rodrigolabardini-foto2

Una novela de la vida, del amor, del sufrir, en entregas quincenales

1 febrero, 2015

Rodrigo Labardini

Compartimos un nuevo texto de Rodrigo Labardini, embajador saliente de México en Nicaragua, diplomático de carrera pero también escritor, columnista y fotógrafo.


Rodrigo Labardini

I
Encuentro

Recuerdo tu talle. ¡Cómo no apreciarlo!

        Sentada a mi izquierda, a dos lugares, vi tus ojos, puestos en mí, me reflejaban, con intriga, inquiriendo, quién es, quién soy, quién eres. No ciertos aún, se voltearon, retraídamente; mostraron tu perfil.

Respondí igual. Un asomo de duda. ¿Vi?

Retahíla de ideas. Se agolpan. Se vencen unas a otras.

Entretanto, gente subía y descendía. Una ligera pendiente. El motor rechinó. Hizo más ruido.
La comunidad, taciturna, pensando qué nuevo día, qué nuevo quehacer, una jornada más.
Nuestro entorno clamó silente paz, fugaces momentos, eléctricos, creadores.

Temeroso, dubitativo, giré. ¡Sí! Evidente; como la imaginación.

        Tus dos luces, ojos hechiceros, ya no investigaban. Sondeaban, delimitaban el coto. La caza podría iniciar.

Tanteado el campo, viraron nuevamente.

Asombrado, respondí igual. Con incredulidad. Pero, sí, ¿Vi?

Vorágine conceptual. Arquetipos se agolpan. Luchan entre sí, se vencen sin par, cual más. Memorias de más de una década, volver a vivir el dolor profundo que guardo y que los pliegos, mudos, preservan con las hendiduras que marqué con mi penar, el crúor que fluyó, la aciaga senda que transité; reminiscencias de congoja y angustia, por no saber hablar, por no saber actuar, por meditar cien y dos veces las implicaciones del decir, del no decir, avatares que a cuestas llevo; evocaciones, remembranzas y olvidos que no son sino abrojos y ortigas sentimentales, no por ello menos corporales. Pírrica disputa entre paradigmas. Se olvidaron que no hay peor verdugo que el tiempo, éste no absuelve. Dum loquimur, fugerit invida Aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.

Dos paradas transcurrieron. El tiempo; traidor, fugaz.
Al frente, un pasajero falto de monedas. Preguntó a su diestra.
Recibió dos calderillas. Entre tumbos y brincos tomó asiento.

        De crema y marfil tu vestido, terminando cerca del tobillo, envolviéndote febrilmente, zapatillas, no altas, color marfil y crema, coordinadas, escote no pronunciado pero visible. Un pequeño saco, parte del vestido, con varios botones, cinco, seis, anunciando la posibilidad de descubrir el seno.

El sol, típico de mayo, presente, sin mucho calor, augurando un día fresco. Viento, no mucho.

        No cabía duda. Incitantes, nuestros ojos se entrelazaron, insinuantes, una mirada no dice nada, es sólo la incógnita de lo desconocido, de lo que puede ser, de lo que puede ocurrir. El sigilo surgió, lentamente al principio, paulatina y pacientemente, cada vez con mayor vigor; el arcano de los sexos hizo aparición, sin que se le llamara, se presentó, se apersonó entre ambos. Quimera silenciosa que arredró nuestras cotidianas faenas.

Una parada más. Bajó la señora tres lugares delante de ti.
En su bolsa negra, colgando del hombro izquierdo, sus cosas, sus papeles.
En la mano derecha, el periódico que el patrón tomaría y lanzaría al piso por la tarde,
después de llegar a casa y sacar la cerveza del refrigerador.
El motor rechinó, como si tuviera pereza para iniciar
nuevamente su rutinario ir y venir entre terminales.
Los caminos no varían.

        Pero, antes que todo, es necesario saber, confirmar. Todos pueden gritar violación antes de la consumación. Agobios y pesadillas sociales perturban nuestras personas, en ellas vivimos, medrosamente, y, en un instante, como pudimos comprobar, las olvidamos. Con timidez, para que los otros no lo observaran, cauta, no sabemos qué senda trocamos, segura, no eran momentos para gurruñarse; esbozaste una ligera sonrisa. La caza dio inicio, la presa fue largada, la añagaza tendida. Tus ojos, seductores, acezantes, se cernieron sobre el botín.

Varios árboles pasaron de lado, las personas avanzaban con pausa,
como si supieran lo que estaba por ocurrir.
El sol, irradiándonos, dejó de calentar.
Mi atención fija en ti, tus ojos, tu cuerpo, tu ánimo.
Aquél motor, según me dicen, rechinó otra vez.
Era sólo una vuelta más de tuerca.

        Yo, atónito, absorto en la estupefacción, concentrado en tus movimientos. Volteaste. Con tus ojos me abrazaste y los míos te recibieron. Enlazamos las madejas de nuestra intimidad. Volviste a mostrar una sonrisa discreta. Nuevamente, frente a los pasajeros, desplazaste tu mirar. Yo también viré. ¿Qué me pasa? ¿Soy objeto de seducción? ¿Quién el festín? Dudas, cientos de acicates, nos invadieron. Recordar el pasado, a ella, a quien he amado, a quien entregué mi pensamiento, a ella, que por indecisión y por no saber expresar mi intimidad, dejé ir por temores fatuos, vanos; a ella, con quien no vivo. Estar cierto, una vez más, que habré de sufrir, perennemente, que cada vez que respire, en cada aspiración, me rasgaré el pulmón con los suspiros de la nostalgia, del arrepentimiento por el amor que dejé ir, por la desidia, por la abulia que dominó, y por perder la dicha que como mercader transfiguré por una vida satisfecha pero no feliz.

El motor gimió. Era necesario detenerse.
Otros más se sumaron al deambular matinal
con cuatro paredes y un monitor como destino.

 Al voltear vi tu persuasión, tu incitación, la seducción en tus ojos. Reparé en que el botón inferior y el siguiente, de ese saco color marfil crema, ya no se encontraban cercados por los ojales. Pude atisbar, con dificultades, con ansia, tu escote, el valle de tu busto. Miré tus ojos, dudando, deseando que no me hubieras visto, esperando que me capturaras por haber visto, por haberme asomado. Tus ojos, con acecho. Desvié la mirada.

Más tumbos y brincos. Una parada más.
Ahora no se detuvo. Nadie esperaba.
Nadie quiso descender.

Reviré. No daba crédito. Tres botones más habían cedido ante tu mano derecha, circunspecta. El valle, visible, la emboscada tendida. Instantes bellos, sublimes. Un deseo de recorrerlo con pausa, con meditación. La sangre, un vacío, la pasión fluyó. Mis ojos, inciertos, preguntaron, ¿yo? Los tuyos, cautivadores, confesaron.

Vaivenes, sinuosidades, replicaron en un estruendo, pero el silencio estaba presente, nos rodeó. Ya no hubo tumbos. Un puente, el asfalto continuó. Otro puente, autos por doquier, el mundo caminaba ignorando este encuentro. Se aproxima la terminal. Dos cardenales sentados en la rama inferior del árbol junto a la parada.

El tiempo, renegado, conspirador. Estamos cerca. ¡Rápido! ¡Piensa! ¡No, no pienses! Ésa, tu virtud, es tu perdición, tu pasado lo repasa todas las noches. ¡Actúa! ¿Qué hacer? Debate interno, debacle personal. Los modelos regresaron. Inmolación individual. O, fortuna, imperatrix mundi! Misteriosamente, con sorpresa descubrí dos tarjetas, rara vez cargo, se reparten apresuradamente. Datos propios, sí, pero públicos, equivocados; deben ser íntimos. Nerviosismo, inestabilidad ante lo inesperado. Escribir muescas con tinta, medianamente legibles. La mano, vacilante, indecisa. Te preguntaste qué anotaba, si serían mis datos y si eran para ti.

Contoneos, bandazos, tumbos, brincos. Gime el motor.
Está para hacernos saber que pronto llegaremos.
Una parada más. Un joven sube. Se preocupa por lo que dirá su jefe.
Se le hizo tarde. Las excusas se agotan. Se acomoda los lentes.
Es la tercera vez que llega tarde en un mes.

 La inseguridad, presente. Sensación desconocida. No saber ser, cómo expresar, cómo hablar. Amedrentado, figuré un parlamento, un diálogo. No podían ser voces sin más, “Hola”, ni locuciones rutinarias y trilladas, “Bellos ojos”, quizá cierto y galante, “El cielo está triste. Hoy sé por qué. Extravió un ángel, pero acabo de encontrarlo”. Algo enigmático, un entresijo, pero que no atemorice. “Te ves admirable. El vestido, verdaderamente eres tú. Tengo una pregunta. ¿Cómo lo hiciste?” Y, sin esperar respuesta, concluir. “¿Me permitirías conocer la llave de tu vestido?” Aprender el diálogo, memorizarlo, repetirlo mentalmente, buscar la entonación adecuada.

No hay duda. La terminal está a la vuelta. Ya nadie sube.
Todos se aprestan. Hay que ser el primero en salir.
La vida es corta, debemos desperdiciarla en vidas sin rumbo,
sin percibir nuestro entorno, sin dejarnos ser.
No todo se rige por el tiempo.
El motor gimoteó, afligido no por haber llegado,
sino porque pronto saldrá una vez más.
Ahora llevará a quienes van en sentido opuesto.

        Bajaste. No rápidamente. Con disimulo avanzaste, pausadamente. Dudaste, ¿se acercará? Esperemos aún más. Abriste tu bolso; buscabas algo, no sabías qué, cualquier objeto, la pluma, un papel, tu pañuelo, algo. El propósito no era encontrar; había que hacer tiempo. Mientras, boquirrubio, inexperto, candoroso, arrastré los pies. ¡Medrado estuve! ¡Valiente practicar! Lleno de temblor, me acerqué. Con alarma, con aprensión, balbuceé, guturalmente saludé. Entre señas, te ofrecí las muescas recién hechas.

El parlamento diseñado, yacía por tierra.

Sin embargo, lo levantaste. Aceptaste la hoja. “La llave del vestido soy

Comparte en:

Lic. en Derecho (U. Iberoamericana), Maestrías en Administración Pública (Tec. Monterrey), Economía (Tec. Monterrey), Estudios Legales Americanos (U. Nuevo México) y Derecho (U. Iberoamericana), y candidato a Doctor en Derecho (American University). Cuenta con 55 artículos y obras publicadas sobre cooperación contra la delincuencia internacional, antinarcóticos y extradición, derechos humanos, derecho internacional, tratados. Asimismo ha publicado los libros Labardini, Rodrigo, LA MAGIA DEL INTÉRPRETE. EXTRADICIÓN EN LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE ESTADOS UNIDOS: EL CASO ÁLVAREZ MACHÁIN, Editorial Porrúa (2000). Y Labardini, Rodrigo (responsable), LA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR DE MÉXICO EN MATERIA DE DERECHOS HUMANOS¸ Secretaría de Relaciones Exteriores (2006). Ha sido profesor de derecho de Maestría, Licenciatura, Diplomado y Post-grado en instituciones de educación superior en México y Estados Unidos de América, incluyendo American University (Washington, D.C.), Georgetown University (Washington, D.C.), Colegio Interamericano de Defensa (Washington, D.C.), Universidad Iberoamericana (campus Santa Fe [México, D.F.] y campus León, [Guanajuato, México]), e Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE) (México, D.F., México). Es miembro del Servicio Exterior Mexicano con el rango de Ministro. Actualmente es Embajador de la República Mexicana en Nicaragua.