Una persona me dijo que todo lo que había antes de decir “pero” era una mentira, pero: una carta que nunca envié. 

1 agosto, 2023

Querido X, caballo de metal, corazón aventurero: 

Gracias por responder, eso es lo primero.
Intenté leer tu correo en word. Lo copié y lo pegué. Pero es diferente.
Aauuuuuuuuuuuuuffff. Son plataformas diferentes, extrañas entre sí.
No es que antes no hayamos hablado de esto, pero ahora se siente 
distinto. No sé si mejor, pero algo así. Me he dado cuenta, por ejemplo, 
que me cuesta mucho escribir cuando una página de word está terminándose:
cuando escribo y quedo al medio de dos páginas, con ese espacio 
entre medio, no blanco como la “hoja”, sino gris. Es incómodo y me desconcentra. 
Es como pensar lo mismo, pero en dos cabezas distintas.
Es como escribir y estar cayéndose, o escribir durante un terremoto. 
Así que ahora, lo que hago, es escribir o más abajo o más arriba, 
para no tener ese espacio molesto. 

Y luego lo subo. 

O lo bajo. 

                               Pero quizás tampoco queda igual.  
Quizás nada quede igual. Porque los libros no se leen en “hojas” de word. He pensado en cambiar la configuración para escribir sin esos espacios –a lo Kerouac–, o escribir en formato de libro. Pero eso me recuerda a un ex–amigo que escribía así y a todos los ex––––amigos de esa época, que sin quererlo me hicieron daño. Siempre pienso que no le cuento esas cosas a nadie, pero lo más probable es que las haya repetido demasiado. El otro día leí algo terrible en un libro terrible que estoy leyendo. «La guerra no tiene rostro de mujer». Es un libro horrible en el sentido bueno: puros testimonios –o testimonios puros– de mujeres –chicas de entre 14 y 21– que pelearon en la segunda guerra mundial. Imagina algo así como ser una mujer: ir descalza y sin fuerzas, hambrienta mientras te bombardean y además te llega la regla. Enamorarse durante la guerra. Peinarse antes de ir a la lucha. Dormir sobre el uniforme para que al otro día este planchado, cajas de bombones. Mucho sentimentalismo, de lo mejor que hay. La autora también escribe algunas reflexiones. A veces. Esta es la que leí: 

«Me he quedado algo perpleja. Antes pensaba que el sufrimiento libera, que tras superar las penas, el individuo
ya solo se pertenece a sí mismo. Que su propia memoria le protege. Pero estoy descubriendo que no, que no es una regla general»

Lo pensaba con respecto a mí misma (que no he ido a ninguna guerra).
¿Habrá penas que no pasan nunca? Sanan, pero no se van. 
Sanar y pasar. 
Pasear. A mi me da pena cuando hablas de los museos. Yo sé que pueden ser asquerosamente turísticos y superficiales, como cuando vas a un concierto y el cantante pide que enciendan las linternas del celular y lo levanten. Da vergüencita, pero igual tiene lo suyo, o uno igual levanta el celular. Fuego sintético. Pero es que he vivido tantas cosas lindas en museos, o sea, entiendo tus «reparos» o «animadversiones», porque es más un mundo(?) más cercano para ti(?). Y te hubieras caído de espalda en el MET, de poto, (o quizás estuviste ahí, una vez en un sueño), era tan exagerado, tan asquerosamente gringo. Onda, es un museo que tiene de todo: tesoros de la antigüedad clásica, arte egipcio, africano, de oriente medio, bizantino, islámico, una colección de guitarras eléctricas, fósiles y tazas de porcelana. Es como si metieras todos los tipos de museos en un sólo gran museo enorme. Entonces es chistoso porque como es tan grande, obvio que la gente va a ver lo que le interesa y no sé, las señoras con bolsas y los gays están en la sala dedicada al Camp y los papás con hijos hombres en la expo de las guitarras o en la de los escudos de la edad media. Es enorme enorme y yo estaba que me meaba. Así que después de entrar, de lograr entrar, lo primero que hice fue ir al baño, pero sólo había dos en todo el museo. ¡Dos! 

Maravillosamente, al que fui, por casualidad, estaba cerca de la colección asiática. ¡Todo calza!, pensé. Y luego, lo disfruté mucho. Primero me metí a una sala de arte coreano, puras vasijas y la evolución de la vasija: estuve como una hora. Después llegué al salón con los budas. Y ahí pasaron dos cosas hermosas. En primer lugar, había una abuela en silla de ruedas frente a una gran escultura de buda de pie, muy hermoso el buda, más que cristo según yo. En fin, la abuela era full gringa, en silla de ruedas eléctrica (de esas que parecen mitad scooter).Y estaba dibujando al buda, copiándolo. 

¿Puedes creerlo? 

Qué alguien haga algo como eso ¡en silla de ruedas eléctrica! A mí me sorprendió mucho. Imaginé que pasaba todas sus tardes haciendo eso, retratando budas que le gustaban. Después me fui a observar un buda joven, sentado a lo loto, sin manos (sin manos porque estaban rotas, es decir que le faltaban las manos, pero no era la intención del escultor, creo). Me quedé bastante tiempo observándolo y depenterre llegó un curso, un paseo escolar. Eran puros niños asiáticos, como de 10-12 años. Los niños deben haber sido estadounidenses, porque hablaban inglés, pero CLARAMENTE tenían ascendencia asiática y se pusieron a hacer algo muy curioso. Se sentaban en grupos bajo el buda e imitaban la posición y se sacaban una selfie. “It’s easy” decía entre ellos “its easy”. Se referían a la pose de buda. El buda estaba arriba y ellos sentados en el piso imitándolo, no sé cómo se sentirían, si se daban cuenta de que el buda era parte de su cultura o cosas más graves y solemnes de ese estilo, o si lo hacían con otras esculturas, la de Jesucristo en la cruz, por ejemplo, pero el asunto es que querían hacerlo bien, imitar la pose del buda joven en loto, y aunque no eran muy ruidosos, la profesora vino a retarlos, a decirles que estaba en un museo y que debía comportarse. Sonaba muy dura, sonaba racista, como si fuera una tortura para ella tener que educar a estos asiático-americanos. Habló de sus padres y de lo que se esperaba de ellos. Pero ellos estaban felices, siguieron felices pese a los retos. s “It’s easy”, no dejaban de repetirlo, como cuando los hombres preadolescentes empiezan a aprender a escupir o silbar. Y por supuesto, en esa parte del museo casi sólo había asiáticos o de asiáticos-americanos, entonces –pensé mientras paseaba también– que era muy gracioso que viajaran –si es que venían de lejos y eran turistas como yo– a ver su propio arte como para sentirse en casa, o algo así, para saber cómo era casa. No sé, rollos que me pasé. Pero fue muy divertido. Muy hermoso de ver. Había una ruina y un señor chino se acercó a tocarla, y cuando posó su mano sobre el muro derruido fue como si realmente estuviera dentro de una ruina, bajo sombra, como si un católico entrara a una iglesia y tocara un pilar o se persignara con agua bendita, pero obviamente de modo más práctico, más comedido (aunque no por eso menos memorable, sino por el contario), como hacen las cosas algunos asiáticos a los que he visto hacer cosas. 
Ahora mismo me siento medio drogada. Es que estuve con influenza. Hice el ridículo el sábado (entre otras cosas) por ir toda pilucha y saliendo a fumar. Me dio influenza el martes. Igual no es tan culpa de mi estupidez. Porque la polola de una amiga tenía el bicho de antes. Yo sólo me puse débil cuando debía estar más fuerte. Es que pensé que era más fuerte.

Me voy a Tirúa el 6 de octubre. Espero mandarte este correo antes, me muero por mandártelo ahora, de hecho, pero pero. 
no creo que sea necesario decirlo, pero. pero. pero. No se te ocurra ir a leer el capítulo malo, al menos, en eso, que me respetes. 

Hoy explotó un departamento. El barrio sigue igual de mal, quiero decir. 
Se incendió. Las llamas salían hacia afuera. Fue horriblemente bello. Una pieza, supongo. La cocina que estaba en la pieza, probablemente. 
Los bomberos no podían entrar, y ardió durante mucho. Todos los vecinos nos dimos cuenta de eso, creo. Que estos edificios no tienen salidas de emergencia, que están cerrados en sí mismos. 
Lo más curioso fue que antes de ayer hubo una tormenta.

Se te extraña, y como tú dices, siempre fue algo bueno.

Un beso. Te estaba escribiendo, pero me arrepentí.
Quiero escribirte, pero también necesito que esto quede abierto.
No sé por qué, pero con un poco de suerte, llegamos a descubrirlo.

P.
Santiago, 17 de septiembre, 2019.

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Nació en Santiago de Chile en 1988 y es licenciada en Literatura Hispánica. Su primer libro, Qué vergüenza, ganó el Premio Roberto Bolaño, el Premio del Círculo de Críticos de Arte a la Mejor Escritora Novel y Premio Municipal de Literatura de Santiago. Fue seleccionado como uno de los diez mejores libros de 2016 por el diario El País, y ha sido traducido a ocho idiomas, incluidos el inglés y el japonés. En 2021 fue seleccionada por Granta como uno de los 25 mejores narradores en español menores de 35 años. Isla Decepción es su primera novela.