Mario Briceño Yragorry
Mario Briceño Yragorry

Un venezolano universal

1 junio, 2025

Mario Briceño Iragorry y su hispanoamericanidad

En este artículo Magdalena Aguinaga Alfonsoanaliza el pensamiento del venezolano Mario Briceño Iragorry, quien defendió que sin memoria histórica no hay nación posible. Aguinaga Alfonso explora cómo su pensamiento articuló una visión de Venezuela anclada en la tradición hispánica, el mestizaje y la ética cívica. Su ideario, aún vigente, interpela a un país en crisis a reconectarse con sus raíces para forjar un nuevo porvenir.

Magdalena Aguinaga Alfonso

Mario Briceño nació en Trujillo (Venezuela) el 15 de septiembre de 1897 y murió en Caracas el 6 de junio de 1958, a los sesenta años. Concluyó su carrera de abogado en la Universidad de los Andes en 1920 y obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Caracas en 1925 (Briceño Picón, 1997: 183). Un hombre con una personalidad poliédrica y polifacética como las caras de un diamante, también por su solidez de pensamiento. Fue historiador, escritor, ensayista, profesor, político, jurista, columnista y diplomático siempre al servicio de la República de Venezuela e hispanista en su defensa de la herencia española en la formación de la nacionalidad venezolana. Su leit-motiv era: “Para sentir la patria como fuerza creadora de futuro, urge llevarla visceralmente con nosotros mismos, como un deber y una consigna irrenunciables” (Briceño Picón, 1997: 164). Sus Obras Completas abarcan 29 volúmenes. Estas consisten en ensayos de historia de Venezuela, la misión de la universidad, una literatura historiográfica en que historia y literatura se imbrican en unión indisoluble, recuerdos de infancia, etc. Dice Arturo Uslar Pietri: “Fue, ante todo, un apasionado de Venezuela. Se interesó por la historia como una búsqueda de las raíces de la nacionalidad y (…) fue de los primeros en tratar y reivindicar nuestro pasado colonial, con el empeño de conocer y abarcar mejor el alma colectiva” (Varios autores, 1998: 40).

El historiador, el profesor y su ideario político

Su ideario político está recogido particularmente en tres libros: Tapices de historia patria (1933), Mensaje sin destino (1951) e Introducción y defensa de nuestra historia (1952). Invitamos a leerlos porque encierran una visión profética no solo de la actual crisis de Venezuela, sino de la crisis de valores en la política mundial. Llaman la atención por su actualidad. Quiso que se recuperara el sentir de la conciencia del pasado del pueblo venezolano. Pero posiblemente su ideario político y su faceta de historiador de Venezuela se sintetiza muy bien en la segunda obra, muy breve, de apenas 90 páginas, en la que nos detendremos a continuación. Fruto de su incorporación en 1928 como Secretario de la Universidad Central de Caracas, junto al Rector, Rodríguez Rivero y al Vicerrector Caracciolo Parra León, fue la creación de la cátedra «Análisis del proceso histórico venezolano (1498-1930)». Se puede decir que Mario Briceño corroboró su cátedra con su vida y escritos. Fue también profesor-fundador de la recién creada Facultad de Filosofía y Letras de Caracas en 1946.

Tapices de historia patria (1933) es un libro de tesis según el propio autor. Dice don Mario (Varios autores, 1998: 35): “Al intentar un esquema morfológico de nuestra cultura colonial, quise defender la integridad histórica del país, expuesto a la quiebra conceptual que provoca el ahistoricismo con que fue durante mucho tiempo juzgado nuestro pasado histórico. Hoy es libro consultado en las cátedras de historia patria”. En él hace referencia a su origen trujillano y a su niñez, donde el año pasado se conmemoraron los 125 años de su nacimiento con diversos actos. En él exalta la figura histórica de Alonso Andrea de Ledesma, conquistador español, de avanzada edad, a quien presenta como un pobre quijote que avanza sobre el flaco caballo del heroísmo y concluye con un canto a su tierra natal. Años más tarde le dedicaría un libro a este héroe, El Caballo de Ledesma (1942) un símbolo del quijote venezolano, “conquistador español, de avanzada edad, llamado Alonso Andrea de Ledesma, quiense enfrentó solo a decenas de piratas ingleses que se abalanzaron sobre la hoy capital de Venezuela, para saquearla”. Bien pudo inspirarse Cervantes en esta figura para escribir el Quijote.

Mensaje sin destino (1951) expresa una idea madre de su pensamiento, la de que el pasado histórico asumido en el porvenir de un pueblo es lo que forma la conciencia colectiva porque entiende que no hay presente sin memoria del pasado. Solo asumiendo quiénes hemos sido podremos afrontar desde esa identidad el presente y el futuro: “Cuando radico en lo histórico la causa principal de nuestra crisis de pueblo, no miro únicamente los valores iluminados de cultura que provienen del pasado. Me refiero a la Historia como sentido de continuidad y de permanencia creadora” (Briceño Iragorry: 1981: XXII). Así corroboraba en el Prólogo de esta obra lo dicho anteriormente por Benedetto Croce: “Lo propio de la Historia está en los acontecimientos mismos, cada cual, con su inconfundible fisonomía, en que se reflejan los acontecimientos pasados y se perfilan los del porvenir” (en prólogo de Mensaje sin destino).

Según Mario Briceño, Venezuela padece una “crisis de pueblo” porque le falta conocimiento de su historia: por eso lo llama “pueblo antihistórico” a pesar de contar con una “historia portentosa”. Sin esa asimilación racional de la historia, el pueblo carecerá del fundamento que le asegure el derecho de ser visto como una nación. Un “país político” o estado necesita la base de un “pueblo histórico” porque: “Es en lo moral y espiritual donde se genera la unidad vitalizadora de lo colectivo” (Manuel Granell, 1999: 19). Dice Mario Briceño: “Olvidados ciertos críticos de que el venezolano, más que continuación del aborigen, es pueblo de trasplante y de confluencia, cuyas raíces fundamentales se hunden en el suelo histórico de España” (Briceño Iragorry, 1981: 12). Y “si descabezamos nuestra historia, quedaremos reducidos a una corta y accidentada aventura republicana de ciento cuarenta años, que no nos daría derecho a sentirnos pueblo en la plena atribución histórico-social de la palabra” (Briceño Iragorry, 1981: 14). Trata también otro tema de vigente actualidad, el de la inmigración aludiendo a que es un tema de índole espiritual, porque vienen personas que hay que saber no solo acoger sino integrar: “Si los nuevos hombres no son asimilados por nuestro medio físico y por el suelo de la tradición nacional, advendrán situaciones sumamente difíciles. Proliferará la anarquía a que es tan inclinado nuestro genio doméstico” (1981: 17)

Más tarde complementa su análisis histórico con diversos estudios, recogidos especialmente en Mensaje sin destino, del que se han hecho varias ediciones más. Viene a ser una revisión de la búsqueda de ser, de pueblo que no se encuentra por falta de profundización en sus orígenes, en su pasado colonial. En este breve ensayo de apenas noventa páginas Mario Briceño vierte su luminoso ideario donde analiza la crisis de pueblo que padece Venezuela, por la falta de sentido histórico por no haber entendido la “historia como sentido de continuidad y de permanencia creadora”. Una nación requiere un medio geográfico y una suma de hombres que forman un pueblo político con una función histórica. En este sentido el pueblo venezolano es antihistórico por pensar su historia se inicia con la independencia en 1810 y la proclamación de la república en 1830. Y que los tres siglos desde la conquista de España es como si no hubieran existido, haciendo tabla rasa de su pasado hispano. Mario Briceño vio ahí una ruptura. Venezuela olvidó lo que había sido y renegó de los españoles y su labor colonizadora en el sentido de evangelización y transmisión de la cultura hispánica. Dicha asimilación de la historia junto con el mestizaje le constituye como pueblo. Un pueblo es lo que ha sido pues el pasado gravita sobre él. Partidario de una tradición que asume el pasado con sus aciertos y errores, él habla de superar la leyenda negra hecha por los sajones y la leyenda dorada de los defensores a ultranza de la colonia. Una tradición abierta al futuro. Es decir, se deben conjugar continuidad y permanencia creadora. El olvido histórico provoca una falta de madurez en la conciencia de pueblo. Mario Briceño consideraba Mensaje sin destino el más afortunado de sus libros. “Planteo en él el caso de nuestra crisis de pueblo, no del pueblo, como por error han entendido algunos” (Briceño Picón, 1997: 90). “Es en lo moral y espiritual donde se genera la unidad vitalizadora de lo colectivo. (…) Un pueblo es ante todo un sentir, un peculiar modo de reacción: frente al universo, un sistema de preferencias orientadas al conjunto dado de valores” (Varios autores, 1998: 19). Muestra un sentido de la tradición como creatividad, sin renunciar a los valores heredados y no como involución hacia el pasado. En su mensaje político nacionalidad y patriotismo vienen a significar lo mismo.

El hispanista

Fue pionero en la defensa de la tradición venezolana desde la colonia a la independencia. Por ello podemos hablar de la hispanoamericanidad de Mario Briceño Iragorry. Fue un formador de la conciencia nacional, fundamental para conocer su identidad y ser un motor en el presente mirando al pasado. Un defensor de la tradición que no se anquilosa pero que ancla al venezolano en un sentido de historia integral que da unidad al pueblo.

Hispanismo y nacionalidad venezolana en don Mario van unidos. Se debe buscar esa nacionalidad en el cruce de indigenismo y españolidad, mezcla de indios con hispanos y con negros africanos a quienes como esclavos los trajeron a trabajar de un modo inhumano. En Patria arriba (1955) se remonta a los orígenes hispanos de Trujillo (Venezuela) y de su propio apellido, en su visita a la ciudad de Arévalo durante su exilio en España, del que había salido hace cinco siglos don Sancho Briceño en 1528 (Varios autores, 1998: 326).  En dicha obra se expone lo que Briceño Iragorry entiende por hispanidad: “En el fondo de las primeras naves conquistadoras viajaban también el espíritu de justicia y de igualdad del español” (Obras completas, vol. VIII: 343). También recorrió las tierras vascas de sus orígenes maternos.

La nacionalidad venezolana nace según él en 1777 con la creación de la Capitanía General de Venezuela. “La lucha emancipadora, en esencia, es un proceso protagonizado por los hijos y nietos del criollo español emigrado a América como pueblo, sembrado en el suelo americano y mestizado con negros e indios en un acto histórico donde se ve la raíz democrática de la nueva nación” (Varios autores, 1998: 258). Por ello la hispanidad para Briceño significa un legado de libertad e independencia: “El Discurso de Briceño Iragorry para incorporarse en la Academia Nacional de la Historia (1930) es una de las páginas donde se analiza el proceso emancipador de Venezuela como un acto de rebeldía y ruptura entre dos Españas: la peninsular dominada por Bonaparte y la americana dominada por la clase de los criollos, hijos de españoles. La tradición de ruptura nace, pues, en su concepto, de fuente española” (Varios autores, 1998: 257/258).

Briceño se opone tanto a la leyenda negra como a la dorada (Varios autores, 1998: 305): “A la leyenda negra no opongo una leyenda dorada (…). Una y otra por inciertas las repudio. La falsedad que destruye, he intentado contrariarla con la verdad que crea, no con la ficción que engaña”.

El ensayista y literato

Sus Obras completas que contienen 29 volúmenes entre libros, ensayos, novelas y discursos están transidas de sentido ético. La verdad de los hechos históricos que siempre defendió la avaló con su vida. Sus escritos están transidos de amor a la patria venezolana y de deseos de democracia en el más auténtico sentido de la palabra. Su estilo puede resultar hoy un poco arcaizante por la condensación de contenido y la rica elaboración de su lenguaje. Una escritura ética avalada por su breve e intensa vida. Su mensaje sigue siendo plenamente actual y un aldabonazo, una voz profética para el pueblo venezolano.

Don Mario fue un quijote de su época, que trasciende el tiempo y el espacio como ocurre en los verdaderos humanistas, que sobrevuelan su tiempo y se hacen profetas del futuro. En El caballo de Ledesma (1942) pretende como dice él mismo: “defender la dignidad humana hasta el sacrificio, pensar libremente hasta quedar en la absoluta soledad” (Briceño Iragorry, 1998: 35). Sin duda, la suya era la actitud de un hombre idealista que se movía muy bien en el plano de las ideas, pero bien contrastadas en la realidad y un amante del progreso anclado en la tradición. Tradición y progreso se reclaman mutuamente. Y en esa tradición coincidía con Jacques Maritain en que hay “un poderoso fermento cristiano que terminará por dominar el ámbito social y político de los pueblos” (Briceño Picón, 1997: 91).

Recibió el Premio Nacional de Literatura en Venezuela con su obra El Regente Heredia o la piedad heroica (1947) escrito para contrastar con los vicios del “hábil” político presentado en Casa León y su tiempo (1946). Biografía con la que recibió el Premio Municipal de la Ciudad de Caracas. Según sus propias palabras: “El Regente Heredia fue escrito al margen de Casa León, para pintar las virtudes contrarias a los vicios del “hábil político”. Su éxito, hasta ganar el Premio Nacional de Literatura, derivó de su carácter de libelo contra las persecuciones y el terror que implantó el ´octubrismo´ en un país que había llegado a gozar de la más absoluta seguridad personal” (Varios autores, 1998: 36).

Otra obra de carácter histórico-novelesco es Vida y papeles de Urdaneta el joven (1946). Sus preferencias literarias las dejó plasmadas en su escrito de 1952 Los escritores hablan de sí mismos (Varios autores, 1998: 37).

Fue el biógrafo de Venezuela, que en más de 800 páginas plasmó en Los Riberas (1957) un retablo novela a través de un personaje en que representa la transformación geográfica y ética de un país, hasta llegar a la riqueza petrolera que aturde y embriaga las conciencias. “Desde la reconstrucción de una vivencia particular fundamenta su procedimiento estético en un viaje” (Varios autores, 1998: 17).

Su estilo es el de un hombre que vivió para la escritura, se sirve de figuras arquetípicas, bucea en los ancestros heroicos y en sus orígenes familiares, tal como los revive en Mi infancia y mi pueblo, que viene a ser una autobiografía sin pretenderlo, con los símbolos que rodean su infancia: la ciudad, el alero, etc. para transmitir una historia personal y colectiva, a modo de un diálogo. De ahí que el ensayo y la novela sean sus géneros preferidos. Así “posibilita la conversión del ser interior en agente productor del texto y elemento fundamental de la creación literaria” (Varios autores, 1998: 21).

El académico

Mario Briceño se incorpora, como vimos, a la Academia Nacional de la Historia en 1930 y en 1932 a la Academia de la Lengua de Venezuela. Fue nombrado director del Archivo General de la Nación y Miembro de la Junta General de Archivos en 1941.

El diplomático y otros cargos

Fue cónsul en Nueva Orleans (Louisiana) en Estados Unidos en 1923 con tan solo 27 años; Secretario General del Estado de Trujillo y Presidente interino en 1927; Gobernador del Estado Carabobo en 1928. Como diplomático fue ministro plenipotenciario en Centro América desde 1936 hasta 1941 con sede en San José de Costa Rica. En 1944 fue nombrado Presidente del Estado de Bolívar y en 1945 Presidente del Congreso Nacional, Jefe de la fracción del Partido Democrático de Venezuela. Embajador de Colombia en 1949. Durante este período publicó una serie de libros que lo convirtieron en uno de los más importantes exponentes de la ensayística contemporánea de Venezuela. Algunos de esos títulos son: Alegría de la tierra, Vida y papeles de Urdaneta, el joven; El caballo de Ledesma; Los Riberas. En 1951, apoya la candidatura de Jóvito Villalba para las elecciones presidenciales de 1952. Cronista de Caracas en 1952. Como el don Quijote americano Andrea Ledesma, a quien dedicó el libro El caballo de Ledesma (1942), encarnó su personaje favorito y armado de su pluma y de su palabra saltó a la arena que le llevó al exilio.

El cristiano cabal

En el Extracto de su ensayo “Sangre en el rostro” dice: “Yo soy, en cambio, hombre de fe en los principios eternos e inmutables de la justicia, y caldeo mi conciencia, no con llamas de odio, sino con el rescoldo amoroso de la verdad”. (volumen 15 de sus Obras Completas, pp. 277-280).

Sobre la crisis de la caridad escribió un interesante breve ensayo del que extraemos estas palabras: “Para los que creemos en el espíritu, ella es fuerza que anima y enrumba la marcha de la sociedad. Es la virtud antimarxista por excelencia. Es el solo aglutinante social que puede evitar la crisis definitiva de la civilización” (Briceño Picón, 1997: 76).

Junto con otros profesores universitarios de la Universidad Central de Caracas, redactó los Reglamentos de la Asociación de Caballeros del Espíritu Santo en 1934. También interesado por los problemas sociales de los trabajadores, colaboró en el estudio de las encíclicas de León XIII (Briceño Picón, 1997: 57 y 61).

En carta a Jóvito Villalba desde Madrid en enero de 1958, tras seis años de destierro, le dice: “Olvido y perdón que surgen del propio examen que hacemos de nosotros mismos. Lo que Jesús escribió sobre las arenas, solo lo leyeron la adúltera y sus acusadores. La sentencia escrita de Cristo debió haber sido más dura que las palabras con que desnudó a los presuntos monopolizadores de la virtud, empeñados en lapidar a los pecadores” (Varios autores, 1998: 67).

Su breve ensayo titulado Elogio de san Agustín (Caracas, 1930) es un texto digno de ser leído y divulgado por la profundidad y conocimiento del santo obispo de Hipona, en quien destaca su polifacética personalidad como sabio, santo y héroe. Lo escribió a petición de los PP. Agustinos Recoletos con motivo del décimo quinto centenario de su muerte. En él se advierte su gran conocimiento de la literatura clásica al citar a los autores que leyó san Agustín. Cuando alude a su pasado pecador, recuerda su propia juventud rebelde. (Briceño Picón, 1997: 43/44).

En El Caballo de Ledesma (1942) recoge un ensayo sobre “La crisis de la caridad” que pone de manifiesto la madurez cristiana del autor y su capacidad de discernimiento entre la caridad y su apariencia. Incluso de un modo muy actual habla de la función social de esta virtud, en la línea de la Rerum novarum del Papa León XIII.

Cuando ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1932 su discurso trató sobre Franciscanismo y Pseudofranciscanismo.Era terciario franciscano desde 1930, como un modo de compromiso de su fe.

El padre de familia

Casado con Josefina Picón Gabaldón tuvieron ocho hijos.

“Una de las cosas que nos enseñó eran las tertulias familiares. Era un hombre que estaba pendiente del país y del mundo. Siempre pensaba en las injusticias y lo que le hacía daño a la humanidad. Me transmitió ese afán de trabajo, no descansaba, escribía, sufría muchísimo y tenía mucha ansiedad por hacer muchas cosas. Nunca lo vi perdiendo el tiempo”. Se levantaba a las 4 o 5 de la mañana a escribir. Podía dar los cien bolívares que tenía en la casa a quien más lo necesitaba” (Briceño Picón, 2017).

El defensor de la democracia

Briceño fue un demócrata por convicción, formación y acción política como vimos en sus diversos cargos al servicio de la República venezolana. Convencido de que la historia de Venezuela no es de saltos en el vacío, sino de continuidad en una tradición que une la Colonia con la República, enseñó que la democracia basada en el sufragio universal era el camino adecuado para Venezuela. Así se expresaba el 25 de septiembre de 1945: “Si somos voceros del pueblo tenemos que interpretar cabalmente los intereses y la voluntad del pueblo” (Varios autores, 1998: 148).

Fue promotor de los valores democráticos desde joven político, como se advierte en su obra El Caballo de Ledesma (1942) y, por ello, el golpe militar de Marcos Pérez Jiménez en1952 significó para Briceño el camino del destierro (a la vez que para Jóvito Villalba fundador de URD) a la edad de 55 años edad y a cinco años de su prematura muerte, a la edad de 60, tras una vida intensa de trabajo y dedicación a la unidad del pueblo venezolano, asumiendo todos los riesgos de la política.

Su concepto de la nacionalidad venezolana no estaba en contra del internacionalismo, sino del imperialismo americano que pretendía monopolizar la riqueza del petróleo de Venezuela, eliminando su historia y sus raíces. La bomba de Hiroshima le iluminó, como él dice, sobre la farsa democrática de los imperios. (El Caballo de Ledesma, 1942).

Muerte y exilio

Mario Briceño Iragorry tuvo que seguir un intenso periplo desde su salida de Caracas:“De Costa Rica pasa a Cuba y de allí a Europa, a Madrid, donde el mes de abril de 1953 instaló su nuevo hogar en compañía de mi madre, de su hija Beatriz (…) y de su hermano Marco Antonio y familia” (Briceño Picón, 1997: 102/103). Allí siguió escribiendo más obras: Aviso a navegantes (1953), Gente de ayer y de hoy (1954), El hijo de Agar (1954), Patria árida (1955), La hora undécima (1956), Los Riberas (1957), Diálogos de la soledad (1958), Ideario político (1958) y Cartera del proscrito (1958). En Madrid sufrió un atentado del que salió ileso, pero ya unido a su enfermedad coronaria y con una salud precaria, pudo regresar a Caracas el 13 de abril de 1958, tras seis años de ausencia y a menos de dos meses de su fallecimiento, el 6 de junio de 1958. Previamente había viajado dos veces a Italia (Génova) para ser tratado de su enfermedad mal diagnosticada.

Así murió del mal de la patria el libertador de Venezuela tras la tiranía de Pérez Jiménez. Sus últimas palabras fueron para su mujer Josefina Picón Gabaldón con la que tuvo ocho hijos: “Pepa, Pepa, no hay tiempo¸ pásame el Cristo (con el que murió su madre) y llama a los hijos, que ahora sí me voy” (Briceño Picón, 1997: 129) en una emotiva escena que recuerda a la última de las Coplas de Jorge Manrique, con la misma paz de haber cumplido su destino hasta el último respiro. Sus restos reposan en el Panteón Nacional de Caracas desde el 6 de marzo de 1991.

Conclusión

Mario Briceño Iragorry representa la unidad de Venezuela, porque supo enseñar con su intensa y polifacética vida y sobre todo a través de su escritura, el espíritu de unidad del país y de su identidad nacional. Hoy Venezuela se enfrenta a una situación similar a la preconizada y denunciada por él: un pueblo que debe desafiar con pocos recursos a una dictadura asentada hace ya 25 años y que, cada vez va estrechando más las libertades por las que tanto luchó este venezolano universal con su palabra y su pluma.


Bibliografía

Alonso, Juan Francisco (2023) https://www.bbc.com/mundo/articles/cw4vmg0yxvdo. Consultado el 27/8/2024.

Briceño Picón, Beatriz (1997) Retazos Mario Briceño Iragorry, Venezuela: Trípode y Comisión Presidencial para el Centenario del Nacimiento de Mario Briceño-Iragorry (coedición).

Pérez, Ramón Antonio (2017) https://elguardiancatolico.blogspot.com/2017/09/beatriz-briceno-picon-el-pensamiento-de.htm. Consultado el 28/8/2024.

Briceño Iragorry, Mario (1981) Mensaje sin destino, Caracas: Monte Ávila. Publicado en 1951.

—————————– (1996) Obras Completas, Caracas: Congreso de la República.

Briceño Picón, Beatriz (1997) Retazos Mario Briceño Iragorry, Venezuela: Trípode y Comisión Presidencial para el Centenario del Nacimiento de Mario Briceño-Iragorry (coedición).

Varios Autores (1998) Veinticuatro visiones sobre Mario Briceño-Iragorry, Compilación e introducción de Rafael Rivas Dugarte, Venezuela: Comisión Presidencial para el Centenario del Nacimiento de Mario Briceño Iragorry.

Comparte en:

Pamplona, España. Es doctora en literatura española por la universidad de Santiago de Compostela desde 1993. Catedrática de lengua y literatura castellana en institutos de enseñanza media de Galicia y Pamplona. Ha publicado alrededor de ochenta artículos en revistas especializadas y participado en numerosos congresos nacionales e internacionales. De 2000 a 2006 trabajó en Canadá: en la Universidad de York en Toronto (2000 a 2004) y en el Departamento de Educación de Edmonton (2004 a 2006). Ha pertenecido a diversas asociaciones literarias y publicado La quimera: orientación hacia el misticismo (Ediciós do Castro 1993), El discurso narrativo de Pereda (Ediciones Tantín 1994) y El costumbrismo de Pereda: innovaciones y técnicas narrativas (Reichenberger 1996). Ha editado además Marianela de Benito Pérez Galdós y María Magdala de Ernestina de Champourcin.