
Ficción: Una tristeza de otro tiempo
3 febrero, 2025
Escuchaba el viento extenderse en la calle. Me encontré primero con Luna. Fumaba rápidamente, erguida y nerviosa, en las afueras de la funeraria. Se volteó y al verme entornó los ojos y su boca expelió el humo para dibujar una tierna sonrisa. Nos fundimos en un abrazo, envueltas en el aire velado de verano que nos recordó que ya no teníamos quince años.
—¿Estás sola?
—No. Luisa está ahí dentro.
—¿Y cómo estás?
—No lo sé —me respondió, dando paso a las lágrimas. Me tomó fuerte de la mano.
—No me voy a ir —le susurré.
—Tengo miedo.
—Lo sé. Mis ojos le dijeron que su miedo me entristecía.
—No sabía que estabas acá —dijo Luisa, interrumpiendo el sollozo de Luna.
—Acabo de llegar —le repliqué, rozándole con la punta de mis dedos su cabello.
—¿Muerto de verdad? —pregunté, como si hubiera alguna posibilidad de evitar la realidad.
—De todo el cuerpo —respondió Luisa, con el cinismo heredado de nuestro padre.
Era un día radiante. El sol estaba encima de nosotras. El cielo y la tierra como si los hubieran recubierto con un suave barniz. Allí estábamos codo con codo, unidas por el pasado y el misterio de la muerte. El cumpleaños de papá, cinco años atrás, fue la última vez que estuvimos los cuatro juntos. Lo celebramos en la casa de Luisa, su esposo del momento nos preparó hamburguesas y Luna llevó una torta de manzana preparada por ella. Él todavía ese día tenía los ojos brillantes.
—¿Cuántos años tenía? —preguntó Luna, mientras Luisa lo vestía.
—Debía tener ochenta y muchos —respondí, apoyada con un hombro en el marco de la puerta.
Luna se frotó con suavidad el frío de las manos. Todas nos sentíamos inquietas. La pequeña habitación tenía poca luz, su traje estaba colgado en un nicho de la pared. Ahí estaba nuestro padre, tendido en medio de una mancha de oscuridad.
—No tener padre es algo muy triste —repitió tres veces Luna. Quise responder algo a eso, pero no lo hice. Mi mente estaba nublada. Tenía escombros en donde debía tener pensamientos. Luisa pasaba sus dedos por los bordes de la chaqueta como si se tratase de una brasa encendida. Yo me quedé mirándolo desconcertada. Luna acudió a mi lado al instante. La miré y no hizo ningún esfuerzo por contener sus lágrimas.
El encargado de la funeraria se nos acercó, lento y malhumorado, señaló el reloj que colgaba en la pared del fondo, nos miró con indiferencia y retrocedió.
—Bueno —murmuró Luisa—. Es hora de irnos.
—Esperemos —protestó Luna, irritada por el cretinismo del encargado.
—Yo no tengo fuerzas para seguir acá —dije—. Los olores se me pegaron a la nariz y siento que voy a vomitar.
Cruzamos miradas vencidas, sin mostrar más impotencia que la de la ausencia definitiva.
Salimos de la funeraria y pensando en las próximas horas de insomnio, les propuse ir a algún bar. El atardecer se nos fue acercando con pasos cortos. El aire tenía un perfume tan fresco que casi hacía olvidar el dolor.
—Hay palabras sucias —dije, con el primer Negroni aflojándome la lengua.
—«Muerte» y «Dios» son palabras sucias —continuó Luisa.
—Y como el nombre de alguien que le haya hecho a uno daño —remató Luna, dirigiéndose al mesero y dibujando con su dedo índice un círculo en el aire.
Mientras esperábamos la siguiente ronda de bebidas, yo pensaba en que los párpados de papá se le habían pegado para siempre y que la palabra «muerte», nunca me había sonado tan despreciable.
Estuvimos horas con la risa floja. Hacia la una de la mañana, ya Luna se había descalzado los zapatos diminutos y hablaba cada vez más alto, Luisa había llorado y cantado, y yo me había bebido una botella entera de ginebra entre un Negroni y otro.
—Murió el mismo día en que mamá desapareció —soltó Luisa a bocajarro.
El semblante de Luna dibujó una mueca de tristeza, pero era una tristeza de otro tiempo. Derramó algunas lágrimas, cruzó los brazos y no volvió a pronunciar una sola palabra.
—Vámonos al hotel—les dije al cabo de varios minutos—, tengo frío.
Dejé que se adelantaran. Dos mujeres de mármol. Reconocí mi admiración por ellas, porque sabía que habíamos tenido las mismas pesadillas, jugado a los mismos juegos, lamido las mismas heridas, sufrido, decididamente, el mismo temor a ser abandonadas dos veces.
A la mañana siguiente el alba derramaba su luz sonrosada y mientras respirábamos la humedad de las últimas horas en las que papá estaría con nosotras, bajamos a tomar el desayuno. El lugar tenía poca ventilación. El tufo a camisa sudada, aceite quemado y fruta rancia nos recibió sin equívoco y sin necesidad de ponernos de acuerdo, salimos a la calle con el estómago vacío.
Caminamos hacia la funeraria. Las tres esperábamos las cenizas de papá. Los minutos pasaban. Al encargado de la funeraria debíamos importarle menos que una cagada de hormiga. Era como si saboreara mortificarnos con la espera. Debe ser de los que piensa que el mundo no deja de girar porque haya un muerto más.
Lo vimos acercarse, parecía una escena lejana o una imagen borrosa. Nos entregó las urnas con la sonrisa de un auténtico canalla y se retiró silbando con las manos entrelazadas a la espalda.
—A papá le quedaron promesas por cumplir —sentenció Luna, sin asomo de resentimiento.
—Como a cualquier hombre —murmuré, más para mí que para ellas.
Escritora costarricense nacida en San José en 1980. Es graduada en Psicología de la Universidad Autónoma Monterrey y especializada en Psicoanálisis y a partir del año 2006 se dedica a la clínica privada. Desde el año 2019 ha publicado múltiples artículos de opinión en los principales medios de comunicación impresos y digitales de Costa Rica. De su producción literaria, dos de sus cuentos han sido publicados en la Revista Nacional de Cultura de la UNED (no. 78 y no. 81) y en el 2024 fue galardonada con el primer lugar en la rama cuento del Certamen Permanente de Cuento y Poesía de dicha revista (no. 82). Tanto en el 2023 como en el 2024, obtuvo menciones destacadas en la segunda y tercera antologías de microrrelatos del Centro Cultural de España en Costa Rica por sus microrrelatos “Primera cita” y “Romance en Cocles”. “Gastarse la piel” (ClubdeLibros, 2023) fue su primera novela y “La hija del Ingeniero y otros relatos” (Editorial Poeisis, 2024) su primer cuentario.