Una extraña experiencia

1 octubre, 2023

A Jorge Chen Sham

Bajé cansado del bus que me trajo de mi pueblo. Fue un viaje largo, pesado y caluroso. He buscado alojamiento por horas. Veo un letrero en la puerta de una casa de dos pisos que dice: «SE ALQUILA UN CUARTO». Ya había pasado por aquí y no miré esta casa. Imagino que se me escapó por buscar tanto o a lo mejor el aviso lo acaban de poner. 

Animado toco el timbre y abre una anciana. Le pregunto por el cuarto. Por toda respuesta, con la mano indica que la siga.

Es un lugar sombrío, por decirlo así. Su forma es extraña…

Me doy cuenta de que tiene cerradas puertas y ventanas; estas últimas cubiertas con cortinas pardas y gruesas, pero es curioso: no hay calor y en esta ciudad es sofocante

Cruzo un pasadizo y entro a un pequeño salón. La anciana señala un sofá y entiendo que quiere decir que me siente. Lo hago y observo que el lugar donde estoy se comunica por medio de un arco a una gran sala arreglada con muebles pesados y tapizados. Hay mesitas redondas vestidas de seda con flecos, distintos tipos de asientos con tapices de color rojo, verde y azul; cojines, alfombras, flores secas y lámparas de mesa con cuentas que parecen de cristal; jarrones como las ollas que conozco, aunque lindos y brillantes; un espejo ovalado con marco dorado, libros, candelabros…

Después de poner atención casi a toda la enorme sala veo que el centro del cielo raso es de madera tallada, de donde cuelga una gran lámpara de algún cristal caro.

Yo conozco al carpintero de mi pueblo, que a veces hace caballitos tallados en madera, pero esto es más bonito.

Al lado donde estoy sentado y hundido en el sofá hay una mesita redonda de madera con incrustaciones de concha nácar. Conozco la concha nácar porque mi pueblo queda cercano al mar donde he recogido conchas así. Una lámpara ilumina todo donde estoy.

Debe ser enorme la casa. No se mira por fuera.

Aún no termino de observar cuando regresa la anciana y me indica otra vez con la mano que la siga.

Caminamos por un pasadizo ancho y abre la pesada puerta del primer cuarto a la derecha.

El ambiente es igual: tres de sus paredes pintadas de verde olivo, cortinas en sus dos ventanas, cuadros, asientos tapizados, escritorio, cómoda contra la pared azul desgastado, un sillón tapizado en blanco y una alfombra. Sobre la cómoda hay tres frascos azules. 

Es tan extraña y tan linda que se va la esperanza de ser inquilino de esta residencia.

Al fondo del cuarto, sentada en una butaca roja está una mujer. En la penumbra no puedo distinguir su rostro. Tiene una colcha sobre las rodillas hasta el piso y no hay frío. 

—Desea el joven alquilar un cuarto.

No puedo definir si es afirmación, pregunta o qué. La voz suena lejos como si hiciera un esfuerzo para hablar.

—Vine del interior del país. Voy a estudiar en la universidad, por eso busco un cuarto que no sea costoso. No creo que pueda… es más, es imposible que pueda costear algo así…

—¿Cuánto puede pagar?

Recalca «puede», y le explico sin decir ni una cifra, casi justificando mi pretensión de ser su inquilino:

—Mi bajo presupuesto tiene que dar para alojamiento, libros y todo lo que necesita un estudiante con deseos de superación. 

—Lo que usted tiene presupuestado para su cuarto es lo que vale. Se lo alquilo con la condición de que nadie más que usted entre en esta casa.

No hay tiempo ni siquiera de asombrarme. Entra la anciana que me abrió como si supiera que ya soy inquilino y me conduce escalera arriba.

Me dejo llevar porque conviene. Reconozco que estoy propasado al no pagar su valor, que ni siquiera sé cuál es: nunca propuse cifra alguna. No voy a fallarle metiendo gente a la casa.

¡Qué interesante!, supongo que la soledad motiva este arreglo, no lo que pueda recibir porque esto es una mansión. Seguro es de esas familias que tuvieron mucho dinero y ahora esta anciana ha quedado sola con su gran casa y con tanto dinero para que no le importe rentar sin devengar mucho.

Me pregunto si tendrá algún familiar o verá en mí a algún nieto que viva en el extranjero y jamás la llama o le manda una tarjeta siquiera o le caí bien; tal vez ni me vio en semejante oscurana.

Bueno, ¿para qué pensar? De todas formas, soy favorecido; extraño sí. Todo está saliendo como anillo al dedo, aunque el anillo quede muy grande.

En el cuarto hay unas cortinas oscuras, un ventilador de techo y un escritorio. El clima es agradable y el lugar resulta tranquilo.

La anciana me informa:

—La cena se sirve a las seis de la tarde. Sea puntual.

No sabía que el precio incluía cena. Es como otro milagro.

Cuando cierra, mi alegría es enorme por haber logrado ubicarme aquí.

El cuarto es grande… además, la mesa de noche tiene su luz. Hay silencio. Podré leer y estudiar. 

Cinco para las seis de la tarde golpean la puerta. Es la anciana. Bajamos por la misma escalera, caminamos hasta llegar a la sala del comedor que tiene un aparador con su espejo y dos candelabros. En la pared de enfrente hay un cuadro con frutas encima de una bandeja dorada.

Hay un solo lugar servido en la mesa de doce sillas. Con el gesto de su mano ella indica que me siente en la cabecera.

Levanto la tapa y veo servida una carne con salsa y puré. Hay una copa que parece que contiene vino y otra con agua; además, un vaso de leche tibia que acostumbro tomar antes de acostarme. Estoy confundido, recuerdo que una vez soñé algo así, pero pienso que es casualidad.

Tal parece que la anciana sabe a qué hora entrar, pues llega cuando termino el último trago de leche.

Me levanto y voy a mi habitación después que ella sale.

En la cama pienso en mi suerte. No importa vivir con dos ancianas porque mi pasatiempo es leer. Saldré a divertirme cuando me aburra.

*

El tiempo pasa sin problemas. Tengo comida y techo. También lavan y planchan la ropa: los calzoncillos, calcetines y camisetas aparecen siempre doblados sobre la cama; las camisas y pantalones en el perchero; esto no me deja de sorprender, mejor no pregunto.

Lo que hago es no invitar amigos para no faltar a la condición que impuso la señora.

Sin embargo, siempre hay cosas intrigantes en este lugar: nunca he conversado con la dueña; la casa vive ordenada y aseada, sin que yo haya visto alguna empleada de servicio; no hay televisión, radio ni teléfono: nada comunica al exterior, solo la puerta hacia la calle.

Cuando quiero salgo con mis compañeros a la disco, bares, a pueblos cercanos, al mar o donde mi familia. Al regresar siempre abre la puerta la misma anciana. Sé que se llama Juana porque me atreví a preguntarle su nombre, aunque no preguntó el mío.

Hay otra cosa rara inquietante: el sonido de una máquina de escribir que rompe el silencio de la noche cada 15 de marzo. Curioso, sucede siempre en la misma fecha. La primera vez no pude dormir; tan acostumbrado al silencio, fue imposible conciliar el sueño. Sentí como si viviera en otra dimensión. A la mañana siguiente me atreví a preguntar a Juana y por toda respuesta dio la espalda. No insistí.

Yo paso fuera todo el día por mis clases y actividades extracurriculares, pero cuando llego siempre es igual: todo es extraño al atravesar el umbral, nada desagradable.

*

Los años han ido pasando y se acerca mi graduación. La señora me manda llamar. Hasta hoy vuelvo a entrar a ese cuarto desde hace cinco años. Antes de que hable, le comienzo a expresar mi gratitud por lo que ha hecho por mí.

Ella corta con el gesto de su mano. Por fin escucho de nuevo esa voz forzada, que dice: 

Se acerca tu graduación. Será el propio día en que por la noche escuchas la máquina de escribir en el cuarto contiguo al tuyo. A la hora que vengas de la ceremonia, que serán casi las dos de la madrugada, tienes permiso de entrar ahí.

No reprocha que no la haya invitado. Tiene todos los méritos, pero no me atreví. Ella en cambio da permiso para… ¿qué?

No veo las horas de que suceda.

Llega el día. Mis padres no pueden venir. No estoy tan entusiasmado por mi graduación como por conocer el misterio. Escapo de la recepción en cuanto me es posible y corro a la casa directo al cuarto.

La puerta está sin llave. El cuarto, a diferencia de los demás, está desocupado, solo hay una mesa pequeña con una máquina de escribir antigua iluminada por una bujía mortecina. Frente a ella veo sentado a un viejo con vestido antiguo. Cuando escucha que entro saca el papel del rodillo. Lo deja caer y desaparece.

Desconcertado por lo que ocurre camino despacio mirando para todos lados, al parecer estoy como flotando. Escudriño los rincones achicando los ojos para ver si es por el licor que tomé durante la celebración. No: la máquina está sola en el cuarto y el papel en el suelo. Lo levanto y se apaga la luz. Las tinieblas son espesas, erizado salgo tambaleante hacia mi habitación. Se encienden las luces. ¡Me estremezco! Estoy espantado, paralizado, sin saber qué hacer.

En el papel está escrito: Soy tu abuelo. Esta casa es tuya. Y firma: Juan Ayala. 

Mi desasosiego es tan inmenso como la casa. Salgo desesperado al cuarto de la mujer para pedir alguna explicación. ¡No está!, solo la silla. Llamo a Juana gritando y mi voz suena como eco en el silencio. No contesta. ¡Qué miedo! Tiemblo, vaheo copiosamente, cansado. Salgo despavorido a la calle. No sé cómo camino, estoy cansadísimo; no sé cómo corro, mi corazón late acelerado y con los ojos desorbitados. Me doy cuenta de que afuera todo está igual: la calle, el silencio nocturno y las luces: todo está normal en la ciudad esta madrugada.

Estoy agotado. Me siento en el pavimento con la boca abierta, exhalando; mi cuerpo está entumecido, el pánico me adormece… caigo de espaldas. 

*

Ya sosegado un poco, debo esclarecer cuanto acontece. 

Levantándome poco a poco para entrar de nuevo a la casa y descansar veo que no está. ¡Desapareció!

En su lugar hay una gran pared de piedra.

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Es licenciada en Humanidades. Ejerció la docencia secundaria durante 15 años. Actriz, dirigió varias obras teatrales. Finalista en el Primer Festival de la Canción de Nicaragua en 1977. En 1988 recibió el Premio Nacional “June Beer”, en el VIII Certamen de Artes Plásticas, por su obra La costurera. Ha publicado ensayos: Breve historia de la Plástica Leonesa (1996), El ritual de las presentaciones (2023) y novelas: La casa de los Mondragón (1998), El sueño del ángel (2001), Túnica de lobos (2005), Conspiración (2007), Aurora del Ocaso (2009) y El Sinnombre (2018). También libros de cuentos: El mundo de Cuxi (2011) y teatro: Gritos en silencio (2006), Stradivarius (2007), Noche encantada (2008), Sangre atávica (2009) y Loa al inmortal (2015). En 2018 publicó Teatro reunido. Es fundadora de la Asociación Nicaragüenses de Escritoras (ANIDE), Miembro de Número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y Miembro Correspondiente en Nicaragua, de la Real Academia Española.