Una primera aproximación a la historia de la poesía salvadoreña. Primera entrega

1 octubre, 2011

Sombras e incertidumbres son los elementos que rodean a los orígenes prehispánicos y coloniales de la poesía desarrollada en los territorios que hoy forman a El Salvador. A partir del siglo XIX, se abrirá un nuevo estado de cosas, debido a la relación cercana de los poetas con las instancias de poder morazánico, lo cual derivó en que la producción literaria de esa época esté relacionada con las luchas ideológicas y políticas que se libraban en Centroamérica, en general, y en El Salvador, en particular, entre las facciones liberales y conservadoras. Este texto es una apretada síntesis de esa historia y una antología de sonetos de los autores salvadoreños de la centuria decimonona.


Resumen: el presente trabajo pretende ser un recorrido rápido por estos primeros doscientos años de la literatura de El Salvador. Pone énfasis en las continuidades y discontinuidades de un proceso paralelo a los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en esta nación centroamericana entre 1811 y 2011.

  1. Antecedentes

En este trabajo se circunscribe a la poesía por razones de espacio y porque la poesía ha sido el género literario más cultivado, y con mayor asiduidad, a lo largo de los dos primeros siglos de vida republicana de la nación salvadoreña. La primera discusión que surge al hablar de literatura de El Salvador es el punto de origen. ¿Cuándo comenzó la literatura salvadoreña? Juan Felipe Toruño (1898-1980)(1) y Luis Gallegos Valdés (1917-1990)(2) al hablar del tema retroceden hasta la época prehispánica.

Sin embargo, no existen textos literarios escritos dentro de los límites geográficos de la actual república de El Salvador antes de 1524 que hayan llegado hasta nosotros. Y de los textos escritos en dicho territorio entre el 6 de junio de 1524, fecha en que hace su ingreso al territorio el conquistador Pedro de Alvarado, y el 15 de septiembre de 1821, cuando se firma el acta de Independencia de las Provincias Unidas de Centroamérica, es muy poco lo que sobrevive. De los primeros no podemos saber cuánto pervive en la tradición oral, más o menos mezclado con elementos de la época colonial o con rasgos culturales más recientes. De los segundos, del mismo modo, se conserva físicamente muy poco.

Aun así, como señala Toruño en la obra citada, doña María Mendoza de Baratta (1890-1978), pianista, compositora y musicóloga empírica, hizo una admirable labor de recopilación de la letra y la música de muchas canciones transmitidas de generación en generación dentro de la tradición oral salvadoreña.

Sin embargo, y a pesar de los intentos incompletos de reeditar su monumental obra Cuzcatlán típico(3), esta continúa siendo material de consulta en bibliotecas sobre todo para especialistas. Ningún gobierno se ha preocupado por convertirla en materia de estudio en escuelas y universidades, ni por realizar ediciones masivas de esta obra, fundamental para conocer nuestra tradición oral.

En cuanto a la literatura de la época colonial, tanto Toruño como Gallegos Valdés destacan la figura de Juan de Mestanza, poeta andaluz, probablemente sevillano, radicado en la ciudad de Sonsonate entre 1585 y 1589, mencionado por Miguel de Cervantes en el Canto a Calíope contenido en La Galatea. Igualmente, el autor de El Quijote menciona a Mestanza en su Viaje al Parnaso. Gallegos Valdés afirma que Mestanza “de vivir en Sonsonate pasó… a San Salvador y más tarde a España”(4).

Gallegos Valdés menciona además el paso por tierras cuscatlecas de los poetas: Pedro de Liébana y Baltasar de Orena, citados por Cervantes en el Canto a Calíope, además de fray Toribio de Benavente, franciscano conocido por el sobrenombre de Motolinía que le dieron los indígenas mexicanos, y del dominico fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios, que atravesó la provincia de San Salvador cuando ya era obispo de Chiapas.

Menciona otros nombres Gallegos Valdés entre los cuales quizá el más destacable es el de Ana Guerra de Jesús, mujer piadosa nacida en San Vicente en 1639 y muerta en Antigua Guatemala, en 1713, sepultada en el convento de la Compañía de Jesús en aquella ciudad, ya que vivió sus últimos años al amparo de dicha orden religiosa. Esta mujer maltratada por un marido iracundo dejó la que constituye, quizá, la primera obra testimonial en Centroamérica(5). Sin embargo, la mayoría de estos personajes no se dedicaron a la poesía. Y los que lo hicieron dejaron escasa y dispersa obra que no ha merecido, a la fecha, ningún estudio exhaustivo.

  1. Independencia y Federación


En discrepancia con Gallegos y Toruño, otros autores, como David Escobar Galindo(6) , sitúan el origen de la literatura salvadoreña en el momento en que comienza a existir el estado de El Salvador. Para explicar cómo y cuándo surge esta república conviene referirse al proceso por el cual la provincia de San Salvador, junto con el resto de provincias centroamericanas, alcanzó su independencia.

Desde finales del siglo XVIII, la región centroamericana se vio afectada en mayor o menor medida por los acontecimientos que sacudían a España y a Francia en aquellos años. La Revolución Francesa contó con la base ideológica que le proporcionaron los filósofos de la Ilustración, cuya abundante obra que se leía y discutía en la Universidad de San Carlos Borromeo, fundada en la población hoy denominada Antigua Guatemala(7) por real cédula del rey Carlos II el 31 de enero de 1676. Un siglo más tarde, aunque las obras de los enciclopedistas franceses estuviesen nominalmente prohibidas por las autoridades coloniales y eclesiásticas, eran conocidas y discutidas por la reducida élite universitaria de la época(8).

En España, los primeros años del siglo XIX están signados por una profunda inestabilidad política. En marzo de 1808, mediante la insurrección popular denominada “motín de Aranjuez”, pierde el poder Manuel Godoy, ministro de Carlos IV, y este rey es destronado por su hijo, Fernando VII. Los acontecimientos se precipitan con la llegada de las tropas de Napoleón Bonaparte a Madrid y tanto Carlos IV, y su esposa, María Luisa de Parma, como el joven Fernando VII, caen en poder del emperador de los franceses, quien coloca en el trono de España a su hermano mayor José Bonaparte.

La ocupación de buena parte del territorio peninsular por el ejército francés, así como la ausencia de autoridades legítimamente constituidas, mueve a la Junta Suprema Central Gubernativa, con sede primero en Aranjuez y luego en Sevilla, a convocar a unas Cortes con el fin de redactar la primera constitución española y americana, la cual fue promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812.

Sin embargo, una vez derrotado Bonaparte y vuelto al trono español Fernando VII, la constitución fue derogada y el rey pretendió gobernar como un monarca absoluto. Aun así, uno de los aportes de la Constitución de Cádiz fue considerar ciudadanos españoles no sólo a los nacidos en las provincias de la península ibérica sino a los provenientes de las provincias americanas. Este hecho tuvo grandes repercusiones para las nacientes naciones de América Latina y para sus ciudadanos, considerados por primera vez sujetos históricos. Por otra parte, la Constitución de Cádiz fue el modelo a partir del cual los nuevos estados diseñaron sus respectivas constituciones y el proceso independentista echó a andar en el continente de modo inexorable.

En medio de ese escenario histórico, en San Salvador estalló una insurrección popular el 5 de noviembre de 1811. Ocurrió esta sublevación en un momento de vacío de poder: no existían autoridades legítimamente constituidas en España, lo que pudo llevar a pensar que las autoridades españolas locales no tenían, tampoco, base legal para ejercer su autoridad, y todavía no se había promulgado la Constitución de Cádiz. Sin embargo, ese primer levantamiento no tuvo como objetivo separar a la provincia de San Salvador del resto del Imperio Español, sino conseguir para dicha provincia una cierta autonomía con respecto de las autoridades de Guatemala, donde residían los principales exportadores de añil, quienes compraban la producción de tinta de las demás provincias y donde también tenían sede las más importantes autoridades civiles y eclesiásticas.

Desde finales del siglo XVIII Centroamérica sufría una crisis económica ocasionada por la disminución del comercio del añil a partir de la guerra sostenida entre Inglaterra y España antes de las Guerras Napoleónicas, y agravada por el bloqueo continental decretado por Napoleón Bonaparte a partir de 1806. Todos estos procesos históricos desembocaron en la firma del Acta de Independencia de las naciones centroamericanas el 15 de septiembre de 1821.

Tras un intento de anexión a México al cual se opuso, entre otras, la municipalidad de San Salvador, intento que no prosperó, la República Federal de Centroamérica nació con la Constitución promulgada el 22 de noviembre de 1824. Inicialmente, la república federal estuvo formada por los cinco estados: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, pero en 1838 se le sumó el estado de Los Altos, con capital en la ciudad de Quetzaltenango, en Guatemala. La república federal tuvo vida legal hasta 1839. Las últimas esperanzas de que resurgiera, al menos tal como fue creada en 1824, murieron el 15 de septiembre de 1842, cuando el general Francisco Morazán Quezada (1792-1842), uno de los líderes más importantes del partido liberal centroamericano, fue fusilado en San José de Costa Rica.

Por lo tanto, el estado de El Salvador nació en 1824 como parte de la República Federal de Centroamérica, y como estado completamente independiente en 1839 con su separación del estado de Guatemala, que era el remanente de lo que había sido la república federal, tras la separación de los estados de Costa Rica, Nicaragua y Honduras. Todo este preámbulo tiene razón de ser para los efectos de este artículo porque los principales poetas salvadoreños de esta época engrosaron las filas del ejército de Francisco Morazán y del partido liberal que le dio sustento político e ideológico en su gestión como caudillo centroamericano.

Esta fue, en todo caso, una época convulsa, caótica y difícil. Entre 1832 y 1833 ocurrió una insurrección indígena en la región de los Nonualcos (actuales departamentos salvadoreños de La Paz y San Vicente) cuyo líder fue el caudillo Anastasio Aquino, en parte en protesta por los malos tratos a que eran sometidos los indígenas, pero sobre todo por las levas forzosas para las que eran reclutados los hombres en las comunidades rurales, efectivos que se engrosaban los ejércitos de las facciones que combatían por la hegemonía de la federación.

El primer poeta salvadoreño que aparece en el panorama literario, hechas las consideraciones anteriores, es Miguel Álvarez Castro, quien nació el 29 de septiembre de 1789 en la hacienda Mayucaquín, cerca de la ciudad de San Miguel. Fue uno de los más allegados partidarios de Morazán, al lado del cual partió al exilio el 2 de abril de 1840. El grupo más cercano a Morazán, denominado Los Coquimbos(9) , permaneció unido incluso después del fusilamiento del general hondureño en 1842.

Álvarez Castro casó con una hija de Mariano Cáceres, constructor del primer Teatro Nacional salvadoreño. Algunos poemas de Álvarez Castro aparecen en la Guirnalda salvadoreña (10) de Román Mayorga Rivas. Murió el 23 de julio de 1856 en su natal San Miguel.

A esta etapa pertenece también Enrique Hoyos, nacido el 15 de julio de 1810 en el entonces pueblo de Ilobasco, departamento de Cabañas. Estudió en el Colegio Tridentino de Guatemala y formó parte del séquito del arzobispo guatemalteco Ramón Casaus y Torres. Ayudó a publicar las Memorias de Manuel José Arce, primer presidente de la república federal. Hoyos sufrió exilio a partir de 1840 al ser expulsado por el general Francisco Malespín, y viajó por Europa. De regreso en 1842, fue periodista y ocupó diversos cargos en el gobierno: diputado, presidente del Congreso Legislativo (1847), ministro de Relaciones Exteriores y de Gobernación del presidente Francisco Dueñas (1852) y ministro plenipotenciario, agente confidencial y comisionado especial para suscribir tratados de paz, comercio y navegación con la república del Perú y con los Estados Unidos. Falleció en Cojutepeque, el 12 de noviembre de 1859.

Intelectual de grandes dotes, Ignacio Gómez nació en Metapán, departamento de Santa Ana, el 31 de julio de 1812, hijo de Felipa Josefa Menéndez, hermana del presbítero y doctor Isidro Menéndez, y del guatemalteco Mariano Francisco Gómez Flores. Huérfano de padre, su educación fue dirigida por su tío materno, quien lo llevó consigo a Guatemala. A los doce años fue enviado interno a un colegio en la ciudad de Nueva York. Hizo su bachillerato en Francia y de regreso a Centroamérica se doctoró en Jurisprudencia por la Universidad de San Carlos, en Guatemala, en 1836. Fue diplomático por cuenta del gobierno de El Salvador ante diversos gobiernos, y encargado de normalizar las relaciones ante la Santa Sede, en 1847. Ocupó diversos cargos en el gobierno salvadoreño como ministro de Hacienda y Guerra (1852), del Interior y de Relaciones Exteriores (1853-4) y diputado (1857-9).

Gómez fundó además varios periódicos, como El amigo del pueblo (1842), El cometa (1854) y La civilización (1876). También dirigió en Guatemala las ediciones de recopilaciones de leyes reunidas por su tío Isidro Menéndez, y fue redactor de la Gaceta oficial, de El Salvador, de 1857 a 1858. Promovió la recopilación de datos que sirvió de base a la Estadística general de la república del Salvador, impresa con errores en 1926 y 1974, aunque corregida y editada por la Academia Salvadoreña de la Historia en 1992.

El 13 de mayo de 1837 Ignacio Gómez se casó en Guatemala con Carmen Carrillo y Nájera. Fue padre del historiador y maestro guatemalteco Agustín Gómez Carrillo (1838-1908) y de este a su vez nació el cronista y literato Enrique Gómez Carrillo (1873-1927).
Expulsado de Guatemala por el caudillo Rafael Carrera, Ignacio Gómez se exilió primero a México, y luego a Estados Unidos, Perú y Chile. Este exilio le permitió ser embajador de Honduras, Nicaragua, Perú y Chile en las capitales de Estados Unidos y de varios países europeos. De regreso a Guatemala, el general Justo Rufino Barrios lo comisionó para que redactara el Código mercantil. Fue decano de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de San Carlos, en Guatemala, ciudad en la que falleció el 5 de junio de 1879(11).

Por su parte, Francisco Díaz, el primer autor teatral salvadoreño cuyo nombre conocemos, fue soldado de Morazán y luchó como parte de las huestes de este caudillo liberal hondureño. Sobre Francisco Díaz dice Carlos Cañas Dinarte (12): “Nació en la ciudad de San Salvador, el 6 de junio de 1812. De humilde cuna —nacido en el hogar formado por José León Díaz y María Josefa Urías—, su formación fue, en gran medida, autodidacta, aunque el presbítero, bachiller y cura vicario José Ignacio Saldaña le proporcionó materiales para sus lecturas de autores clásicos grecolatinos.

“Tras la caída del gobierno de Mariano Prado, su padre y él fueron hechos prisioneros por la facción conservadora y transportados a las cárceles de Guatemala, donde falleció José León. Francisco regresó a El Salvador el 6 de junio de 1834, como parte de las tropas federales y guatemaltecas que comandaba Morazán, agobiado el poeta por las desazones y por un alcoholismo creciente.

“Sirvió durante su vida en algunos cargos públicos civiles, pero su temperamento lo llevó a engrosar las filas del ejército morazánico. En la rada de Mizata, el 13 de marzo de 1842, se embarcó en El cruzador, nave insignia de la nueva flota morazánica cuyo destino era Costa Rica, adonde acompañó a este caudillo hasta el momento del fusilamiento del general hondureño, ocurrido el 15 de septiembre de 1842.

“Alejado de su esposa Celia y de sus hijos, en ese mismo año fue publicada en San Salvador la primera parte de su poema Epístola filosófica o socialEpístola a Delio, por cuenta del gobierno de aquella época. La obra fue reeditada en 1860. Román Mayorga Rivas tuvo en sus manos el original de la segunda parte, ya casi ilegible por la acción del tiempo y ahora perdido.

“En su época, Díaz fue famoso por sus composiciones jocosas, al estilo de los epigramas de Quevedo. Como oficial de graduación menor, participó bajo las órdenes de los generales Francisco Malespín, Ramón Belloso e Indalecio Cordero en las expediciones a Jutiapa, Chiquimula y Nicaragua (1844), al igual que en las batallas de Quelepa —donde fueron derrotadas las fuerzas del general José Trinidad Cabañas— y en el descalabro de Sensenti (Honduras, 7 de junio de 1845), donde resultó lesionado.

“Según Mayorga Rivas y otros autores, fue asesinado el 10 de junio de 1845, luego de caer prisionero, herido, en manos de las tropas hondureñas que contra atacaron en Santa Rosa de Los Llanos, luego de la derrota salvadoreña de Monte Redondo. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común bajo los pinares de Honduras, en un sitio nunca precisado.

“Aunque el mismo autor afirma que sus poesías eran muy populares en aquella época y que la gente las musicalizaba y cantaba, es más conocido por su obra La tragedia de Morazán, la cual es considerada, cronológicamente, la primera obra teatral salvadoreña con autor conocido(13).

“Escrita en Quelepa en 1844, fue estrenada con gran éxito en el primigenio teatro de San Salvador —atrás del actual Cine Libertad—, editada por cuenta del gobierno en septiembre de 1847 (San Salvador, Imprenta Industria Centro-Americana, 63 págs., con precio de venta a cinco reales) y reimpresa en París, en 1894. Una nueva edición de esta obra fue realizada por la revista La universidad (San Salvador, año CXI, octubre—diciembre de 1986, 116 págs.), acompañada por un estudio preliminar y una actualización del lenguaje poético, realizada por los poetas Rafael Góchez Sosa, Miguel Ángel Azucena y Francisco Saldaña.

“Díaz, apodado «el Divino Calavera», escribió otras obras teatrales que permanecieron anónimas y que hoy se encuentran perdidas. En 1848, el gobierno salvadoreño le publicó un volumen póstumo de Poesías.

“Durante la segunda mitad del siglo XIX, una calle de la ciudad de San Salvador ostentó el nombre de este malogrado escritor y militar salvadoreño”. Hasta aquí la cita de Carlos Cañas Dinarte.

De este apretado recuento de la primera etapa de la poesía salvadoreña podemos sacar varias conclusiones: en primer lugar, la relación cercana de los poetas con las instancias de poder del entonces llamado “estado del Salvador”, ya que todas estas figuras militaron en las filas del partido liberal y se movieron en las esferas más próximas al líder indiscutido de dicha facción política: el general Francisco Morazán Quezada. Por esto es lógico que corrieran una suerte análoga a la del líder hondureño: la lucha en el campo de batalla, el exilio y, en algunos casos, una muerte oscura en circunstancias funestas.

También es notable el hecho de que la producción literaria de esa época esté relacionada con las luchas ideológicas y políticas que se libraban en Centroamérica, en general, y en El Salvador, en particular, entre las facciones liberales y conservadoras. Esto quizá quede más en evidencia en la breve antología de la obra poética de estos autores(14), que presentamos a continuación, en la cual también se les ha dado cabida a dos ejemplos  anónimos:

Miguel Álvarez Castro: Soneto(15)
A F. Chatfield(16)

Tembló el averno… y de su cieno inmundo
nació Chatfield… Atónito el humano
vio al dios del crimen, con furor insano,
soplar en su alma el mal y darlo al mundo.

Correspondió a su origen tremebundo
ser digno agente del rapaz tirano;
prestó a negra traición su inicua mano
para usurparnos suelo tan fecundo.

Hizo el mal; mas su trama, su osadía,
han despertado el sofocado encono
de todo un pueblo que de sí ha hecho ensayo.

Tiembla el necio insular. La oligarquía
no será parte de podrido trono.
¡Ha de evitar sus crímenes el rayo!

Enrique Hoyos: La contrición de un abogado(17)

Al espejo, Señor, de tu clemencia
veo mi vida, y quedo confundido
al mirar que tus iras han tenido,
al golpe de mis culpas, resistencia.

No me apeno, Señor, por mi insolencia,
no me apeno que frágil barro he sido;
me apeno sí de ver que no ha valido
para mi enmienda toda tu paciencia.

Si contra mí, Jesús crucificado,
no esgrimes el acero de tus iras,
¿a cuándo aguardas verme ensangrentado?

Castígame, mi Dios, pues te he agraviado,
mas débale al amor con que me miras
morir cual buen ladrón un mal letrado. 

Soneto(18)

Para la tumba del benemérito
coronel José A. Carballo,(19)
que murió en la campaña de 1845

La Patria en llanto amargo sumergida
fija sus ojos en la humilde losa,
bajo la cual exánime reposa
el hijo que esforzado le dio vida.

Negro luto se viste, y afligida
de su trono desciende; y de su hermosa
cabeza aparta una guirnalda hojosa
de fúnebre ciprés entretejida.

Y al colocarla en la modesta huesa
de los valientes que morir supieron
antes que ver la patria envilecida.

Así nos habla a todos: “Aquí empieza
vida inmortal que aquestos adquirieron.
Imitad su virtud esclarecida.

Ignacio Gómez: Soneto a Juan Jacobo Rousseau(20)

¡Rousseau inmortal! Tu mágica elocuencia
vistió al dolor con ilusorio manto,
y en las pasiones derramó el encanto
del místico ideal de la demencia.

Del sentimiento la genuina esencia
que en tus ficciones hace dulce el llanto,
te forjó la cadena del quebranto
que hizo infeliz tu mísera existencia.

De ti partió aquel rayo que debía
romper el cetro del poder sangriento,
a pesar de la hoguera y de los reyes:

Tú en el caos de la opresión impía
diste a los pueblos con tu ardiente ejemplo,
entre rayos de luz, derechos, leyes.

El chocolate (fragmento)(21)
Colmado de placeres
Y con una gran jícara en la mano,
Yo bendigo de Ceres
El numen soberano
Que próvido nos brinda el mejor grano;
El cacao delicioso
Que abundante produce nuestro suelo,
Nutritivo y sabroso,
De los hombres consuelo,
Y que los dioses usan en el cielo.
Estos en sus arcanos
Resuelven, en obsequio de la vida,
El dar a los humanos,
La preciosa bebida
Que es en su mesa celestial servida.
El néctar y ambrosía
Se mezclan en magnífico asafate (sic):
Mercurio los servía,
Ceres misma los bate,
Y es concedido al hombre el chocolate…
Desde entonces la tierra
Ofrece a los mortales de aquel grano,
Que en su origen encierra
El mérito no vano
De ser propio del suelo americano.
La América no pudo
Recibir un presente más deseado;
Y Bolivia en su escudo
Por armas lo ha adoptado,
Y de su árbol precioso blasonado.
El esquisito (sic) aroma
Y el aceite que exhala su resina,
Sirven a quien lo toma
De mejor medicina
Que la roja corteza de la quina.
Su gusto delicado,
¿Podrá acaso igualarse en la substancia
El té tan celebrado
En Inglaterra y Francia
Y que la India produce en abundancia?…

Anónimo: Noches fúnebres de Coajinicuilapa (fragmento)

Decoración melancólica

Arce (paseándose con la mano en la frente):

¡Oh, suerte desgraciada! ¡Oh fatal hado!
Mi fortuna faltó: mis esperanzas.
¡Qué desdicha! Ya en fatales mudanzas
a pesar de mi empeño se han trocado.

Del Centro Presidente fui aclamado,
merecí sus Estados las confianzas;
y hoy, ¡qué tormento!, con enhiestas lanzas
me arrojan con desprecio avergonzado.

¿Seguiré en mis caprichos imprudente?
¡Ah, seductor empréstito! ¡Ah, infracciones!
Malhaya y cuando fui tal Presidente.

¿De nuevo intentaré más invasiones?
¿Querré ser otra vez tan imprudente?
¿Y mi honor? ¿Y mi vida? ¡Oh, confusiones!

Indio: Quién te mete, Juan Soquete…

Anónimo salvadoreño de 1827: el fragmento anterior forma parte de la pieza dramática Noches Fúnebres de Coajinicuilapa, la cual fue publicada en 1827 por la imprenta del gobierno y reeditada en 1863. La acción se ubica en una población salvadoreña y narra los sucesos ocurridos a Manuel José Arce tras la batalla de Milingo. Es la pieza teatral más antigua de El Salvador que se ha conservado completa. En ella desfilan Arce, Cáscaras, Montúfar, Mariano Aycinena y demás personajes de la época. Fue recogida por Rafael Góchez Sosa y Tirso Canales en su obra Cien años de poesía en El Salvador (1800-1900).

Anónimo: A los follones orientales (Soneto)

¡Oh leoneses invictos y aguerridos
valerosos campeones denodados,
que dejáis los petates olvidados
por venir a librar los oprimidos.

De Belona y de Caco hijos queridos
que con jefes expertos y esforzados,
a la par que sumisos los soldados
entráis a la pelea dando aullidos.

Yo os advierto con voz caritativa
que os regreséis a León, siquiera al Viejo;
porque no apetecemos que vengáis.

La vez de marras, vuestra turba altiva
nos dejó sin camisa y sin pellejo,
y os pedimos, por Dios, que no volváis.

Anónimo vicentino de 1828: fue recogido por Rafael Góchez Sosa y Tirso Canales en su obra Cien años de poesía salvadoreña (1800-1900). El poema alude a las acciones de guerra tan frecuentes entre 1828 y 1832, época llamada de las luchas de la Federación Centroamericana.

En la mitología romana, Belona era la diosa de la guerra (en latín, bellumsignifica guerra). La leyenda griega de Caco es muy conocida. Caco era un gigante hijo de Hefesto. Robó a Heraclés unos bueyes, razón por la que éste lo mató. Desde la Antigüedad, Caco es sinónimo de ladrón. León es una ciudad de Nicaragua.  El presente es un ejemplo del tono y de las formas que podía adoptar la lucha ideológica en esta primera mitad del siglo XIX en Centroamérica.


BIBLIOGRAFÍA

Baratta, María Mendoza de. Cuzcatlán típico. San Salvador, Talleres Gráficos Cisneros, 1951-52. Dos tomos. Edición príncipe impresa por cuenta del Ministerio de Cultura. Sin ISBN
Canales, Tirso, y Góchez Sosa, Rafael. Cien años de poesía salvadoreña (1800-1900). Santa Tecla, publicaciones de la Biblioteca “Miguel Ángel Gallardo”, 1978. Sin ISBN
Cañas Dinarte, Carlos. Diccionario de autoras y autores salvadoreños. San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2002. ISBN 99923-0-086-8.
Escobar Galindo, David. Índice antológico de la poesía salvadoreña. San Salvador, UCA Editores, 1987. Segunda edición. ISBN 84-8405-054-8.
García Laguardia, Jorge Mario. Ilustración y liberalismo en Centroamérica. El pensamiento de José Cecilio del Valle. Artículo publicado en: Boletín mexicano de derecho comparado. Nueva serie año XVI, número 46, enero-abril de 1983.
Gallegos Valdés, Luis. Panorama de la literatura salvadoreña. San Salvador, UCA Editores, 4ª reimpresión en 2005 a partir de la edición príncipe de 1981. ISBN: 99923-49-26-3.
Marroquín, Alejandro Dagoberto. Apreciación sociológica de la independencia salvadoreña. San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2000. 2ª edición. ISBN ISBN: 99923-0-056-6.
Mayorga Rivas, Román. Guirnalda salvadoreña. San Salvador, Dirección de Publicaciones, 1977, 2ª edición, facsimilar de la 1ª. 1884-86, en tres tomos. Sin ISBN.
Siria, P. Antonio de. Vida admirable y prodigiosas virtudes de la V. Sierva de Dios D. Anna Guerra de Jesús, sacada de lo que ella misma dejó escrito por orden de sus Confessores. La escribe el P. Antonio de Siria Professo de la Compañía de Jesús, y Prefecto de la muy ilustre, y Venerable Congregación de la Annunciata sita en el Collegio de la Compañía de Jesús en Guatemala su Confessor…San Salvador, Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1962. 3ª edición. Sin ISBN.
Toruño, Juan Felipe. Desarrollo literario de El Salvador. San Salvador, Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, 1958. 1ª edición. Sin ISBN.


NOTAS

(1) Toruño, Juan Felipe. Desarrollo literario de El Salvador. San Salvador, Departamento Editorial del Ministerio de Cultura, 1958. 1ª edición.

(2) Gallegos Valdés, Luis. Panorama de la literatura salvadoreña. San Salvador, UCA Editores, 4ª reimpresión en 2005 a partir de la edición príncipe de 1981.

(3) Baratta, María Mendoza de. Cuzcatlán típico. San Salvador, Talleres Gráficos Cisneros, 1951-52. Dos tomos. Edición príncipe impresa por cuenta del Ministerio de Cultura.

(4) Gallegos Valdés. Op. Cit. Pág. 13.

(5) Siria, P. Antonio de. Vida admirable y prodigiosas virtudes de la V. Sierva de Dios D. Anna Guerra de Jesús, sacada de lo que ella misma dejó escrito por orden de sus Confessores. La escribe el P. Antonio de Siria Professo de la Compañía de Jesús, y Prefecto de la muy ilustre, y Venerable Congregación de la Annunciata sita en el Collegio de la Compañía de Jesús en Guatemala su Confessor…San Salvador, Dirección General de Publicaciones, Ministerio de Educación, 1962. 3ª edición. Con respecto a doña Ana Guerra de Jesús, es notable mencionar el informe de la arqueóloga Elízabeth Lemus Toledo, quien realizó excavaciones en 1991 en la capilla del antiguo Colegio de San Francisco de Borja, que forma parte del conjunto del convento de la Compañía de Jesús en la Antigua Guatemala. El informe fue consultado en: http://www.asociaciontikal.com/pdf/35.91%20-%20Lemus.pdf, el 14 de agosto de 2011.

(6)Escobar Galindo, David. Índice antológico de la poesía salvadoreña. San Salvador, UCA Editores, 1982. Edición príncipe. Ver página 7.

(7) La villa de Santiago de los Caballeros de Goathemala fue fundada inicialmente en el real (campamento militar) que los españoles levantaron  junto a Iximché, capital de los señores cakchiqueles, en 1524. La villa se tuvo que trasladar en 1527 cuando los indígenas se sublevaron. La segunda fundación ocurrió cerca de la actual población de Ciudad Vieja, en el departamento guatemalteco de Sacatepéquez. Esta segunda fundación fue destruida en 1541, en el deslave en el que murió Beatriz de la Cueva, viuda de Pedro de Alvarado, y sus damas. A raíz de dicha destrucción, en 1543 se fundó por tercera vez la villa de Santiago en la ubicación hoy llamada Antigua Guatemala. Aunque con cambios importantes, en su centro la ciudad mantiene la mayor parte del trazado de calles y avenidas de la época colonial. Tras los daños del terremoto de 1773, el rey Carlos III ordenó el traslado de la capital del llamado Reino de Guatemala al valle denominado “de la Virgen”, “de las Vacas” o “de la Ermita”, donde hoy se levanta la actual ciudad de Guatemala de la Asunción, la capital guatemalteca.

(8) García Laguardia, Jorge Mario. Ilustración y liberalismo en Centroamérica. El pensamiento de José Cecilio del Valle. Artículo publicado en: Boletín mexicano de derecho comparado. Nueva serie año XVI, número 46, enero-abril de 1983.

(9) Cañas Dinarte, Carlos. Diccionario de autoras y autores salvadoreños. San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2ª reimpresión en 2004 a partir de la edición de 2002. Pág. 27 y ss.

(10) Mayorga Rivas, Román. Guirnalda salvadoreña. San Salvador, Dirección de Publicaciones, 1977, 2ª edición, facsimilar de la 1ª. 1884-86, en tres tomos.

(11) Las reseñas biográficas de Miguel Álvarez Castro, Enrique Hoyos e Ignacio Gómez recogen información reunida por Cañas Dinarte, Carlos en su obra citada, y contrastada con las obras de Gallegos Valdés y Toruño, ya mencionadas. Datos adicionales sobre el contexto histórico fueron proporcionados gentilmente vía correo electrónico por el doctor José Cal, historiador guatemalteco.

(12) Cañas Dinarte, Carlos. Diccionario de autoras y autores salvadoreños. San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 2ª reimpresión en 2004 a partir de la edición de 2002.

(13) Hay al menos una obra teatral anterior: la llamada Noches fúnebres de Coajinicuilapa. La identidad de su autor se desconoce. Fue recogida por Rafael Góchez Sosa y Tirso Canales en su libro Cien años de poesía salvadoreña /1800-1900). Este libro es un recuento importante de la poesía salvadoreña durante el siglo XIX. Ver más abajo.

(14) Las fuentes de estos ejemplos se detallan en cada caso. En general, la mayoría de estos textos han sido recogidos en la investigación titulada El soneto en El Salvador (1800-2010), selección, recopilación, estudio introductorio y notas de Carmen González Huguet. A la fecha, este estudio, impulsado por David Escobar Galindo, se encuentra inédito.

(15) Este soneto es recogido por Tirso Canales y Rafael Góchez Sosa en su obra ya citada: Cien años de poesía salvadoreña /1800-1900), pág. 219.

(16) Se refiere a Frederick Chatfield, cónsul británico en Guatemala en los tiempos de la Federación Centroamericana. Cercano al gobierno de Rafael Carrera, Chatfield fue uno de los más acérrimos opositores a la unión regional. Al respecto, dice Napoleón Campos: “La Gaceta” presentó en su edición del 5 de enero de 1849 la nota “Bloqueo del Puerto de La Unión”, en la que se lee: “Habrán extrañado nuestros lectores que nada se haya dicho sobre el bloqueo que un buque inglés estableció en el mes próximo pasado en el Puerto de La Unión, y sobre el cual se han forjado tantos cuentos, sin duda para asustar a los que no conocen de esta clase de negocios, y que se sobrecojen (sic) a la sola presencia de un buque de guerra en nuestras costas; pero esperábamos hacerlo cuando se hubiese terminado… Por ahora, nos limitamos a manifestar al comercio de dentro y fuera del Estado, que el Puerto de La Unión está libre del bloqueo y que pueden sin temor alguno entrar y salir con sus mercaderías a la hora que gusten” (sic). Los abusos de poder de Chatfield empujaron a buscar la protección de EUA. El proyecto de un canal interoceánico crispó más las relaciones triangulares entre Centroamérica, EUA y Gran Bretaña. El necesario equilibrio de poder se materializó con el Tratado Clayton-Bulwer suscrito entre Washington y Londres el 19 de abril de 1850. El Tratado puso fin a los bloqueos navales, pero la esencia del Tratado fue la exclusión voluntaria de cada parte de construir un canal en la región, explícitamente sobre el Río San Juan y los Lagos de Nicaragua. La sombra de EUA era incómoda. La Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, que ganó el Norte, apuró la siguiente etapa de su integración, la del Este con el Oeste. Con la apertura del Canal de Suez en Egipto en 1869, EUA quedó estratégicamente rezagado en la política internacional de finales del Siglo XIX. Por ello, Washington trató de subrogar el Tratado Clayton-Bulwer a como diera lugar, al tiempo de definir el punto preciso para el canal, el cual fue situado en Panamá y no en Nicaragua.  Cada propuesta hemisférica de EUA fue rechazada por los países latinoamericanos…”. Hasta aquí mi cita del artículo de Napoleón Campos publicado en el Diario Co-Latino: El Salvador y la reelección del Presidente Bush – Miércoles 11 de febrero de 2004. Nota de la compiladora.

(17) Este poema es recogido en su Guirnalda Salvadoreña por Román Mayorga Rivas, pág. 37 del Tomo I. también lo recogen Tirso Canales y Rafael Góchez Sosa en su obra ya citada: Cien años de poesía salvadoreña /1800-1900), pág. 225.

(18) Soneto recogido por Tirso Canales y Rafael Góchez Sosa en su obra ya citada: Cien años de poesía salvadoreña /1800-1900), pág. 226. Aparece en la Guirnalda Salvadoreña por Román Mayorga Rivas, pág. 47 del Tomo I.

(19) José Antonio Carballo: Coronel colombiano que peleó a las órdenes del político y militar liberal Francisco Morazán Quezada. Ayudó a este durante las luchas de la Federación Centroamericana y venció al político conservador guatemalteco Rafael Carrera en la batalla de Chiquimulilla (4 de noviembre 1838).

(20) Aparece en la Guirnalda Salvadoreña por Román Mayorga Rivas, pág. 129 del Tomo I. Tirso Canales y Rafael Góchez Sosa lo recogen en Cien años de poesía salvadoreña /1800-1900), pág. 236.

(21) Aparece en la Guirnalda Salvadoreña por Román Mayorga Rivas, pág. 133 del Tomo I.

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San Salvador, El Salvador, 1958.
Estudió un año de Ingeniería Química en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador, y de 1978 a 1980 estudió Química y Farmacia en la Universidad de El Salvador, estudios que no concluyó porque el ejército salvadoreño invadió el campus el 26 de junio de 1980 y la universidad permaneció cerrada varios años en lo que fue la segunda intervención de las fuerzas armadas en dicho centro de estudios.

Se graduó como profesora de Educación Media con especialidad en Literatura en 1991 y al año siguiente obtuvo la licenciatura en Letras por la UCA. En 1991 hizo un curso de radio en el Instituto Costarricense de Enseñanza Radiofónica. Durante dos años trabajó como productora de programas educativos en la desaparecida Radio Cadena Horizonte.

Fue Directora de Publicaciones e Impresos, de la editorial cultural del Estado salvadoreño, de 1994 a 1996, siendo la primera mujer en ocupar este cargo al frente de una de las instituciones culturales más antiguas del país. De 1997 a 1999 trabajó en la Dirección de Investigaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura de la Presidencia de El Salvador, donde formó parte del equipo que formuló y realizó las investigaciones para dotar de nuevos contenidos al Museo Nacional de Antropología “David Joaquín Guzmán”, reinaugurado en 2001.

Ha ganado en dos ocasiones (1999 y 2010) los Juegos Florales de Quetzaltenango en la rama de poesía. Ese último año ganó el Premio “Rafaela Contreras” que concede ANIDE, la Asociación Nicaragüense de Escritoras. En 2005 ganó el Premio “Rogelio Sinán” que concede la Universidad Tecnológica de Panamá. En 2012 se convirtió en miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua, correspondiente a la Real Academia de la Lengua Española.
En 1997 empezó a trabajar a tiempo parcial en la Universidad “José Matías Delgado”, a cuyo cuerpo de docentes e investigadores se integró plenamente a partir de 1999, institución donde sigue laborando hasta la fecha. Se ha desempeñado como docente en la UCA, en la Escuela de Comunicación “Mónica Herrera”, en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN) y en la Universidad “José Matías Delgado”.

Ha publicado los poemarios, narrativa: Las sombras y la luz, Taller de Letras número 118, San Salvador, UCA Editores, 1986. El revés del espejo, Taller de Letras, San Salvador, UCA Editores, No. 121, enero-febrero de 1988. En edición electrónica está en www.artepoetica.com. Testimonio, San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 1994. Mar inútil. Ars, San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, 1996. Finalista certamen Wang Interdata 1987. Locuramor, Certamen Hispanoamericano, Quetzaltenango, Guatemala, 1999, publicado en el volumen de los ganadores. Sin ISBN. Oficio de mujer, colección “Juntas llegamos a la palabra”, San Salvador, Universidad Tecnológica, 2002. ISBN 9992321075. Palabra de diosa, Panamá, Universidad Tecnológica, 2005. Premio “Rogelio Sinán”. ISBN: 9962-646-17-0. Había una edición electrónica en la página: www.palabravirtual.com. Y también hay una edición para El Salvador: San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos. 2010. ISBN: 99923-0-022-1. Glosas, San Salvador, Editorial Delgado, 2009. ISBN 9-789923-837801. Bitácora, poesía. Quetzaltenango, Guatemala, Certamen Hispanoamericano de Literatura. Sin ISBN. Placeres, Managua, ANIDE, 2010. Ganador del certamen “Rafaela Contreras” que convoca la Asociación Nicaragüense de Escritoras.

Narrativa: El rostro en el espejo. San Salvador, Editorial Rubén H. Dimas, 2005. ISBN: 9992386606, 9789992386606. Hay una segunda edición de 2010. ISBN. 9789992390634.
Dramaturgia: Jimmy Hendrix toca mientras cae la lluvia. San Salvador, Editorial Rubén H. Dimas. Tiene tres ediciones como libro independiente: dos en 2004 y la más reciente en 2012. ISBN de la segunda edición: 978-99923-806-6-6. Fue publicado como cuento en la antología Puertos abiertos, compilada por Sergio Ramírez Mercado y publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, 2011. ISBN: 978-607-16-0807-9.