es la única que conoce el paradero de Hans. Éste recurre en apoyo de su hermana y obviamente le ayudará a que todo salga bien, aunque suena complicado, el caso de su sobrino Klaus, que apenas tiene referencias de su tío, pero sí sabe que es escritor, tal como se lo ha referido  su propia madre. Para entonces Archimboldi, terminémosle llamándole así, tiene 80 años.  Archimboldi va en busca de su sobrino, toma el vuelo a México y no sabemos nada más. Suponemos que lo rescatará de un juicio, nada claro desde un principio, pues ya había sido apelada una sentencia que Victoria Santoyana logró ganar. Todo queda incierto, todo queda en la imaginación del lector que podrá darle el desenlace que estime conveniente. Si cada lector queda con esa tarea, Roberto Bolaño, descansará en paz.

Para mi gusto, debo agregar, a Kafka, Rulfo y Cervantes, ahora, en la primera década del siglo XXI, a Roberto Bolaño. Creo está destinado, sobre todo por esta quinta parte del libro, a ser un clásico.

Roberto Bolaño muere en el 2003. Esta publicación, 2666, es póstuma.

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Licenciado en Economía por La Universidad Nacional Autónoma de México, con Maestría por la Universidad de Vanderbilt, Tennessee, ha laborado como funcionario bancario en el Banco Central de Nicaragua (1967-1997) y ha colaborado en la fundación de la actual biblioteca de dicho Banco, además de Asesor cultural. Jubilado de las actividades bancarias viró su oficio hacia el de la agricultura, sin olvidar nunca sus grandes pasiones: la lectura y la escritura de textos.